Lucky
Director: John Carroll Lynch
Año: 2017
Por: Ana Laura Huitzil C.
Sólo morir permanece
como la más inmutable razón,
vivir es un accidente,
un ejercicio de gozo y dolor
L.E. Aute
Lucky es una mirada profunda y con tintes autobiográficos sobre la vida, un momento de la vida, de un hombre de 90 años, personificado por el actor Harry Dean Stanton, quien falleciera un par de semanas previas al estreno de la película en septiembre de 2017.
Este personaje goza de un buen estado de salud, vive solo y disfruta su rutina entre música mexicana, 5 ejercicios de yoga al día, crucigramas y programas de concurso, el encuentro con contemporáneos en un bar y los caminos cotidianos para su andar ágil y firme. Un hombre ocupado por el significado de las palabras y el sentido de las mismas, es así cuando encuentra el significado de “realismo” y el disfrute que manifiesta al compartir su descubrimiento con los otros.
Es hasta una mañana que se desvanece sin explicación, que la realidad lo topa de frente: Lucky está envejeciendo… o en el umbral de la muerte, dependiendo del lado de la línea en que nos coloquemos.
Esta coproducción dirigida por John Carroll Lynch y cuyo guión a cargo de Drago Sumonja y Logan Sparks consigue durante hora y treinta minutos una historia que nos presenta con sutileza y simplicidad, el viaje interno de este hombre frente a la irremediable llegada de la muerte, su propia muerte.
Cuando Lucky se reconoce en la proximidad de morir, se confunde, se enoja, niega estar muriendo; se deprime y finalmente, acepta.
Sin embargo, decirlo así es fácil y rápido y aniquila todo halago al trabajo cinematográfico y al análisis detallado que favorece el guión. Lo conmovedor de esta película radica en la posibilidad de transmitir en imágenes y diálogos la complejidad de este momento.
Ojalá todos tuviéramos ocasión de llegar al final de la vida con la oportunidad para hacerle frente con un buen estado de salud; es decir, con aquellas mínimas condiciones físicas, psicológicas y sociales que nos faciliten cierta autonomía, lucidez y albedrío. No siempre es así. Quizás enfrentar nuestros últimos momentos sea tan angustiante que nos hacemos de enfermedades terribles para no pensar en ello y dejar que nos alcance sin darnos cuenta. Y ello sin considerar el contexto sociocultural en que cada uno envejece, que lo puede hacer más o menos difícil.
Envejecemos como vivimos y así también morimos. A lo largo de la vida enfrentamos momentos clave en el desarrollo que marcan la pauta de nuestro carácter y es el paso del tiempo que nos permite mirar atrás y reconocernos en nuestros logros y pérdidas. Es frente a la muerte que seguramente haremos algo semejante a lo que hemos hecho antes para salir avante; la única y gran diferencia, es que después de morir no hay vista atrás para evaluar cómo salimos de este último desafío.
Lucky pasa del desconcierto inicial a la posibilidad de abrazar y sonreír al inexorable destino, nos deja ver y adentrarnos a uno de tantos momentos delicados que puede tener la vida; en este caso, el último. Conforme pasan los días, nos muestra un proceso reflexivo profundo: la experiencia de la fragilidad, el temor. Escenas tan complejas como aquellas en la que realiza un recuento de diferentes etapas de su vida y los intentos de reparación que motivan, sea frente a la muerte no intencionada del ruiseñor o aquel momento de su adolescencia cuando se quedó solo en casa y sintió el vacío y la angustia de separación. Todos sus recuerdos evidencian referencias tenues a lo que podría estar experimentando ahora para despedirse definitivamente.
En la vida tenemos diferentes duelos, posiblemente ninguno tan profundo como el de nosotros mismos. Un gran golpe narcisista.
Recordar los vínculos, volverlos a pasar por el corazón, afirmar los que existen. Lucky es solitario, pero no está solo. Enfadarse porque una tortuga o un cactus puedan vivir más que cualquiera de nosotros… una diferencia importante que nos distingue en el reino animal y del vegetal: la posibilidad de darle sentido a nuestro paso por la tierra. Sí, la tortuga vivirá más, pero no sabemos si es consciente de lo que ha vivido. Los seres humanos sí. Al menos esa es la oportunidad cuando nos referimos a hacer consciencia: admitir que podemos aprehender lo que estamos viviendo. Morirnos con el caparazón, enterrarnos en el caparazón es una metáfora para decir que nos vamos con todo lo que somos, con la historia que hicimos y con el sentido que pudimos darle.
Creer en lo que siempre se ha creído, afirmar la verdad de uno mismo por sobre el temor y la muerte.
Todo hombre que pueda morir de viejo, sin enfermedades, debería tener la oportunidad de relatar su historia, de transformarla en diario, libro, memorias, guión cinematográfico, arte, monumento… al menos para sí mismo, pues en la oportunidad de narrarla y rememorarla es que vamos dando sentido hacia el final de nuestros días y consolidamos el sentido de identidad con el que finalmente, vamos a despedirnos de nuestra propia historia.
En una sociedad que tiende a aumentar su población de adultos mayores, sería bueno comenzar a hablar de la muerte como parte de la vida; salirnos de las visiones idealizadas que se promueven en las que los viejos “cambian radicalmente” tras la amenaza de la muerte o se atreven a hacer algo que nunca hicieron. Envejecemos como vivimos, por ello sería importante impulsar reflexiones sobre esta etapa en otros momentos de la vida y apoyar acciones preventivas y de atención que hicieran menos complicado el pasaje hacia la muerte cuando esta es cierre obvio dentro de un ciclo.
Lucky y el abogado conversan en la cafetería y reconocen lo anterior, pues hacer el testamento, preparar el funeral, anticipar seguros de vida y atenuar el dolor a los deudos, sirve a ellos, no al que muere; como también es cierto que lo hacemos pensando en la posibilidad de que algo “inesperado” nos ocurra, cuando lo único cierto, es que nos va a ocurrir, seguro vamos a morir, sólo que no sabemos cuándo.
En una sociedad cuya tendencia es el aumento de adultos mayores en el mundo, ayudar a despedirnos también se torna un posible desafío. Dejar ir tampoco es tarea fácil y en mucho, también lo determina nuestra historia de desarrollo y la manera en que vivimos los apegos y cómo los resolvimos. Howard, el mejor amigo de Lucky, dice sobre la tortuga que se le escapó: “quizás ella tenía un mejor lugar a donde ir y yo era un obstáculo para que ella se moviera”.
Así frente a la muerte, dejar ir también es un trabajo de consciencia.
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