Por Benjamín Martín del Campo

“El soñar es también recordar, aunque bajo las condiciones del estado de reposo y de la producción onírica”.

– Historia de Neurosis infantil (Caso del Hombre de los Lobos), Sigmund Freud 1914-1918.

Capítulo I: Y en el comienzo, y el en discurso, soy.

El sueño es la producción alucinógena de la consciencia, es la debilidad yoica de la circunferencia psíquica. Freud descubre al inconsciente, sí. Pero falla en interpretar las multiplicidades de su discurso. Peca constantemente de ser absolutista, reductivo respecto a las cuestiones subjetivas que desconoce. Para Freud, existen dos posibilidades de ser: el ser-neurótico y el ser-psicótico. Ambas indivisibles de su composición molecular. Uno es neurótico en la medida que no se es psicótico. Sin que haya existido una ciencia encargada de estudiar la génesis y producción del sueño, el psicoanálisis freudiano se agencia del Saber para encallar las interpretaciones oníricas a la triada de sus cimientos teóricos: El Edipo.

Todo cuanto es inconsciente debe permanecer reprimido, si es displacentero. Pero ¿qué sucede cuando la represión falla y se precipita el discurso incoherente del inconsciente? Es recibido, interpretado y agenciado por la conciencia. Una vez que las pulsiones han rebullido en la fábrica de la trastienda, los sueños aparecen como la vía regía hacia el inconsciente. Freud fuerza el significado de las neurosis en los recuerdos y sueños del paciente. Remite a la fórmula primaria de su teoría, rebusca significados para aliar la triada a la suma de los objetos que componen la misma: padre + madre + hijo. Que haya mucho, poco o demasiado Padre carece de importancia, pero ya establece un saber que es indivisible y cargado de contenido. Sin duda, se necesita de la suma de los primeros para producir a un tercero. El Hijo no nace por sí mismo, sino que se crea y constituye a partir del coito de los padres. Pero no deja pensar que el Hijo podría llegar a ser su propio padre o madre, sino que: “actúa de tal manera porque carece de uno… o tiene mucho… o le es indiferente”, diría Freud. La triada de la persona es él mismo en sus devenires, en sus aprehensiones. Freud las describe como un cuerpo divisible, que puede separarse del sujeto. El comportamiento no es determinista, sino que se construye a partir de agenciamientos: Uno es la suma de sus yoes en el yo, no es el yo en los yoes pasados.

El Hombre de los Lobos es la suma de todos los síntomas de la psicosis expresados neuróticamente. Llega con la completa disposición a ser escuchado, se somete al rol autoritario del padre del psicoanálisis y ¿cómo no hacerlo, si Freud es el peso de su saber encarnado? La consistencia de la creación de su persona le permitió desacreditar, enjuiciar y reducir el discurso del paciente. El Hombre de los Lobos habla, sueña, recuerda e interpreta. Sin embargo, nunca alcanza el desgarramiento de su patología para aplanar la consistencia de su persona, pues sus recuerdos fluctúan entre alucinaciones, delirios, realidades y posibles escenarios: su infancia es un falso-espejo que diagrama los conflictos actuales, sin reflejar la esencia de los malestares.

Al terminar el tratamiento, el Hombre de los Lobos cree haber congelado –por tanto, capturado- los lagos de su persona; cree pasar por encima del hielo de su infancia y, ver la a través de la transparencia, los siete peces de sus recuerdos danzan y besan la superficie que los separa. Esta identificación lejana, difusa, pero reconocible, le permite al sujeto transformar a los peces en lobos. Da igual que ahora los lobos naden, bien podrían ser tucanes u hormigas. Pero hay que prestar atención a la manada, al cuerpo que nada bajo los pasos del sujeto. Se agrupan bajo el paso de la sombra del explorador que se mantiene sobre la superficie. Pero se olvida que el carámbano es resbaladizo. Ahora patina en descontrol por todo el lago del recuerdo, se refrena, se cae y se inquieta sin un patrón específico. Una vez de pie, vuelve a deslizarse. Los peces-lobo lo siguen, lo persiguen. Entonces regresa a la orilla, se acuesta sobre la nieve firme, se coge de un árbol y se acomoda en el diván. Freud escucha primero por sí mismo antes que dejar entrar la fantástica tundra del Hombre de los Lobos. Al terminar la sesión, el Profesor dice: “Bien, con que usted ha estado sobre un desierto repleto de dunas. Lo persiguen serpientes súper-fálicas que se transforman en jabalís, jabalís que a su vez lo remiten a las cabritas; al final, la luna emite rayos de sol y se coge de éstos… ¿recuerda usted ése cuento? Las 7 cabritas…” Lo interrumpe el paciente: “No, Doctor. No está prestando atención”. Freud, inmediatamente responde: “Por supuesto que sí. Ahora quiere racionalizar mi interpretación porque le es demasiado dolorosa de aprehender. Déjeme terminar… ¿Dónde me quedé? Ah, sí: el Padre. Las cabritas representan el deseo homosexual que siente por su padre; ¿qué no era usted muy devoto?, ¿qué no tuvo una brillante hermana mayor que escribía como Pushkin e intentó seducirlo? ¿qué no tuvo una institutriz punitiva y demasiado inglesa? ¿qué no se masturbaba usted compulsivamente?, ¿su madre se lamentó frente a un médico, estando usted presente?, ¿sueña con mariposas?, ¿qué me puede decir sobre la enfermedad de su padre? Sí, su Padre”. Freud realiza 7 preguntas sin darse cuenta de que está descomponiendo las características que unifican a la manada. El Hombre de los Lobos es la multiplicidad de sus tragedias que no pidió vivir.

El problema del analista es masacrar el discurso del inconsciente, reduciendo los síntomas a la adaptabilidad del sujeto. Por tanto, se forja, así como una máquina de Saber. El psicoanálisis de Freud es la microbiología que opera sobre un macrocosmos: a partir de los productos de la supuesta minúscula bacteria que ataca desde el interior del inconsciente, quiere forjar inmensas esferas con propia gravedad, con peso de Saber. Falla al (des)unificar las producciones de las actuaciones. No se da cuenta que los planetas del inconsciente son nombrados así por los dioses, y que el tamaño de cada uno representa un universo propio y todas sus características mitológicas. El Hombre de los Lobos no es simplemente el resultado de la neurosis infantil, así como Júpiter no es una bola de gas; Júpiter es Zeus. El Hombre de los Lobos es su propia nebulosa que ha sido marcada por el torque de su propio peso al pasar los años. La influencia del ambiente es la que él mismo ha creado, pues no puede separarse de su composición química (H y He = Padre y Madre). La infancia es la sedimentación del curso del cuerpo sobre su propia gravedad. Pero los planetas no giran solos, son parte de un sistema solar. Que este día sea Júpiter no tiene importancia. Júpiter es el Padre, es Dios, es el Falo: es el Ideal del Yo, regido por el superyó. El Hombre de los Lobos actúa como Júpiter, pero es también Venus (madre). Es el sistema solar que opera bajo el peso de sus propios cuerpos; es la gravedad en descontrol de un orden orbital. Un día se es más Plutón (pulsión de muerte), otro se puede ser Saturno (castración, pues se representa con una hoz) –por ello Rubens y Goya lo pintan devorado a su propio hijo-. A su vez, Saturno es hijo de Urano, esposo de la Gea y es el dios de éter puro que, para los griegos, era la esencia del Ser. Marte es el dios de la guerra (pulsión de vida), cuyo símbolo es el lobo. El Hombre de los Lobos decidió ser más Marte que Plutón el día que se sometió al profesor.

Freud habla de sus propias multiplicidades a través de su paciente. Freud es su propio cosmos y decide ser el Júpiter para su-Marte: desvitalización fornicada. Los sueños son las lunas de los planetas que constituyen al yo. A veces, tapan la luz del sol, del saber; a veces, la reflejan. Son una presencia que ejerce sus propias leyes y fuerzas de gravedad. Sin luna no hay oleaje. Freud coge al Hombre por los Lobos en luna llena y, mientras va menguando, se le escapan todos los cráteres que constituyen el carácter del material onírico. Al terminar la sesión, el sueño pasa por sus menguantes, octantes y crecientes. Ahora sólo queda la luna nueva. Y Freud insiste en sobre-interpretar la oscuridad del lejano reflejo del satélite flotante. Las fracciones de su presente han sido pasadas, no existen. Así como no existe ya el sueño del Hombre de los Lobos, sino el mero recuerdo del sueño: interpretación sobre interpretación, sobre-interpretación.

Como Ouspensky (2012) expone en su Psicología de la Posible evolución del hombre:

Cada idea, cada sentimiento, cada sensación, cada deseo, cada “yo amo” o “yo no amo” es un yo. Esos “yo” no están ligados entre sí, ni coordenados de modo alguno. Cada uno de ellos depende de los cambios de circunstancias exteriores y de los cambios de impresiones. Tal “yo” sigue automáticamente a tal otro y algunos aparecen siempre acompañados de otros. Pero no hay en ello ni orden ni sistema, sino solo yoes.

Falta desgarrar la unidad presente que es la suma de sus pasados, aprehender el éter, la esencia de lo que se está expresando. Freud reduce y continúa condensando los significados del Hombre de los Lobos. No cesa de ignorar lo que se tiene enfrente: que el lobo es una manada (sociabilidad a-jerárquica). Es un cuerpo que, aunque pertenece y actúa conforme a ella, no es ella en sí. La manada es la acción conjunta de lobos que lo conforman, no el número de ellos. Y ésta acción –importantísima- es lo que define el éter de la persona. Uno no es la suma de sus pulsiones en uno, sino que se es lo que actúa sobre la suma de las pulsiones. Indivisibles, divinas e innatas, las pulsiones son lo que mantiene vivo al organismo, son los cuerpos de lobos que se aglomeran para crear el escape de su fuerza y hambre. Pues el inconsciente es el hambre que no cesa y se alimenta de su propia carne. Imaginemos a lobos que se devoran a sí mismos, pero crecen más fuertes. Así es como se apuntalan nuestras pulsiones, células-madre.

Aquí entra el Rizoma deleuziano que está caracterizado por los principios de heterogeneidad y conexión, donde cualquier punto puede ser conectado a otro. Y, al mismo tiempo, esta conexión no es una unión sino un desgarramiento que ofrece progreso con el propósito de que impere aquello que lo llevó a separarse en primer lugar. Una esfera que escurre su propio contenido, pero, por la velocidad de sus torques se reagrupa juntando las moléculas de su constitución ahora sobrepuesta e integrada en otra área de su cuerpo. La ruptura a-significante que atiende a los principios de todo objeto: tiempo y espacio. Es la significación del devenir-cuerpo lo que describe a la figura. O como lo describen Deleuze y Guattari (2010):

Una de las características más importantes del rizoma, quizá sea la de mantener siempre múltiples entradas, en ese sentido, la madriguera es un rizoma animal que a veces presenta una clara distinción entre la línea fuga como pasillo de desplazamiento, y los estratos de reserva o de hábitat (cf. El ratón almizclero).

Contrariamente al calco, que siempre vuelve “a lo mismo”, un mapa tiene múltiples entradas. Un mapa es un asunto de performance, mientras que el calco siempre remite a una supuesta competance.

Freud encuentra el rizoma a partir de los propósitos de ejecución de su análisis: reforzar su teoría, reafirmarse a sí mismo. No hay línea de fuga, desplazamiento. Cree que “el soñar es recordar”, cuando en realidad el soñar es conducirse en otro estado de consciencia, como lo hacemos todo el tiempo: ahora enojo, ahora amor, ahora disgusto, etc. Lo que se extrae del sueño es donde el yo dormido despierta y retoma su condición inevitable: la vida consciente. Así pues, el querer recordar es anhelar el vago espectro difuso de la imagen producida durante el sueño. Lo que Freud en realidad anhela, es escapar de la vida y huir a la otra próxima (bien dice que es a dónde apuntalan nuestros impulsos). Es tendencia humana. Pero Freud no es un ratón almizclero, es un oso hormiguero que se aprovecha del hormiguero. El sueño es el instrumento de poder sobre el que interpretamos al Saber, para huir de la muerte a través de la vida – ¡de vivir!… A falta de control, se significa. Pero un rizoma no puede mimetizarse con Otro, meramente puede actuar sobre él, y seducir para aumentar las intensificaciones de la interacción. Freud se des-produce y reagrupa con el Hombre de los Lobos. Termina y comienza el esquizoanálisis con los círculos de convergencia del analista-devenir-paciente. Sus rizomas fallidos son lo que se manifiesta en producciones de contacto.

Capítulo II: el Panal Fortuito.

¿Qué es un lobo? Una manada. Bien, pasemos adelante. Pero un lobo es también un símbolo. Pareciera que ninguna otra criatura nos ha incitado a establecer una comunión más mística con la naturaleza o a un terror más abyecto. Está entre lo doméstico y lo animal, es parcialmente humano. Es siniestro, ominoso, pues refleja lo que somos en realidad. Escuchar la áspera magia del aullido de un lobo conjura siempre paisajes oníricos en los que lo-s lobo-s están en el fondo de un abismo o pasean por desiertas calles urbanas. Los hábiles depredadores evocan las vitalidades y nada sentimentales energías instintivas de la psique animal. Nuestras proyecciones en ellos revelan el anhelo por una (re)conexión con nuestra propia alma animal y terror que sentimos de que el encuentro ocasionará el desbordamiento del yo.

No cabe duda de que los lobos son espeluznantes. Son ágiles, parte de su entorno es el camuflaje de su pelaje. Atacan en grupos para reducir las posibilidades de escape. Pero existe también la loba mítica que da vitalidad por medio de la leche materna (ej: Rómulo y Remo). Hay un sinfín de historias de niños criados por lobas etruscas. Son la representación cultural como proceso de transformación en su renacimiento y protección del cachorro humano: devenir-arte. En la mitología, son encarnaciones de hambre insaciable descrita con mandíbulas abiertas. Representan al dios Apolo como poseedor de su luminosidad más oscura, la cual los alquimistas nombraban luz de la naturaleza. Pero también acompañan al dios de la guerra, Marte, y expresan su vigor y eficacia en sus instintos. Para los escandinavos, Odín posee a un par como mascotas. Los lobos son pastores vigilantes que se someten a su Amo, ya sea Odín, Apolo, Marte o el macho alfa. Y es desconcertante reconocer la intuición de una organización en un animal. El cortejo de su asecho está en función del hambre-manada y, más siniestro aún, en función de prever el hambre –comportamiento muy humano-. Pero habrá que destacar una característica importante del lobo-s: es un animal fiel. El propósito reduce al bienestar social de la manada, o del amo. La fidelidad ha de ser interpretada como una falta de independencia por temor a perder su fuerza, sí, pero la fidelidad es también un ejercicio de confianza, es perpetuar el secreto del amo. Dicho secreto carga en sí los conocimientos que forjan la utilidad de la manada, sin secreto –que ahora es propósito-, no hay repliegue de continuos, identidades significadas.

El Hombre de los Lobos anhela conocer el secreto que mantiene unida a la manada, no descifrar el símbolo de ésta para encallarla en la Triangulación Edípica. Que se presente en el sueño, que se describa una huida, no significa el propósito de la acción. Por lo tanto, el Hombre de los Lobos está huyendo de algo, del secreto del amo, que es él mismo: huye de sí mismo. Se enfrenta a la condensación de sus yoes que anudan la composición de la estética de su discurso. La multiplicidad no es causalidad es propósito, es devenir-acción. Lo que es causalidad es la aparición de los animales, pues los lobos no son lo que las historias representan para el sujeto: escena primaria asociada a ilustración sobre el cuento de hadas (caperucita roja), pues la posición de la imagen ni siquiera está expresada en el sueño. El lobo no reproduce un coito. Son los lobo-S quienes se manifiestan en el sueño, no el singular. Tiene una resonancia importante que no haya sido “uno sólo sin(o) varios lobos”, pues Uno representa la cifra impar más pequeña que, sin embargo, tiene su significación. Pero dentro del sueño del niño se observan a 7, la manada es multiplicidad. La manada es un cuerpo que actúa en conjunto, que tiene un propósito devenir-secreto que se manifiesta. Tanto la huida que se re-cuerda, como la estática mirada que producen fuera de la ventana del sujeto sobre el árbol, son el mismo agenciamiento, presentado de manera distinta. Freud interpreta la mirada y la huida desde la singularidad del objeto (lobo), cuando debería desvencijar la producción de lo que él niño ve, pues proviene de su propio lenguaje y no refiere a una abstracción adulta. El Hombre de los Lobos no requiere una interpretación reducida de los Saberes que se asumen, sino un vuelco directo al mensaje originario: la huida secreta del devenir-propósito ante la mirada de la manada, ¿qué es la totalidad en huida y estática?

Ahora debemos representar la manera en que Freud describe su Triada Edípica:

Cuando debería de ser una triada tridimensional en la que el Sujeto se constituye en medio:

Toda persona es la suma constitutiva de sus identificaciones Padre + Madre + Hijo = S. Uno actúa como los diferentes límites según sea requerida la escena. Pero el éter del sujeto está puesto en el centro de la triada, simplemente se orienta más o menos hacia una de las esquinas que encierran su cuerpo. El Hombre de los Lobos actúa como Hijo ante del devenir-propósito del análisis, pero en sus sueños se muestra como Padre (Superyó: huida-activa), Madre (Ello: mirada-pasiva) e Hijo (Yo: espectador-neurótico). Pero se manifiestan sus multiplicidades de devenir-sujeto a lo largo del sueño. Esto no quiere decir que deje de ser, sino que, como se es más Hijo en ésa posición, el sujeto debe proyectar su Padre y su Madre para tener la completud del Sujeto. Es la máquina del cuerpo psíquico en la que sus órganos se organizan de manera diferente pero en función del mismo propósito: significarse mediante las representaciones ajenas en Uno mismo.

Para mejor entender el desmembramiento de la Triada Edípica, se expresa estaimagen:

Ahora bien:

Y si agregamos un elemento al primero:

Ahora cobra un nuevo significado: un panal.

Y si ordenamos y agregamos un elemento al segundo:

Cuál es más panal: ¿A o B?

El propósito de interpretar los hexágonos es significarlos. Ninguno es más o menos panal que el otro. Lo que hace más panal al panal es la abeja (S). Y un panal no es más panal que dos, sino que dos panales son dos distintos. Sin embargo, un panal es en sí, así como un sujeto es en sí. Sin la existencia de un ejercicio de poder, el panal no existe, no produce. Y el propósito del panal es producir, engendrar, procrear. Sin abejas que lo habiten, es hexágono. Así mismo, una abeja sin panal no es abeja. Por otro lado, un grupo de abejas no son un panal. El panal es lo que las abejas hacen de él. Así como el lobo es manada (multiplicidad), la abeja es panal.

Los significados se conciben a partir del propósito que el ejecutor de la aprehensión otorgue al significado. Freud designa el significado al Hombre de los Lobos, a partir de una triada bidimensional que podría ser expresada como unidimensional, si se observa desde arriba:

Siempre la triada apunta hacia al Padre (Superyó), ya sea en un plano bidimensional o unilineal. El padre, para Freud, se postra en el centro. Es por medio de este Superyó que se significa el sujeto. Y en el esquizoanálisis del Hombre de los Lobos, Freud usa su propio rizoma para significar la triada en la que se posiciona a él mismo en contra del sujeto. Al hacer esto, se cierran las posibilidades de agenciamiento de poder en el que el sujeto podría ser lo que es S (H+P+M), la suma de sus totales que representa en actuaciones, unas veces más orientado a una que otra –pero siempre- sin dejar de Ser.

Freud no puede resolver al Hombre de los Lobos porque intenta analizarlo a través de la vía regia de los agenciamientos que el sujeto ejerce hoy como sujeto-devenir-propósito. Esto es una unidad indivisible que se orienta al manejo de la inercia de interacción, que es la construcción social superyoica por la que se define al yo. Expresado claramente, el lenguaje inconsciente carece de represión y es atemporal. Freud se aprovecha de esto para suponer una escena primaria en la que las sensaciones corporales serán desplazadas de manera organizada para formar su neurosis infantil.

El procedimiento mecánico de la continuidad de las etapas psicosexuales de la teoría freudiana, orientan al analista para situar al Sujeto en el discurso neurótico para mejor-explicar sus afecciones. Sostiene toda su teoría en la suposición de la escena primaria. Y, aunque hubiese existido, ¿el niño habría sido capaz de integrarla? El cuerpo del Hombre de los Lobos quiere correr libremente desnudo como los griegos lo hacían en las playas de Delos. Pero el analista lo cubre con ropas, lo viste a la moda. Lo entiende únicamente desde un discurso social en el que debe posicionar al hijo como Hijo, no como Sujeto. Sin ser capaz de descubrir el secreto del sueño, Freud ejerce el mismo error que sentencia al analizado: racionalizar sus devenires. Es ridículo observar la lectura de la Historia de Neurosis Infantil y ver que el autor se está reduciendo a lo que diagnostica. Supone el mito con la seguridad de una ley.

“Una casa, una habitación, y tantas cosas más, cualquier cosa. Nadie hace el amor con amor sin construir para sí, con el otro o los otros, un cuerpo sin órganos (…) se distribuye según los fenómenos de masa, siguiendo movimientos brownianos, bajo la forma de multiplicidades moleculares. El cuerpo sin órganos se opone, no tanto a los órganos como a la organización de los órganos, en la medida en que ésta compondría un organismo”, dicen Deleuze y Guatarrí (2010). Así es como explican su CsO. Son las actuaciones de la función del CsO que se molesta ante la falta de mismos, pero ejerce el propósito del cuerpo. Los órganos tienen un lugar específico en el cuerpo (como en el cuerpo sin órganos). La inteligencia molecular evolutiva supera a la humana, pues actúa como un todo que se construye a sí mismo. El cuerpo está limitado a un tiempo específico, la descomposición es eterna y la evolución progresiva.

La Triada Edípica representa al cuerpo, que es temporal-espacial-consciente. La multiplicidad del propósito de los devenires es atemporal-terrenal-inconsciente. Las dualidades permiten el progreso. El Sujeto tiene acceso a ambas, apunta a la triada, pero está sujeto a los devenires. Ergo, la acción del devenir es la consumación de la triada anti-edípica, pues es la suma de sus constituciones moleculares en pro de la organización celestial. Pero aquí nos enfrentamos a un problema: el Sujeto no puede actuar más allá de sus acciones.

Se soluciona recordando que, es verdad, uno no puede actuar más allá de sus acciones (principio de placer), pero sí puede pensar más allá de sus acciones (ideal del Yo); por lo tanto, el Sujeto puede actuar lo que piensa. Pero para pensar debe ejercer un contacto con lo que lo refrena, la acción. Para desgarrar la acción-propósito debe descubrir el secreto de la misma ¿Y cómo hacer esto? Haciendo rizomas: creando conexiones que estén hiladas al propósito de la última, sumando articulaciones de pensamiento en expresiones de afrontamiento inconsciente. Así se crea la exposición del inconsciente en el consciente para develar las verdaderas pasiones del Sujeto y, al hacerlo, ¡deja de ser sus acciones para Ser!

Una metafísica del acontecimiento incorporal (irreductible, pues, a una física del mundo), una lógica del sentido neutro (en vez de una fenomenología de las significaciones y del sujeto), un pensamiento del presente infinitivo (y no el relevo del futuro conceptual en la esencia del pasado), y he aquí lo que Deleuze, me parece, nos propone para eliminar la triple sujeción en la que el acontecimiento, todavía en nuestros días, es mantenido. (Foucault, 1970).

Para Foucault, Deleuze es un filósofo que rompe con el discurso tradicional de toda forma filosófica. Así como Wittgenstein carga de polaridades los enunciados del lenguaje para descifrar el mensaje que devela la conciencia, Deleuze (junto con Félix Guattari) propone al rizoma como el supuesto aparato de saber por medio del cual la comunicación pueda entregar el mensaje, sabiendo que nunca podrá ser transmitido en su totalidad, pero se acerca más a su Verdad por el uso del lenguaje en posibles infinitivos que se co-construyen con el Otro. Así como Freud avoca por un monismo, Deleuze aboga por la multiplicidad. Y dicha multiplicidad sólo varía en función de sí mismo ante una interacción. En el Hombre de los Lobos, el contacto que existe entre analista y paciente es parcial, pues Freud concibe toda la tesis a partir de la supuesta escena primaria como constitución de la neurosis infantil. Coloca culpas y carencias en el paciente. Implanta dualismos (bien o mal) en relación a sus actuaciones y no deja que las resuelva.

Tanto el inconsciente como la negación son afirmaciones puras sin contrarios u oposiciones. Y el “nódulo del sistema Inconsciente está constituido por representaciones de instintos que aspiran a derivar su carga” (Núñez, 2009). La suma de energías pulsionales busca una descarga gratificada y, en el Hombre de los Lobos, no vemos el placer. Freud sitúa sus hitos como displacenteros. No piensa que el niño pudo haber encontrado satisfacción en sus experiencias y no en sus recuerdos “¿La negación es una sustitución a un nivel más elevado de represión?” (Lacan, 1976). Los síntomas del paciente explicados en el ensayo apuntan a una completa desorganización intelectual que ejecuta el paciente para satisfacer sus pulsiones más primitivas. Sin embargo, Freud olvida que las representaciones y actuaciones del niño son desorganizadas y primitivas por su propia constitución. La neurosis podría ser interpretada como una psicosis generalizada, como Lacan la denomina. Deleuze ofrece una tangente por la cual seguir construyendo el discurso del Hombre de los Lobos, sin cortar de tajo las raíces que arrastra el bulbo de la experiencia. Replanta las actuaciones en tierras que permiten la continuidad de agenciamientos: el verbo se construye a sí mismo.

¿Nadie se ha dado cuenta que el Hombre de los Lobos se soñó como lobezno?

Bibliografía:

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  • Pintura:
  • Doré, G. (c. 1862). The Disguised Wolf in Bed. National Gallery of Victoria: Australia.

Apéndice:

El presente trabajo se divide en 4 capítulos. Está escrito en forma de rizoma deleuziano, el cual busca provocar interconexiones a partir de la interacción primaria con el discurso anterior; se crea una totalidad de representaciones a partir de la pasada. El rizoma es un todo que cambia sin modificar su estructura, sino se suma a la esencia primera. Ya que le fue imposible al autor encontrar un tratamiento en el que el paciente se hallara en completa remisión de su sintomatología, se utiliza éste método para esclarecer el Caso de una Neurosis Infantil de Freud (1914-1918), mejor conocida como El Hombre de los Lobos. El propósito de una elaboración crítica es proponer una alternativa transversal a un caso que ha permanecido inconcluso por más de cien años. Ya no se busca “curar” al paciente, sino re-aprender de los errores del analista.

El primer capítulo (ó, 1.- Introducción: Y en el comienzo, y el en discurso, soy), diserta las conclusiones del Caso de la Neurosis Infantil a partir de lo que Freud estima del sueño. Utiliza metáforas para desenredar el complejo inconsciente del paciente y manifestar una alternativa diferente sobre lo que expresó durante el tratamiento psicoanalítico. A diferencia (y con) el segundo capítulo (ó, 2.- Desarrollo: el Panal Fortuito), se converge la representación simbólica de la zoofobia que manifestó el paciente, anudando el rizoma del primer capítulo y dando como resultado la explicación gráfica de lo que es el rizoma deleuziano en sí. Se desmiembra la tríada freudiana para ponerla en un plano tridimensional y explicar el posicionamiento de los componentes del Sujeto ante el analista. Por último, se construye el verbo del devenir-sujeto-propósito para develar el secreto que se ajusta a la representación onírica del paciente.

El tercer capítulo (ó, 3.- Freud como el cazador renegado: desollamiento de las pieles animales como castigo al ingenuo masoquista) segmenta los componentes del cuento de hadas que trata el caso de Freud para agenciar un tercer rizoma a la metáfora de la sugestión psicoanalítica. Se presenta una reforma sobre el pronombre que otorga el analista al Sujeto. El propósito es de-construir la historia de Caperucita Roja para entender los fallos y las condensaciones pictóricas que supone atribuir al paciente a lo largo del tratamiento. Aquí se esclarecerá el error del analista, eximiendo los errores que, a falta de un supuesto Saber, ejerce otro subjetivo y enjuicia la condición psíquica del sujeto. Se suma una totalidad a la esencia rizomática.

El último capítulo (ó, 4.- Conclusión: ¡Caperucita engendra al lobo!) declara el compuesto final del rizoma para proponer una relectura del caso, en la que la identificación supuesta por Freud es equívoca a partir de una constitución determinista que limita el verdadero discurso del paciente durante el análisis. El Hombre de los Lobos es el resultado del animismo infantil reconstruido en un periodo tardío. Pues, durante su infancia, no se anclan los componentes que manifiesta durante la adultez. La principal crítica que se le hace al autor es la supuesta experiencia de la escena primaria del paciente. Puesto que, a partir de ella, se construye el caso… Ahora, ¡de-construyámoslo!