Por: Paulina Palacios
Desde aquel fatídico día en el que Freud enunció sus tesis acerca del sentido y significado del sueño, más de uno firmamos sentencia. Ya no hay marcha atrás para aquellos que de una vez y (tal vez) para siempre, levantamos la oreja. Bien dice Roustang (1980) que, A quien atrapa, ya no le suelta… aunque a veces se quiera.
Creo que la primera víctima de esas palabras fue Freud mismo. Me lo imagino en su casa de campo, soñando con Irma y sólo teniendo la posibilidad de contarle a su “amigo” Fliess sus desconcertantes descubrimientos. Además, sólo a través de cartas. Algo le tenemos que agradecer al viejo Freud: no sólo el que, y gracias a su poca modestia, acertó al decir que dio el tercer gran golpe al narcisismo del hombre, ese hombre a quien ya de tiempo atrás, se le venían cayendo los absolutos.
Intento imaginarme a Freud resistiéndose a enunciar lo que ya le era inevitable, me lo imagino en un auditorio diciendo: ¡Señoras y señores de la Viena finisecular, es mi deber, como hombre de ciencia que soy, informarles que aquel viejo adagio que nos dice que soñar no cuesta nada (Freud, 1900-2000, p.152)[2], es pura mentira! He descubierto, a veces muy a mi pesar, que el sueño tiene un sentido subjetivo. De haber estado ahí, de seguro a más de uno nos hubiese quedado el ojo cuadrado: ¿Cómo se atreve a decir este medicucho que mi sueño tiene algo que ver conmigo? ¡Pero si yo estoy dormido cuando sueño!, habríamos contestado.
Y es que Freud, al publicar La Interpretación de los Sueños, ciertamente le dio un gancho al hígado al ser humano: no sólo restituyó la dignidad del trabajo de los antiguos adivinadores y sabios, sino que denunció que el sueño con su sentido subjetivo responde a motivos íntimos e inconfesables del soñante. Motivos que son de él, que le competen. Y que, además de todo, son infantiles y sexuales.
Vayamos por partes tratando de no adelantarnos. Fue Freud el que nos enseñó que no somos totalmente dueños de nosotros mismos. No somos dueños de lo que sentimos, de cuándo lo sentimos, o para quién lo sentimos. No decidimos de quien nos enamoramos, los lapsus nos atacan cada vez que se les da la gana, nuestro cuerpo y nuestros actos hacen síntoma sin preguntarnos. Uno sueña cierta y únicamente cuando esta uno dormido. Se podrá decir que verdaderamente no es Uno el que sueña; o por lo menos, no del todo. Cada sueño me lleva, me pone de actor, de escenario, de director o de diseñador de vestuario. Yo, como aquella primera representabilidad, hacedor y hecho de síntesis, sueño con aquello de lo que no quiero saber. Así como en mi “mal paso” va parte de mi subjetividad, así como digo “sexualidad” en vez de “sociedad”, así como este brazo deja de moverse “sin razón aparente” y sin falla anatómica, así, sueño.
“El sueño es el guardián del dormir” (Freud, Ibid., p.245), nos dice Freud. Se avienta al aparato a un modo de funcionamiento distinto al de la vigilia, un modo de pensar distinto. El Yo se mueve de lugar al reposar. Una vez que el acceso a la motilidad es cerrado, por vía regrediente llegará la alucinación a los ojos cerrados, esas imágenes que uno sueña, a manera de película chafa del canal cinco, sin que tengan sentido, ya que éste se les dará (en su caso) cuando Yo despierte. El Yo mientras se duerme se va a cuidar las puertas del psiquismo, se va de guardia, de cuidador; y cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta. Esos ratones fiesteros y borrachos que intentan salir a como dé la gana. Esos ratones que, por vía de los procesos psíquicos primarios, se desplazarán y condensarán en múltiples representaciones en apariencia inocuas, se disfrazarán como baile de máscaras en Venecia y bailarán toda la noche. ¿Para qué? Para descargarse. Tal vez también para mostrarle al minino, guardián psíquico, una vez más y en un registro diferente, que no tiene el control.
Esta última afirmación habría que matizarla un poco. El Yo no tiene el control a medias, ya que harta chamba le ha costado a éste ligar, hacer diques, rodeos, caminos y represas para domeñar aquella cosa mortífera que está Más allá del principio del placer. Si bien los ratones hacen fiesta cuando el gato se va, éstos tienen que disfrazarse. No pueden andar, así como Gloria Trevi, de “pelo suelto”.
El gato, en su función de cadenero, está en su lugar, viendo hacia dos lados… y si a algún ratón se le ocurre querer salir sin suficiente disfraz, el cadenero censurador no le dejará pasar. Levantará ese modo de actividad psíquica que prima en el estado del dormir y el pobre soñante se despertará con no menos que un Jesús en la boca.
Llamémosle ya, no sin cierta cobardía al presentir que estamos invocando a los demonios, a éstos ratones por su nombre: se llaman Deseos, su apellido paterno Infantiles y el apellido materno, Reprimidos. Son “exteriores” a ese gato-cadenero que se llama Yo. Es cierto que no le competen, pero también es cierto que si no son de él, de nadie más serán… Esos deseos inconscientes, inconfesables son de aquel que sueña, aunque no los reconozca como tales. Su deseo es justamente aquello que lo hace soñar.
Démosle chance al Yo, que bastante negras se las ve a veces. Imaginémonos al pobre Yo atacado por todos los flancos. Atacado desde la realidad “exterior”, con una serie de estímulos de esa masa en movimiento como la define Freud desde 1895 (1895-2000, p. 353); jaloneado desde el Ello, exterior también, lleno de pulsión y de deseo; y atacado desde el Súper Yo, visto igualmente exterior, llamándole cochino por desear lo que desea. Al pobre Yo le llueve sobre mojado. Le ha llovido desde siempre, y lo mejor que ha podido hacer, en vistas de que las tiene de perder, es reprimir, vaya, como le llama en estos tiempos de la Traumdeutung, no sin ciertos desniveles, censurar: ordenar disfraces.
El Yo no es dueño de sí mismo, responde a distintos amos nos dirá después Freud (1923-2000). Desde un principio de la obra freudiana, en el mismo Proyecto, nos advierte que justamente “sí existe un yo, por fuerza inhibirá procesos psíquicos primarios” (1895-2000, p. 369) que amenazan constantemente con arrasar. Ese principio de inercia mortal, que para que no mate, tiene que ser moldeado, cambiado, dominado, aunque sea a medias y siempre con el miedo a que regrese con más fuerza. Esa fuerza que Freud llama pulsión, libido, energía, quantum. Cantidad que quiere descarga total, mortífera. Ese principio de placer que en un primer momento es sólo evitación de displacer. Evitación de lo libre, de lo no ligado, lo no representado. Para esto “nace” la primera ligazón, la primera gran representación: el mismo Yo. Endeble va haciendo su camino, su imagen, su narcisismo. Una vez ahí le ataca lo mexicano y empieza a querer sacar provecho de su nueva gerencia. Ya no sólo busca el alivio de la tensión, si no que busca, cual político, hacer trampa. El asunto es que ya en “su” dominio, será atacado sin que se dé cuenta, por la retaguardia. Los lapsus, los síntomas, el chiste, los sueños, las trabazones y tropezones amorosos le “atacarán” desde “dentro” sin que pueda hacer mucho al respecto. Tal vez solo a posteriori y análisis mediante.
Viene a mi mente un sueño de una analizante: sueña que ya tiene a su hija, bebé, recién nacida. Sueña que llega a casa de su mamá y en cuanto entra se la quitan de sus brazos. Su mamá agarra a la bebé, la mece un poco y se la da a su cuñada, que tiene ya dos hijos. La soñante pregunta a dónde se la llevan y las dos mujeres le dicen que estará mejor así, sin ella. Ella, en el sueño, intenta decir algo pero no puede. Ahí despierta.
En el momento del relato, el sueño para mí se explica por sí solo. La analizante llegó a tratamiento queriendo resolver sus “dos grandes problemas”. Uno de ellos es que no había podido conseguir trabajo en 6 años y el otro es que hasta hace poco decidió que siempre sí quiere ser mamá, para lo cual también se siente incapaz. Mientras yo permanecía callada tras su relato, ella comenzó a circular alrededor de temas ya “conocidos” por nosotras: su inseguridad respecto a sus capacidades; el imaginar lo difícil que podrá resultar ser mamá “soltera”, al tener que balancear trabajo (que ya tiene) y maternidad; lo difícil que le es mantener una relación “positiva” con su familia, al estar en desacuerdo en muchas cosas de cómo la educaron y que siente la llevaron a negarse la posibilidad de ser madre por mucho tiempo, el juicio que siente por parte de su familia al querer ser mamá “tan tarde en la vida”, etc. Mientras escuchaba su asociar pensaba que también yo, aunque quería, no tenía algo que decir. Pensé en los clichés tan conocidos respecto a los sueños en análisis (en cómo sólo ahí comienza el psicoanálisis, en cómo estos son un regalo al analista, etc.) y me sentí frustrada por no tener alguna interpretación que aclarara el sentido de un sueño que parecía tan evidente. De repente vino a mí el recuerdo de una sesión meses atrás, cuando el tema de la maternidad comenzó a ser el principal de sus sesiones.
La transferencia funciona igual a los movimientos en los sueños. El analizante “me” lleva: me puede poner de actor, de escenario, de director o de diseñador de vestuario. A través de la identificación proyectiva los analizantes “nos lanzan” objetos para que nosotros los cachemos. Para ella he sido aliada y enemiga de su deseo. Ha habido momentos donde represento a aquel que la va a embarazar, ya que “juntas” haremos un hijo. En otras ocasiones he sido aquellos que le niegan la posibilidad (al no estar todavía embarazada). He sido pareja, madre y padre. Ahí sentí de golpe: en este sueño, soy la hija. Contraidentificación proyectiva le llaman. Al contraidentificarse, uno tiene de dos sopas, o actúas o intentas interpretarlo. Decidí comunicarle lo que el sentido común llamaría una intuición. Al decirle que en ese momento yo representaba a la bebé, la analizante se soltó llorando. Tras recobrarse un poco, me dice que tiene tiempo pensando que si llega a tener una hija, le llamará Paulina. ¡Zas! No sé quién fue la más sorprendida.
El sueño relatado pinta un futuro donde la analizante, a pesar de lograr tener una hija, no se la queda. Esa niña, tendrá una vida que no incluya a su madre, y ésta, quedará sin poder decir o hacer nada al respecto, totalmente inhibida, sin poder sentir, decidir o vivir, tal como le ha sucedido tantos años de su vida adulta en relación con sus deseos.
Nuestra apuesta es cuestionar justamente esto. La apuesta psicoanalítica es tirarle una bofetada a la tragedia griega y empezar a hacer camino nuevo. Se trata de aprender que hay distintas maneras de vivir, distintas formas de gozar y de morir. La apuesta psicoanalítica es dejar de mentir. Dejar de mentirse primero a uno mismo, para después ir siendo honestos con los demás, aunque éstos se puedan asustar. Es aprender que si ciertamente no hay Uno, ni en dios ni en átomo, uno puede aprender, por fin, a vivir (Derrida, 2005).
“La tesis del Profesor es pues aplastante y comprometedora,
y sacude lo bastante como para pretender luego
-cerrar los ojos a lo que ilumina;
a algunos nos seduce lo bastante
como para gastar en ello nuestra propia vida,
paradójicamente, para apropiárnosla”
David C. Flores
Bibliografía
- Calderón de la Barca, P. (2009). La vida es un sueño. México: Porrúa.
- Derrida, J. (2007). Aprender por fin a vivir. Entrevista con Jean Birnbaum. Buenos Aires: Amorrortu editores.
- Flores, D.C. (1999) Sueños y cadáveres. Monterrey: Edición privada.
- Freud, S. (2000). La interpretación de los sueños. En J.L. Etcheverry (trad). Obras completas. (vol. 4) Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado en 1900)
- Proyecto de psicología para neurólogos. En J.L. Etcheverry (trad). Obras completas. (vol. 1) Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado en 1895)
- El yo y el ello. En J.L. Etcheverry (trad). Obras completas. (vol. 19) Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado en 1923)
- Roustang, F. (1980). A quien el psicoanálisis atrapa… Ya no le suelta. México: Siglo veintiuno.
[1] Segismundo en el fin del segundo acto de La vida es un sueño de Calderón de la Barca.
[2] “Träume sind Schäume”, es decir, que los sueños son espuma.
Imagen: freeimages / aschaeffer
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