Penélope Vázquez

México, se ha caracterizado a lo largo del tiempo por ser un país altamente religioso y con valores morales extremadamente altos, resultado de su propia historia y organización social.

El proceso de la cultura en nuestro país es el resultado de la cosmovisión que se ha regido por 500 años, desde la conquista española.

El episodio de la conquista ha sido de gran importancia para la formación de todas las prácticas y roles en la sociedad. El transcurso de la historia, que nos ha llevado a adquirir y poseer el nombre de mexicanos comienza en esta etapa. En un principio, como todo territorio conquistado, estábamos obligados a llevar el nombre de los conquistadores “El Virreinato de Nueva España”, posteriormente migrado en Sentimientos de la Nación (1813) a “América Mexicana”; “Imperio Mexicano” durante el período de Agustín I; para la Constitución de 1824, “Nación Mexicana”; durante la presidencia de Ignacio Comonfort, en la Constitución de 1857, se hace llamar “República Mexicana”; pero posteriormente, toma el nombre de “Segundo Imperio Mexicano” tras la segunda intervención francesa con el emperador Maximiliano I y es hasta 1917, que se le da el nombre oficial de “Estados Unidos Mexicanos”.

La importancia del nombre de nuestro país es tan importante como el nombre propio, en la búsqueda de la construcción de la identidad, esto permite dar certeza de lo que es y no es de México, de lo que pertenece y no a nosotros como país, de lo que se puede hacer y no.

La conformación de la identidad, no solo como país, sino como sujeto, corresponde a su vez, a una serie de preguntas que surgen para reafirmar ciertas condiciones preestablecidas en el imaginario social: ¿quién soy?  ¿de dónde provengo? ¿qué hubiera pasado si…?

Y con esta última interrogante me quedó para abrir la siguiente narrativa, que pretende proponer una utopía psicoanalítica situada en los años 30:

Corría el año de 1933, Alemania se encontraba en una crisis económica fuerte, que había dejado a muchas personas sin empleo, con una deuda extenuante a causa de la I Guerra Mundial, una crisis política de registros partidarios múltiples, se vivió a partir de 1930, sin embargo un partido político, que comenzó con pocos seguidores, empezó a crecer: El Partido Nacional Socialista de los Trabajadores, que con sus propuesta de re edificación de Alemania, así como la fuerza, dinamismo y entereza de uno de sus líderes: Adolf Hitler, se ganó la estima y admiración de los votantes.

Tras una gran pérdida de votantes de los opositores, el 30 de enero de 1933, Von Hindenburg, nombró Presidente a Adolf Hitler, quién posteriormente formaría una dictadura en la búsqueda de la “Sociedad Ideal Nazi”, eliminando todo lo que “no era alemán”.

A causa de estos ideales, hubo una fuerte persecución hacia los judíos principalmente, ya que consideraba que eran un peligro para la nación y el 10 de mayo de 1933, se llevó a cabo una incineración en Berlín de obras literarias de diversos judíos como acción contra el espíritu anti alemán. 

Dentro de estas obras, se encontraban las de Sigmund Freud: 

“Contra la sobrevaloración de la vida sexual, destructora del alma y en nombre de la nobleza del espíritu humano, ofrezco a las llamas los escritos de un tal Sigmund Freud”.

Sigmund Freud, como sabemos era un médico vienés, de ascendencia judía, quien estaba proponiendo una nueva perspectiva psicológica llamada: Psicoanálisis.

Freud, quien vivía en Austria, se mantenía confiado de la tranquilidad que le ofrecía su hogar, sin embargo, unos años más tarde, el 11 de marzo de 1937, los alemanes entraron a Viena, dificultando el proceso de emigración de los judíos, por lo que Freud y toda su familia habían quedado atrapados en Viena.

El mundo tenía sus ojos puestos en la Alemania Nazi, que había extendido sus ideales en muchos otros países como Italia, Japón y España, este último no anexado a lo que se conocería como el Eje, debido a que sufrían estragos de su propia Guerra Civil.

En un mundo conflictivo, Freud esperaba la posibilidad de salir de su país. Marie Bonaparte, quien fue su paciente por muchos años y psicoanalista, que además era princesa de Grecia y Dinamarca, intentó llevarlo a Francia, sin embargo, la invasión de los nacionalistas había acaparado una gran parte de este país. En 1938, muchos países promovieron el refugio de la población perseguida, en España, en Alemania, en Austria y en Francia. 

Durante los primeros meses de 1938, tomó el cargo de cónsul mexicano en Francia Gilberto Bosques Saldívar, puesto en el cargo por el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos: Lázaro Cárdenas del Río. 

Bosques Saldívar, realizó muchos movimientos administrativos para refugiar a una gran parte de las poblaciones perseguidas, consiguiendo visas de tránsito y pasajes de barco. Marie Bonaparte, al enterarse de su trabajo, se acercó a él para tramitar la salida de la familia Freud de Viena.

En México, muchas de las sociedades y asociaciones que integraban lo que llamaban el Socorro Rojo Internacional, habían solicitado al Presidente Lázaro Cárdenas le diera asilo al reconocido Dr. Sigmund Freud.

En ocasiones anteriores, ya se había logrado refugiar a algunos de los personajes perseguidos, unos años antes el famoso político y militar de la Unión Soviética León Trotsky había sido recibido en la nación (1936), quien gestionó su traslado fue el famoso pintor Diego Rivera.

En esta ocasión, la gestión principal en México, estuvo a cargo del ya famoso y renombrado poeta, ensayista, dramaturgo e historiador Salvador Novo, quien era un ferviente admirador del Dr. Freud, apoyado por el grupo al que pertenecía: “Los Contemporáneos”.

Para la salida de Austria, Freud tenía que pagar una multa de 35.000 chelines, que fueron pagados por Marie Bonaparte para llevarlo a Francia y ahí, el 25 de mayo de 1938 zarparía el buque Sinaia hacia el puerto de Veracruz.

Después de 19 días de navegación, finalmente el 13 de junio de 1938 llega el buque a los Estados Unidos Mexicanos, el Dr. Freud y su familia (incluyendo a su perrita chow chow Lün II y su médico particular) es recibido por Salvador Novo y el representante mexicano de la Sociedad de Naciones Isidro Fabela, quien en marzo del mismo año, fue el único de los representantes de los países que formaban la Sociedad que había protestado por escrito la anexión de Austria a Alemania.

Pasaron un día en el puerto de Veracruz, y a las 10:00 am del 14 de junio abordaron el tren Mexicano con destino al Distrito Federal. La ruta del tren incluía las paradas principales: Orizaba y Córdoba en Veracruz, Esperanza en Puebla, Apizaco en Tlaxcala y finalmente el Distrito Federal.

Al arribar al Distrito Federal, el Dr. Freud y su familia, acompañados de Salvador Novo, fueron recibidos por el Jefe del Departamento Central Cosme Hinojosa, quién puso a su disposición una residencia ubicada en la Delegación Foránea Coyoacán, donde residían los intelectuales de la época, que contaba con varias habitaciones y un amplio jardín lleno de flores.

Tras unos días de familiarizarse con su nuevo entorno, el 27 de junio de 1938, el Dr. Freud y su familia fueron invitados por el Presidente Lázaro Cárdenas del Río a la nueva residencia oficial “Los Pinos”, en donde se realizó una ceremonia de bienvenida, cuyos protocolos incluían una reunión privada con el Presidente y una cena donde acudieron las personalidades intelectuales más importantes de la época como Salvador Novo, el pintor Diego Rivera, la pintora Frida Kahlo, el escritor Octavio Paz, el refugiado político León Trotsky, el Director del Manicomio General de la Castañeda Dr. Alfonso Millán Maldonado, impulsor del Psicoanálisis en la Academia de Medicina, el Dr. Manuel Guevara Oropeza, quien en 1923 había escrito una tesis titulada Psicoanálisis y el Dr. González Enríquez, quien había cuestionado los temas religiosos en México basándose en Tótem y tabú y por supuesto, la gran amiga de Freud y princesa de Grecia y Dinamarca: Marie Bonaparte.

El menú incluía una amplia gama de exquisiteces internacionales, tomando en cuenta la afición de Freud por la gastronomía, las pláticas rondaban entre reconocimientos y agradecimientos a su trabajo, así como dos invitaciones formales: al manicomio de La Castañeda y a una exposición privada de arte en su honor dirigida por Diego Rivera en el Palacio de Bellas Artes.

El 11 de julio, se recibió a Freud en las instalaciones de La Castañeda, ubicado a las afueras del entonces Distrito Federal, ahora Ciudad de México, en Mixcoac, donde se le presentaron los planes establecidos por la Liga de Higiene Mental, cuya función principal era la prevención de trastornos mentales graves.

El manicomio contaba con más de 3,000 pacientes, cuando su ocupación planeada era de menos de 1, 500. Una de las observaciones realizadas por el Dr. Freud fue la falta de filtros en la recepción de los pacientes, argumentando y exponiendo la conveniencia que encontraba en el sector acaudalado de la población para deslindarse de sus familiares con poca adhesión a las normas morales que regían en las familias mexicanas, así como incompetencias en el área clínica, tanto en la precaria profesionalización de los médicos a cargo, como en el desacertado método que se utilizaba hasta el momento.

A partir de esta reunión y la mudanza de la sede de la Asociación Psicoanalítica Internacional al territorio mexicano, comenzó la reestructura del sistema de higiene mental que se tenía hasta ese momento, empezando con la adición de otros gremios interesados en el Psicoanálisis como los juristas José Ceniceros, Raúl Carrancá (quien años antes había enviado a Freud su texto titulado Tratado de Derecho Penal y que Freud llevaba consigo al salir de Austria), Alberto Vela, Juan González Bustamante y Francisco González de la Vega, para continuar con la implementación de departamentos de salud mental en las clínicas públicas ya antes establecidas a nivel nacional, utilizando el método psicoanalítico propuesto por el Dr. Freud. Asimismo, la profesionalización del gremio médico hacia el Psicoanálisis, a cargo de la Universidad Nacional Autónoma de México, comenzó su primera generación hasta el año de 1947, con los pioneros: Santiago Ramírez, Ramón Parres, Rafael Barajas, José Luis González, José Remus, Avelino González, Estela Remus, Víctor Manuel Aiza, Francisco González Pineda, Fernando Césarman, Carlos Corona y Luis Feder.

El Psicoanálisis pasó de ser un movimiento científico externo a un tema nacional, cuyos escritos acaparaban los titulares de la prensa nacional, al que todas las personas, sin importar su condición social tenían acceso, tanto en estas publicaciones como en las instituciones públicas de salud.

Para el día 13 de julio, la agenda de actividades programadas llevó al Dr. Freud a asistir a una gala artística privada (imagen 4), en el recién inaugurado Palacio de Bellas Artes (1934), donde se presentaron murales de artistas de renombre: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. La ceremonia corría a cargo del escritor Octavio Paz, quién en su discurso de inauguración presentó el borrador de lo que posteriormente, le daría el reconocimiento internacional y años más tarde, junto con otros trabajos, el nobel de literatura: “El laberinto de la Soledad”, que proponía un análisis desde el método psicoanalítico de la sociedad mexicana hasta ese momento.

Dentro de los invitados, se encontraba la pintora Frida Kahlo, cuyas raíces alemanas y el conflicto europeo la motivaban e identificaban con Freud, al punto de tener una influencia radical en su obra, conduciéndola a presentarle el boceto de lo que posteriormente sería “Moisés (o núcleo solar)” (imagen 5), inspirado principalmente en “Moisés y la religión monoteísta”, escrito de Freud, cuya publicación oficial ocurrió en 1939, pero que fue tema central en la cena oficial de “Los Pinos”.

El Psicoanálisis había revolucionado todo, era el tema del que todos hablaban, la XEB constantemente tenía invitados y para finales de 1938, la Asociación Psicoanalítica Internacional contaba con su propio espacio en esta emisora. El Periódico “El Nacional” había designado una sección titulada Psicoanalistas en México, que a diario tenía columnas sobre el trabajo del Dr Freud y lo que se estaba llevando a cabo en este país. Así mismo, Salvador Novo, junto con los Contemporáneos y el escritor Octavio Paz, revivieron la Revista Mexicana de Cultura, que ahora pretendía anexar el Psicoanálisis con interpretaciones artísticas, de diferentes y nuevos autores, promoviendo también la interpretación a la mexicana.

Había movimientos feministas, encabezados por Esther Chapa, Matilde Rodríguez y María Lavalle, que constantemente apoyaban el pensamiento psicoanalítico, procurando en sus Congresos y luchas, la ideología propuesta por Sigmund Freud, enfocándolos en el terreno de lo femenino y utilizándolos como medio para lograr su participación activa en las siguientes votaciones electorales.

Sin embargo, como es de imaginar en un país como el nuestro, existía el grupo de ultra derecha, apoyado por la Iglesia, en el que destacaba Salvador Borrego con la inconformidad de mantener a los judíos en los Estados Unidos Mexicanos y apoyando el nacionalismo alemán, el periódico Excelsior destacaba por encabezados que calificaban de pervertidos e hipersexualizados los estudios psicoanalíticos, formando grupos pro familia, que pretendían a nivel político enfrentar las decisiones del Presidente Cárdenas y a nivel social, cuidar la salud mental de los niños, evitando a toda costa pensarlos como seres sexuales.

El grupo de ultraderecha fue perdiendo credibilidad conforme avanzaba la guerra, sin embargo, muchas de sus ideas conservadoras y tradicionalistas hacían eco en la población mexicana y no daban cabida a la propuesta del Psicoanálisis.

Con múltiples altibajos, los trabajos psicoanalíticos fueron reconocidos poco a poco, convirtiendo a México en la cuna de Psicoanalistas de todo América Latina, económicamente el país se restableció, había mucha investigación en México y el impacto a nivel social invitaba a la población al saber, al conocerSE y analizarse. 

La cultura precolombina cobró gran interés, se fortalecieron los ámbitos educativos y se integró a la mujer a la educación obligatoria.

Debido al tema de salud del Dr. Sigmund Freud, sus apariciones públicas disminuyeron, el Psicoanálisis seguía sostenido por la API y por los intelectuales mexicanos. 

Para el 23 de septiembre de 1939, los dolores causados por su cáncer y sus múltiples operaciones del maxilar inferior, habían llegado a su clímax, por lo que Freud, solicitó a su médico particular Max Schur, que le implementara una sobredosis de morfina para terminar con su agonía.

Aquí no terminó el Psicoanálisis, apenas comenzaba…

Con esto concluyo la narrativa utópica propuesta para dar paso a la indagación de lo que la interrogante de apertura promueve:

Los resultados de esta utopía psicoanalítica, sin duda nos llevarían a efectos completamente distintos de la sociedad que hoy conocemos, poniendo en duda los temas religiosos, sexuales, políticos, económicos y de organización social en nuestro país. Pero bienvenidos a la realidad.

Ser mexicano, quizá es una de las primeras identidades que debemos asimilar. Desde que nacemos, llegamos a este país, ya armado, con normas pre establecidas, con una historia que se hace presente todo el tiempo.

Negar esta primera afiliación, es negarnos no sólo como parte del país, sino como resultado del mestizaje, del entramado social, de nuestra familia, de nuestro mundo. 

Conocer nuestras raíces, es conocernos a nosotros mismos, es entender nuestra historia, aceptarla y enfrentarla, ¿Hasta qué punto necesitaríamos un análisis social? ¿Hasta qué punto necesitamos afrontar la realidad de nuestro país?

Pensaba en un principio en toda esta historia respecto del nombre, en todo el conflicto de asimilarse como lo que somos, porque hemos sido todo, pero en realidad es porque no somos nada, estamos en esta búsqueda constante de aceptación, de llenar el vacío resultante de una historia violenta, de ser ultrajados, sobajados, discriminados, pero no pasa nada. Nunca ha pasado nada.

El recorrido histórico de los nombres, deja ver como dice Octavio Paz, estos momentos de lucidez, estos momentos de reclamar lo propio, sin embargo se termina perdiendo, se termina aceptando.

¿Qué es ser mexicano? En el laberinto de la soledad se retratan dos tipos de mexicanos: el activo y el pasivo. El chingón y el chingado. El que en palabras Hegelianas se debate entre la verdad y la certeza, pero nunca culmina en el Espíritu. La dialéctica del amo y el esclavo que se repite una y otra vez sin llegar a una autoconciencia. 

Quizá pensar que somos lo que somos por una historia cruel, en la que se han perdido nuestras raíces, en la que se han inculcado nuevas formas de vida, no sea tan fácil de asimilar, porque nos hace constantemente volver a sentirnos ajenos, a no encontrar el lugar de dónde partimos y mucho menos hacia dónde vamos, nos fragmenta.

Fragmentados, desahuciados, confundidos, solos, a la deriva, esperamos un milagro, una utopía que nos dé certeza del ser y verdades sobre las que avanzar, analogía de las historias clínicas, del sentir y del vivir de los pacientes. ¿No somos también síntoma de la sociedad?

Octavio Paz ofrece dos situaciones parteaguas en nuestra búsqueda de identidad como mexicanos. 

La primera está representada en la Revolución, definiendo lo nuestro a partir de la devolución y reparto de las tierras, las escuelas rurales, las obras de irrigación, entre otras cosas, que si bien, eran una representación amorosa a nuestro territorio, fueron insuficientes.

La segunda situación alude a la expropiación petrolera que, a modo de adjetivo posesivo, otorga pertenencia. Pertenencia, pero no identidad.

Dos intentos fallidos de la independencia, de la identificación y de la libertad. Ahora, eso que parecía nuestro, ya no lo es más. Si en un primer momento, en los primeros años de desarrollo de México, encontrar nuestro lugar era una tarea desgastante y agotadora, el fenómeno capitalista, de globalización, nos aleja mucho más de nuestras raíces y de entendernos como sociedad constituida a partir de su historia.

Ahora la historia es de todos, la historia la hacemos entre todos ¿pero si pertenece a todos, no será que en realidad no le pertenece a nadie?

Considero que el ideal de la formación de identidad del mexicano debería partir por la aceptación de su propia historia, por asumirse como producto de un padre derrocado y una madre injuriada, madre, que voltea su rostro hacia “el otro”, madre que abandona, padre debilitado, frágil. 

El mexicano es criado en una familia reconstruida, en el que se juntan los opuestos, en el que se con / funden las prácticas.

Quizá pensar que el padre original es tan débil, propicia la negación, elimina la posibilidad de identificación y deja a la deriva a la nación. Pareciera que seguimos en búsqueda de un padre, un padre con quien identificarnos, una patria real. ¿Acaso será esa la razón de pensar en una utopía? ¿Acaso esperamos ser adoptados y rescatados de nuestra orfandad?

En un proceso analítico, esta historia cabría en varias representaciones neuróticas, o en algunos casos, en lo psicótico. Sin embargo, ser adoptados y esperar que el Otro nos otorgue su ser para ser, no solucionaría nada, la respuesta no está en los otros. La respuesta no está en la utopía. 

La cura psicoanalítica propone el reconocimiento de uno mismo, el diálogo interno, la aceptación y la realización a partir de las realidades, la independencia y la autonomía, la apertura, el amor propio, el amor a nuestros iguales, la completud. Todas estas características son las que faltan en nuestra sociedad, pero es más fácil inventarnos historias, poner en los otros el acto heroico ¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano?

Cuando hablamos de la identidad de los mexicanos, cabe mencionar una diferencia con las mexicanas. La idea de la madre que abandona para ser abandonada, nos encauza a omitirla, no solo a esa primera madre, sino a todas, a todos los atributos femeninos porque “nadie quiere parecer niña”. Las mujeres han sido en función de los hombres, son, hasta el día de hoy lo que ellos dicen que deben ser, los atributos esperados están dados por el sexo masculino, la mujer representa el deseo del hombre, pero no tiene deseo.

El más claro ejemplo de la mujer mexicana es la madre, madre abnegada, sufrida, pero lo suficientemente fuerte para aguantar las “pruebas de la vida”, la responsable de los actos del hombre, la mediadora, la contenedora, el mueble, la cosa, o como diría Octavio Paz: la chingada. 

El hombre chingón chinga a la mujer chingada. El hombre aspira a chingar, la mujer no tiene aspiración, la mujer es el complemento perfecto para el chingón. Es curioso que todas las palabras utilizadas para referirse a un acto de valentía, de fortaleza, de reconocimiento están asociadas con el miembro viril, todos quieren ser la reata, nadie quiere ser la rajada, ningún hombre debe rajarse, eso le quita lo hombre.

¿Cómo no va a existir la envidia del pene? Si el chile representa lo más chingón, te hace ser la pistola. Ser mujer es estar rajada, poseer un tesorito que solo el que sepa cavar se llevará, ¡coño! Qué coraje da una pucha, esas no se respetan.

Las cualidades genitales femeninas sólo pueden ubicarla en el regalo otorgado al hombre o en el enojo de una mujer fácil, esa misma mujer que abandona, que se va con otro, que entrega el tesoro a quien no le pertenece.

Pareciera que el mundo actual, la globalización, la apertura sexual, los movimientos feministas, nos están otorgando una identidad, sin embargo, creo que estamos lejos de eso, apenas nos están visibilizando, pasamos de ser un mueble inútil, a ser una herramienta necesaria, pero no todavía a ser un sujeto. ¿Hasta cuándo se curará la herida edípica?

Ser mujer mexicana, es una tarea sumamente complicada, porque además de la identidad nacional, que deja a la deriva, la identidad sexual, invisibiliza. El trabajo es doble, sólo destacan las mujeres fálicas, las que niegan lo femenino, las que a través de falos de reemplazo se colocan en la sociedad. No, no es un problema de terminología “machista”, es una realidad.

Opino que, como mujeres, tenemos la necesidad de replantear este papel, no de demostrar que somos mejores, sino de definirnos, de amarnos, de aceptarnos y entonces, empoderarnos. Las peculiaridades de lo femenino, no deben estar puestas en palabras del otro sexo, deben ser delimitadas por las mujeres.

Me gustaría concluir con la tercera identidad que nos resuena en la utopía: la de psicoanalistas. ¿Qué nos hace psicoanalistas? ¿el método? ¿la teoría? ¿la clínica? 

¿Se podrá sublimar este deseo de ser adoptado, de buscar un padre hacia el Psicoanálisis? Quizá para muchos ha representado salvación, o reconocimiento, quizá refugio, amparo, respuestas y dudas.

El Psicoanálisis no es una cosa establecida, no es algo dicho, no es algo formado, es algo cambiante, móvil, que evoluciona, que se mueve y que mueve. Formarse en Psicoanálisis implica una serie de movimientos. 

La identidad del psicoanalista se construye, no en la clínica, no en el Instituto, se construye en el pensamiento, en el ser. 

¿Estamos haciendo Psicoanálisis o tan solo reproducimos la teoría en el consultorio? Ser psicoanalista no ocurre en un lugar, ni en un tiempo ni en un espacio, es esencia. 

No necesitamos que el Psicoanálisis evolucione a partir de una utopía, es atemporal, siempre es momento de analizar, despojémonos del concepto, pensemos en el significado, revolucionemos, llevémoslo a la realidad, al México de hoy, al México dolido. Quizá el resultado utópico nos permite pensar ¿hasta dónde queremos llegar?

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