“Un día normal en Pandemia”

Analista en formación: Nicole del Rincón 

Incertidumbre, miedo, angustia. Nos encontramos frente a un virus que nos obliga a replantearnos la existencia de manera constante. Un caso, una ciudad, un país, y así sucesivamente hasta resultar en una pandemia. Vino a posponer y eliminar planes, sueños, relaciones, incluso la sobrevivencia per se. ¿Qué sabemos de esta enfermedad? Prácticamente nada. Los distintos medios de comunicación a nuestro alcance nos bombardean de noticias: falsas algunas y otras que dicen la verdad a medias; todo con el fin de evitar el pánico o, por el contrario, fomentarlo. Las teorías conspiracionales para explicar lo que vivimos se hacen más presentes que nunca, como que es “un virus creado por y contra el ser humano” o que simplemente “no existe”, al igual que como sucede con la religión, algunos basan y justifican sus paradigmas y encuentran “respuestas” en la figura de un Dios punitivo, al que endosan el origen de este mal ya que a su ver, busca “castigarnos” por lo que le hemos hecho al planeta en el que vivimos, y por otro lado se busca el regocijo y refugio en él mismo para la supuesta salvación.

Por otro lado, ambivalente, la perspectiva científica como la mejor aliada y los profesionales de la salud como nuestros representantes, mientras aquellos en cargos políticos son cuestionados por unos y vitoreados por otros.

Podríamos pensar que por fin nos entendemos porque compartimos la misma situación a nivel mundial, sin embargo, no es así. Para algunos esta situación la definen o conceptualizan como un tiempo para la reflexión y reconexión consigo mismos; para otros, esto es una crisis sumamente agobiante. Algunas personas lo definen como el tiempo que necesitaban de descanso y aun sin salir de casa se siente como si fueran vacaciones; en situación diametral habrá quienes lo consideren, una tortura y una constante angustia por sobrellevar las deudas y comprar lo indispensable para sobrevivir, desde su definición de aquello que es imprescindible. Unos exigen que se cumpla la cuarentena desde la comodidad de su hogar; otros no tienen ni siquiera la opción de resguardarse en una casa ya no digamos hogar. Unos ven las noticias y rezan; otros se encuentran preocupados por sus seres queridos en un hospital, o incluso con cicatrices que sanar. Misma pandemia, diferentes situaciones; y aunque la enfermedad no distingue niveles socioeconómicos, religión o género, vemos que hay unos que resultan con más suerte que otros y que su asimilación de las consecuencias se viven y se asimilan con un mejor manejo de inteligencia emocional.

Al momento en que escribo nos encontramos al borde, México en la fase 3 de una situación de salud sin precedentes, algunos con dos meses o más de encierro, pero conscientes de nuestra nueva realidad como desde el primer día, solo que un poco más inquietos. Son momentos para las acciones más nobles y solidarias, pero paralelamente para algunos es momento del “sálvese quien pueda”, tiempos en los que afloran nuestros peores monstruos internos que capitalizan para el yo todas las oportunidades de sobresalir y sobrevivir.

Recordemos cómo empezó todo, el virus nos parecía tan ajeno, como si no nos perteneciera el dolor y la preocupación de aquellos que se encuentran al otro lado del mundo. Pasaron días, ni siquiera meses, y ya contábamos con el primer caso en la capital del país. A su vez empezaron los mensajes de preocupación, las noticias falsas y las famosas compras de pánico, incluso en entidades en las que no se había presentado caso alguno. El papel higiénico, el gel antibacterial y los desinfectantes se convirtieron de la noche a la mañana en artículos suntuosos, y la canasta básica ya amplió sus componentes.

Bien, es verdad, que previamente hemos experimentado el miedo colectivo, sin embargo, puedo aseverar que es la primera vez que la humanidad experimenta una tragedia de alcance global a través de las redes sociales. En el mejor de los casos, esto nos mantiene unidos e informados; en el peor de ellos, la comunicación inmediata favorece al chisme y la divulgación de información que solo provoca miedo y confusión.

Esta pandemia alejó a algunos de las decisiones cognitivas y los empujó a la irracionalidad, ven lo que hacen otros y desean replicar todo lo que hacen porque suponen que tienen información que el resto no y desean evitar cualquier percance por no seguir los patrones de comportamiento que implementa el otro por tener u ostentar información de carácter reservado o especial.

En este momento, las acciones emprendidas por el ser humano promedio están regidas o fundamentadas por el pánico y es éste mismo el que puede replicarse y generar fenómenos que, aunque se dan de primera instancia en privado y de manera aislada, por las redes sociales se puede generar un efecto multiplicador y expandirse de manera exponencial, como un efecto devastador de conciencias y comportamientos tan graves y letales como el propio virus.

¡Un verdadero capítulo parteaguas de la historia humana nos está tocando vivir! Un día nos creemos invencibles, con la tecnología y la naturaleza a nuestros pies, omnipotentes. Al día siguiente vemos resurgir a la naturaleza, cobrar factura, y la tecnología no se da abasto, porque al final del día nos damos cuenta que el tacto humano, el uno a uno, el frente a frente, vale, pesa, aporta e importa más. Qué ironía que todos los gestos amorosos físicos, que son tan importantes para el ser humano durante su vida, se hayan convertido en un arma letal y que algo que tomamos por sentado, algo tan básico pero indispensable como el respirar, para algunos casos tenga que ser de forma asistida y artificial con peligro de contagio para quien auxilia.

Relaciono todo esto con una crisis que nos obliga a volver a empezar. Volvemos a nuestras casas, al útero. Y como describo al principio, lo que es fortuna para unos, es desgracia para otros. Porque la tragedia en este caso no se reduce solamente a la enfermedad, para unos, estar en casa representa más riesgo por el hecho de que viven con un agresor que no ataca los pulmones sino la mente y el cuerpo, o hay quien pensaba que no tendría problema en quedarse en casa, y resultó desconocer con quien compartía techo. Desde que mantenernos en casa es lo único que podemos hacer para ayudar, en México aumentaron los maltratos, los feminicidios, el abuso de alcohol y sustancias prohibidas, entre otras desgracias, y la OMS advierte otra pandemia de enfermedades mentales. Partiendo de esto último ¿Qué nos toca a nosotros como analistas? Solo me viene a la mente el ¿Cómo?, ¿Cómo ayudar al otro si nos encontramos en el mismo hoyo desconocido? Aquellos con nuestra formación, el protocolo de las toallitas de cloro y los cubrebocas no es nada comparado con la tarea diaria de desinfectar la mente. Nos vemos en la necesidad de adaptarnos, de recibir y ofrecer consultas en línea, de eliminar todos los prejuicios que podríamos tener en cuanto al tratamiento a distancia, de aceptar que hoy podemos tener a un paciente y el día de mañana ya no esté (que aunque ya pasaba, ahora sea más recurrente), de sentir la impotencia al otro lado del teléfono de una persona que está sufriendo las violentas repercusiones de quedarse en casa, de ver detenidos ingresos porque nuestro paciente se quedó sin trabajo y tiene otras prioridades, o en mi caso y para los que recién iniciamos, posponer el sueño de estar en un consultorio con pacientes fijos.

A partir del estudio psicoanalítico, se puede ver que lo que se está contagiando con mayor rapidez no es el virus, sino la angustia de muerte que este mismo ha desencadenado y que se está propagando como ningún otro virus en la historia. Parece increíble que algo tan pequeño e invisible al ojo humano en la cotidianidad pueda desencadenar los horrores más profundos, las fantasías más hostiles y más agresivas, y vuelve a nosotros y viene para comprobar que lo inconsciente es real, el aspecto más primario, primitivo y salvaje de lo inconsciente: el ello.

En esta cuarentena se hace distintivo en el discurso común la comida como el mejor amigo de la ansiedad y el sueño como la mejor manera de evitar el presente o la realidad. Si hay algo que tenemos en común es la angustia e incertidumbre hacia esto que no conocemos, que no sabemos de dónde viene y cuándo cesará, si enfermaremos y si sobreviviremos; porque se tiene esta constante afirmación de que nada de lo que hagamos nos mantiene a salvo. Hay para quienes la amenaza del virus activa rasgos persecutorios propios y los lleva a extremas medidas de seguridad que se transforman en grandes rituales obsesivos. Otros, con rasgos más fóbicos se sienten más cómodos y seguros permaneciendo en casa, y aquellos que llevan un mundo social intenso, padecen esta limitación con mayor intensidad.

Por otro lado, hay quienes padecen trastorno de estrés postraumático, trastorno obsesivo compulsivo u otras formas de ansiedad que se ven sumamente afectados; sin mencionar a unos cuantos más que las desarrollen a partir de esta situación.

“Estamos atravesando una crisis en todos los aspectos”, es lo que escuchamos por todos lados hoy en día. Si se busca la definición de la palabra “crisis” en la RAE, encontramos que viene del griego krisis, la cual deriva del verbo krinein, que significa “separar” o “decidir”. Crisis es algo que se rompe, y por eso mismo hay que analizarlo. 

La crisis nos obliga a pensar, por lo tanto, produce análisis y reflexión, lo cual posiblemente genere cambios.

Ahora que somos forzados a estar encerrados y nuestra única manera de contacto es a partir de la tecnología nos vemos obligados, así mismo, a un momento de introspección, de convivencia con uno mismo; también estamos viviendo un encierro interno, que se percibe sumamente angustiante, tajante e interminable. Sin embargo, hay muchas personas que no se dan el tiempo de realmente ver cómo la están pasando, podemos estar atentos a las noticias, trabajo, entretenimiento y diferentes maneras de matar el tiempo, pero es común que no se haga ese trabajo interno de conectar con nosotros mismos. Y todo se reduce al miedo, a la negación. ¿Qué hay en la mente que es tan temido y se prefiere evitar?

Pero usar ciertos mecanismos de defensa de manera recurrente tiene consecuencia, por ejemplo, el negar constantemente nuestro mundo interno y el que existan deseos y conflictos, en momentos como los que estamos pasando se hace tortuoso el estar con nosotros mismos porque todo eso ha sido forzado a no hablarse, no conectarse o sentirse. No obstante, se puede ver todo esto como una oportunidad para recrear internamente, para conocernos. Porque después de esta crisis, ¿quiénes vamos a ser? Pienso que es imposible volver a ser y pensar igual que antes de ella.

Estamos acostumbrados a una era de avances y prevenciones, a que ante cualquier problema hay una rápida solución, a que siempre hay algo o alguien que te pueda facilitar el camino, y esto nos viene a abrir los ojos frente a lo frágiles y mortales que somos. Y es que es tan desconocido para nosotros como lo es para aquellos que lo investigan y hay un constante bombardeo de información contrariada que genera confusión y angustia.

Sin embargo, como mencioné en un principio, todo esto genera una reacción diferente en cada individuo, podemos ver cómo la población se divide entre aquellos que la están viviendo de una manera sumamente angustiante, ya sea por la sobreinformación o por instinto de conservación, y, por otro lado, quienes se encuentran desesperados más no muestran señal de desborde. Y bueno, ¿En qué se basa esta diferencia? Fenichel (1945) afirma que:

De entre un grupo de personas expuestas a un mismo peligro real, es más probable que reaccionen con pánico aquellas que carecen de oportunidad de dominar su tensión de ninguna otra manera. Es más fácil dominar la angustia cuando se está por realizar una determinada tarea, o cuando se pueden realizar ciertos movimientos, que cuando se está obligado a esperar en reposo. (p.158-159)

Y es eso, probablemente el proceso sería menos angustiante si no tuviéramos que vivirlo encerrados y con la sobreinformación que solo genera más duda. A su vez, cada individuo reacciona de acuerdo a sus experiencias y con los mecanismos que mejor se le acomoden.

A pesar de que he mencionado solamente el lado negativo de las redes sociales, creo que, si se usan de manera positiva, podemos ver que favorecen la comunicación con el otro, nos ayudan a mantener a distancia nuestros proyectos y trabajo, y sí se hace de manera consciente y responsable, también el mantenernos informados ante lo necesario.

Por otro lado, podemos decir que se viven todas estas reacciones de angustia no solamente en el individuo, sino en un país entero y sus representantes. No importa que tan civilizada sea una nación, que tan primer mundo sea un país, no importa la economía, ni sus logros científicos; primero fue el miedo. Hoy vemos cómo incluso la ciencia se tambalea cuando hay un momento de profunda ansiedad.

Freud aseguraba que el sentimiento de pánico surge cuando una multitud comienza a disgregarse y las órdenes emanadas desde arriba dejan de ser obedecidas, cuidándose cada individuo solamente de sí mismo y restando atención a los demás (Freud, 1922). Y qué mejor ejemplo que nuestro México al inicio de todo esto, hubo estados que tomaron medidas incluso antes que la capital y que aquellas zonas que ya se encontraban contaminadas por el virus, la población empezó a concientizar y reaccionar antes de que lo ordenara el gobierno y no fue hasta que hubo presión por parte de sus ciudadanos y otros países que se tomaron medidas.

Hoy nos damos cuenta que la suma de conciencias a través de los individuos es lo que termina representándonos como país, que, aunque algunos nos frustramos ante la idea de que afuera hay personas que no siguen los protocolos sabiendo que en las redes nos muestran a otros países suplicando que esto se detenga, que vemos enfermos dando su testimonio, gobiernos creando medidas para evitar los contagios y profesionales esforzándose por encontrar una solución, sabemos que por otro lado vamos a encontrarle la otra cara a la moneda, la solidaridad y el apoyo representado de diferentes maneras, a veces en música y juegos de balcón a balcón, y otras en despensas para los que más lo necesitan: la humanidad; esa que se vuelve uno mismo a pesar de lo que vive el individuo, aquellos que se empatizan ante el esfuerzo y el dolor del otro. Ahora vemos que en cuestión de gráficas “uno” no es ninguno, pero para salvar el mundo “uno” hace mucho.

En unos meses o años más, aunque todo esto haya pasado, el 2020 quedará grabado en la mente de muchos casi como un trauma, precisamente porque como decía Fenichel “los hechos que no han sido anticipados son experimentados de una manera más violenta que aquéllos para los cuales hubo una preparación previa” (Fenichel, 1945, p.142). Todos vivíamos la esperanza y motivación del inicio de un nuevo año y nunca esperamos que nos fuera a tocar vivir algo de esta magnitud. Ahora mismo nos presentamos ante una guerra, aunque desarmados y sin visión. Son normales los sentimientos depresivos, de angustia, de miedo, de enojo, de frustración y cansancio; es normal que hay algunas personas que quieran pasar todo el día activo, así como también es normal quien quiera pasar todo el día acostado. Creo importante tener en mente que no somos los únicos viviendo estas emociones y que eventualmente todo esto va a acabar, aunque no sepamos cuándo. A modo de resumen, es normal que nos sintamos desbordados al no tener una rutina que nos contenga y organice, pero tenemos la oportunidad de ser más libres. Ahora está en nosotros el formar un nuevo contenedor, uno que se adapte a lo que estamos viviendo y que nos acoja de la misma manera que el anterior, aunque sabiendo que es uno temporal, porque posiblemente nos toque crear uno diferente para después, para un día normal sin pandemia.

 

Bibliografía

  • Fenichel, O. (1945). Teoría psicoanalítica de las neurosis. Barcelona, España: Paidós Ibérica, S. A.
  • Freud, S. (1922). Psicología de las masas y análisis del yo. Argentina: Amorrortu. Manuel. (2020). Pandemia y psicoanálisis [Audio podcast]. Recuperado de Spotify.
  • REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.3 en línea]. <https://dle.rae.es> [22 de Abril, 2020].