Por: Ana Acosta
¿Tienen alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las mujeres? ¿Tienen alguna noción de cuantos están escritos por hombres? ¿Se dan cuenta de que son quizá el animal más discutido del universo?… Era un fenómeno extrañísimo y en apariencia … limitado al sexo masculino. Las mujeres no escriben libros sobre los hombres… ¿Cuál podía ser pues el motivo de tan curiosa disparidad? ¿Por qué atraen las mujeres mucho más el interés de los hombres que los hombres el de las mujeres? Parecía un hecho muy curioso y mi mente se entretuvo tratando de imaginar la vida de los hombres que se pasaban el tiempo escribiendo libros sobre las mujeres. (Woolf, 1929, Pp. 39, 40)
Empiezo con esta cita porque es evidente que de 1929 a la actualidad, la posición de la mujer en la sociedad y la cultura, ha mejorado considerablemente, a pesar de lo mucho que puede mejorar aún. En su libro “Una habitación propia”, Virginia Woolf llega a la conclusión de que la voz de las mujeres no había sido escuchada ni tomada en cuenta, así como no habían tenido el espacio físico para desarrollarla; todo lo que sabíamos sobre ellas (y el mundo) era a través de la perspectiva masculina con todos los sesgos y desinformación que eso conlleva.
En pleno siglo XXI somos testigos de que si bien, se sigue peleando la igualdad de derechos entre los sexos, las mujeres ya tienen un lugar mucho más dignificado y reconocido, han sido capaces de ganarse los espacios que por siglos les fueron negados. La experiencia femenina ha sido ampliamente narrada por ellas mismas, se han sabido construir, deconstruir y reconstruir basado en lo que se ha escrito de ellas pero también basado en lo que ellas mismas piensan, sienten y experimentan. Si seguimos por la línea planteada por Woolf, han podido hacerlo gracias a su incansable búsqueda y obtención de una habitación propia. Esto lo tenemos claro, pero ¿cómo es ahora la vida de los hombres? ¿Tienen ellos una habitación propia para escucharse y re-pensarse? ¿Encuentran en libros o en otros varones referencias y modelos de aspiración que les ayuden a desenvolverse y desarrollarse en este mundo? Mi mente, como la de ella, se entretiene con estas y muchas otras preguntas sobre el sexo opuesto.
Las mujeres hemos sabido cómo, poco a poco, ocupar un mejor lugar en la vida pública, y me parece que ahora los hombres comienzan a dudar del suyo. Creo que las palabras de Elisabeth Badinter (1993) dan al clavo: “Hasta hace poco, la mujer era el gran desconocido de la humanidad y nadie veía la necesidad de interrogarse sobre el hombre. La masculinidad parecía algo evidente: clara, natural y contraria a la feminidad.”, las pertenecientes al género femenino hemos tenido que desafiar lo inherente a él mientras que los hombres no se han visto en esa necesidad, aunque “Las mujeres, en su voluntad de redefinirse, han obligado al hombre a hacer otro tanto”. (p.14)
En muchas ocasiones, a los hombres ahora se les trata como si fueran todos victimarios cuando muchos, si no es que la gran mayoría, han sido también víctimas de un sistema social opresivo y dominante. El sistema patriarcal, como modelo económico, social, religioso y cultural ha resultado dañino y limitante para los hombres también, pero es algo de lo que pocas mujeres estamos hablando.
Creo que parte de las labores del feminismo, debe ser hablar de su influencia sobre los varones. Sería más responsable y consciente e incluso podría ayudar a liberar a la teoría de estereotipos, sesgos y malentendidos; como movimiento sería más tomado en cuenta por la población en general una vez que exponga que todos (sin importar nuestro sexo) vivimos bajo el yugo del patriarcado y cómo es que eso nos afecta. Ahora que las mujeres tenemos la atención, es nuestro turno de hablar y escribir también de los hombres, y debemos hacerlo de forma que enriquezca el debate y mejore el desarrollo de nuestra cultura y sociedad.
Hombres y mujeres somos complementos, pero también testigos el uno del otro y por ende podemos ver cosas de la contraparte que escapan a su propia vista. En el consultorio psicoanalítico, tratamos de dar una nueva perspectiva a los pacientes, en palabras de Bion (1962) les “prestamos nuestro aparato para pensar”, en espera de que puedan procesar realizaciones y reflexiones sobre sí mismos de formas que antes no podían. Lo mismo puede hacer el feminismo por las masculinidades. El hablar de la supremacía del hombre y las consecuencias que ha tenido, nos obliga a dejar de ser indiferentes ante las desigualdades y distinciones en nuestro ser y actuar. Son insights que el género y las experiencias en el mundo nos impiden ver, pero que al hacerlo pueden liberarnos.
Todas las esferas de nuestra vida están dominadas por un sistema hegemónico patriarcal y en parte, ha sido labor del feminismo mostrar aquellos estereotipos e inclinaciones que actuamos sin cuestionar, como individuos y como sociedad. Poner estos temas sobre la mesa, es hacer consciente lo inconsciente para poder notarlo y cambiarlo. Flax (1990) dijo:
El género también estructura parcialmente la manera en que cada persona experimenta y expresa su yo… También puede haber diferencias basadas en el género en cómo uno forma, experimenta y mantiene relaciones íntimas con otros o cómo resuelve conflictos entre las demandas competitivas de la vida laboral y familiar. Estas diferencias no solo reflejan la influencia de los “roles de género” definidos externamente, si no que evocan y dependen de los sentimientos que son parte fundamental del ser. Por lo tanto, tales sentimientos no son fácilmente accesibles a nuestra conciencia racional, aunque puedan ejercer una poderosa influencia sobre lo que hacemos. (p. 27)
Si inconscientemente actuamos de acuerdo a nuestro género y si como afirma Judith Butler (1990) que el género no es algo que somos, sino que hacemos, podemos suponer que nuestro comportamiento e identidad de género, se va transformando con el tiempo y según las necesidades que nos impone la realidad contemporánea. Esto me lleva a cuestionarme ¿cómo se ha transformado la identidad masculina ante los cambios inevitables que ha traído el movimiento feminista?
Con la cuarta ola del feminismo en los últimos años, sobre todo en México hemos sido testigos de una vigorosa rabia y rebelión de las mujeres en contra del abuso y la violencia de género, aunado a la desigualdad económica, social y laboral que aún viven. Gracias a la tecnología y las redes sociales, esta ola ha tomado fuerza como ninguna otra en la historia del movimiento y como sociedad nos hemos visto forzados a ver, escuchar y reflexionar sobre él y sus reclamos. Personas de distintos contextos han encontrado voz y sosiego en el feminismo y han buscado la forma de pertenecer, volviendo a la interseccionalidad otra de sus marcas distintivas, puesto que ha sabido ampliarse e incluir poco a poco también a personas trans y masculinidades marginadas. Desde el llamado “activismo hashtag” como el movimiento del #MeToo, hasta los cambios políticos, económicos y sociales de los últimos 10 años, nos hemos encontrado inmersos en un mar de terminología feminista y caso tras caso de acoso, abuso y violencia que no han hecho más que abrirle los ojos a quienes permanecían escépticos o renuentes a devenir conscientes de la crisis.
Cada vez son más quienes se pronuncian como feministas o aliadas a la causa por diferentes motivos. En su mayoría, debido a que ellas o alguien cercana, han sido violentadas por un hombre o han sido afectadas por la brecha de género en uno o varios ámbitos de su vida. Las marchas del 8M y el 25 de noviembre han ganado concurrencia cada año y hemos sido testigos de que las mujeres han dejado la pasividad de ser “objetos” como lo planteaba el psicoanálisis en sus inicios y deviniendo “sujetos” ocupando un lugar activo en el mundo (Glocer Fiorini, 2015). Las vemos y escuchamos gritando consignas como “el que no brinque es macho”, claramente con una connotación negativa, confrontando e invitando a la reflexión con carteles que leen “No te incomoda mi feminismo, te incomoda tu machismo” o amenanzantes del tipo “Que tiemblen los machistas, que América Latina será toda feminista”. Esto mientras toman las calles rayando paredes y monumentos, en un intento de apropiarse de espacios y actitudes que les han sido prohibidos, así como buscando intimidar e incluso agredir a los hombres que osen cruzarse en su camino, por lo menos un día al año, como han hecho ellos por milenios. El sistema patriarcal que persiste desde miles de años A.C, se tambalea lentamente y corre cada vez mayor peligro de extinción.
Ante todo esto, es inevitable preguntarse ¿en dónde deja esto a los hombres? Porque por supuesto que “no todos los hombres” pero aunque no hayan sido parte del problema, es probable que tampoco sean parte de la solución. Se les cuestiona, persigue y se les acusa también de ser cómplices y de haber formado, de manera aprendida e inconsciente un “pacto patriarcal” que los une y protege para seguir conservando su poder sobre la mujer. ¿Qué piensan y sienten ante todo esto? ¿Cuánta angustia de castración cabe al escuchar en coro furioso “verga violadora a la licuadora”? ¿Tantas amenazas, cuestionamientos y concientización han tenido efecto en ellos?
En distintos momentos me he encontrado con que son pocos los varones que se atreven a dar una opinión sobre el feminismo se mantienen a raya y no emiten juicios ni hacen comentarios, quizá por respeto o por miedo… la persecución es alta y violenta por lo que seguramente se ven perjudicados. Sería ingenuo e incluso injusto asumir que nada de esto tiene consecuencias sobre su identidad de género y su forma de dirigirse al mundo en su quehacer cotidiano. Supongo que, para resumir y apuntalar, mi más grande duda es ¿Cómo afecta el feminismo a las masculinidades y su identidad?
Para empezar a responder es necesario analizar la concepción de la identidad y los roles de género impuestos culturalmente a los sexos, sobre todo en las culturas patriarcales. Hablar de identidad no es una labor fácil y hay numerosas teorías para explicarla. Desde el psicoanálisis una de las más completas y conocidas es la propuesta por Erik Erikson (1968) quien afirma que en la adolescencia es cuando empezamos a explorar distintos roles buscando establecer nuestra identidad y nos definimos a partir de parecernos a unos e identificarnos con ellos y de diferenciarnos de otros, buscando lo que nos hace únicos. Esto, aplicado al género sugiere que los hombres buscan identificarse y parecerse a otros del mismo sexo, pero diferenciarse e incluso negar las cualidades y roles del otro. En palabras de Hartley (1959) “muchos niños definen de manera muy simple la masculinidad: lo que no es femenino” (p. 280). Esto parte del modelo de desidentificación con la madre, que es reduccionista y rígido, pero ampliamente utilizado aún en el Psicoanálisis, además de que refuerza sentimientos defensivos, temerosos y denigrantes sobre la feminidad y todo lo asociado a la mujer (Flax, 2006).
Sabemos que, en etapas del desarrollo anteriores a la adolescencia, ya tenemos idealizadas e internalizadas también varias normas, prohibiciones y valores de la sociedad gracias a la formación del Superyó y la resolución del complejo de Edipo. Según la teoría psicoanalítica Freudiana, al resolver positivamente este conflicto, nos identificamos con el padre del mismo sexo, buscando parecernos a él en un intento de atraer en un futuro a alguien del sexo opuesto que ocupe el lugar del objeto perdido, en el caso de los varones: la madre. De acuerdo con esto, ellos imitan e incorporan ciertas conductas y características asociadas al género influenciando así su percepción e identidad.
Desde la infancia, tanto hombres como mujeres, somos criados bajo ciertos paradigmas e imperativos de lo que significa personificar nuestro sexo y en muy pocas ocasiones nos preguntamos si lo que asumimos como “normal” es en realidad un constructo artificial. Esto ha ido cambiando gracias al feminismo pero también a las teorías de lo queer y el movimiento LGBTIQ+, cuyo objetivo radica en la idea de que el concepto de “persona” esté por encima del de “hombre” o “mujer” y podamos relacionarnos como semejantes en lugar de opuestos, poniendo en juego más de dos variables y desarticulando la polaridad sujeto=masculino y objeto=femenino. Esto implica que lo femenino deje de estar ligado al papel de “otro” (Glocer Fiorini, 2015). En otras palabras, Badinter en su libro “XY: La identidad masculina” (1993) dice “(…) el hombre sigue siendo el criterio a partir del cual se mide la mujer. Él es Uno, legible, transparente, familiar. La mujer es la Otra, extraña e incomprensible” (P.24)
En términos generales, el feminismo ha logrado desmitificar esta idea de que los hombres son superiores a las mujeres y a nivel personal, la mayoría de ellos considera que han podido adquirir consciencia, empatizar y aprender sobre las violencias e injusticias que han afectado al sexo opuesto causando un desbalance entre ambas partes. Con el fin de investigar y prepararme para este trabajo, decidí realizar una encuesta breve e informal a más de 30 hombres de entre 20 y 65 años, de diferentes contextos culturales y posiciones socioeconómicas. Algunos conocidos y otros desconocidos, pero siempre de forma anónima, me ayudaron a entender un poco mejor cómo piensan y viven en plena ola feminista. Las respuestas, en su mayoría, me sorprendieron para bien. Ante la pregunta de si consideran que el feminismo es necesario en la sociedad actual, el 93.8% de ellos coincidieron en que si lo es, y los puntos que expusieron dejan ver que a pesar de comprender por qué, sigue habiendo mucha desinformación y malentendidos en cuanto a los objetivos del movimiento. A la pregunta “¿Crees que el feminismo ha impactado en la forma en que piensas, actúas o te relacionas como hombre? ¿Cómo y/o por qué?”, la gran mayoría respondió también que si y varios manifestaron que no saben bien cómo actuar o tratar con las mujeres porque no tienen ejemplos de cómo hacerlo o por miedo de que “ya no se sabe si es acoso o qué”. Expresaron haber tomado conciencia de ciertos privilegios que antes no consideraban como tal, y de actitudes machistas interiorizadas y normalizadas que no cuestionaban, como los “micro-machismos” y los estereotipos; además de que han conocido nuevas formas de expresarse y relacionarse basadas en los nuevos modelos de masculinidad que les han proporcionado “mayor libertad y dinamismo”.
De primera mano, me queda claro que la construcción de la identidad de género se va transformando a través del tiempo y las experiencias personales, pero que, sobre todo, se encuentra atravesada por la cultura, razón por la cual, los teóricos de las llamadas “Men’s Studies” han comenzado a hablar de masculinidades, en plural. Sabemos que lo personal es político y para analizar estas transformaciones a lo largo de la historia me basé en el libro “Más allá de las etiquetas” de Coral Herrera Gómez (2011). La autora hace un repaso por la historia donde podemos ver, de manera resumida, los cambios que ha sufrido la identidad masculina a través de distintas épocas y gracias a los arquetipos que de ellas surgen.
En la antigua Grecia, el hombre mostraba su virilidad siendo el héroe de su propia historia, actuando según los patrones establecidos, arriesgándose y luchando por el honor y la fama o cualquier cosa que pudiera acercarlo a eso. Siglos después, en el Imperio Romano, se condenaba el afeminamiento y la pasividad en los varones, tenemos el arquetipo del guerrero despiadado y omnipotente que se difundió gracias al derecho romano que aplicamos hasta hoy en día y que incluso sobrevivió a los valores de paz, compasión y perdón que surgieron del cristianismo. Ya en el Renacimiento están vigentes los ideales del autodominio y el orden social, pero con matices de sofisticación y sutileza en la masculinidad; aparece el arquetipo del llamado “libertino”: hombre culto, artístico y librepensador que escapa a la noción de la masculinidad mediante la ambigüedad sexual. Se dice que este tipo de masculinidad es precursora del “perverso moderno” al que nos recuerda el Marqués de Sade. Posteriormente, en el siglo XVIII y la época posterior a la Revolución Francesa, vimos el auge del nacionalismo y la salud pública cuyos efectos en la masculinidad se reflejaron en la sobriedad, limpieza, monogamia y la decencia. En el siglo XIX, que vio nacer a Freud y a los primeros psicoanalistas, tenemos los principios de salud y madurez. Se empezó a encarnar una masculinidad que, si bien se seguía caracterizando por atributos viriles como la fuerza, el poder, la racionalidad y la disciplina, incorporaba algunos atributos opuestos como la emotividad, impetuosidad y la dependencia emocional (sobre todo a la madre). Según Anthony Clare (citado en Herrera Gómez, 2011) fue en este siglo cuando la realización masculina y la condición patriarcal alcanzaron su punto culminante. A partir de ahí, muchos hombres se relacionan de manera amorosa y respetuosa con sus madres, hijas, esposas etc. y gracias a estos lazos familiares y sentimentales, así como a la educación que de ellas reciben, han ganado conciencia de las desigualdades que existen entre géneros, llevándolos a relacionarse de manera más igualitaria con ellas. Por el otro lado, existen quienes han abusado de los privilegios que adquieren por nacer varones, para reunir mayor poder político y económico, perpetuando así las diferencias y la violencia. Aún hoy en día, en muchas culturas, los hombres siguen teniendo derecho a intimidar físicamente y golpear a las mujeres de su familia según su criterio y bajo el pretexto de educar o disciplinarlas, y en países como el nuestro es todavía común que los llamados “crímenes pasionales” (ahora tipificados como feminicidios y castigados penalmente) sigan sin ser realmente prohibidos en lo social y cultural.
Es cierto que muchos varones se sienten amenazados por la mujer moderna como tal y por la autonomía y poder que el feminismo les ha conseguido. La violencia de género actual puede ser en consecuencia de esto, como una forma de los hombres de mantener su dominio y como síntoma del desequilibrio en el que se encuentran. “Siempre que la feminidad ha tratado de empoderarse, el hombre ha sufrido una crisis en torno al problema inverso; la pérdida de sus roles y por tanto, la pérdida de su poder.” (Herrera Gómez, 2011, p. 248).
Cada vez es más común encontrar varones que no solo expresan sus sentimientos (algo impensable en el pasado), sino que se aceptan en ansiedad y/o depresión, desestabilizados en su identidad y con dudas sobre su sexualidad y virilidad. Las masculinidades contemporáneas se sostienen en la incomodidad e incertidumbre, llevándolos a actuar de formas distintas a las que hemos visto históricamente pues las expectativas puestas sobre ellos han cambiado y han dejado de encajar en el molde de lo que según ellos significa “ser hombre” y relacionarse como tal. Esto lleva a que se sientan culpables al no querer ser parte de lo que supuestamente deberían querer o actuar ante otros como supuestamente deberían actuar. Se sienten inferiores y cada vez más solos, puesto que no tienen siquiera redes de apoyo o la confianza para hablar y compartir con compañeros del mismo sexo que pudieran ayudar a aliviar sus ansiedades. El sistema hegemónico patriarcal niega la humanidad de los varones al privarlos del amplio rango de experiencias y emociones al que podrían tener acceso y como mejor ejemplo de esto tenemos el de la paternidad. Al ser los hombres los únicos reservados a la fuerza laboral y a ser los proveedores del hogar, han tenido que buscar más de un trabajo o dedicar sus vidas a ellos, generando así padres ausentes, cuyo único valor para la familia reside en si son o no capaces de cubrir las necesidades de todos en casa, o dedicados a la educación con un modelo arcaico y autoritario que genera vínculos débiles o nulos con sus hijos. En peores casos, tenemos a los padres que al no poder soportar la presión o no saber manejar sus responsabilidades y emociones, deciden huir dejando a sus hijos huérfanos de padre y a las madres con la enorme responsabilidad de su sustento y crianza en situaciones adversas.
El feminismo ha traído cierta libertad, rango y alivio a los varones junto con varias otras consecuencias positivas, a pesar de que no todos estén listos aún para enfrentarlas a falta de educación y modelos de referencia o en palabras de Herrera Gómez (2011) “cierto complejo de castración, que simboliza el miedo a la amputación o liquidación de su ser y roles de género” (p. 249). Esta desorientación ante la nueva realidad ha provocado que varios autores se hayan atrevido a decir que el género masculino se encuentra en una crisis de identidad.
Considero que como analistas en formación es nuestra labor acompañarlos a navegar estas transiciones y hacerles ver que los logros de las mujeres no significan para ellos una derrota, que está bien salir del canon y crear sus propias reglas de lo que, para ellos, de manera personal, significa ser hombre. Ahora, es de suma importancia brindarle a los hombres una habitación propia, donde puedan reflexionar, entrar en contacto con sus emociones, pensarse y redefinirse. Y qué mejor que ese espacio sea un consultorio con diván, donde sean escuchados y no juzgados, donde se les invite a SER más que a HACER, actuar o aparentar y donde vean a las mujeres y feministas como aliadas, amigas y compañeras a quienes tratan con respeto e igualdad y a quienes pueden dejar de temer.
Bibliografía:
- Badinter, (1993). XY: La identidad masculina. Madrid, España: Alianza Editorial S.A.
- Bion, R. (1962). Learning from experience. New York, NY: Basic Books
- Erikson, H. (1968). Identity: Youth and crisis. New York, NY: W. W. Norton & Company.
- Flax, (1990). Thinking fragments: Psychoanalysis, feminism, and postmodernism in the contemporary West. Berkeley, CA: University of California Press.
- Flax, (2006). Masculinity and Its Discontents: Commentary on Reichbart and Diamond. Journal of the American Psychoanalytic Association, 54 (4). 1131,1138.
- Glocer Fiorini, (2015). La diferencia sexual en debate. Cuerpos, Deseos y Ficciones. Buenos Aires, Argentina: Lugar Editorial.
- Hartley, (1959). Sex Role Pressures and the Socialization of the Male Child. Psychological Reports, 5, 458.
- Herrera Gómez, C. (2011) Más allá de las etiquetas. Mujeres, Hombres y Trans. Tafalla, España: Txalaparta.
- Imagen: Foto de Virginia Woolf.