Texto de Paola González publicado en el portal Terra.
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En la actualidad las familias reconstruidas o modificadas son cada vez más comunes. La tarea de criar a los hijos es, desde luego, más complicada en los casos mencionados.
No sólo se  enfrentan a las dificultades propias del día a día, sino también a la complicada labor de sacar adelante a los hijos sin el apoyo de la pareja y fungir a la vez como madre y padre.
Es necesario mencionar, que en el desarrollo normal del bebé la identificación juega un papel muy importante. A medida que el niño va creciendo podemos ver ciertas actitudes en su conducta que nos dejan ver claramente los procesos de identificación; observamos cómo los niños, sin importar el género, comienzan a jugar a vestirse con la ropa de los padres, a maquillarse, a ponerse sus zapatos, a jugar a la comidita, a afeitarse frente al espejo, ponerse loción o ir a trabajar. Siendo así, ¿qué pasa con aquellos niños que crecen con un solo padre?, ¿hay más dificultades en el desarrollo debido a esto?
La respuesta no es sencilla e intervienen una infinidad de factores. Freud afirmaba que es fundamental la triada madre-padre-hijo o en su defecto alguien que cumpla con estas funciones, como nanas, abuelos, tíos, hermanos más grandes, etcétera, para el desarrollo del niño. En general los niños suelen encontrar  figuras que reemplacen a los integrantes de esta triada cuando llega a faltar alguno. Sin embargo no es tan simple, pues también entra en juego todo aquello que pertenece al padre ausente, es decir, lo que se habla, lo que escucha de él y las actitudes de la familia.
Por ejemplo, dos niños crecen sin padre porque murieron en la guerra: al primero le hablan de él, le cuentan anécdotas de su vida y su muerte, le leen las cartas que mandaba y se refieren a él como un héroe que luchó por su país, mientras que al segundo no le explican nada, nunca ha visto fotos, cada vez que pregunta por su papá se cambia el tema y percibe a su madre, y a la familia en general, triste y enojada. En estos dos casos, se esperaría que el primer niño creciera de manera más saludable al tener una imagen certera del padre a partir de la cual puede elaborar la ausencia; en cambio el otro niño probablemente crecerá confundido, con una percepción borrosa de quién fue su padre y con un sentimiento de culpa debido a todas las fantasías que se generan en torno a dicha ausencia.
Con frecuencia se cae en el error de pensar que los problemas de los adultos no conciernen a los niños, y por ello, se ocultan situaciones que afectan directamente su crecimiento. En cualquier caso, siempre es mejor hablar con la verdad pues, por más dolorosa que sea, se puede elaborar y superar, mientras que con la mentira siempre queda la sensación de que algo no cuadra. Arminda Aberastury, psicoanalista argentina, trabajó con grupos de madres con la finalidad de que éstas pudieran mejorar el vínculo con sus hijos y nos dice: “corroboré además que [los niños] perciben todas las situaciones que los adultos consciente o inconscientemente tratan de ocultarles”.
Es primordial, no depositar en los niños responsabilidades que corresponderían a un adulto, por ejemplo, con situaciones que tocarían a la pareja, así como dejar en claro quiénes son los padres, quiénes los hermanos, los abuelos, etc., con la finalidad de que tenga definido el papel que juega cada quién dentro de su vida y de esta manera pueda ir construyendo su propia novela familiar.
Las etapas críticas para la consolidación de la personalidad de un individuo son alrededor de los 4 años y en la adolescencia, donde se reeditan todos aquellos procesos de la primera infancia. Por lo cual, es importante tener figuras paternas fuertes, que provean a los niños de claridad y estabilidad, así como una red de apoyo que los soporte en caso de crisis, como familia, amigos, maestros, etcétera.
Al final del día todos queremos saber de dónde venimos y por qué estamos aquí. En la medida en que lo entendamos, será más fácil descubrir para qué estamos aquí y encontrar nuestro propio camino.