Colaboración de Xóchitl González Hidalgo para el portal PharmaNews.
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La autoestima es una palabra que parece conocida y común para todos pero, al mismo tiempo, complicada de describir y “encasillar”. En suma, es una combinación de dos palabras y de varios conceptos que se complementan.
¿Cuántas veces escuchamos este término tratado con tanta naturalidad y utilizado en diferentes conversaciones como una característica adherida al ser humano, por el simple hecho de serlo y que determina en gran medida la percepción que tiene la sociedad hacia el sujeto que la posee? La autoestima parece ser medida en niveles muy específicos, siendo los extremos “alta o baja”y dependiendo de esta categorización se desprenden una serie de características que colocamos sobre el ser humano en materia.
Comencemos por definir qué entendemos por autoestima. La palabra “auto” hace referencia a una actividad que se aplica un ser humano a sí mismo; la “estima”se refiere al cariño, al valor que se le da a una persona.
Por lo tanto, podríamos considerar a la autoestima como una actividad personal, propia e interna que al mismo tiempo tiene gran importancia para determinar el lugar que se tiene en una sociedad y qué se proyecta ante los demás.
Entonces, nos encontramos con estas dos características que contiene la autoestima; por una parte es algo que surge de uno mismo, en relación a uno mismo y con afectación en uno mismo y, por la otra parte, determina en gran medida el comportamiento y percepción del exterior y juega un papel importante en el rol que se juega dentro de la sociedad.
Para profundizar y encontrar el punto de unión entre estas y otras características de la autoestima, tomaremos en cuenta cuáles son los conceptos y palabras claves que siempre están cerca de la autoestima, cómo es el “valorarse”, “quererse a si mismo”, “sentirse merecedor de”, “aceptarse” y sus antagónicos.
Con base en lo anterior, podemos considerar a la autoestima como una percepción propia que se tiene y que surge de conocerse a sí mismo, de evaluarse, y de acuerdo a eso saber de qué somos capaces y qué deberíamos obtener del mundo externo.
Esta formación propia y evaluación la hace cada ser humano y es una situación individual en la que sólo su percepción, sus ideas y sus imágenes serán las que definan; sin embargo, ¿de dónde provienen los parámetros, las ideas, el contenido de lo que debemos ser y de lo que cada uno espera de si mismo? Es aquí donde el exterior reaparece y toma real importancia, ya que dependiendo de la historia, de la herencia, de la cultura, de las figuras primarias (padres) de cada individuo, de lo que el exterior le haya enseñado y éste haya transformado haciéndolo suyo, será lo que determine la manera en cómo forma su propia imagen.
Los ejemplos que haya tenido una persona y cómo los haya introyectado, la forma en cómo valúa o devalúa sus características de acuerdo a cómo las valora su sociedad y sus círculos más cercanos, serán determinantes para construir su“ideal del yo”; esto, a su vez, fijará qué tan acorde está de la meta, si la está alcanzando o no, dando como resultado lo que debería tener, cómo debería ser tratado y qué tanta estima o cariño merece.
Por ejemplo, en el momento que un ser humano está definiendo o redefiniendo lo que es y su valor toma en cuenta aspectos como género, edad, rol que ocupó en su familia, percepción del entorno social en el cual se desarrolló, entre otros. Es decir, si es una mujer adulta de la que hablamos, para la formación de su autoestima influirá la imagen, el significado y la valía que tenga ser mujer de acuerdo a su cultura.
Al igual que la mayoría de los procesos de la psique, el fenómeno de la autoestima es algo en constante movimiento, no permanece estático y se va modificando de acuerdo al desarrollo del ser, de la etapa en la que se encuentre y de lo que logra identificar en si mismo.
Es decir, el ser humano puede tener una autoestima alta o baja dependiendo de la imagen que tiene de él mismo en ese momento de su vida, sin embargo, lo que podría contribuir a una salud mental sería una evaluación y una estimación equilibradas, donde se logre tener una percepción completa, es decir, unir la parte del ser humano que tiene deficiencias, errores e insatisfacciones, con esa parte placentera que valora adecuadamente las características del ser.
La formación de la autoestima y, por consiguiente del autoconocimiento, contribuye a la formación de la identidad. Sin duda, como una característica inherente al ser humano, los valores y parámetros que conforma la autoestima van evolucionando, la valía de una persona se basa en conceptos que permanecen o que van mudando.
En conclusión, podemos decir que la autoestima de una persona se forma tomando en cuenta los diferentes núcleos que conforman la vida de un ser humano, el núcleo social, familiar, laboral y aunque es un proceso que el individuo realiza de manera individual, va a reflejarse en su comportamiento dentro de los grupos y determinará la forma en cómo percibe el mundo