Por: Alejandra Marín
“El analista está inmerso en el amor y si lo olvida se condena a no hacer análisis”, Julia Kristeva
Que difícil empezar a hablar de amor, y con qué facilidad se habla de él. Quizás esta es la razón por la cual decidí hablar algo sobre el amor. Porque cada vez que se desea hablar de él, el alma se llena de un sentimiento de conocimiento, de dominación del tema, sin embargo cuando uno se propone empezar a hacerlo, pareciera que las palabras se atascan al instante mismo en que uno las quiere expresar.
De León (1990) dice que “la historia del amor es una historia de encuentros y desencuentros de sus dos ingredientes esenciales: la corriente tierna y la corriente sensual; es un historia de ilusiones y desengaños, de esperanzas y desistimientos; es una historia que da cuenta de los mayores éxtasis y de los más grandes sufrimientos” (De León, 1990). Hablar de amor, es traducir una dicotomía; en él se encierran tanto la mayor dicha, como el peor sufrimiento.
El amor en sí posee cierta contradicción, que sin embargo forma parte de lo mismo. Quizás este doble trasfondo que conlleva el concepto del amor lo convierte en un tema de tanta pasión. Es “imposible, inadecuado, en seguida alusivo cuando querríamos que fuese muy directo, el lenguaje amoroso es un vuelo de metáforas: es literatura” (Kristeva, 1987).
Fue en el psicoanálisis en donde quizás encontré la inspiración para hablar del tema. Y cuando hablo de inspiración me refiero más bien a que a través de éste, encontré las palabras para hablar de amor. Julia Kristeva (1987), en su libro de Historias de Amor se pregunta “¿qué es el psicoanálisis sino una búsqueda infinita de renacimientos, a través de la experiencia de amor que recomienza para ser desplazada, renovada y, si no exteriorizada, al menos recogida e instalada en el corazón de la vida ulterior del analizado como condición propicia para su renovación perpetua, para su no- muerte?”
La misma autora (1987) dice que al hablar de amor se pierden las propias identidades, se difumina la precisión de la referencia y el sentido del discurso amoroso. Por esto mismo es que se pone a prueba el discurso amoroso, ya que proviene de “la incertidumbre de su objeto” (Kristeva, 1987) ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Ella se pregunta si cuando se habla de éste, ¿todos entendemos lo mismo? Pone el ejemplo de unos amantes, al momento de confesar su amor, ¿el otro entiende lo que su amado intenta comunicar?
La relación de objeto, según Lacan está constituida tal y “como al inicio del análisis, es la relación de palabra virtual por la que el sujeto recibe del Otro su propio mensaje, bajo la forma de una palabra inconsciente” (Lacan, 1956-1957). Lacan (1956-1957) dice que el mensaje en sí le está prohibido al Otro en el sentido de que ese mensaje se deforma por la presencia del yo y del otro. Si seguimos por esta línea, cuando dos personas se comunican, el mensaje que cada una recibe está atravesado por su experiencia subjetiva. Cuando dos hablan de amor, ¿será posible que cada uno entienda lo que su cultura y su vida le han enseñado a entender?
Más adelante en el trabajo, regresaré a esta pregunta. Antes me gustaría profundizar en lo que se pierde cuando se habla de amor. Como Julia Kristeva (1987) refleja en su libro que hablar de amor es poner a prueba el lenguaje, “su carácter unívoco, de su poder referencial y comunicativo”. Cuando se habla de él, es imposible no partir de esa quemadura, de esa falta. Platón, expresa mediante el mito, y algunos diálogos entre sus personajes, el por qué quizás pareciera que las palabras (y el pensamiento secundario) no alcanzan.
En El Banquete (2006), el personaje de Sócrates dice, sobre el amor y el deseo, que “lo que desea desea aquello de que está falto, y no lo desea si está provisto de ello” (Platón, 2006). Cuestiona la posibilidad de que el amor desee eso mismo que él ya tiene, es decir amor, ya que “cualquier otro que siente deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y aquello de que carece ¿no son cosas semejantes el objeto del deseo y el amor?”. En otras palabras el amor siempre está en falta de eso mismo que ya posee. En el Banquete (2006), lo anterior se explica a través del mito.
Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y entre ellos estaba Poro (el Recurso). Una vez que terminaron de comer, se presentó a mendigar, como era natural al festejarse un festín, Penia (la pobreza) […]. Poro, entretanto, como estaba embriagado de néctar […] se dispuso a dormir. Penia entonces, tramando, movida por su escasez de recursos, hacerse un hijo de Poro, del Recurso, se acostó a su lado y concibió al Amor. Por esta razón el Amor es acólito y escudero de Afrodita, por haber sido engendrado en su natalicio, y a la vez enamorado por naturaleza de lo bello, por ser Afrodita también bella. Pero, como hijo que es de Poro y de Penía, el amor quedó en la situación siguiente: en primer lugar es siempre pobre y está muy lejos de ser delicado y bello […] es rudo y escuálido, anda descalzo y carece de hogar […] por tener la condición de la madre, es siempre compañero inseparable de la pobreza. […] por condición del padre, acecha a los bellos […] es valeroso, intrépido y diligente; cazador temible, que siempre urde alguna trama; es apasionado por la sabiduría y fértil en recursos. […] Pero lo que se procura siempre se desliza de sus manos, de manera que no es pobre jamás el Amor, ni tampoco rico.” (Platón, 2006)
Este mito explica de manera muy gráfica la esencia del amor, en donde siempre se está en búsqueda de algo más, que aunque por un instante cree tener, al siguiente momento se desvanece de sus manos. El amor está en búsqueda de la plenitud, y porque no es posible alcanzarla siempre se moviliza con la ilusión de tenerla en algún momento.
El amor busca unión. Si se sigue el mito del amor, se entiende, que el amor siempre está en búsqueda de ese algo que lo complete. Ese algo que lo haga poseedor de la mayor dicha que cree, el otro le puede brindar. Es la búsqueda de aquella impronta vivida en primera instancia con la madre: el narcisismo primario. Platón también habla en El Banquete, sobre esta primera separación, que nos condenó a buscar siempre a nuestra otra mitad.
Quizás por esto, cuando se habla de amor, es prácticamente imposible no hablar de narcisismo e idealización. Julia Kristeva (1987) dice en su libro, que durante el enamoramiento “Su Majestad el Yo se proyecta y glorifica, o bien estalla en pedazos y se destruye, cuando se contempla en otro idealizado”. De León (1990) escribe que el enamorado “Se inviste de sus propios objetos, se ama a sí mismo, se inviste a los objetos, se ama a los objetos” (De León, 1990), o en otras palabras el “enamorado es un narcisista que tiene objeto” (Kristeva, 1987).
Verónica Gou nos decía en su Seminario, que la pérdida de realidad se da en el síntoma, el sueño y el enamoramiento. Freud (1914-1916) dice que “el enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoíca sobre el objeto” y así es como ese yo se permite ser extraordinario y sentir que por fin ha encontrado a esa persona que lo completa. Freud (1914-1916) compara el amar con cualquier otra función del yo, en donde el amar en sí rebaja la autoestima, mientras que el ser amado, vuelven a elevarla. Siguiendo esta línea narcisista, “se ama lo que uno fue y ha perdido, o lo que posee los méritos que uno no tiene […] Se ama lo que posee el mérito que le falta al yo para alcanzar el ideal” (Freud, 1914-1916).
Lacan (1960-1961), en el Seminario VIII, hablando del amor, dice que “el amor es dar lo que no se tiene”[1] a quien no es. Esta cita engloba, con profundidad infinita, lo que es el amor y la relación de objeto. Para él, el amor implica “el dominio del no tener”. El amante se presenta como el “sujeto del deseo”, mientras que el amado como “el único que, en dicha pareja, tiene algo que dar” (Lacan, 1960-1961). Dar lo que no se tiene, se representa entonces, como el narcisismo del otro volcado sobre el sí. Es jugar con la idea de que el otro te va a dar aquella satisfacción que en algún momento se vivió, es creer que por momentos se es capaz de poseer esa plenitud, aunque se deslice al instante siguiente.
Al igual que en el mito explicado en el Banquete, el amor es valeroso y cazador, quiere lo bello y lo que no posee. Por condición de su padre lo alcanza, sin embargo, por condición de su madre lo pierde al instante mismo en que se dispone a poseerlo. En el amor se alimenta ese deseo de posesión, esa ilusión de alcanzar la máxima felicidad, para perderla después. Seguir amando es alimentar el deseo, que mueve y busca vida, pero al mismo tiempo aceptar esa falta que está inscrita en la psique de cada uno. Así como en el amor nunca se puede “poseer”, cuando se habla de amor, tampoco es posible poseer las palabras exactas. Creo que por la cualidad del amor, cuando se habla de él, se sufre la misma condición, cuando se cree que por fin se va a alcanzar, su significado se desliza y queda un sentimiento de falta.
Anteriormente en el texto, se había preguntado ¿si es posible que dos personas entiendan lo mismo cuando hablen de amor? Y si esta comunicación ¿se veía mermada por la cultura en la que estaban inmersas? Ante esta pregunta, mi respuesta sería sí y no. Considero que cuando cada quien habla de amor, habla de su amor.
Por supuesto que el amor está atravesado por la cultura, por lo tanto el significado de éste varía según la época. Un ejemplo de este contexto se puede visualizar en la época de la Alemania Nazi, en donde se les imponía a las mujeres un estatus femenino, las tres K: Kuche, Kirche, Kinder. De León (1990) dice que de lo anterior se entiende, que el amor y la sexualidad circulaban fuera del matrimonio. No era posible concebir el deseo sexual en la misma persona en la que era depositado el amor tierno. No obstante, esta división no significa que el concepto de amor era desconocido, sólo se vivía y entendía diferente. Se pueden revisar varios ejemplos a lo largo de la historia, en donde la relación amorosa variaba según el contexto, más el sentimiento de aparente plenitud y unión placentera parece haber permanecido.
Si cada quien tuviera su lenguaje cuando se habla de amor, muy difícilmente dos amantes podrían encontrar un punto en común. Trayéndolo al consultorio, el amor se expresa en toda su extensión en el amor de transferencia. A Sigmund Freud, un “postromántico” como lo describe Kristeva, fue al primero al que se le ocurrió hacer del amor, una terapia. El 6 de diciembre en una carta a Jung, Freud escribió que “el psicoanálisis es en esencia, una cura a través del amor”.
Por medio del amor, Freud plantea la posibilidad de que en el análisis-transferencia se “rehabilita, desculpabiliza, pero también aplaca” (Kristeva, 1987). El analista sin quererlo, atrae por el simple envío de la palabra el llamado “amor de transferencia”, por medio de éste se encuentra el camino real hacia el estado amoroso. Sólo por este medio es posible reconducir ese amor al objeto al cual realmente le pertenece “no es (sólo a mí) a quien usted ama, es también, y sobre todo…a Fulano”
Por medio de la reconstrucción de estos lazos amorosos del analizando, el analista junto con el paciente serán capaces de intentar reconstruir la propia realidad de éste último. La autora de Historias de Amor también hace mención del amor de contratransferencia, en donde no es posible que el analista se separe de este juego. Ella dice que si no amara realmente a sus pacientes, quizás no sería capaz de escucharlos, de ponerse en “su lugar: de mirar, de soñar, de sufrir como si fuera ella, como si fuera él” (Kristeva, 1987).
Pienso que el amor del paciente, y el amor del analista nunca es el mismo, cada uno se remite a sus propios objetos infantiles, a su propio deseo y a su propia falta. Si éstos se conocieran en otras circunstancias muy probablemente no se amarían (no es que se amen en la realidad, en la transferencia si hay amor), sin embargo el diván “es el único lugar donde el contrato social autoriza explícitamente una búsqueda –aunque privada- del amor” (Kristeva, 1987). En este lugar ambos juegan con sus propias huellas y se forma una fantasía compartida inconsciente, que permite reparar a través del amor.
En transferencia a pesar de no ser el mismo objeto, se empatiza y se puede trabajar en un “como sí”. Freud (1914-1916) lo describe como un desplazamiento del sentido y de la intensidad y después un desplazamiento del amor hacia la persona del analista. El amor de transferencia, y todas sus implicaciones (me refiere a que no todo es amor) forman la situación óptima para reparar aquellos amores y empezar a “amar genitalmente para amar al otro por él mismo” (Lacan, 1960-1961).
Julia Kristeva (1987) escribe que el amor transferencial es el lugar donde se conecta toda experiencia amorosa estabilizadora-desestabilizadora. En esta situación se evita la hiperconectividad caótica del amor fusión, permitiendo a su vez la recuperación de los accidentes a un nivel superior de organización simbólica. “La relación yo /otro se re-establece en la relación yo/ otro” (Kristeva, 1987).
Freud dijo que “un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si por alguna frustración no puede amar” (Freud, 1914-1916). Lo anterior me hizo reflexionar en el por qué los pacientes llegan al consultorio, un gran porcentaje llega porque su neurosis, después de algún desamor se hizo insoportable. Sin embargo cuando se llega al consultorio por cualquier otro motivo, siempre es posible vislumbrar alguna historia de desamor, no con una pareja necesariamente, puede ser un desamor materno, paterno, fraternal, propio.
“Ser psicoanalista es saber que todas las historias terminan hablando de amor”, Julia Kristeva
Bibliografía
- De León, J. (1990). Algo sobre el amor. Debate Feminista, 190-199.
- Freud, S. (1914-1916). Tomo XIV. Contribucón a la historiadel movimiento psicoanalítico. Trabajo sobre metapsicologpia. Buenos Aires: Amorrortu.
- Kristeva, J. (1987). Historias de Amor. México: Siglo XI.
- Lacan, J. (1956-1957). Seminario IV. La relación de objeto. Buenos Aires: Paidós.
- Lacan, J. (1960-1961). Seminario VIII. La transfeencia. Buenos Aires: Paidós.
- Platón. (2006). Buenos Aires: Caronte Filosofía.
[1] En realidad esta cita completa no es encontrada en los textos de Lacan, algunos sólo le atribuyen la primera parte “amar es dar lo que no se tiene”. Algunos piensan que Platón lo dijo primero. El uso y sentido que Lacan le ha dado a su fórmula en dos momentos importantes de su enseñanza:
– en el seminario VIII “La transferencia“, con su lectura de “El Banquete” de Platón
– en el seminario IV “La relación de objeto“, con relación entre el amor y el don
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