Por: Amapola Garduño
“La crueldad, muy lejos de ser un vicio, es el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza; el niño rompe su sonajero, muerde la teta de su nodriza, estrangula a su pájaro, bastante antes de tener la edad de razonar” (Sade, s/f)
La naturaleza del hombre es en esencia perversa. El hombre deviene humano en tanto logra renunciar a su perversidad y es sólo de esta manera como puede formar parte de una civilización. La historia nos demuestra que las instituciones sociales, como la religión y el Estado, se han encargado de coartar los instintos sexuales y agresivos en su intento de crear una sociedad basada en el orden y el bien común, de esta forma, existe una lucha constante y en ocasiones violenta entre la satisfacción pulsional y el desarrollo cultural, por ende, aquellos individuos que se oponen a dicha premisa son considerados peligrosos por estar fuera de la ley.
Freud, S., en 1908, se cuestionó en su artículo “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” si la moral sexual dominante de esa época era apropiada para el progreso de la cultura. Hoy en día me formulo la misma pregunta que se hizo el padre del Psicoanálisis y considero que hemos pasado de una intensa represión de la sexualidad a una sociedad basada en un sistema perverso[1]: tan “liberal” como puritano, el cual otorga enorme culto a la transparencia, hasta el punto de invadir la intimidad. Vivimos en una sociedad en donde el horizonte entre lo humano y lo no humano se confunde, nos encontramos inmersos en la sociedad de los excesos, al mismo tiempo vivimos insatisfechos; gozosos y a la vez profundamente abatidos. Nos invade una sociedad sin fronteras. En consecuencia, el presente trabajo tiene como objetivo elucidar cómo la “moral sexual cultural” de nuestros tiempos repercute en el manejo pulsional de los individuos en la época pos- moderna.
Freud vivió en una época de intensa disciplina y severa moral. Durante la monarquía de la reina Victoria hubo un enorme auge de la industrialización, la ciencia y la tecnología, por lo tanto, se valoraba enormemente la racionalidad, la capacidad de trabajo y la productividad de los individuos. El puritanismo sexual presente en dicha época era un hecho ineluctable, como se sabe, existía una gran repulsa hacia lo sexual y, por ende, se valoraba la virtud de la castidad. La moral sexual de la época exigía que los ciudadanos únicamente ejercieran su sexualidad respetando ciertas condiciones, como la monogamia, por lo que, sólo era permitido que los individuos tuvieran relaciones sexuales dentro del régimen matrimonial.
No obstante, ante la enorme represión sexual de la cultura victoriana, la gente optaba por llevar a cabo una doble moral sexual (Freud, S. 1908/1981), es decir, de manera paralela a las severas costumbres de la época, algunos individuos satisfacían sus pasiones entregándose al adulterio, a la infidelidad, a la promiscuidad y, por supuesto, también a la perversidad, así, en esta época los “vicios” de las personas debían permanecer ocultos y además del secretismo la gente se mostraba ante la sociedad como lo que no era, adquiriendo una actitud hipócrita.
Freud, S. en 1908, sostiene que la presencia de la “nerviosidad” en la sociedad moderna era en parte ocasionada por la “moral sexual cultural”, es decir, como consecuencia de la represión en torno a la sexualidad, la salud y la energía vital de los individuos se veían afectadas. De esta forma, las causas más importantes de la enfermedad neurótica debían de ser buscadas en la vida sexual del sujeto, por lo tanto, los síntomas propios de la psiconeurosis dependían de la acción de complejos inconscientes reprimidos, cuya esencia era propiamente sexual, es decir, los síntomas para Freud, representan una “formación sustitutiva” de necesidades sexuales que han sido coartadas o insatisfechas (Freud, S. 1908/1981). La restricción del impulso sexual y la coerción de la satisfacción son factores que enferman al individuo y, en consecuencia, de manera paradójica lo inutilizan socialmente, puesto que una persona enferma de neurosis ocupará gran parte de su energía en el control y en el manejo de su enfermedad descuidando las demás exigencias de su vida. No podemos luchar contra el poderoso impulso sexual, la “doble moral” existente en la vida de hombres y mujeres demuestra a la cultura que los preceptos restrictivos a la sociedad impuestos son de muy difícil observancia (Freud, S. 1908/1981). Siguiendo la misma línea, podemos inferir que la cultura enferma a los individuos, porque si no se restringiera la sexualidad humana, no habría necesidad de la formación de síntomas y, por lo tanto, existiría una disminución considerable de la psiconeurosis. ¿Por qué entonces la cultura tuvo como necesidad imperante restringir la sexualidad humana?
La naturaleza humana es en sí misma contradictoria, aspiramos al bien y a la virtud, estructuramos una sociedad basada en ideales difíciles o imposibles de alcanzar y al mismo tiempo vivimos en una constante búsqueda de placer, buscando el goce sexual y el goce del mal. Se crearon instituciones encargadas de domeñar nuestras pulsiones: el Estado, la religión o cualquier otra forma de institución colectiva, las cuales impusieron a la sociedad una moral sexual basada en la prevalencia de la familia, restringiendo cualquier otra finalidad de las prácticas sexuales, constriñéndolas única o primordialmente al fin reproductivo.
De acuerdo con el pensamiento de Freud, si no se coartasen, en cierta medida, las pulsiones sexuales y agresivas no habría cabida al desarrollo de la cultura. Lo anterior resulta una paradoja, puesto que necesitamos de la cultura para vivir como sociedad, no obstante, la moral excesivamente restrictiva, enferma mentalmente a los individuos, volviéndolos infelices e insatisfechos. De esta manera nos enfrentaríamos a tres opciones tentativas: la primera, enfermar de neurosis al renunciar al erotismo, la segunda, vivir una doble moral, es decir, convertirnos en seres disolutos y entregarnos al “vicio” en secreto y la tercera consistiría en devenir perversos, de acuerdo al término lacaniano.
Habiendo enunciado lo anterior, no podemos ser indiferentes a las ideas del marqués de Sade, mejor conocido como el “príncipe de los perversos”, quien con un siglo de anterioridad al pensamiento freudiano, sostenía que la búsqueda del placer y el goce del mal eran producto de la expresión de una suerte de pulsión interior del individuo; para Sade la “inhumanidad” es parte de su esencia. Por lo tanto, Sade teorizó un ideal de sociedad basado en la suprema liberalización sexual, con el fin de normalizar la perversión y así prohibir que ésta desafiara la Ley, lo que Sade proponía era llevar a cabo una inversión de la Ley, con el propósito de convertir la perversidad en un modus vivendi (Roudinesco, E. 2007/2009).
Tanto Sade como Freud comparten la idea de que el goce del mal, la pulsión de muerte, el deseo de crueldad, el amor al odio, la aspiración a la desdicha y al sufrimiento, son cualidades específicamente humanas (Roudinesco, E. 2007/2009). Así, la perversión, como cualidad innata del hombre, es necesaria para la existencia de la civilización, como bien lo enunció Hobbes “el ser humano es malo por naturaleza”, el acceso a la cultura consiste en domeñar la parte maldita de las sociedades.
Sin embargo, la diferencia entre Freud y Sade fue que el primero enunció que únicamente el acceso a la cultura permite arrancar de la humanidad su propia pulsión auto-destructiva (Freud, S. 1908/1981). Freud considera que es necesaria la cultura, para que ésta a su vez cree instituciones que den origen al “super- yó” y de esta manera se puedan modular nuestras más intensas pasiones, aunque esto a su vez conlleve a la enfermedad neurótica de los individuos. En cambio, Sade propone normalizar la perversión y crear un sistema en donde la perversión sea la Ley.
Ahora surge la pregunta: ¿Será que en esta época nos acercamos más al ideal de sociedad sadiano, en donde prevalece la perversión y el amor al odio, en lugar de un sistema represor que favorezca la neurosis como en tiempos de Freud?
Pos- modernidad: un camino hacia un sistema social sadiano
Vivimos en un mundo donde la ciencia y la tecnología han triunfado sobre el misticismo y la religión, la idea del perfeccionamiento del alma ha sido sustituida por el perfeccionamiento del cuerpo y la autoridad del Estado se ha desvanecido por un funcionamiento basado en las leyes del consumismo, del materialismo y de una inter- conectividad globalizada. Somos una sociedad de marcada diversidad y aterradora desigualdad social, en donde, como mencioné anteriormente, las fronteras y los límites se desvanecen.
Existe en la presente época, denominada “pos- moderna”, una enorme falta de unidad y de coherencia, que otorgue la posibilidad de definirnos como seres sociales insertos en una cultura, en donde prevalece la alteridad, por ende, se nos niega la posibilidad de entender adecuadamente el mundo que nos rodea. Las categorías de lo que es “bueno” y lo que es “malo” se vuelven tan abstractas que ante los hechos más caóticos nos invade una gran indiferencia y una marcada incredulidad.
Todo nos parece voluble, maleable e impermanente, nada nos parece seguro, puesto que sufrimos de una avasalladora incertidumbre. Lo anterior se refleja en la manera en la que nos relacionamos con los demás, en ocasiones, nuestro sentido de pertenencia es tan frágil que recurrimos de manera dependiente y cuasi- adictiva a las redes sociales, necesitamos ser vistos, porque es únicamente de esta forma como negamos nuestra inmensa soledad y así, en múltiples ocasiones los vínculos interpersonales se limitan primordialmente al plano virtual.
Asimismo, la sociedad misma promueve una intensa voracidad, los estímulos sensoriales nos absorben y atormentan, vivimos constantemente insatisfechos, buscando de manera imperante nuevas y más poderosas fuentes de excitación, es así como podemos sentirnos felices o mejor dicho, es la manera más cercana en la que nos sentimos realmente vivos, pero, al mismo tiempo nada es suficiente, ni el más impetuoso de los excesos.
Ya se ha dicho que la perversión configura una parte fundamental de nosotros mismos y, por lo tanto, es una parte esencial y característica de la humanidad, es un fenómeno universal presente en todas las épocas de la historia del hombre. No obstante, a mi juicio, la época pos-moderna tiene como particularidad en múltiples sectores de la población, una naturalización, por no decir, una normalización de la perversidad.
La época pos-moderna en la que vivimos nos remonta de manera directa al sistema social que describe Sade por múltiples razones que enunciaré a continuación, si bien, no vivimos en un sistema en su totalidad perverso, considero que nos aproximamos cada vez más a ello. Sade proponía que al ser la búsqueda de placer y el goce del mal cualidades específicamente humanas, había entonces que entregarse a las más intensas pasiones, hacer culto al libertinaje y tratar a los otros siempre como viles objetos, cuya existencia radica en satisfacer nuestras necesidades pulsionales atravesadas siempre por el más intenso goce.
En la obra de Sade triunfa el principio de una sociedad perversa, cuya utopía consiste en crear la inversión de la Ley, es decir, no se prohíbe la perversión, sino que se obliga a los individuos a entregarse a ésta. Así, se pone en práctica la voluntad de destruir al otro y destruirse a uno mismo en un desbordamiento total de los sentidos, la naturaleza en el sentido sadiano es criminal, pasional y excesiva. Asimismo, el ámbito sexual humano para Sade siempre es libertino, reina la sodomía y, por supuesto, está absolutamente desprovisto de afecto, por lo que se debe tratar al otro siempre como una cosa, eso significa que todo objeto es equiparable a otro y que, en consecuencia, el mundo vivo en su conjunto debe ser tratado sólo a la manera de una colección de cosas (Roudinesco, E. 2007/2009).
La desprovisión de los afectos y la cosificación de las relaciones humanas son dos aspectos que nos definen hoy en día. En un mundo donde el materialismo y el consumismo son pilares estructurales de la sociedad, mantener contacto con una persona y hacer uso de su cuerpo, equivale a la posesión exacta de un bien material, de esta forma, en la época pos- moderna el horizonte entre lo humano y lo no- humano se confunden.
Con relación a lo anterior, haré alusión sobre algunas ideas enunciadas por Bauman, Z. (2003), citado en Vásquez, A. (2008), quien utilizando la metáfora de “liquidez” define con precisión el carácter de los vínculos humanos de la época presente. De acuerdo con el autor, en una sociedad en extremo individualista, las relaciones interpersonales se han convertido en transitorias y volátiles, por lo que el amor ha devenido “flotante”, ya que no se tiene ninguna responsabilidad por el “otro”, hasta el punto de interactuar en ocasiones con un “otro” sin rostro como lo que nos ofrece la internet.
Nos convertimos de manera paulatina en una sociedad perversa, donde el “otro” es un simple objeto que satisfará un ansia de goce y de placer y, una vez cumplida su función, será desechado, para que posteriormente busquemos un nuevo objeto que poder usar. La “moral sexual cultural” pos-moderna impone que las relaciones humanas sean transitorias, volátiles o “líquidas”, en términos de Bauman; por ello no debe haber preocupación ni vínculo afectivo alguno hacia el “otro”, puesto que el desarraigo afectivo condiciona, de acuerdo con la cultura pos- moderna, el éxito.
Dicha forma de relacionarse con los demás, tan característica de la presente época, puede observarse en múltiples ámbitos, empero, en el ámbito sexual es claramente vislumbrado. No pretendo generalizar ni adquirir una posición dogmática, simplemente me estoy refiriendo a un cambio social que se está llevando a cabo actualmente y puede ser observado en varios sectores de la población y, a diferencia de otras épocas históricas, en la presente época la perversión se vive de manera naturalizada, es decir, como forma de funcionamiento de un sistema social claramente delimitado.
En lo que concierne al ámbito de la sexualidad considero que existe una tendencia a cosificar al objeto sexual, suele no importar la persona, sino únicamente su cuerpo, en la medida en que satisfará nuestro deseo sexual y mientras más “personas- objeto” poseamos, más se incrementará nuestro valor ante la sociedad. La cultura valida mantener contacto sexual con una persona, aunque ésta no nos importe e incluso sea un completo extraño, puesto que dicho comportamiento nos convertirá en seres “liberales” y así formaremos parte de la “amoralidad sexual cultural” de la época. Se podría decir entonces que la promiscuidad actualmente se encuentra naturalizada. Lo anterior nos remite al pensamiento de Sade, quien decía que como condición fundamental para alcanzar la libertad humana, hombres y mujeres debían entregarse a la sodomía, al incesto y al crimen; según dicho sistema, ningún hombre debía ser excluido de la posesión de las mujeres, pero ninguno debía poseer a ninguna en particular, de esta forma, las mujeres no sólo tenían el deber de prostituirse, sino que no debían aspirar a algo más fuera de la prostitución durante toda su vida (Roudinesco, E. 2007/2009).
El cuerpo hoy en día se ha convertido en un objeto de consumo; hombres y mujeres son grandes protagonistas del espectáculo de la exhibición erótica y cuasi pornográfica, así, muestran sus cuerpos cuasi desnudos en los medios televisivos y las redes sociales; puesto que la perfección y la belleza del cuerpo les otorga un digno sentimiento de pertenencia e inclusión social en tanto los convierte en objetos valiosos, dignos de ser consumidos para después, por supuesto, ser desechados por algo mejor.
Como parte del enorme culto de la erotización del cuerpo, la pornografía en la época pos moderna se encuentra tan naturalizada que se ha convertido en una fuerte ideología y en un enorme mercado, el cual forma parte esencial de nuestra cultura. La pornografía proporciona el escenario perfecto para que de manera autónoma se reproduzca el escenario perverso estructural en nuestra sociedad.
El mundo de las redes sociales, la internet y los medios televisivos fungen como herramienta perfecta para poder transmitir la ideología pornográfica imperante, a través de dichos medios de comunicación se pueden observar a miles de personas en su más profunda intimidad, se exhiben de manera brutal para ser vistos, y así, poder entrar en la categoría de objetos valiosos dignos de consumo. Roudinesco, E. (2007/2009) menciona que una sociedad industrial y tecnológica como la de hoy que profesa semejante culto a la transparencia, la vigilancia y la fetichización de los cuerpos es, en esencia, una sociedad perversa.
Siguiendo la misma línea, dicha sociedad perversa en la que vivimos reposa en el fundamento sadiano de “inversión de la Ley”, puesto que normaliza las perversiones para que, en consecuencia, sea imposible que desafíen la Ley. Actualmente la psiquiatría ha abolido la existencia de la perversión, sustituyendo el término de “perversión” por el de “parafilia”, de esta forma, de acuerdo con la autora, se ve anulada la esencia misma de la perversión y, por ende, se ha eludido completamente su lado oscuro (Roudinesco, E. 2007/2009).
A mi juicio, el lado subjetivo de la comprensión de la perversidad fue anulado del discurso médico- psiquiátrico, instaurando en su lugar una categorización de diversas prácticas sexuales consideradas anormales, es decir, las “parafilias”; puesto que hoy en día la perversión configura la organización y la estructura social – y no únicamente psíquica-. La perversión estructura el sistema social pos- moderno, el régimen capitalista y en gran parte la esencia misma de las relaciones interpersonales hoy en día. Se debió abolir el concepto de “perversión” del discurso médico puesto que hoy, lejos de considerarse la patología, la desviación o la anormalidad, se ha convertido en todo lo contrario, es decir, se ha “invertido la Ley”.
La precariedad de los vínculos humanos, la sociedad individualista en extremo egoísta y superficial en la que vivimos, el carácter volátil y cosificado de las relaciones humanas, nuestra indiferencia ante los hechos caóticos que suceden en nuestro mundo, nuestra ansia de placeres y la incapacidad para sentirnos saciados, nos demuestran, de manera aterradora, que la sociedad pos- moderna en la que vivimos se configura bajo premisas de un sistema perverso, análogo al sistema social descrito, nada más y nada menos, que por el príncipe de los perversos.
Conclusión/ breve interpretación psicoanalítica
Se expusieron a lo largo del trabajo dos diferentes tipos de moral sexual cultural en extremo opuestas, la primera de ellas fue la vivida por Freud en la época victoriana, en donde la intensa represión sexual dada por la cultura enfermaba a los individuos, siendo ésta una de las causas más importantes de las psiconeurosis. En contraparte, nos encontramos hoy inmersos en una época de intenso cambio social, en donde hemos pasado de la represión sexual excesiva y de un puritanismo institucional a una “a- moralidad” y a un decaimiento de las instituciones que antes regulaban nuestro comportamiento, aproximándonos entonces al sistema social descrito por Sade, es decir, a una sociedad perversa. Ahora, a modo de conclusión, trataré de explicar qué pasó en términos psico- dinámicos que poco a poco nos aproximamos a convertimos en un sistema social perverso.
De acuerdo con la terminología freudiana, el padre durante la etapa edípica es el encargado de provocar en el niño un intenso miedo a ser castrado, eso lo lleva a tener que renunciar a los deseos incestuosos que siente hacia su madre y por lo tanto debe reprimir su sexualidad perversa polimorfa. El miedo a la castración, así como los mandatos paternos, hacen surgir al Superyó, pudiendo finalmente reprimir el complejo de Edipo, para así poder más adelante tener acceso a la etapa genital. Sin embargo, en el perverso existe una negación de la castración y en consecuencia existen fallas en la represión, eso implicaría que la sexualidad perversa no tenga límites. Ahora surge la pregunta: ¿Por qué la sociedad hoy en día es una sociedad perversa?
A nivel social, las instituciones, como la religión y el Estado, simbolizarían al padre edípico, siendo éstas las encargadas de configurar el Superyó de los individuos y, por el “miedo a la castración” que las instituciones generan, hombres y mujeres deben someterse a las leyes que su cultura emana y regular su comportamiento, teniendo entonces que reprimir su lado oscuro y perverso. Sabemos que en la época pos- moderna existe un fuerte decaimiento de las instituciones que antes regulaban nuestro comportamiento, es decir, existe la fantasía inconsciente y colectiva, de que el “padre/ madre institucional” ha sido castrado. Si vivimos a la autoridad que antes regulaba nuestras pulsiones como “castrada” existe por ende, un enorme miedo social, puesto que si no hay algo que regule nuestro comportamiento existe el riesgo de destruirnos a nosotros mismos y a los demás en un desbordamiento total de nuestra perversidad.
Considero que negamos de manera compulsiva la castración del “padre/ madre- institucional”, adquiriendo un comportamiento perverso y así nos convertimos en verdugo y víctima a la vez, negamos constantemente dicha falta, al adquirir de manera frenética nuevos objetos de consumo, somos voraces, puesto que nos defendemos de nuestro enorme vacío, devenimos nosotros mismos “el falo”, aludiendo una fetichización del cuerpo, así nos relacionamos de manera que los “otros” logren llenar nuestra falta intrínseca, sin embargo, dicha negación perversa realizada de manera social hoy en día es insuficiente, puesto que ni el más impetuoso goce es capaz de llenar nuestro inmenso vacío.
Bibliografía
- Freud, S. (1981). La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. En López- Ballesteros L. (traducción), Obras Completas de Sigmund Freud. (Tomo II pp. 1249- 1261). Madrid: Biblioteca Nueva. (trabajo original publicado en 1908).
- Roudinesco, y Michel, P. (2003). Perversión. En Piatigorsky J. (traducción), Diccionario de psicoanálisis. (pp. 809- 814). Buenos Aires: Paidós. (Trabajo original publicado en 1997).
- Roudinesco, E. (2009). Nuestro lado oscuro. Barcelona: Anagrama. (trabajo original publicado en 2007).
- Vásquez, A. (2008). Zigmunt Bauman: Modernidad Líquida y Fragilidad Humana. Nómadas.
- Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, (19). Recuperado de: https:// pendientedemigracion.ucm.es/info/nomadas/19/avrocca2.pdf.
[1] La evolución histórica del concepto de “perversión” es amplia en demasía y esta investigación resultaría insuficiente para plasmar el desarrollo conceptual del término; sin embargo, sabemos que el psicoanálisis se ha aplicado a dar una definición estructural del concepto de perversión. “Freud siempre definió la perversión con referencia a un proceso de negatividad y en una relación dialéctica con la neurosis; caracterizando a la neurosis como el negativo de la perversión” (Roudinesco E. y Plon M., 1997/ 2003 p. 811).
Es importante aclarar que el presente trabajo utiliza la terminología de Jaques Lacan para referirse a la perversión. “A Lacan y sus discípulos franceses les corresponde el mérito, único en la historia del freudismo, de haber finalmente sacado la perversión del dominio de la desviación, para considerarla una verdadera estructura…” “De allí el privilegio que acordó de entrada a dos nociones – el deseo y el goce- para hacer de la perversión un componente principal del funcionamiento psíquico del hombre en general, una especie de provocación o desafío permanente en relación con la ley… Lacan hizo del mal en el sentido sadiano un equivalente del bien en el sentido kantiano, para demostrar que la estructura perversa se caracteriza por la voluntad del sujeto de transformarse en objeto de goce ofrecido a Dios convirtiendo la ley en una burla y por el deseo inconsciente de anularse en el mal absoluto y en la autoaniquilación” (Roudinesco E. y PLon M., 1997/ 2003 p. 813).
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