Por Estela Chazaro
El diccionario de María Moliner de la lengua española define la sinceridad como la virtud de quien habla y actúa de acuerdo a sus propios sentimientos, pensamientos y deseos.
(Moliner, 1992) Su antítesis, la mentira, se define como ” cosa que se dice sabiendo que no es verdad, con la intención de que sea creída”. (Moliner, 1992)
La sinceridad no siempre se ha considerado una virtud en el mundo occidental; surgió como tal en Europa y América del Norte en el siglo XVII y ganó impulso durante el movimiento romántico cuando se convirtió en un ideal social y artístico. (Abagnnano, 1987)
Algunos estudiosos ven la sinceridad como un “constructo”, esto es, algo que se edifica en el pensamiento en base a experiencias y a la comunicación, más que como una virtud moral.
Durante el siglo XX, varios autores psicoanalíticos dedicaron, en mayor o menor medida, estudios acerca del fenómeno de la mentira, pero fue Donald Meltzer quien realizó un estudio acerca de la sinceridad y la insinceridad.
Freud, desde sus primeros artículos tales como “Psicopatología de la vida cotidiana” “La interpretación de los sueños”, “El chiste y su relación con el inconsciente”, “Recuerdos encubridores” y otros más, menciona la existencia de una instancia mental que censura los contenidos inconscientes, los cuales llegan la conciencia solo después de haber sido disfrazados o distorsionados, de forma tal que, los pensamientos conscientes no pueden “ligarse” con el material inconsciente de origen. Freud se percató de esta instancia censora, cuando al tratar a sus pacientes, había sucesos que éstos relataban de forma distorsionada, esto es, omitían o agregaban datos falsos a lo acontecido sin una intención franca de mentir, sino como trabajo de la instancia que censura e impide hacerse consciente lo inconsciente. (Freud S.)
Visto desde este ángulo, podríamos decir que la mayoría de los contenidos conscientes no son del todo sinceros, puesto que existe una censura que impide que los contenidos conscientes e inconscientes, sean congruentes entre sí.
En 1909, Otto Rank presentó un trabajo titulado “Psicología de la mentira” en el Grupo de los miércoles. Dividió su trabajo en dos partes; uno trata acerca de la psicología de la mentira y el otro, de la psicología del mentiroso. Rank dice que la mentira tiene el carácter de una transacción entre una parte de verdad y otra como una realización de deseos. (Sociedad Psicoanalítica de Viena, 1980).
Explica que hay dos tipos de mentiras: una que es determinada por la presión de las circunstancias, la cual está encaminada principalmente a evitar una injuria, un castigo o una herida narcisista y otra, cuya motivación principal es interna.
De la presentación de este trabajo, surgieron aportaciones interesantes. Freud hizo hincapié en la necesidad de establecer rigurosamente, la diferencia entre fantasía y mentira, ya que obedecen a motivaciones completamente diferentes. También hizo mención a que el niño, de forma natural, tiende a decir la verdad, pero por identificación con los adultos, se vuelve mentiroso.
Victor Tausk en su trabajo “Sobre la génesis del aparato de influencia” nos dice que, en la fantasía esquizofrénica, el esquizofrénico siente que sus pensamientos no se encuentran albergados dentro del aparato psíquico y, por lo tanto, todos los demás los pueden conocer. Los niños pequeños piensan que los padres lo saben todo, incluyendo sus pensamientos, hasta que el niño dice su primera mentira y se la creen. En ese momento, el niño se percata que sus pensamientos tan solo le pertenecen a él.
Sandor Ferenczi aportó que la mentira tiene como finalidad evitar el displacer; es una herramienta que utiliza el Yo para conciliar por un lado los deseos inconscientes del Ello, con el Superyó, instancia moral que los sanciona. “Las instancias morales designan estructuras formadas a través de un proceso que lleva la marca de la falsedad, de la no verdad. Una vez instalándose, el niño desmiente sus pulsiones reales. Esto puede ocasionar la formación de múltiples instancias morales no integradas”. De esta forma, Ferenczi vincula a la mentira con la estructuración infantil.
Fenichel, por su parte, distinguió dos tipos de mentiras: una en la que se hace creer a otro algo que no es cierto y aquella en la que se intenta que el otro deje de creer en algo que es cierto. “La tentativa de convencer a alguien de algo que en la realidad no es real, se hace como prueba de la posibilidad de que también ciertos datos de la memoria (propia) pueden ser erróneos.” Esta sería la finalidad inconsciente de la mentira, que el mentiroso logre negar algo de sí mismo, mientras que el rol de a quien engaña, es el de ser testigo de la lucha entre la memoria y la tendencia a la negación dentro del mentiroso. (Fenichel, 1966)
Abraham y H. Deutsch subrayaron la facilidad con la que el paciente mentiroso se apropia de diferentes identidades y enfatizaron la megalomanía subyacente al síntoma, en la que el impostor iguala su yo, a su ideal del yo, esperando de los demás dicho reconocimiento. (Abraham, 1925)
Otros psicoanalistas (Madeleine Baranger y el grupo de Río de la Plata) han hecho énfasis en la intencionalidad de la mentira, estableciendo una diferencia entre “la buena y la mala fe”. Dentro de la última clasificación, encontramos la mentira psicopática, cuya finalidad es dañar o sacar ventaja sobre el otro. La mentira “pura”, como ellos la denominan, corresponde a una actitud cínica: quién miente, sabe que está mintiendo y los hace con dolo.
Otros psicoanalistas, en cambio, ven la mentira psicopática como el deseo del mentiroso de colocarse como objeto de envidia; si los psicópatas son seductores y ejercen una atracción en el otro, se debe a que el psicópata encarna algo que somos o desearíamos ser.
Quienes clasifican a la mentira por su intencionalidad, la ubican dentro del dominio del consciente/preconsciente, pero no todas las mentiras se ajustan a esta clasificación. Digamos que por un lado tenemos a la mentira cínicamente pre fabricada (psicopática) y por otro, a la fantasía que busca hacerse realidad a través del relato, un cumplimiento de deseos que se logra con la ayuda del otro. (Miraldi).
Esta diferencia entre fantasía y realidad, y en la que Freud hizo hincapié en diferenciarlas, nos lleva a adentrarnos al conflicto entre la “verdad” del inconsciente y la necesidad de convencer al otro del relato, que tiene por objetivo auto convencernos de que nuestros deseos no son nuestros, ya que éstos no se ajustan a las exigencias de las formaciones de los ideales superyoicos. (Miraldi)
Propongo, para facilidad de estudio, utilizar la palabra mentira para referirnos a aquella que es urdida premeditadamente con la intención de ocasionar un daño o sacar ventaja sobre otro; esto es, a la mentira psicopática. Y llamar insinceridad a aquello que responde a una fantasía, en donde “la falsedad de la verdad” deriva de conflictos internos entre la realización de deseos y los ideales internalizados.
Al respecto, Donald Meltzer escribió un artículo titulado “Sinceridad”, el cual traduciré resumiré a continuación. (Meltzer, 1994).
Meltzer comienza diciendo que la palabra “meaning” tiene dos acepciones: una se refiere a lo que el lenguaje establece textualmente, y otra, a lo que queremos decir. Al respecto hace un juego de palabras que es más comprensible en inglés que en la traducción al español:
“What do you mean?”
“Do you know what you mean”?
“Do you really mean it?”
“What do you want to mean?”
Freud le dio importancia al lenguaje meramente como una cuestión de resistencia, represión y grados de conciencia. Sin embargo, Meltzer profundiza el estudio y propone que existen diferentes acepciones del meaning (significado) de las palabras, las cuales están relacionadas con la estructura de personalidad, específicamente, con el grado de integración objetal, y en especial, a la relación con la madre.
Dentro del setting analítico, el paciente debe poner su mundo interno en palabras. Las palabras no solo serán seleccionadas de acuerdo a la edad, género, nivel socio-económico, cultura, momento histórico, etc., sino también relacionadas a las emociones, los sueños, la construcción y reconstrucción de las figuras primarias, etc., todo esto dentro de una relación transferencial, la cual, no solo tiene que ser entendida por el analista a un nivel del significado textual de las palabras, sino también entender aquello que el paciente realmente quiere decir, quiere expresar (“what he really means”). Sobra decir que la contestación del analista también contendrá estas acepciones.
Al relacionar la sinceridad con la expresión de sueños, emociones, fantasías, etc., la palabra “sinceridad” abre su significado y puede tener muchas connotaciones, tales como honestidad, integridad, transparencia, rectitud, franqueza, apertura, etc.
Meltzer cita al Diccionario Oxford de la lengua Inglesa, en el cual, la palabra sinceridad tiene tres definiciones: A) lo no falso, lo que no ha sido pervertido de ninguna forma; B) puro, que no ha sido mezclado ni contiene ningún otro elemento; C) no contiene elementos que disimulen o decepcionen, sin pretensiones, directo, honesto.
De acuerdo a esta definición, se observa que la sinceridad lleva implícita una connotación moral (A y B) y otra de intencionalidad (C).
Las intenciones siempre van aparejadas de un plan de acción, la cual puede, o no, llevarse a cabo; la manera en la que interpretamos las palabras y los actos depende precisamente de la intencionalidad con la que se dicen o se hacen la cosas.
Esta habilidad para expresar la intencionalidad cuando hablamos de nuestros pensamientos y sentimientos es la que el otro percibe, por medio de la identificación introyectiva, como sinceridad y grado de auto conciencia. Cuando no podemos descifrar la intencionalidad del otro, nos genera desconfianza.
Meltzer dice que el confiar en el otro, no solo deriva de la intencionalidad de su discurso, sino también de la constancia de sus sentimientos, palabras y acciones; en otras palabras, en la estabilidad de su identidad. Si una persona cambia de opinión, desdice lo dicho o niega lo hecho con frecuencia, nunca sabemos a qué atenernos. Como bien sabemos, la identidad y la memoria van de la mano, ya que la memoria es la que nos permite recordar experiencias y sentimientos de uno mismo y de los demás, las cuales conforman una representación de nosotros mismos y de los otros. Sobra decir, entonces, que tanto la identidad como la memoria, están sujetas a estructuras y conflictos internos.
De aquí la diferencia al decir “no confío en X”, refiriéndose a la intencionalidad de las palabras, a decir “X no es confiable”, que se refiere a la constancia y estabilidad de su identidad.
Esta diferencia, tanto cualitativa (intencionalidad de estados mentales inmediatos), como cuantitativa (predicción de la caracterología), nos remite a aspectos estructurales de la personalidad.
El problema de la sinceridad ha sido abordado por muchos autores de acuerdo a la emoción que predomina en el momento, pero Meltzer explica que esa emoción predominante en el aquí y el ahora, se encuentra sistematizada dentro de una estructura, y es a esa a la que debemos enfocarnos para entender el concepto de sinceridad.
Meltzer explica que cuando el paciente dice algo, no solo debemos estar atentos al aspecto de “¿qué está queriendo decir?”, sino también debemos cuestionarnos “¿quién lo está diciendo?”, o sea, cuál estructura de personalidad obedece a la emoción expresada. Para comprenderlo, es necesario regresar al sentido de identidad del paciente.
El psicoanálisis ha establecido tres variantes de experiencia interna que son las que nos permiten mantener una unidad, experimentada como sentido de identidad.
La primera, se refiere a nuestra parte infantil de la personalidad, que, junto con la organización narcisista, establece las relaciones bis a bis con los objetos internos y externos (pulsiones y defensas, y estados que se encuentran desintegrados).
La segunda, se refiere a las identificaciones narcisistas, las cuales son muchas y solamente ha sido estudiada más a fondo y de manera sistemática la identificación proyectiva.
La tercera se refiere a la identificación introyectiva, a partir de la cual surge la parte adulta de la personalidad y se diferencia de las estructuras de personalidad infantiles.
Meltzer explica que la parte adulta de la personalidad se desarrolla secundariamente a partir de las identificaciones con los objetos internos y comprende al ideal del yo. El compromiso con estas identificaciones tiene por base emociones de la posición depresiva, especialmente la gratitud y el deseo por el mérito.
Por esta razón, la experiencia del sentido de identidad relacionado con las identificaciones introyectivas presenta un matiz futurista y un tono de aspiración, a diferencia del self-feeling (sentido de ser) inmediato generado por las identificaciones proyectivas.
Los cuestionamientos y dudas acerca de uno mismo, derivan de estas identificaciones introyectivas
La cualidad de la sinceridad (aspecto constante) proveniente de las introyecciones y tiene una derivación diferente de la sinceridad de estados emocionales transitorios (aspecto cuantitativo, intencionalidad).
El trabajo clínico sugiere que la parte adulta de la personalidad está llena de emociones ligadas a los objetos internos, las cuales se distinguen de otro tipo de identificaciones tanto por sus cualidades (fuerza, bondad, etc.) como por el grado de integración. Estas emociones de la parte adulta de la personalidad parecen estar relacionadas con la capacidad de perdonar y sentir compasión. También están relacionadas con la capacidad de aceptar y tolerar las proyecciones del sí mismo que contienen gran dolor mental. Dicho de otra forma, es la capacidad de reintroyectar partes del sí mismo dolorosas.
Todos sabemos que los estados de consciencia son fluctuantes, razón por la cual nuestro sentir y actuar tiene cambios constantes. Tanto la rigidez como el exceso de variaciones son reflejo de una patología.
El lazo de unión entre el estado de consciencia y el sentido de identidad es lo que Meltzer denomina el centro de gravedad. Las fluctuaciones de partes del sí mismo que toman consciencia dependerán del grado de integración y regresión, esto es, del grado de salud mental.
Bibliografía
- Abagnnano, N. Diccionario de Filosofía. Ed. FCE, México, 1987.
- Abraham, K. La historia de un impostor a la luz del conocimiento psicoanalítico. (1925). En Estudios sobre psicoanálisis y Psiquiatría”. Ed. Hormé. Buenos Aires, 1993.
- Alfonso,O. Demaría, L.; Fernández, A.; Mendilaharzu, C.; Maberino de Prego, V.; Prego, L.E.; P.de Pizzolanti,C.; M.de Pizzolanti, G.; Sopena,C. ” La seducción en la psicopatía.” Revista Uruguaya de Psicoanálisis. Tomo 8, N. 3., 1966
- Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Las Reuniones de los Miércoles. Tomo II. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires, Argentina, 1980
- Baranger, Madeleine. “Mala fe, identidad y omnipotencia”. En “Problemas del campo psicoanalítico”. Editorial Kargieman. Buenos Aires, 1969
- Bion, W. “Atención e interpretación”. Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1974
- Fenichel, O. ” Teoría psicoanalítica de las neurosis”. Biblioteca de Psicología Profunda. Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1966
- Freud, S. Obras Completas. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid, España.
“Recuerdos Encubridores” (1899) Tomo I
“La interpretación de los sueños” (1888-89) Tomo I
“Psicopatología de la vida cotidiana.” (1901-05) Id., Tomo I
“El chiste y su relación con el inconsciente.” (1905) Id., Tomo I
“Dos mentiras infantiles “. (1913) Id., Tomo V
- Meltzer, Donald. Sincerity and other Works. Collected Papers of Donald Meltzer. Edited by Alberto Hahn. Karnac Books Ltd.London1994.
- Miraldi, Aida. Revista al Tema del Hombre. www.chasque.net/frontpage/relacion/mentiras/htm
- Moliner, María. Diccionario de uso del español. Editorial Gredos. Madrid, España, 1992
- Tausk, Víctor. “Sobre la génesis del aparato de influencia”. Trabajos psicoanalíticos. Editorial Gedisa. Barcelona, España, 1977
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