Alma Rosa Flores

Es claro que el término resistencia fue formulado por Freud para describir emociones, actitudes, ideas, pensamientos, fantasías y acciones utilizadas por los analizandos para defenderse de contenidos inconscientes que poco a poco iban haciendo aparición en el proceso analítico, las evidencias podían adquirir diversas modalidades como la inasistencia, los retrasos, el silencio, el olvido del pago y la transferencia misma.

De acuerdo con Greenson (1976) “la palabra resistencia se refiere a todas las operaciones defensivas del aparato psíquico provocadas en la situación analítica” p.88, sin embargo, las operaciones defensivas pueden hacer su aparición antes del proceso propiamente dicho, tenemos relatos de pacientes que tardaron años en buscar un proceso psicoterapéutico, hallamos personas que aun teniendo la referencia llegan meses después y hay quienes nunca lo hacen luego de haber llamado y agendado una cita.  

Precisando, las resistencias pueden aparecer antes o durante la situación analítica y son experimentadas tanto por los analizandos como por los analistas. En términos de lógica podría resultar un poco paradójico, pero el analista también es un ser humano atravesado por lo inconsciente, es un sujeto de deseo, es un agente que presta su propio ser, su propio inconsciente para caminar junto con el analizando a lo largo de su historia, es lo que Nasio denomina, “inconsciente instrumental”.  

Encontramos en la práctica clínica, pacientes que pueden generar fuga de pensamientos o incluso adormecimiento en el analista, vale la pena aclarar que, si esto le sucede con algunos pacientes en específico, nos encontramos frente a reacciones contratransferenciales, derivadas de la propia transferencia del analizando, que al ser reconocidas se pueden transformar en una herramienta para el trabajo analítico. 

Pero también las reacciones contratransferenciales pueden ser un gran obstáculo y llevar al analista a experimentar algún tipo de resistencia previo al análisis de un consultante, me refiero específicamente a los contenidos, situaciones o implicaciones que trae consigo el tratamiento de sujetos en algún momento del desarrollo como la infancia y adolescencia o bien con un tipo específico de psicopatología. 

Existen diferentes razones por las cuales, los analistas deciden limitar su consulta a una edad en específico o a un tipo de pacientes, uno de esos motivos puede ser que existan aspectos sin resolver en su propio análisis, al respecto Gitelson (1952, citado por Etchegoyen, 2014) menciona que hay dos posiciones del analista enfocadas en las reacciones al paciente, en una modalidad son reacciones al paciente como totalidad y en la otra son reacciones a aspectos parciales del paciente, solo la segunda la concibe como contratransferencia, con respecto a la primera señala que no se le puede llamar contratransferencia como tal “ya que el paciente se ha convertido en su totalidad, en un objeto transferencial para el analista” p. 337, es decir, le ha reactivado su “potencial transferencial neurótico” lo que puede ocurrir con una clase de pacientes o con un paciente particular y usualmente ocurre precozmente en el análisis. 

Es así que surgen varias interrogantes ¿cómo elegimos a quien analizamos? ¿Cuáles son los motivos por los que diversos analistas se enfocan a un segmento de la población? y ¿por qué algunos analistas no trabajan con niños? Las respuestas basadas en la razón, los intereses, preferencias y aptitudes seguramente resultarían innumerables y lógicamente diversas, sin embargo, me parece que existen motivos vinculados a los estratos inconscientes. 

Mauco (1993) plantea que el niño real con quien se está frente a frente, es un símbolo cargado de resonancias afectivas en el inconsciente del adulto. Atrae inconscientemente al que sigue vinculado con su propia infancia; provoca el sadismo a través de su debilidad y el autoritarismo por su pasividad; llama a la libido por su necesidad de ternura y a la ansiedad por la falta de dominio sobre sus pulsiones. 

La infancia y las características de lo infantil es el tema gravitacional sobre el cual gira la elección o rechazo del tratamiento sobre esta etapa de la vida del ser humano. 

Para empezar, tal como lo describe Freud (1905) en Tres ensayos para una teoría sexual, la sexualidad infantil es perversa polimorfa, existe una primacía del principio de placer, las pulsiones son parciales, se encuentra en un camino de ida y vuelta entre polaridades y estar en medio de esta multitud de cambios, podría volver al niño altamente rechazable, dado que implícitamente habrá que tocar las fantasías de este pequeño ser, que activará las fantasías infantiles del analista.  

Lo mencionan Blinder, Knobel y Siquier (2008) “La dificultad consiste en ver al niño cara a cara, vivir y soportar su dependencia y su desamparo, porque en ese cara a cara está la presencia descarnada de la propia infancia, con su dependencia y sus vicisitudes” p. 24. Agregan más adelante que no se está trabajando con el niño que habita en el adulto, sino con el niño mismo y esto impacta de otra manera, más traumática, más angustiante, el inconsciente del analista. 

Por otro lado, Ana Freud (1978) expone que, al niño la curación no le causa placer, pues implica renunciar a la inmediata realización de sus deseos y gratificaciones, por lo tanto, la apetencia de gratificar el impulso se convierte en un obstáculo y no en una ventaja. 

Acerca de los recursos que el infante posee para expresarse Blinder, Knobel y Siquier (2008) mencionan que “El niño, definido como perverso polimorfo en lo pulsional, también es polimorfo en sus medios de expresión y la primacía del lenguaje verbal no está todavía asentada en él.”, p.26,  sin embargo, sabemos que el recurso natural de expresión durante la infancia es el juego, es el medio privilegiado debido a que cumple diversas funciones en el desarrollo evolutivo, de inicio tiene una función catártica, a través de éste el niño  puede fantasear y  elaborar gran parte de las experiencias que vive en su día a día. El polimorfismo expresivo ¿se convierte en una dificultad para aceptar el trabajo con niños? Es probable que parezca mucho más difícil encontrar el simbolismo en el juego que en los sueños de pacientes adultos, dado que en los segundos vienen acompañados de asociaciones verbales del paciente. En este mismo sentido puede resultar angustiante para quien inicia el trabajo con niños encontrar las palabras que guíen una intervención oportuna.  

El espacio de juego es otro vértice que requiere atención, cito a Aberastury (2015) “Las paredes deben ser lavables y conviene que el piso esté recubierto de linóleo o flexiplast, debe disponerse de una plancha de amianto que se adapte a la mesa o al piso, ya que puede ser necesario que el niño juegue con fuego”. p. 92 la autora también menciona que de preferencia el consultorio debe estar provisto de un baño con lavabo para que el analizando pueda utilizar agua, pienso que siempre hay alternativas en cuanto a las condiciones que se pueden ofrecer para la realización del espacio de juego, por ahora me inclino a pensar en la propuesta de Winnicott, cuando hace referencia a que se reúnen dos áreas de juego: la del terapeuta y la del niño, por supuesto que el soporte material es importante, pero más importante resulta la disponibilidad interna del analista. 

Frente a la consciencia de enfermedad, tenemos dos posturas completamente opuestas, autores como Arminda Aberastury (2015) plantea que, en la primera hora de juego, los niños exponen dos tipos de fantasías inconscientes:  la fantasía de enfermedad y la fantasía de curación. Otros autores sostienen que en el infante no existe la consciencia de enfermedad y en función de ello no tienen la intención de acudir a análisis, lo que en apariencia podría hacer difícil el trabajo con los niños. 

Comparto la idea de que tras la primera hora de juego el analista se enfrenta a las atribuciones que el niño deposita en él, desde el primer contacto. Aberastury (2015) señala “El temor de repetir su relación con el objeto originario es lo que nos transforma en alguien a quien y de quien se desconfía. El objeto originario cargado de frustración y miedo proyectado en el terapeuta transforma a éste en alguien temido por el niño y de quien espera que adopte la misma conducta negativa de sus padres y lo ataque” p. 109 Lo cual evidentemente puede verse reflejado en las conductas del niño y nos llevaría a cuestionarnos ¿Qué tanto el analista puede tolerar ser para el niño el objeto persecutorio? ¿Qué tanto corre el riesgo de asumirlo o bien de ocupar el lugar de un objeto idealizado y bondadoso?

Con esta interrogante se abre el espacio para hablar del analista y su deseo en el trabajo con niños, así como su posición frente al juego. Anzieu A., Anzieu D. y Daymas S., (2010) afirman que durante el análisis puede aparecer una comparación de sí mismo con el niño que se ve jugar. Juegan dos niños, el niño analizando y el niño del analista, es a partir de su propia parcela infantil que el analista puede tener la posibilidad de jugar con el niño y con su parte adulta es que puede realizar las intervenciones, de aquí la importante necesidad de realizar un análisis propio que le brinden la oportunidad al analista de prestar su mundo interno sin contaminar el del analizando. 

“En el análisis con niños/as, los analistas debemos añadir conocimientos mucho más profundos sobre la infancia y los procesos de maduración y desarrollo, una capacidad yoica adecuada para efectuar las regresiones y la fuerza de las pulsaciones, que en algunos momentos puede ser de gran intensidad, y su expresión extraordinariamente descarnada, así como el conocimiento de nuestra propia patología, que nos hace fuertes o vulnerables según el paciente que tratamos.” (Rocabert y Lartigue, 2001; p108)

A veces puede aparecer la inquietud de realizar intervenciones pedagógicas con la intención de que el analizando mejore, es lo Freud nombró furor curandi, intervenciones que responden a un deseo personal de proteger, cuidar, guiar y orientar, lo que resulta más parecido a un rol de madre/padre, protector o cuidador que el lugar necesario de la neutralidad. 

“La imagen inevitable de la construcción del “niño bueno” gracias al “pecho bueno/analista” se impone en la contratransferencia y el analista debe concienciarlo, para que no se convierta en una proyección que el niño interioriza directamente como objeto ideal. La relación de objeto particular niño/adulto que se desarrolla en una sesión, hace que el analista evoque el deseo de recrear a este niño ideal que el mismo deseó ser con sus padres y con su propio analista. (Anzieu, Anzieu . y Daymas, 2010; p. 41)

Sobre la identificación del analista con el niño o niña en análisis, una de las consecuencias podría ser increparle a los padres aquello que no le han proporcionado o aquello que han otorgado de más, en palabras de Blinder, Knobel y Siquier  (2008) reprocharles que no se ocupan lo suficiente del tratamiento del hijo o que se entrometen demasiado y no lo dejan crecer. 

El narcisismo del analista, puede llevarlo a ocupar un lugar de ideal, Blinder, Knobel y Siquier (2008) refieren que en el análisis con niños es más frecuente que el analista se deslice a ese lugar de adulto ideal, identificándose con los padres o con lo que él puede haber deseado encontrar cuando era niño: unos padres ideales que todo lo pueden. El análisis se despliega entonces en un campo donde hay un saber, el del analista, que no es más que supuesto, y una ignorancia, la del paciente, que no es más que una fachada. 

Nos situaremos ahora en algunos aspectos técnicos que pueden ser fuente de angustia, como determinadas situaciones que son de difícil manejo y que requieren de experiencia y elevado conocimiento. Me encontré con un fragmento de un caso que describe una de las autoras citadas a lo largo de este trabajo. 

“(…) el caso de un niño autista, Pierre que utilizaba el lavabo como fuente de la toma de consciencia de las primeras sensaciones internas, bebiendo incluso de la taza del retrete, después de un vaso, sentado sobre mis rodillas. Él sentía y escuchaba el correr del agua en su tubo digestivo. Su mirada se fijaba en la mía como la de un lactante con la mamada… hasta el día que se orinó sobre mí. Lo que me permite dar un sentido a este engullimiento de agua (yo le servía según Bion, de función alfa), y de poner al día su necesidad de entrar en contacto material con el cuerpo materno.” ( Anzieu A, 2010; p53)

Es imprescindible resaltar que en las sesiones no sólo encontramos las acciones, gestos o palabras de una compulsión a la repetición interminable, las sesiones están cargadas de novedad y sorpresa, de retos y de cuestionamientos constantes sobre aquello que  los analizantes intentan transmitir independientemente de la edad, que la incertidumbre es parte constante del capítulo de cada sesión, con esto quiero decir que no hay recetas ni fórmulas, que no hay nada seguro y que las situaciones que resultan muy complejas para los principiantes siguen siendo de difícil manejo para los experimentados.

Es evidente que las diferentes situaciones y contingencias que pueden aparecer en el análisis con adultos se multiplican en el análisis con niños, porque además en el análisis con niños no sólo es el trabajo con el niño y sus imagos, también están los padres de carne y hueso. 

Aspectos como la transferencia marcan un tema de divergencia y dificultad extra en el trabajo con niños, en la experiencia de Blinder, Knobel y Siquier (2008) los analistas pueden resistirse al trabajo con niños debido a la resistencia que tienen para ver a los padres en las entrevistas por las múltiples transferencias que se despliegan. Rocabert y Lartigue (2001) hablan de un entrecruzamiento transferencial el cual hace alusión a la transferencia de los padres hacia el niño y el analista, la del niño hacia los padres y el analista y, por último, la del analista hacia los padres y el niño. 

El analista puede representar para los padres, la figura de sus propios padres y colocarlo como quien va enjuiciarlos o a dirigirlos en su propia maternidad y paternidad frente al niño o niña en análisis, pero también pueden colocarlo en el lugar el analista hijo, a quien pretenden indicarle cómo realizar su trabajo, a la vez el analista puede reaccionar a las transferencias de estos padres, identificándose con el niño como se ha mencionado con anterioridad y aliándose con los padres y con el deseo de estos frente al niño. 

El trato con los padres también puede considerarse otro de los elementos que los analistas tienden a evitar o bien, con quienes no tienen intención de trabajar. Resulta frustrante para muchos  analistas mirar el avance de los niños y ver cómo sus padres los retiran del tratamiento, a veces porque los síntomas han sucumbido y la lógica objetiva dice que ya no tienen mayor necesidad de continuar en el tratamiento, otras más porque los síntomas no desaparecen y los padres desesperan, pero el niño sigue elaborando aspectos importantes para su desarrollo. Una realidad es que “En el análisis de niños, el comienzo, la continuación y la posibilidad de terminación del tratamiento depende no del yo del paciente sino de la comprensión e insight de los padres” (Freud, A.  2008; p. 43).

También puede suceder que aparezca en el analista un sentimiento de despojo de un objeto/sujeto preciado que lo hace sentir buen analista cuando mira sus progresos. Por lo que: 

 “Puede haber resistencias propias del analista: el deseo de preservar un acuerdo amistoso con los padres, no querer dejar marchar a un paciente que no se acerca al ideal que él se había forjado, o la dificultad de sostener una transferencia hostil o erótica. El analista ha de soportar y aun promover el proceso de desidealización, fomentando la caída del sujeto supuesto de saber, para el niño y para sus padres” (Blinder, Knobel y Siquier, 2008; p. 239).

Bick (1961, citado por Geissmann, 1992) plantea que un agente de estrés interior ligado al analista tiene que ver con su propia capacidad de evaluar su responsabilidad, muchas veces los objetivos del análisis son distintos de la curación de los síntomas o de las expectativas de los padres, el analista poco a poco deberá tomar la distancia necesaria para dejar a los padres la responsabilidad que les corresponde y tomar la propia. 

Después de este recorrido y de los diferentes aspectos mencionados sobre los posibles argumentos que se pueden encontrar ante la resistencia al trabajo analítico con infantes, es imprescindible puntualizar que esta vertiente del análisis requiere de un analista dispuesto a dejar resonar sus propios aspectos infantiles junto a lo infantil de sus pequeños analizandos, lo cual será tolerable en la medida que haya podido resolver sus propios conflictos con su infancia.

Dos consideraciones para finalizar; la primera de ellas retomando a Lévy (2011), una de las funciones del analista de niños es “hacer función como deseo de lugar de vacío para este niño ya tan lleno de todos los deseos de sus padres, educadores y otras instituciones”, p.83 recordando que el lugar del analista y su responsabilidad son “permitir al niño ser desalojado de su lugar de objeto para que advenga como sujeto”. p.165. 

Por último, se vuelve un requisito, pensar que nuestro ser como analistas requiere de creatividad, Winnicott señala que es “el hacer que surge del ser.” p. 48, es vincularnos con nuestra autenticidad, se requiere  también de tenacidad, pues cada uno se va construyendo a partir del trabajo con los pacientes en un sendero donde nos encontramos frente a frente con nuestros deseos, con el reconocimiento de nuestros temores, con la visualización de las complicaciones que el trabajo con lo íntimo de los seres humanos trae consigo, habitado por satisfacciones lo mismo que de desilusiones. 

Bibliografía

  • Aberastury A., (2015) Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Paidós. p. 92 y p.109. 
  • Anzieu A., Anzieu D. y Daymas S., (2010) El juego en psicoterapia del niño. Madrid: Biblioteca Nueva. Pp. 41 y 53.
  • Blinder C., Knobel J.,  y Siquier M., (2008) Clínica psicoanalítica con niños. Madrid: Síntesis. Pp. 24 y 26, 239.
  • Etchegoyen, H., (2014) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu. P. 336-338. 
  • Freud A. (1978) Normalidad y Patología en la niñez. Buenos Aires: Paidós. P. 43
  • Freud S., (1905) Tres ensayos para una teoría sexual. En S. Freud Obras completas VII (p. 157-188.) Buenos Aires: Amorrortu editores. 
  • Geissmann C., y Geissmann P., (1992) Historia del psicoanálisis infantil: Movimientos, ideas y perspectivas. Madrid: Síntesis. P.210.
  • Greenson R. (1976) Técnica y práctica del psicoanálisis. México: Siglo XXI. P. 88
  • Lévy R. (2008) Lo infantil en psicoanálisis: La construcción del síntoma en el niño. Buenos Aires: Letra Viva. P.83 y 165.
  • Mauco G. (1993) Sobre el inconsciente del maestro. En J.C. Filloux (Comp.) Campo pedagógico y psicoanálisis (pp.78-79) Buenos Aires: Nueva visión.  
  • Rocabert J. y Lartigue T.  (2001) El proceso psicoanalítico y sus variantes en niños y adolescentes. En Salles M. (Coordinador) Manual de terapias psicoanalíticas en niños y adolescentes.  P.108,  214
  • Winnicott D. (1993) El hogar, nuestro punto de partida. Ensayos de un psicoanalista. Buenos Aires: Paidós. P.48.