Relaciones amorosas: Notas sobre la formulación teórica de Kernberg.

Autor: Elisa Rábago

  (…) amar es combatir, si dos se besan

el mundo cambia, encarnan los deseos,

el pensamiento encarna, brotan las alas

en las espaldas del esclavo, el mundo

es real y tangible, el vino es vino,

el pan vuelve a saber, el agua es agua,

amar es combatir, es abrir puertas,

dejar de ser fantasma con un número

a perpetua cadena condenado

por un amo sin rostro; el mundo cambia

si dos se miran y se reconocen,

amar es desnudarse de los nombres (…) 

Fragmento de Piedra de sol, Octavio Paz 

 

La experiencia del psicoanálisis, tanto en el rol de analizando como en el rol de analista, me ha mostrado que las relaciones amorosas suelen ser un tema central del tratamiento. Nuestros anhelos, nuestras angustias, nuestras expectativas de realización, nuestro gozo y nuestro sufrimiento encarnan y se escenifican de manera primordial en el escenario de nuestras relaciones amorosas. En mi consulta actual, varios de mis pacientes han traído el tema a colación:

 

  • Lory, una mujer homosexual en sus 30´s ha establecido una relación simbiótica, mimética, con una mujer que su familia desaprueba. Ambas cuidan un grupo de mascotas como si fueran sus hijos. La paciente repite en esta relación un anhelo de reparación del vínculo con su madre.
  • Mireya, una mujer con personalidad narcisista en sus 30´s ha iniciado una relación con un amante, a pesar de que en la superficie todo parece funcionar bien con su esposo, a quien conoce desde la primaria, y a quien ha investido por un aura de grandiosidad idealizada. Ambas relaciones parecen tener elementos que satisfacen una agenda narcisista y la protegen de una profunda angustia de abandono.
  • Rodrigo, un estudiante de segundo año de derecho, ha entablado una relación con una chica que le parece ideal. Es guapa, inteligente, exitosa, y… lo quiere. Sin embargo, él la agobia constantemente con escenas de celos y berrinches que introducen frustración en la relación e impiden la consolidación de momentos agradables de convivencia y disfrute.

 

Si bien en el curso de cada sesión vamos bordando el entendimiento de los significados inconscientes de la comunicación del paciente, en todos los casos tuve la sensación que mi escucha de sus vicisitudes podría enriquecerse si dispusiera de un marco de referencia inicial, más sistemático, sobre las relaciones amorosas. El presente trabajo es un movimiento en ese sentido.

Decidí centrarme en la lectura de Otto Kernberg, y particularmente en su libro Relaciones Amorosas, Normalidad y patología, pues me pareció un abordaje comprehensivo y profundo. Su formulación teórica se basa en la revisión de autores tales como Freud, Chaserguet Smirgel, Meltzer, Green, Balint, Stoller, Braunsweig, Fein, Horney, Dicks, Bion, Anzieu, etc. En su libro abarca temas tales como la experiencia sexual, la excitación sexual y el deseo erótico, el amor sexual maduro, el Edipo y la pareja, la agresión, el amor y la pareja, las funciones del superyó, la psicopatología y las relaciones amorosas y el amor en el escenario analítico.

 

He aquí las notas de mi lectura:

Enamorarse y convertirse en pareja supone atraerse, anhelarse, relacionarse sexualmente, intimar emocionalmente, realizar ideales. Implica integrar el erotismo, la ternura, la sexualidad y el ideal del yo; poner a la agresión al servicio del amor.

Ahora bien, acceder a una relación en donde el amor sexual maduro se exprese supone un grado de elaboración mayor. Kernberg define al amor sexual maduro como “una disposición emocional compleja que integra:

 

  1. La excitación sexual transformada en deseo erótico de otra persona.
  2. La ternura que deriva de la integración de las representaciones del objeto y el self cargadas libidinal y agresivamente, con predominio del amor sobre la agresión y tolerancia a la ambivalencia normal que caracteriza a todas las relaciones humanas.
  3. Una identificación con el otro que incluye la identificación genital recíproca y una profunda empatía con la identidad genérica del otro.
  4. Una forma madura de idealización, junto con un profundo compromiso con el otro y con la relación.
  5. El carácter apasionado de la relación amorosa en los tres aspectos: la relación sexual, la relación objetal y la investidura del superyó de la pareja.”

 

Ahora bien, la posibilidad de acceder a una relación basada en el amor sexual maduro está directamente relacionada con la experiencia edípica de cada uno de los miembros de la pareja. Además de condicionar una trama inconsciente de relación, la calidad de la experiencia edípica es relevante pues energiza el desarrollo sexual, condicionando la cualidad e intensidad del anhelo, fantasía, curiosidad y pasión que la persona desplegará en sus relaciones adultas.

Kernberg expone que el Edipo tiene un impacto distinto en la experiencia sexual de hombres y mujeres. En principio, “los hombres –inconscientemente fijados a su objeto primario— tienen mayores dificultades para resolver su ambivalencia respecto de las mujeres, y deben hacer esfuerzos para desarrollar la capacidad para integrar las necesidades genitales y tiernas. Por su parte, las mujeres –inhibidas tempranamente en su conciencia genital— son más lentas para integrar una relación genital completa en el contexto de una relación de amor.”

Durante el Edipo el hombre enfrenta una dificultad central, pues “la relación genital que la madre establece con el niño implica una orientación sexual especial de ella hacia él, lo que estimula su conciencia sexual y la investidura narcisista de su pene. El peligro es que la gratificación pregenital excesiva de las necesidades narcisistas del varón por la madre, dé origen a la fantasía de que su pequeño pene es plenamente satisfactorio para ella.” Esta fijación narcisista puede determinar una actitud sexual juguetona, infantil y seductora respecto de las mujeres, sin una identificación plena con el poder de penetración del pene paterno. De tal forma que estos hombres tienden a establecer relaciones dependientes infantiles con mujeres que representan imágenes maternas. Esta constelación implica que existe una “colusión inconsciente entre los eternos niños –donjuanes—y las mujeres maternales seductoras, que utilizan la rebelión del donjuán contra la “ley y el orden” del padre para expresar su propia competitividad con el padre y la rebelión contra él”.

La resolución efectiva del Edipo requiere una aproximación distinta de parte de la madre: “el alejamiento periódico normal de la madre con respecto al niño varón para volver al padre, frustra el narcisismo del niño y estimula en él la identificación competitiva con el padre, iniciando o reforzando la constelación edípica positiva en los varones.”

Para alcanzar la plena expresión de la sexualidad adulta, los hombres deben de librar una serie de vicisitudes condicionadas por su experiencia de género:

  • Superar la envidia pregenital a las mujeres.
  • Superar el miedo e inseguridad ante la hostilidad reactiva de las mujeres.
  • Superar el miedo a la inadecuación respecto a los genitales femeninos.
  • Superar inhibiciones propias de la prohibición al incesto con la madre y la amenaza por la rivalidad con el padre.
  • Superar la identificación con el macho primitivo, controlador y sádico e identificarse con el padre generoso que disfruta con el crecimiento de sus crías sin someterlos a rituales punitivos.

En relación con las mujeres, Kernberg pone énfasis en el hecho de que a pesar de que existe evidencia de la excitabilidad y conciencia vaginal temprana de la niñita, esta suele ser inhibida y más tarde reprimida. La madre “no realiza una investidura particular de los genitales de la niñita, porque mantiene su propia vida sexual. (…) Incluso cuando inviste de modo narcisista a su hija pequeña, este narcisismo tiene rasgos pregenitales, más bien que genitales. (…) Esto constituye también una respuesta a las presiones culturales y a las inhibiciones compartidas, que derivan de la angustia de castración masculina, acerca de los genitales femeninos.”

Más tarde, el autor subraya “la importancia de la rivalidad y los conflictos edípicos en torno a la autoestima como mujer que la niña suscita en la madre: si la madre se ha desvalorizado como mujer, también desvalorizará a la hija, y la autoestima de la madre influirá fuertemente en la autoestima de la hija. Los conflictos no resueltos de la madre acerca de su propia genitalidad y la admiración al pene del niñito llevarán a la hija a mezclar la envidia del pene con la rivalidad fraterna. Normalmente, la niña se vuelve hacia el padre, no sólo porque la madre la decepciona, sino también identificándose con ella.”

De forma paralela a los hombres, las mujeres también deben de sortear otros desafíos para poder entablar una relación en donde el amor sexual maduro pueda expresarse:

  • La envidia del pene.
  • La represión de la competitividad sexual del Edipo.
  • Las prohibiciones sexuales que devienen en inhibición.
  • Las pautas masoquistas derivadas de la culpa inconsciente.

A pesar de estas vicisitudes, desde la perspectiva de Kernberg, las mujeres suelen tener un camino más franco hacia la el amor sexual maduro que los hombres: son más valientes, como consecuencia, en parte, de que su camino es más solitario y reservado. En su recorrido de desarrollo, además, el cambio de objeto del Edipo representa un movimiento no menor: el esfuerzo psíquico que entraña, las equipa y las enriquece. Adicionalmente, la natural inclinación y los valores asociados a la maternidad representa un ancla que les brinda estabilidad. Todo ello redunda en su capacidad para el compromiso.

Por otra parte para consolidar una relación de amor sexual maduro, el deseo de llegar a ser pareja y satisfacer las profundas necesidades inconscientes de una identificación amorosa con los propios progenitores y sus roles en una relación sexual, es tan importante como la elaboración de las fuerzas agresivas que tienden a socavar las relaciones íntimas. No es raro que en el campo de la pareja se actúen las necesidades agresivas y vengativas no satisfechas originalmente en las relaciones patógenas dominantes del pasado. De tal suerte, la agresión termina por dañar el apego apasionado e introduce en la relación una sensación de encarcelamiento y ´hastío sexual´. La reescenificación agresiva ocurre por medio de la identificación proyectiva, a través de la cual, cada miembro de la pareja induce en el otro las características del objeto edípico o preedípico pasado.

En este sentido, es factible decir que en la pareja inconscientemente se establece un equilibrio por medio del cual cada uno de los compañeros complementa la relación objetal patógena dominante del pasado del otro. Kernberg afirma que las parejas interactúan en su intimidad de muchas pequeñas maneras locas. Una “locura privada”, que es a la vez frustrante y excitante. En esta repetición, los guiones escenificados pueden incluir “fantasías realizadoras de deseos, culpa inconsciente, búsqueda desesperada de una conclusión diferente para una situación traumática temida y reiterada de modo incesante.”

Uno de los guiones inconscientes más frecuentes para la pareja es la triangulación. Esta consiste en la fantasía inconsciente de ambos compañeros con un tercero excluido, –un duplicado del rival edípico que representa la presencia de alguien más satisfactorio– y que alienta la inseguridad de la pareja. Existe también una trama de triangulación inversa que consiste en la fantasía compensadora y vengativa de compromiso con una persona que no sea el compañero –un miembro idealizado del otro género que representa el objeto edípico deseado—, con lo cual se establece una relación triangular en la que el sujeto es cortejado por dos miembros del otro género. Siendo así, Kernberg afirma, la cama siempre es compartida por seis personas: la pareja, sus respectivos rivales edípicos inconscientes y sus respectivos ideales edípicos inconscientes.

En ese sentido, una forma que toma frecuentemente la agresión relacionada con los conflictos edípicos es la colusión inconsciente de ambos compañeros para encontrar en la realidad una tercera persona que represente, de manera condensada, el ideal de uno y el rival del otro. La infidelidad marital frecuentemente responde a este guion: la escenificación de lo más temido y deseado.

Hablar de guiones inconscientes da pie a una pregunta fundamental sobre las relaciones de pareja: ¿Qué quieren los hombres?, se pregunta Kernberg. Una mujer en múltiples roles: madre, bebé, hermana gemela, pero sobre todo mujer sexual adulta. ¿Qué quieren las mujeres? Un hombre en roles paternos pero también en roles maternos, contesta el autor. Y se extiende: a veces también, quieren escenificar una relación homosexual o invertir sus roles sexuales, buscando superar los límites que separan a los sexos e inevitablemente limitan la gratificación narcisista en la intimidad sexual: ambos anhelan una fusión completa con el objeto amado.

Además de la elaboración de los conflictos agresivos inconscientes, la pareja requiere encontrar alternativas actuales para canalizar el impulso agresivo de cada uno de sus miembros. Para ello es esencial la capacidad para la discontinuidad, es decir, la creación de espacios y ámbitos separados que protegen a la pareja de una fusión peligrosa en la cual la agresión se volvería suprema. El modelo original de discontinuidad saludable lo instala la madre en su vínculo con el bebé, cuando se retira para volver a ser la compañera sexual erótica de su esposo. El hijo se identifica inconscientemente con ella en ambos roles, y a su vez dicha función activa tanto la frustración como el deseo en el infante.

Al igual que las discontinuidades, los límites protegen el equilibrio de la pareja. Límites, por ejemplo, que preservan la intimidad de la pareja frente a los hijos. Otro límite es el que se establece con la red de parejas con las que se comparte la vida social, relaciones frecuentemente infiltradas de erotismo y en donde suelen desplegarse triangulaciones directas e inversas. Límites entre la pareja y el grupo social, pues mientras la primera necesita al segundo para descargar agresión, el segundo necesita a la primera para sobrevivir. La muerte, la vejez, la enfermedad plantean también límites a la pareja y traen consigo sus propias tramas emocionales: miedo a dejar de ser atractivo; miedo a volverse dependiente; miedo a ser abandonado y reemplazado.

Frecuentemente el paso del tiempo determina movimiento y abre espacio para la pareja, pues trae consigo experiencias de duelo y reparación, y consecuentemente, oportunidades para la reconstrucción del contrato de pareja: el duelo por la partida de los hijos, por la pérdida de los progenitores, por la pérdida de la juventud, por el futuro que se angosta. Si la pareja consigue sortear los desafíos, acumula activos que le permiten perpetuar su compromiso: el cúmulo de memorias de vida en común; la confrontación consciente de la muerte; incluso, la vida tras la muerte de uno de los miembros de la pareja, pues el que queda vivo es el testigo y legatario del amor de ambos.

En síntesis, las relaciones amorosas representan un desafío. Es un campo en donde se concentran los más hondos anhelos de la experiencia humana y en donde cada miembro de la pareja puede encontrar o bien oportunidades de realización, o bien un escenario en donde se escenificarán dificultades importantes, que pueden producir un sufrimiento considerable. Sin embargo, igual que en otros ámbitos de la vida, acaso la mejor alternativa sea encararlas con valentía existencial:

Al fin y al cabo, en las sociedades burocratizadas y aburguesadas,es el adulto quien se conforma con vivir menos para no tener que morir tanto.Empero, el secreto de la juventud es éste: vida quiere decir arriesgarse a la muerte; y furia de vivir quiere decir vivir la dificultad.  Les Stars, Edgar Morin Citado por Igor Caruso en La separación de los amantes

 

Bibliografía 

  • Kernberg, O., Relaciones Amorosas, Normalidad y Patología, Paidós Psicología Profunda, 5ª reimpresión, Buenos Aires, 2009.
  • Caruso, I., La separación de los amantes, Siglo XXI editores, 21ª edición en español, México, 1997.
  • Paz, O., Libertad bajo palabra, Fondo de Cultura Económica, México, 1960.