puzzles-1515715Por: Lorena Correa
Para el Diccionario de la Real Academia Española, una de las acepciones de reconstruir es: “Unir, allegar, evocar recuerdos o ideas para completar el conocimiento de un hecho o el concepto de algo”. Aplicando esta definición al proceso analítico, agregaría que el objetivo de reconstruir sería completar el conocimiento de los hechos de la vida de la persona y el concepto que ésta tiene de sí mismo.
Laplanche y Pontalis, en su Diccionario de Psicoanálisis, definen construcción como: “Término propuesto por Freud para designar una elaboración del analista más distante del material que la interpretación, y destinada esencialmente a reconstruir en sus aspectos tanto reales como fantaseados una parte de la historia infantil del sujeto”.
En psicoanálisis, desde tiempos de Freud, la discusión versaba sobre la duda de si se recuerda o se reconstruye, pasando con el tiempo el énfasis de la primera a la segunda. Para estudiar este tema, me enfocaré principalmente en el artículo “Construcciones en el análisis”, que Freud escribió en 1937 y generó amplia discusión científica, en particular respecto a la definición de construcción y su diferencia con la interpretación. Quien esté interesado en seguir esta discusión, lo remito al examen que hace Horacio Etchegoyen en su libro  “Los fundamentos de la técnica psicoanalítica”, en el capítulo sobre “Construcciones”. Aquí diferencía las construcciones de las interpretaciones diciendo que cuando se pone énfasis en los impulsos se hacen interpretaciones y cuando acentuamos los recuerdos, hacemos construcciones, concluyendo sin embargo, que es difícil delimitar estos conceptos y tal vez no corresponda hacerlo. (1986, p. 407).
Independientemente de esto, la reconstrucción a la que me refiero es la que está implícita en el artículo mencionado de Freud y aquella que involucra tanto las construcciones (y/o interpretaciones) que el analista hace al analizando, como la participación del analizando respecto de éstas, es decir, la reconstrucción que van haciendo ambos de la vida del paciente en el curso del análisis. Parafraseando a Freud: El analista tendrá que construir lo olvidado o reprimido y transmitirle sus construcciones a la persona que está siendo psicoanalizada y así, entre su participación y la del analizando, irán reconstruyendo la historia del paciente.
Freud (1937, p. 3365) dice:
Es cosa sabida que el trabajo analítico aspira a inducir al paciente a que abandone sus represiones (usando la palabra en su sentido más amplio) que pertenecen a la primera época de su evolución, y a reemplazarlas por reacciones de una clase que corresponderían a un estado de madurez psíquica.  Con este propósito a la vista debe llegar a recoger ciertas experiencias y los impulsos afectivos concitados por ellas que en ese momento ha olvidado. Sabemos que sus actuales síntomas e inhibiciones son consecuencia de represiones de esta clase; es decir, que son sustitutos de las cosas que ha olvidado.
Continúa Freud diciendo que el analista deberá conducir al analizando en el camino de recuperar los recuerdos perdidos a partir del material que éste pone a su disposición. Nuestra experiencia ha demostrado que la relación de transferencia que se establece hacia al analista se halla particularmente calculada para favorecer el regreso de esas conexiones afectivas y es de donde hemos de extraer lo que buscamos, que es una imagen del paciente de los años olvidados que sea verdadera y completa en todos los aspectos esenciales.
Compara este trabajo de reconstrucción del analista con la excavación arqueológica de una casa o de un antiguo edificio que han sido destruídos y enterrados, cuando deduce sus conclusiones de los fragmentos de recuerdos, de las asociaciones y de la conducta del sujeto. Y ambos reconstruirán con métodos de suplementación y combinación, los restos que sobreviven.
El psicoanalista termina una construcción y la comunica al sujeto del análisis, de modo que pueda actuar sobre él, la coloca como una probable verdad histórica, que la persona irá confirmando o no. Con ello se busca liberar el fragmento de verdad histórica de sus distorsiones y sus relaciones con el presente y hacerlo remontar al momento del pasado al cual pertenece,  intentando así explicar, restituir y restaurar el pasado. (Freud, 1937).
Por su parte, Etchegoyen (1986) nos habla de las construcciones del desarrollo temprano y al igual que Freud, establece que el tratamiento psicoanalítico se propone reconstruir el pasado borrando las lagunas del recuerdo de la primera infancia, que son producto de la represión. Esto lo consigue levantando las resistencias y resolviendo la transferencia a través del análisis de los sueños, de los actos fallidos y de los recuerdos encubridores, no menos que de los síntomas y el carácter.
Pone especial énfasis en el desarrollo temprano, ya que como sabemos, éste se integra a la personalidad y puede reconstruírselo en el curso del proceso analítico, puesto que se expresa en la transferencia y resulta comprobable a través de la respuesta del analizado.
Etchegoyen distingue entre verdad histórica y verdad material. Para él, el método psicoanalítico revela la verdad histórica (la realidad psíquica), es decir,  la forma en que el individuo procesa los hechos y todas las fantasías con las que éste se explicó los mismos, pero no la verdad material. Esta última consiste en los sucesos objetivos que tienen infinidad de causas y consiguientemente de explicaciones y que no son accesibles al método psicoanalítico, porque al pertenecer al pasado, no los podemos conocer.  Lo que sí es accesible es la verdad histórica (realidad psíquica), que es la forma en la que cada uno de nosotros procesa los hechos, es decir, nuestra verdad.
El informe que un paciente aporta de sus situaciones traumáticas y, en general, de su historia, es una versión personal, un contenido manifiesto que debe interpretarse, y que de hecho cambia a lo largo del análisis. “Al levantarse el bloqueo afectivo, se podrá modificar la versión del trauma”. (1986, p. 429).
Así, podemos entender que la historia vital del paciente es siempre la teoría que tiene de sí y que el análisis reformulará en términos más precisos y flexibles. Es decir, el análisis no se propone corregir los hechos del pasado sino reconceptuarlos. De esta forma, se buscará restaurar la continuidad y coherencia de la personalidad.
Recordemos que el análisis de la transferencia deslinda el pasado del presente, discrimina lo objetivo de lo subjetivo. Cuando esto se logra, el pasado ya no necesita repetirse y queda como una reserva de experiencias que podemos aplicar para comprender el presente y predecir el futuro, no para malentenderlos. Etchegoyen recalca cómo las experiencias tempranas dejan su marca y se expresan luego en las ideas latentes de los mitos familiares y las fantasías del sujeto, en recuerdos encubridores y rasgos de carácter, así como en los síntomas de la persona y hasta en su vocación.
El análisis no se propone corregir los hechos del pasado, lo que por lo demás es imposible, sino reconceptuarlos. Si lo logra y el paciente mejora, la nueva versión es más ecuánime y serena, menos maniqueísta y persecutoria. El sujeto se reconoce actor, agente además de paciente; aprecia en las otras mejores intenciones, no sólo negligencia y mala fe; la culpa queda más repartida; se asigna un papel mayor a las inevitables adversidades de la vida. (1986, p. 429).
Y es que cada uno de nosotros guarda un conjunto de informes, recuerdos y relatos que, a modo de mitos familiares y personales, se procesan en una serie de teorías, con las que enfrentamos y ordenamos la realidad, así como nuestra relación con los demás y con el mundo. Podemos ver esta teoría como una hipótesis que pretende explicar la realidad y que puede ser refutada por los hechos. Así, el proceso psicoanalítico se propone revisar las teorías del paciente y hacerlas a la par más rigurosas y flexibles, así como demostrarnos que al considerar pasado y presente como idénticos estábamos equivocados. Continúa Etchegoyen:
El trabajo analítico consiste en que el sujeto revise su realidad interior (o lo que es lo mismo su verdad histórica) y se vaya dando cuenta de que lo que él considera los hechos es sólo su versión de los hechos. De esta manera el analizado tendrá que admitir que su deseo imprimió (e imprime) su sello a la experiencia y así él fue modificando y recreando la realidad exterior. (1986, p. 403).
Respecto del objetivo mencionado por Freud, de recuperar una imagen de los años olvidados que sea a la vez verdadera y completa, coincido con Etchegoyen que opina que este objetivo se cumple cuando se logra: “Construir un cuadro del pasado en el que el paciente reconozca su propia perspectiva y sepa que no es la única ni la mejor, que los otros pueden tener una versión distinta de los mismos hechos”. (1986, p. 404).
Siguiendo la recomendación original de Freud, durante el trabajo de reconstrucción, un analista empático intentará, en la medida de lo posible, fomentar que prevalezca la libido donde hay agresión.
El psicoanálisis no sólo busca encontrar el recuerdo patógeno, ayudar a recordar y hacer conciente lo inconsciente con ayuda del análisis de la transferencia, busca también ir reconstruyendo la vida del sujeto, a la par que se van encontrando aspectos nutrientes de sus relaciones significativas, para que pueda quererse a sí mismo y a sus objetos y que pueda concebir una relación con éstos diferente a la original, particularmente cuando fue patógena.
En el curso del análisis se irán reconstruyendo las imagos, es decir, las representaciones mentales de las relaciones objétales del paciente, buscando el analista reconstruir esas imagos de tal forma que pueda predominar la libido. Por ejemplo, el paciente dice “Mi mamá me odiaba”. Si hubiera predominado el odio, probablemente habría muerto, entonces podemos decir que había algo de amor, pues al fin y al cabo, el paciente sobrevivió.
La vida implica una serie continua de pérdidas tanto de objetos externos como internos (o específicamente de la modalidad de la relación con éstos). De ahí que en cada etapa del desarrollo el individuo tenga que resolver una gran variedad de duelos con su concomitante agresión al mundo externo y a sí mismo, duelos que se irán elaborando conforme se va reconstruyendo. Es decir, no se puede hacer una reconstrucción a menos que se revisen gran cantidad de estos duelos, particularmente los no resueltos, que en palabras de Freud llamamos puntos de fijación.
Será trabajo del análisis ir viendo cómo la persona concibió sus relaciones de objeto, resolviendo y elaborando los duelos y buscando que pueda ver a sus objetos y su relación con éstos desde otro ángulo y que desde este nuevo ángulo pueda haber algo que sea nutriente para ella.
En el proceso analítico el paciente irá revelando su verdad, su realidad, que dependerán del momento del desarrollo por el que estaba pasando y las pulsiones y fantasías que predominaban en ese momento, las cuales, como sabemos, hoy en día ya no son las mismas. Buscamos que el paciente pueda ver que ya cuenta con otros mecanismos para enfrentarse a dicha realidad.
Amapola González, nos dice:
El tratamiento psicoanalítico mediante la paciente tarea de ir interpretándole al sujeto sus mecanismos inconscientes, es posible que logre alcanzar una cierta comprensión por parte del sujeto de que el paciente ya no es más un niño indefenso sino un adulto perfectamente apto para sobrevivir y que tal vez sus padres no son tan terroríficos como los vivió en su muy temprana edad. (1989, p.27).
Así, un analista empático buscará que los introyectos que una persona recuerde y atesore sean aspectos positivos de la relación de objeto o si esto no es posible, por lo menos aspectos que le permitan entender sus limitaciones, así como sus frustraciones. Que lo pueda ver y concebir bajo otro lente, ya no como resultado de tánatos, ayudándolo a ver que ha predominado eros pues no sólo ha sobrevivido, sino que ha sido capaz de progresar en su desarrollo. Al reconstruir los aspectos negativos se van resolviendo conflictos que dejan de requerir la utilización de energía psíquica, y por tanto, ésta queda disponible para que el sujeto enfrente las situaciones de la vida de una manera más eficiente y con una perspectiva menos maniquea, lo que disminuye su infelicidad e incrementa su bienestar.
Para ilustrar lo anterior, mencionaré un caso que supervisé con Avelino Gaitán, a quien le agradezco su ayuda para estructurar este trabajo. Yadira, de 35 años, llegó a tratamiento por problemas en sus relaciones familiares, con sus hermanas, su hijo y especialmente en su relación de pareja, donde predominaban las agresiones tanto físicas como verbales y “unos celos incontrolables”. Yadira no se sentía digna de ser querida por su pareja, creía que todas las mujeres eran por supuesto mejores que ella, aunque su pareja le demostrara lo contrario.
Desde la primera entrevista, comentó que su mamá había muerto cuando ella tenía 12 años y que su papá la abandonó a los 3 meses de este suceso. En un inicio y durante mucho tiempo el tema de las sesiones giraba en torno a los reproches, el enojo y el rencor hacia este padre abandonador. Se preguntaba  ¿Cómo era posible que la hubiera abandonado a los 3 meses de la muerte de su madre para irse con su amante? ¿Cómo no había estado presente en los sucesos más importantes de su vida? ¿Cómo le mandaba tan poquito dinero cuando era adolescente? ¿Cómo nunca la había abrazado ni le había dicho que la quería? Si su papá no la había querido, ¿Cómo la iba a querer alguien más? como Manuel, su pareja.
A lo largo del tratamiento, fuimos reconstruyendo los recuerdos que tenía de su padre. Pudimos reconstruir algunas situaciones en las que efectivamente éste había estado ausente, y en este caso, exploramos los motivos de esta ausencia, logrando Yadira entender que no eran un rechazo personal hacia ella y que por tanto, ella no debía basar su autoestima bajo la premisa de que ni su padre la había querido. También pudimos reconstruir otras situaciones en las que de alguna forma, su padre había estado presente. Yadira empezó a poder ver otros aspectos de su padre, y de su relación con él. Pudimos ver la incapacidad de su padre para enfrentar el duelo de la muerte de su esposa y para hacerse cargo de sus hijas (ya no era tan malo como cobarde), así como sus limitaciones para demostrar sus afectos. Ya no estaba solamente esa idea rígida de “Nunca me demostró su cariño”, ahora podía verlo como un padre que probablemente no tenía la capacidad de demostrarlo, por ejemplo: “Ahora entiendo que él es así, de rancho. He visto como él tampoco abraza a sus hermanos, ni les dice que los quiere, así lo educaron.”
Al ir reconstruyendo sus recuerdos vimos que el padre estuvo de alguna forma presente en su vida, no de la forma que ella hubiera querido, pero estuvo, en la medida de sus posibilidades. En algún momento le dije que probablemente la mayoría del tiempo su padre no la quiso como necesitaba o como hubiera querido que la quisiera. Poco tiempo después, y ya llevando más de 2 años en tratamiento, el concepto de ese padre ha ido cambiando, en sus propias palabras “Ahora veo que mi papá no me quiso de la forma que yo hubiera querido, pero sí me quiso”.  Al ir rescatando a su padre internalizado, remodelando sus imagos paternas, ha podido introyectar a un padre que de alguna forma la quiso. Ya no se ve más como una persona vacía de amor, en la que sólo había odio. Poco a poco ha ido descubriendo que sí tiene algo que dar en la medida en que es capaz de amar y que por tanto, ahora es digna de ser amada.
Creo que el trabajo analítico se trata de ir remodelando la identidad del sujeto, así como la percepción que tiene de sí mismo, buscando que se vaya enriqueciendo. Buscando que pueda pasar de una fuente seca a una fuente que puede ser generosa, de ir remodelando sus introyectos a la par que se va remodelando el modelo de identidad, que la persona va a ir introyectando a lo largo del análisis. Que pueda ir descubriendo facetas libidinales de sus introyectos, al mismo tiempo que va descubriendo la riqueza de su interior.
Así, en el análisis la persona podrá ir reconstruyendo su historia, asumiendo, revalorando y resignificando; discriminando lo que sí es suyo y lo que no, ya sin la necesidad de asumir o rechazar ciertos aspectos de sí mismo por ideas predeterminadas que nunca han sido cuestionadas. Se trata de irse reconociendo para, eventualmente, irse sintiendo más a gusto consigo mismo. El análisis modifica el concepto que se tiene de sí mismo, su identidad, poniendo eros donde hay tánatos en lo que respecta a uno mismo.
El análisis busca entender desde un nuevo lente y al entender el individuo se va reconstruyendo y si lo logra, curando como producto secundario. Al ir reconstruyendo su historia, la nueva concepción de identidad del individuo se va dando de forma espontánea en el proceso analítico, proceso en donde se ha creado una relación donde predomina la libido y donde se tiene una nueva oportunidad para reconstruir a sus objetos y por lo tanto, reconstruirse a sí mismo.
 
Bibliografía:

  • Diccionario de la Real Academia Española.
  • Diccionario de Psicoanálisis. Laplanche y Pontalis
  • Etchegoyen, H. (1986). Construcciones y Construcciones del desarrollo temprano. En Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (394-434). Buenos Aires: Amorrortu.
  • Freud, S. (1937). Construcciones en el análisis. En Obras Completas (257-279). Buenos Aires: Amorrortu.
  • González, A. (1989). Imagos paternas en la elección de patología. Gradiva, V., 23-31. p. 27

 
 
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