Por: Juan Pablo Quibrera
Introducción
En el presente trabajo me propongo explorar el concepto del realismo mágico en la literatura así como su relación con fenómenos clínicos que podemos observar tanto en pacientes fronterizos como en adolescentes. Me parece que existen ciertas similitudes en estos pacientes y que se puede comprender mediante el análisis del discurso del realismo mágico. Este trabajo surgió debido a mi inquietud en los primeros semestres de la formación psicoanalítica, al toparme con pacientes que, por sus características, han provocado una contratransferencia intensa por mi parte y por lo tanto he querido indagar más sobre por qué el manejo de estos pacientes puede ser diferente al de otros.
Para ello, primero explicaré a qué me refiero con realismo mágico y daré un ejemplo, posteriormente tocaré los puntos de conexión que éste tiene con los pacientes fronterizos y la adolescencia, y finalmente mencionaré ejemplos de pacientes adolescentes que he visto a modo de viñeta para ilustrar los conceptos mencionados.
 
Realismo mágico
El término realismo mágico implica ya una contradicción, dos opuestos aparentemente irreconciliables, realidad y magia, en pugna (Bowers, 2004) lo cual indica la existencia de una tensión. Mantengo en mente esta idea de tensión ya que más tarde tocaré el tema de las tensiones en el período de la adolescencia, pues la adolescencia en sí misma es un discurso que podríamos definir como la pugna de tensiones que se da en la transición de la infancia a la vida adulta.
Pero para ser precisos, ¿a qué nos referimos cuando decimos “realismo mágico”? Parece haber confusión sobre el término, por lo que Bowers (2004) explica las diferencias entre varios términos que en ocasiones suelen confundirse o tomarse como equivalentes:

  1. El primer término fue Magischer Realismus, nació en Alemania en 1920 y podría traducirse como “realismo con magia” (magic realism), y se refiere a un misterio imposible de ver, subyacente a la realidad. Se trata de un misterio mágico que no se puede representar ni poner en palabras, sino que está velado (Roh, 1995, cit. en Bowers, 2004). Esta idea es como la de una cortina que se abre para dejar ver algo más de la realidad que vemos a simple vista. (Pintura de Frida Kahlo)
  2. El segundo término fue “lo real maravilloso”, introducido en la década de 1940 en Latinoamérica, y alude a lo cotidiano y lo imposible chocando, pero juntos de alguna manera. En palabras de Salman Rushdie (1982), “la comunión de lo improbable y lo mundano”.
  3. El tercer término y más usado es el de “realismo mágico”, nacido en la década de 1950 para describir la literatura latinoamericana del momento. Hoy se usa este término para referirse a la narrativa de eventos mágicos en un entorno realista, donde “lo sobrenatural se acepta como parte de la cotidianidad normal” (Zamora y Farris, 1995, cit. en Bowers, 2004).

Para evitar confusiones, Bowers propone el término “magic(al) realism”, en este trabajo me referiré a este conglomerado de acepciones cuando use “realismo mágico” (un misterio mágico velado, lo cotidiano conviviendo con lo imposible).
 
Ejemplo de realismo mágico
“El jueves 22 de febrero, un día después del asalto, Jennifer Layone estaba buscando el control remoto debajo del sofá, cuando encontró a Dios. Se veía justamente como ella se lo había imaginado: barba blanca, túnica y sandalias, todo el chistecito – pero estaba demasiado sucio (había mucho polvo abajo del sofá). Como Jennifer iba a lavar la ropa de todos modos, se llevó a Dios a la lavandería. Lo metió en la lavadora junto con un par de jeans. Seguramente se le olvidó checar los bolsillos de Dios, porque cuando lo sacó de la lavadora estaba cubierto de molestos pedacitos de Kleenex. Esto decepcionó a Dios. Se rehusó a ver a Jennifer a los ojos y se largó de la lavandería sin siquiera decirle adiós o gracias.” (Kaufman, 2011, pp. 23-24)
Como se puede ver con el ejemplo anterior, el realismo mágico tiende a ser un género juguetón, gracioso, disparatado: Bowers (2004) explica que la premisa básica de este género es que el lector debe de suspender su incredulidad (suspension of disbelief) y aceptar la incongruencia de los elementos. Me parece que esto equivale a suspender el juicio de realidad, y ciertamente equivale también a la escucha psicoanalítica, donde el analista está abierto al material del paciente dejando su propio juicio y lógica en la puerta del consultorio.
 
Realismo mágico y pacientes fronterizos
Como hemos visto, el realismo mágico se caracteriza por la convivencia de lo ordinario y lo imposible, de elementos bizarros que chocan con una realidad por lo demás estable. Puedo pensar esto en relación a los pacientes fronterizos o con organización fronteriza de la personalidad, donde suele haber por lo general una revoltura de síntomas y signos, hay un conglomerado de fenómenos tan variados que el analista muchas veces no sabe qué diagnóstico es el apropiado, y encima puede sentirse entorpecido en el manejo del paciente debido a la intensa identificación proyectiva. Por más que el analista haga su mejor esfuerzo por escuchar al paciente suspendiendo su incredulidad (suspension of disbelief) y mantenga su neutralidad, el paciente puede provocar en él intensos sentimientos.
No me propongo hacer aquí una descripción exhaustiva de estos pacientes, sin embargo considero importante subrayar que este diagnóstico no se puede realizar basado sólo en sintomatología, sino que se trata de una cuestión estructural del sujeto, de una relación de objeto deficiente y distorsionada desde la infancia, la cual se revive en la situación analítica (Coderch, 2010). Estas relaciones de objeto son mucho más parecidas a las de un psicótico que las de un neurótico, sin embargo, no por eso el paciente es psicótico. Por otro lado, Modell (1963, cit. en Coderch, 2010) argumenta que los fronterizos sí deben ser considerados como psicóticos ya que pierden el juicio de distinguir entre la realidad externa e interna en la transferencia. Estos pacientes tienen una carencia afectiva esencial (Abraham, 1924) y en ocasiones se llenan de odio hacia los objetos, podríamos explicar esto como un funcionamiento primitivo: una incapacidad de sufrir o de pasar a la posición depresiva.
En todos los puntos anteriores se puede ver el discurso del realismo mágico, donde no hay suficiente estabilidad para sostener una estructura realista o neurótica-sana, pero algo hay que salva del derrumbe psicótico, característico del surrealismo.
 
Realismo mágico y adolescencia
Si teóricamente, esquemáticamente, pensáramos que la infancia es equivalente a la psicosis y al surrealismo, al mundo donde predominan la fantasía y el proceso primario del pensar; tendríamos entonces que la adultez sería equivalente a la neurosis, al realismo, donde predominan el juicio de realidad y el proceso secundario. Nos quedaríamos así con una brecha intermedia, un mundo que no es ni de aquí ni de allá, donde todo está un poco revuelto, justamente como en el lapso de tiempo que pasa entre que empezamos a despertar y despertamos del todo, donde lo vivido en el sueño sigue presente pero va evaporándose poco a poco, mientras las funciones del yo vuelven a operar. Es en esta brecha intermedia que creo que se ligan los conceptos de sueño, pacientes fronterizos, y adolescencia.
Es imposible delimitar con exactitud qué es la adolescencia, pues al tratarse de un período que oscila entre la infancia y la vida adulta (González, 1989), no se cuenta con un consenso de qué años abarca. Lo importante, en cambio, es comprender la problemática por la que pasa el adolescente: factores biológicos, psicológicos y sociales (es decir internos y externos) llevan al individuo a la crisis, cuya meta es la genitalidad. Esta crisis, como mencioné al inicio del artículo, me hace pensar en el realismo mágico en tanto que implica sobretodo una tensión o serie de tensiones. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la lucha interna entre dependencia e independencia, como escribe José de Jesús González: “el niño todavía no es un adulto, y se le exige que se comporte a veces como niño y a veces como adulto, tiene mucho trabajo biológico, intrapsíquico y social que desarrollar. Quiere llegar a ser ‘alguien’, pero no sabe cómo, aun cuando dice saberlo. Necesita de la familia, de la escuela, de la sociedad, y si no se le brinda esta ayuda de manera discreta, desinteresada y efectiva, va a ser un adulto con dificultades en la vida.” (p. 10) En la anterior descripción del desafío adolescente –o uno de muchos-, es clara la similitud entre la adolescencia y la organización fronteriza que toqué en el apartado previo, ya que al igual que el fronterizo, el adolescente tiene un yo que se mueve dentro del discurso del realismo mágico. Otra de las tareas del yo adolescente es la de integración, de dominar los impulsos y conflictos infantiles que se reeditan y unificarlos dentro de las funciones de una personalidad adulta (Benedek, 1979, cit. en González, 1989). El realismo mágico es una manera diferente de contar una historia, es decir, es una manera nueva de narrar; similarmente, podría argumentar que el adolescente tiene la tarea de encontrar una nueva manera de contarse, de decirse, de constituirse ante sí mismo y ante sus objetos (la búsqueda e integración de la identidad). La diferencia con el fronterizo sería entonces que el adolescente está en un período de transición, está en el proceso de lograr lo que el fronterizo de cierta manera falló (aunque no falló del todo, pues si hubiese fallado completamente estaríamos hablando de estructuras psicóticas y un discurso surrealista, no realismo mágico).
Otros desafíos presentes en el aparato del adolescente son la reedición del complejo edÍpico y la desconexión con sus primeros objetos de amor, para buscar objetos fuera de la familia (González, 1989), lo cual implica un trabajo importante dinámico y económico de retirar catexias e investir nuevos objetos. Otro punto donde vemos una conexión importante entre el paciente adolescente y el paciente fronterizo es el narcisismo: el adolescente retira la catexia del objeto y la vuelca sobre el self, provocando un self grandioso y sobrevalorado a tal grado que incluso pueden haber fallas en el contacto con la realidad y con el juicio (González, 1989). Recalco que en la adolescencia esto es normal y esperado, mientras que en la vida adulta puede ser parte precisamente de la organización fronteriza, donde hay en ocasiones fallas de funciones yoicas básicas, como el control de impulsos y el juicio de realidad, más la calidad de las relaciones de objeto que suele ser primitiva e intensa, alternando entre la idealización y las defensas maníacas. Se espera que el adolescente pueda habitar este discurso de realismo mágico temporal, para salir airoso, con un yo fuerte e integrado y poder mantener un equilibrio narcisista; el paciente fronterizo es posiblemente el resultado un tanto fallido de estos desafíos.
 
Viñetas y Conclusiones
En palabras de Aberastury y Knobel (1994, cit. en González, 2001), “sería anormal la presencia de un equilibrio estable durante el proceso adolescente”. Pero entonces, ¿cómo podemos determinar si un adolescente está teniendo un proceso más o menos exitoso? Más aun, ¿se puede predecir si un adolescente será neurótico, sano, fronterizo, o psicótico? A continuación quiero mencionar dos viñetas breves de pacientes adolescentes que atendí. Ambos pacientes eran muy diferentes entre sí, y los tratamientos en sí fueron muy diferentes uno del otro; sin embargo, coincidió que vi a ambos en el mismo periodo de tiempo y por lo tanto pude comparar y contrastar no solo las características de los pacientes sino los efectos contratransferenciales que generaron en mí.
El primer adolescente, M, de 14 años, llegó referido por la escuela debido a problemas de agresión con compañeros. En la entrevista inicial, los padres me mencionaron que su hijo se sentía incomprendido y reaccionaba de forma muy impulsiva cuando se sentía atacado por alguien, eligiendo el ataque como la mejor defensa. Al ir conociendo a M, fui descubriendo otros motivos de consulta propios del paciente, como por ejemplo, que constantemente se sentía temeroso de que alguien fuera a atacarlo, de que algo malo le pudiera pasar a su familia; como resultado, estaba hipervigilante y en ocasiones fabricaba teorías francamente paranoicas. Por otro lado, M se jactaba de su poder y habilidad por triunfar sobre los demás, en sus palabras “chingárselos para que no se lo chingaran”. Mostraba mucha admiración e idealización hacia figuras que le parecían ejemplares y expresaba abierto disgusto y odio ante las que no eran suficientemente buenas para él. Todo el material mencionado, de estar presente en un adulto, apuntaría probablemente a una organización fronteriza: relaciones parciales de objeto, pobre control de impulsos y uso constante de defensas maníacas. Antes de dar mi conclusión sobre esto, explicaré la otra viñeta.
C era un adolescente también de 14 años cuando llegó conmigo, también referido por su escuela. Los motivos de consulta planteados por la escuela eran mucha agresión hacia los compañeros de clase, amenazas a través de redes sociales, amenazas de muerte, entre otras. Cuando empecé a conocer a C me di cuenta de que había mucho más: un discurso que idealizaba a la muerte, no mostraba empatía, presentaba aplanamiento afectivo y en general no hacía contacto con el mundo exterior. No me vio a los ojos el primer mes de tratamiento, y ponía distancia conmigo al hablarme de usted, a pesar de verme joven. Además de esto, fui descubriendo que C pasaba el tiempo solo, en casa, sin hablar con nadie más que con su madre –con la que aun dormía-, generalmente viendo videos de mucha violencia, como asesinatos, accidentes y suicidios que él consideraba eran reales.
Pensando los casos de M y C en retrospectiva, hay muchas similitudes tanto en las características de los pacientes como en la experiencia que viví con ellos. Ambos pacientes tenían pobre control de impulsos, relaciones de objeto parciales, y en ocasiones confundían su realidad externa con las propias fantasías. Ambos provocaban en mí una contratransferencia intensa, me movilizaban a contra-actuar y a veces entorpecían mi capacidad para pensar y trabajar (resultado de la identificación proyectiva masiva). Sin embargo, nunca me quedó la menor duda de que el primer paciente, M, era un adolescente que tendía a la salud, que lograría consolidar un yo lo suficientemente fuerte, mientras que C por otro lado apuntaba a la psicosis, al derrumbe y la enfermedad. Todos los días llegaba con mi supervisor y me maravillaba al contarle las diferencias tan claras que veía en dos pacientes que podrían verse a simple viste como parecidos, cuando en realidad ahora veo que eran totalmente diferentes. Hoy puedo explicarme que M estaba viviendo un proceso adolescente normal, polisintomático e intenso como lo sería un paciente fronterizo, pero de buen pronóstico: si M lograba tener el suficiente soporte del mundo externo, lograría salir del discurso del realismo mágico e insertarse en el discurso del realismo (neurosis). En cambio, pronosticaba el derrumbe interno de C, quien ya mostraba a sus 14 años una predominancia avasallante y abrumadora de mecanismos esquizoides, rasgos sociopáticos y paranoides. Es muy importante mencionar también el rol del ambiente: M contaba con un soporte familiar sólido y dispuesto a ayudarle a pasar por el proceso adolescente, mientras que C solo contaba con su madre, bastante esquizoide, que no fomentaba el crecimiento emocional de su hijo. Todos estos factores, aunados a la contratransferencia particular que sentí, me llevaron a ubicar a estos pacientes en mundos totalmente distintos. Con M, yo sentía la típica contratransferencia caótica intensa que se siente con pacientes fronterizos, era un revoltijo de emociones y contenidos, pero al terminar la sesión tanto el paciente como yo nos volvíamos a integrar. La “locura” de este realismo mágico quedaba contenida en el espacio analítico, era como soñar o jugar. En cambio, con el paciente C, yo me sentía constantemente perturbado, invadido, perseguido, usado, agredido, escupido, incluso estando en mi casa. Frecuentemente soñaba o me encontraba pensando en él, casi siempre contenidos muy agresivos y relacionados con la muerte. A pesar de que el diagnóstico en adolescentes es un tema delicado y tentativo, me inclino a pensar que este paciente quedaría inserto en un realismo mágico estructural, turbulento y frágil, que en una situación de crisis podría debilitarse a tal grado de caer en el surrealismo, la psicosis.
 
Bibliografía

  • Abraham, K. (1924) Un breve estudio de la evolución de la libido considerada a la luz de los trastornos mentales, en <<Psicoanálisis Clínico>>, Paidós, Buenos Aires, 1959.
  • Bowers, M. (2004) Magic(al) Realism. Nueva York: Routledge.
  • Coderch, J. (2010) Psiquiatría Dinámica. Barcelona: Herder.
  • González, J. (1989) Teoría y técnica de la terapia psicoanalítica de adolescentes. México: Trillas.
  • González, J. (2001) Psicopatología de la adolescencia. México: Manual Moderno.
  • Kaufman, A. (2011) The Tiny Wife. Canada: Cormorant Books.

 
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