Presentamos este texto que fue leído el 18 de octubre de 1980 en el IV Congreso Nacional de la Sociedad Psicoanalítica de México, y publicado en nuestra revista Gradiva, Num 3, Vol 1, 1980.
Dr. ROBERTO GAITÁN GONZÁLEZ. 
Dra. ESTELA RUIZ MILÁN.
“Siendo predominantemente prácticos los fines que hoy nos reúnen he elegido también para mi conferencia inicial un práctico y de interés profesional más que científico. Conozco vuestro juicio sobre los resultados de nuestra terapia y quiero suponer que la mayoría de vosotros ha superado ya las dos fases de su aprendizaje: la de entusiasmo ante la insospechada extensión de nuestra  acción terapéutica y la de depresión ante la magnitud de las dificultades que se alzan en nuestro camino.  Pero cualquiera que sea el punto de vuestra evolución al que hayáis llegado, me propongo hoy mostraros que nuestra aportación de nuevos medios contra la neurosis no ha terminado aún, y que nuestra intervención terapéutica ha de ampliar considerablemente su campo de acción en un futuro próximo…”  De esta forma iniciaba Sigmund Freud su conferencia “El porvenir de la Terapia Psicoanalítica” en 1910. Setenta años después estas afirmaciones continúan siendo vigentes.
El campo de acción del psicoanálisis se ha ampliado produciendo cambios en distintos niveles. De allí que el título general de nuestra ponencia, “Psicoanálisis y Cambio”, pueda resultar ambiguo ya que es posible relacionarlo con varios significados, todos ellos válidos para lo que nos proponemos exponer.
1.    Como primera acepción, el significado de la frase “Psicoanálisis y Cambio”  implica que el psicoanálisis es el método curativo que alcanza sus metas al lograr un cambio en la estructura de la personalidad.
2.    En segundo lugar nos referimos a los cambios por los que han  pasado la teoría y la técnica psicoanalítica desde sus inicios hasta la época contemporánea, resultando el cuerpo de teoría psicoanalítica actual, que es el tema central de este congreso.
3.    En tercer lugar, la sociedad contemporánea, dentro de su proceso evolutivo, ha incorporado los cambios que propicia el psicoanálisis unas veces logrando un mayor estado de bienestar y otras, en la medida en que se han distorsionado los conceptos psicoanalíticos, haciendo imposible alcanzar la salud.  Este fenómeno, en la sociedad contemporánea, es el tema de nuestro trabajo.
El concepto de salud es difícil de abordar, ha habido intentos para definir la salud del aparato psíquico y sucede que esas definiciones son tan variables como el número de los individuos que las expresan. Esto mismo acontece con el concepto del amor, por ejemplo, al cual se le atribuye las más diversas acepciones.
Es por esto que el concepto de salud es susceptible de cambio y se presta a deformaciones que dependen de la época y del lugar en los que se acuña el concepto. Una idea,  y más aún si implica una connotación axiológica, sufrirá mutaciones a través del tiempo con los cambios que impone cada generación y diferirá del país o incluso de la comarca donde rija como valor.
No existe, como dice Lacan, una  verdad absoluta (Evans, 1979), sin embargo, es preciso delimitar el concepto de salud para construir un marco de referencia al cual le podemos atribuir  validez.  Hacemos con esto lo mismo que con otras ciencias (incluyendo las exactas) que partiendo de aseveraciones arbitrarias, postulan leyes que dan por verdaderas.
Hemos tomado la definición del concepto de salud de la OMS que dice: “Salud: Un estado de completo bienestar físico, mental y social y no la mera ausencia de enfermedad”.
Cabe subrayar, que el aparato mental de una persona tiene como función primordial la de manejar los impulsos instintivos libido y agresión, utilizando los aparatos de autonomía primaria y secundaria, con la finalidad de relacionarse consigo mismo y con los demás. La salud psíquica consistirá en ese bienestar que beneficiará no solo al individuo sino también a sus objetos de relación.  La enfermedad, la patología mental que es la que nos preocupa como psicoanalistas, será la ausencia de bienestar en la mutua relación del individuo consigo mismo y con la sociedad.
El psicoanálisis es el método terapéutico que lleva a la salud.  De aquí que Freud considerara importante que los conocimientos psicoanalíticos fuesen conocidos y aceptados por toda la sociedad porque suponía que de esa manera los enfermos no podrían ya exteriorizar sus síntomas. Al conocer el  significado de estos síntomas, tanto el neurótico como las personas de su entorno, estarían en condiciones de interpretarlos, quitando toda razón de ser a la enfermedad que ya no podría cumplir con el propósito de deformar y ocultar ante el sujeto y los demás, los deseos que encuentran satisfacción mediante los síntomas. Dicho de otra forma: la enfermedad se encargaría de “hacer consciente lo inconsciente” y así cada individuo tendría que: “…reconocer los instintos en ellos dominantes, afrontar el conflicto y renunciar o combatir sus deseos; y la tolerancia de la sociedad, consecuencia de la ilustración psicoanalítica, les prestará su apoyo. (Freud, 1910).
Freud resumió en una frase lo que consideró fundamental del psicoanálisis en cuanto instrumento  terapéutico: “donde está el ello, allí deberá estar el yo”(Freud 1923), que puede traducirse como el dominio y control de los impulsos instintivos o sea:  la salud.
Al transformar el ello en yo, al hacer consciente lo inconsciente, Freud planteaba la posibilidad de que el hombre fuera dueño y señor de sus impulsos.  La maestría para dominarlos la obtendría mediante el autoconocimiento, que hacía válida una vez más la frase del oráculo Delfos: “conócete a ti mismo”.
El yo es la estancia psíquica del individuo que funciona como integradora y sintetizadora de lo que acontece dentro y fuera de mi persona.  Es el yo el que maneja la realidad del mundo externo y la fantasía del mundo interno: el que desarrolla los mecanismos de defensa para una mayor regulación entre las demandas instintivas y las condiciones que impone la realidad, permitiendo la evolución del individuo.
En el proceso de conocer el funcionamiento del aparato mental para lograr la hegemonía del yo, el psicoanálisis ha ido mejorando. La investigación sistemática realizada principalmente con pacientes, ha hecho posible comprobar muchas de las hipótesis y descubrimientos de Freud. Otros conceptos han cambiado a medida que se adquirieron nuevos conocimientos. Así, por ejemplo, para Freud (1933) las psicosis eran radicalmente inaccesibles. En la actualidad, gracias a la mejor comprensión del primer año de vida y a las modificaciones técnicas sugeridas por psicoanalistas como Melanie Klein, René Spitz, Margaret Mahler, Frieda Fromm-Reichmann, Herbert Rosenfeld, etc., para citar sólo a unos pocos, las psicosis empiezan a ser accesibles.
Otro avance se dio en 1936 cuando Hartmann, Kris y Lowenstein, y posteriormente Rappaport, partiendo de las aportaciones de Freud, sentaron las bases para la información de una escuela de pensamiento conocida como Psicología del Yo.
El propio Freud amplió los horizontes del psicoanálisis al descubrir la agresión, que había sido su punto ciego durante muchos años. El acento que en los principios del psicoanálisis se ponía en la sexualidad, paso de manera indiscutible a la agresión.
Avelino González (1979) explica la “ceguera” inicial de Sigmund Freud en lo tocante a la agresión, al recordarnos que, en la medida que los hallazgos psicoanalíticos fueron inicialmente resultado de la mente genial de Freud y de su propio autoanálisis, es natural que en tanto hombre joven se haya preocupado más por la sexualidad, haciéndola consciente primero y sólo a medida que fue madurando y se incrementó el miedo a la muerte,  pudo descubrir el impulso agresivo y su trascendental  importancia. Freud describió el impulso agresivo en “Más allá del principio del placer” (1920) y lo llamó instinto de muerte.
Al integrar de una manera más consistente la teoría instintiva dual, libido y agresión, con las relaciones de objeto, conceptos como de narcisismo han adquirido otra dimensión que implica modificaciones a la técnica psicoanalítica como señalaron Amapola González de Gaitán y cols. (1972). Otto Kernberg (1976) después de llegar a conclusiones similares, propone los cambios técnicos necesarios para manejar este tipo de pacientes.
En la actualidad se considera que la agresión se expresa en tres formas distintas dependiendo de sus fines: a) Para la supervivencia, b) Reactiva como respuesta a ataques externos, y c) Descargas inmotivadas desde el punto de vista de la realidad.  Las dos primeras son adaptativas e indispensables para la supervivencia, la tercera, patológica.
El impacto de las teorías psicoanalíticas sobre la sociedad contemporánea es fácilmente detectable en un sinnúmero de actividades de indudable trascendencia como es el caso de la crianza y educación de los niños, donde los preceptos psicoanalíticos son aplicados desde hace años y, como señala Ana Freud (1965) han logrado suprimir un gran número de trastornos neuróticos infantiles.  Los psicoanalistas continuamos investigando con la intención de que la educación de los niños sea el agente profiláctico ideal de las neurosis.
La difusión de los descubrimientos psicoanalíticos condicionó que la enfermedad mental en la actualidad no presente las características que Freud consideró típicas.  La ilustración psicoanalítica que se dio a la sociedad ayudó a cambiarlas.  Sin embargo, el alcance profiláctico que a Freud esperaba aún no se ha logrado.  Estamos todavía en el proceso de curación.
La sociedad no ha podido elaborar los descubrimientos psicoanalíticos a la velocidad que éstos surgen.  Ciertas premisas del psicoanálisis han sido deformadas ya que la sociedad, al igual que los pacientes, necesita tiempo para integrar los cambios estructurales necesarios.  De allí las distorsiones contemporáneas del concepto salud.
En los albores del psicoanálisis se tomó como génesis de la enfermedad mental la imposición que la realidad ejercía sobre el individuo para que controlase los impulsos instintivos. El aparato mental de cada persona, frente a ese desafío, hipertrofiaba el primero de los mecanismos de defensa descritos por Freud: la represión. Con este descubrimiento se hizo posible explicar el olvido y permitió conocer el inconsciente y relacionarlo con los síntomas, actos fallidos y sueños.
Era preciso entonces “levantar la represión” para conocer  lo reprimido y poderlo manejar adecuadamente. Se encontró también que los mecanismos de defensa eran indispensables para la vida de relación. Como su nombre lo indica, son defensas y, desde que Ana Freud (1936) los sistematizó, se reconoce que su existencia es indispensable y sólo la hipertrofia de ellas representa patología.
Este parece ser uno de los puntos de controversia que provoca la confusión y la deformación del concepto de salud; las defensas (y en primer término la represión) no necesitan ser abolidas sino manejadas por el individuo quien, al conocer los contenidos inconscientes reprimidos, quedará libre del cautiverio de la ilusión.
La sociedad contemporánea al saber que, en parte,  la génesis de la patología se debe a la represión de los impulsos instintivos  y que la salud se puede alcanzar “levantando la represión”, deforma el concepto psicoanalítico al confundir el hecho de conocer lo reprimido con actuarlo y condiciona con esto la aparición de nuevos cuadros psicopatológicos.
Aún en medios aparentemente informados que manejan conceptos psicoanalíticos y que han derivado del psicoanálisis numerosas teorías y técnicas, es fácil encontrar que consideran  sinónimos salud psíquica y abolición de la represión.  Frecuentemente escuchamos frases de personas que se confieren autoridad en el campo de la salud mental, que revelan mediana preparación en estos avatares y por lo mediano y mediocre representan un peligro en el campo de la salud psíquica al postular la falacia de que la pérdida de toda inhibición y la actuación de los impulsos es equivalente de salud.
Un fenómeno similar lo presentan algunos pacientes en análisis que en el proceso de resolver un núcleo conflictivo, hacen consciente algún deseo infantil y, sin detenerse a pensarlo,  consideran que lo sano es lograr, mediante la acción, la satisfacción otrora frustrada.  No es raro encontrar personas que en este punto del tratamiento lo abandonen por considerar, que el hecho de estar “desinhibidos” es sinónimo de salud, cuando en rigor esa actividad hipomaníaca es únicamente una forma de evitar el conflicto, de enfrentar la confusión que implica el cambio y elaborar la depresión que sobrevendrá al ceder la omnipotencia frente a la realidad.  Estas personas provocan el desconcierto de otras que están familiarizadas con el psicoanálisis y la desconfianza de los que ignoran de qué se trata.
Encontramos un mundo contemporáneo en que reina la actuación de los impulsos y no el yo que los conozca y maneje.  Un ejemplo es el gran número de adolescentes que a todas edades se consideran obligados a iniciar relaciones de coito, que les resultan más angustiantes que placenteras por temor a ser rechazados y tachados de “reprimidos” por el grupo de amigos en que se desenvuelven.  Los adolescentes al igual que los grupos mencionados están confundiendo el concepto de “levantar la represión” con el hecho de descargar mediante la acción los impulsos instintivos tan pronto surgen. En rigor éste tipo de conducta implica que el individuo funciona utilizando una forma de pensamiento llamada proceso primario, que es ontogénicamente una de las formas más primitivas del pensar. Confunden  “hacer consciente” con actuar, y deforman así el concepto de salud.
Uno de los mayores problemas que enfrentamos en la actualidad es la falta de control del impulso agresivo como resultado de aceptar que “actuar es lo sano”.
Concepto ampliamente difundido explícita o implícitamente a través de los medios de comunicación masiva.
Junto con esto los individuos del siglo XX  nos hemos visto confrontados con la necesidad de integrar los cambios que a gran velocidad se han ido sucediendo. Esta  situación indudablemente favorece y precipita el incremento de las pulsiones agresivas y la aparición  de modalidades distintas de manejo de tales pulsiones. La velocidad de los cambios y de los nuevos conocimientos que todos tenemos que integrar a nuestros procesos de pensamiento, condicionan que nuestro aparato psíquico pierda marcos de referencia en los que estaban implícitas premisas fuertemente arraigadas, que probablemente hasta ese momento habían servido de directriz para normar acciones.  El proceso normal de elaboración de estos cambios es en un primer tiempo, la confusión interna: en un segundo tiempo, la depresión que surge frente a las pérdidas internas ó externas y, finalmente, la adaptación a la nueva realidad externa.  Sin embargo, este proceso no siempre se puede realizar a la velocidad que exige la sociedad moderna, con lo cual los conflictos se hacen cada vez más aparentes, la rabia contra el mundo y contra el propio individuo, que se ve impotente, es descargada en distintas formas.  Surge lo que Melanie Klein llamó “posición esquizo-paranoide”, como forma de manejo principal de los desafíos internos y externos.
S. Nacht (1971), explica lo anterior al decir: …las perturbaciones psicopatológicas que observamos hoy proceden más bien de una agresividad excesiva, mal controlada, como testimonian mil incidentes de la vida cotidiana –altercados entre automovilistas, hosquedad a flor de piel, necesidad de criticarlo todo y a todo el mundo, etc. Pero, cuando se ve reprimida, o incluso ahogada, dicha agresividad origina estados depresivos, cuyo número parece aumentar de forma inquietante. La depresión es la enfermedad del siglo. Expresa, sobre todo, dolor de vivir, esa dificultad de ser, cuya observación ha llegado a sernos familiar.
“Otra categoría de neuróticos que encontramos con más frecuencia en nuestros días la componen los que se designan con el nombre de ‘caracteriales’, cuya entera personalidad está perturbada por trastornos de comportamiento, sin que se puedan detectar otros síntomas específicos”.
“Depresivos y caracteriales son los que observamos hoy con mayor frecuencia.  Han pasado a ocupar el lugar de las neurosis caracterizadas –obsesivas o fóbicas, por ejemplo- a las que se aplicaban las técnicas preparadas y definidas estrictamente por Freud.  Las estadísticas demuestran claramente ese ¨deslizamiento¨ de las neurosis propio de nuestro tiempo y que se origina en una forma de desesperación, más o menos sentida por todos, seguramente, pero de la que un número cada vez mayor de individuos toma conciencia sin estar en condiciones de asumirla.  Y ¿cómo va a estar el individuo en condiciones de asumirla cuando todos los valores morales y espirituales se ven no solamente impugnados, sino desvalorizados, disgregados por una duda que los alcanza prácticamente a todos?”.
Un ejemplo de lo que Nacht llama “caracteriales” lo encontramos en esas personas que frente a los desafíos del mundo externo responden con mecanismos de tipo narcisista; esto es más frecuente de lo que imaginamos.  Este tipo de gene suele afirmar que es “sano” aquello que hace, piensa o desea y que la equivocación es cosa del “otro” en el sentido lacaniano.  Aquello que es diferente es visto como peligroso, hostil o enfermo.  Utilizan racionalizaciones, expresadas las más de las veces a través de una ideología, con lo que tratan de justificar actos atroces como los que en la actualidad amenazan incluso la paz mundial.  El narcisismo cierra las puertas a la comunicación y comprensión de lo diferente y sólo permite el aparente diálogo con la imagen de su propio espejo y, lo que es peor, con la imagen distorsionada de su self, con la mentira, como diría Lacan.
Otra racionalización que se usa como resistencia para evitar el reconocimiento y la aceptación de de la patología es la fantasía que a menudo escuchamos de que se va a operar radical en forma mágica que convierte al paciente en otra persona.  Sabemos que en los casos de mayor cambio se modifica la estructura de la personalidad no los elementos que la componen; se logra una integración diferente a partir de esos mismos elementos que, por funcionar de manera caótica y desorganizada impedían la utilización adecuada de la función sintética del yo. En ocasiones encontramos un deseo de ser diferente, pero la fantasía de convertirse en “otro” se lo impide.  No se trata de ser “otro”, sino de utilizar las potencialidades propias lo mejor posible.  Sentirse “otro” equivale a la ruptura de la propia imagen, a la pérdida de la identidad, a la psicosis.  Lo que se propone el psicoanálisis es justamente lo contrario; el encuentro con algo más genuino que nosotros mismos, el descubrimiento del self. Pero esos temores, fundados en la propia fragilidad del individuo y en el temor paranoide a ser manipulado y a que el cambio provenga del mundo exterior y no del propio yo,  lleva al sujeto a la necesidad de aseverar que su conducta es normal en un intento desesperado de convencerse a sí mismo y de convencer a los demás de la distorsionada idea de salud que resulta cuando existe este conflicto.
Esta necesidad de engaño –de autoengaño- ha sido sin duda derivada del temor que desde sus inicios provocó el psicoanálisis y va de la mano con la distorsión del concepto de salud que intenta justificar la actuación de la violencia y de la impulsividad sin control, en un retorno al principio del placer, con el subsecuente olvido de lo que nos dicta el principio de realidad.
Son las personas que saben que existe una técnica para el autoconocimiento que es el psicoanálisis, y se resisten a aceptarlo por el temor a conocerse a sí mismos, a develar la efigie temible que creen tener oculta, a reconocer que la ilusión de lo idealizado se disolverá en la confrontación dolorosa a veces, pero enriquecedora del propio conocimiento.
Otra posibilidad de enfrentar los desafíos que plantea la sociedad moderna, al contrario de los que se retraen en forma narcisista, es la de quienes intentan integrar en su persona los distintos cambios que la sociedad plantea, con la esperanza de que así alcanzarán el estado de bienestar que desean.  Un ejemplo de esta forma de responder lo encontramos en la actualidad en un grupo cada vez más importante de mujeres.
Al descubrir Freud (1908) que la frigidez y algunas formas de neurosis en la mujer eran, en parte, resultado de la poca información y de la gran represión sexual a la que sometía a las mujeres y que esta educación coartaba la posibilidad de una mayor actividad intelectual por parte de ellas, Freud a pesar de las limitaciones confesadas por el mismo para comprender la psicología femenina, abría la posibilidad de que las mujeres se desarrollaran más en otro campo; el profesional, y simultáneamente quedaba esbozado el desafío de integrar las actividades tradicionalmente femeninas con las que siempre  habían considerado exclusivas del hombre.
La sociedad se abocó a la tarea de dar más oportunidades a la mujer, poco a poco se abrieron las puertas de las instituciones educativas a todos los niveles, aumentó el número de mujeres en las más diversas áreas laborales; las dos grandes guerras indudablemente aceleraron el proceso.  Surgieron descubrimientos científicos que al permitir la regulación hormonal y evitar la ovulación facilitaron el que las mujeres tuviesen una libertad sexual similar a la masculina.
Un gran número de mujeres aprovecharon la oportunidad y demostraron una capacidad que el mundo hubo de reconocer.  En dos generaciones tan solo, actividades que durante siglos habían estado vedadas a las mujeres eran realizadas por ellas.
La estructura social en consecuencia tenía que cambiar para adaptarse a la nueva situación.  Se inició el proceso de elaboración por parte de los componentes de la sociedad, mujeres y hombres, en la búsqueda del equilibrio dinámico de los nuevos elementos en juego para lograr la adaptación.  Entre otros el concepto de salud también cambio.
Las mujeres se aplicaron a la tarea de desarrollar plenamente sus capacidades en el campo profesional y al mismo tiempo formas o mantener un hogar.
Tan legítimos como son ambos deseos sería de esperar que las mujeres que tratan de conjugarlos se sintiesen satisfechas, plenas.  Sin embargo la observación clínica muestra que un gran número se sienten angustiadas por el desafío de conciliar ambos roles, deprimidas al considerarse impotentes para poderlos combinar, con un sentimiento perenne de culpa por la idea de que no atienden bien a los hijos y enojadas al mismo tiempo por las limitaciones que como profesionistas enfrentan por el hecho de ser madres.
Nuevamente la comprensión psicoanalítica del interjuego instintivo líbido-agresión nos permite comprender este aparente fracaso de la sociedad para alcanzar la adaptación, al interpretarlo como la expresión del conflicto interno resultado de pretender mantener los marcos de referencia aprendidos en la infancia de lo implica ser padre y madre, hombre y mujer, profesionista y ama de casa, roles bien diferenciados en aquella pareja tan querida para los niños de ayer que las mujeres de hoy se sienten obligadas a desarrollar, simultáneamente, en ellas mismas.
Son las mujeres quienes en este proceso en particular presentan la sintomatología más aparente, ya que los hombres en mayor o menor grado han adoptado una posición de observadores aparentemente permisivos desde la que favorecen las nuevas actividades femeninas pero se resisten a aceptar, y en consecuencia bloquean, cambios en los relativo a las obligaciones de la madre para con los hijos por ejemplo, con lo que complican la situación.
En estas condiciones las mujeres pretenden ser tan buenas profesionistas como lo fue el padre y tan buenas madres como lo fue la suya, sin percatarse de que eso es imposible, que el desarrollar los dos roles implica labor de síntesis,  de la que resultan nuevas actitudes de la pareja en la relación con los hijos, entre sí mismos y con el trabajo diferentes de las paternas y no por ello mejores o peores, es aquí donde está la deformación de la sociedad que por el temor al cambio emite un juicio equivocado al favorecer y simultáneamente rechazar, en alguna de las dos facetas, a la mujer que desempeña los dos roles.
Por lo anterior, para las mujeres igual que para los hombres este cambio es vivido por el inconsciente como una traición hacia las figuras primarias, en la medida que se cree estar rechazando sus enseñanzas, la paradoja es que fueron precisamente aquellos padres quienes impulsaron a sus hijos a valorar a las personas que trataban de desarrollar al máximo sus capacidades, fue un mensaje contradictorio.
Los padres durante los primeros años de vida, como señala el Dr. Toscano (l980), tienen ideas estereotipadas acerca de los rasgos y conductas de los infantes masculinos y femeninos, esto influye necesariamente en el pequeño quien considerará adecuados esos estereotipos y tratará de realizarlos, sin embargo más adelante en el desarrollo el mensaje cambia y se plantea el desafío de fusionar aquello que primero aprendió a mantener separado, para poder alcanzar una identidad definida.
Esta situación condiciona el sentimiento de culpa resultado de la fantasía inconsciente de traición y asesinato de los padres por intentar ser diferentes de ellos, y que al mismo tiempo, en su fantasía, les impiden alcanzar la deseada identidad, todo ello reprimido, y que unido a los mensajes contradictorios que tanto la sociedad como las figuras primarias proporcionaron a las mujeres, les hace imposible realizar los cambios de estructuras necesarios, resultando la depresión.
Para algunos podrá parecer exagerado el generalizar la experiencia clínica con pacientes en tratamiento individual, a grandes grupos de individuos, sin embargo, seguimos aquí a Freud (1933) cuando dijo: …llevé a cabo la primera aplicación del psicoanálisis, explicándome la conducta de la masa como un fenómeno de la misma resistencia que en cada uno había que combatir…” y la experiencia le ha dado la razón a Freud.
Fenómenos como el de las mujeres obligaron al psicoanálisis a elaborar un nuevo punto de vista metapsicológico que se sumó a los establecidos por Freud, el adaptativo, que Hartmann mencionó por primera vez en 1936 y que permite evaluar la forma en que el individuo trata de lograr un mayor estado de bienestar en la interrelación con la sociedad.
Hartmann explicó:  “… la plasticidad del yo es sin duda uno de los requisitos previos de la salud mental, puesto que un yo rígido podría ser un obstáculo para el proceso de la adaptación”.
Adaptación será entonces el intento por vivir de acuerdo con los límites que la realidad externa nos impone, utilizando la mayor riqueza posible de nuestro mundo interno para transformarnos y transformar la realidad mediante cambios autoplásticos y aloplásticos,  teniendo como meta la armonía del hombre con el universo. Adaptación no es sometimiento sino consciencia de lo que es modificable dentro y fuera de nosotros y que redunda en beneficio del individuo y de la especie humana.
Trabajo leído en el IV Congreso Nacional de la Sociedad Psicoanalítica de México, D.F., el 18 de octubre de 1980.