Andrea Lescieur

México, un país que es conocido en el mundo entero por su gran gastronomía, historia, música, playas, hospitalidad, etc.  Ese mismo México, es también un país en donde el delito y la violencia son el pan de cada día desde hace mucho tiempo.  De acuerdo con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), de enero a agosto de 2019 se registraron 1, 353, 990 delitos. Es importante mencionar que estas cifras no representan el número total de delitos cometidos en México, sino únicamente el de los delitos denunciados. (SESNSP, 2019). De acuerdo con datos del INEGI (2020), “la cifra negra” representa que el 92.3% de los delitos no son denunciados. Por lo tanto, podríamos pensar que desde enero hasta agosto de 2019 se cometieron alrededor de 17 millones y medio  de delitos en nuestro país. A pesar de que estos números son impactantes, no son sorpresivos, ya que día con día somos bombardeados con noticias de carácter delictivo por diferentes medios. Los factores de riesgo tales como pobreza, corrupción, falta de educación, marginación, etc. promueven que el crimen organizado se vuelva un agujero negro que succiona poco a poco todo lo que ve a su paso, incluyendo a los miembros más vulnerables y maleables de nuestra sociedad: nuestras niñas, niños y adolescentes.   

Vivir en un país donde la delincuencia y la impunidad son el pan de cada día, me hace preguntarme: ¿Qué es lo que lleva a alguien a delinquir? Y más específico: a niños y adolescentes. Me parece que esta pregunta puede ser respondida desde diferentes líneas y desde el previo entendimiento de que el delito tiene raíces multifactoriales. En este trabajo me centraré en el papel que ocupan las niñas, niños y adolescentes dentro del crimen organizado. De igual forma, me basaré en algunas historias de vida que expone Saskia Niño de Rivera en su libro “Un sicario en cada hijo te dio”, el cual habla acerca de niños y adolescentes en conflicto con la ley. 

En la noche nos teníamos que meter temprano a la casa porque siempre habían cartulinas que decían: “El que esté en la calle después de las 12, se le levanta”. 

Por mi casa era muy común encontrar cabezas, dedos, pies y piernas por la calle. 

Por ahí hay mucha inseguridad porque luego se alocan y se agarran a balazos en donde quieren, va pasando uno que les cae gordo y lo matan. Entonces sales al otro día de tu casa… y es lo más natural del mundo encontrar como seis cuerpos y dos cabezas(Niño de Rivera, 2020). Este es el relato de Blanca, una adolescente de 17 años a quien la policía detuvo después del primer secuestro que realizó. Blanca vivía en un barrio donde la delincuencia era vista como algo normal, incluso como una aspiración. Comenzó a delinquir cuando tenía trece años. 

Empezó ayudando a sus amigos a meter armas y drogas escondidas al pasar retenes de policías y militares. Al principio lo hacía gratis, como “favor” y después se dio cuenta de que podía cobrar por hacer eso. Blanca menciona que en su barrio es común conocer a personas que delinquen y poco a poco te empiezan a envolver para que trabajes con ellos. A los 14 años, era Blanca la que se encargaba de poner la cartulina diciendo “El que esté afuera después de las 12, se le levanta.”, y también, la encargada de levantar. A los 15 años, Blanca tenía su propia red de prostitución de mujeres, sintiéndose “intocable” gracias a todo el dinero y el poder que tenía. 

A veces le decía a los torturados que, cuando fueran para allá con Dios, le dijeran que por favor no me castigara tan fuerte por todo lo que había hecho, que me perdonara por mis pecados(Niño de Rivera, 2020). Damián es un adolescente de aproximadamente 18 años. Digo aproximado,  porque su edad se sacó con ayuda de peritos quienes a través de un estudio dental determinaron su edad. Damián no tuvo un acta de nacimiento hasta la edad de 18 años y él dice que no recuerda su fecha de nacimiento, su edad, e incluso, no está seguro de que su nombre sea el que dice tener. Damián fue criado por su madre los primeros años de su vida. Al pasar el tiempo, la madre se volvió agresiva y violenta con él, pegándole cada que “hacía algo mal”. A la edad de 8 años, la madre de Damián lo “regaló” a él y a su hermano a una señora que se dedicaba a explotar niños haciéndolos vender chicles o pidiendo limosnas en las calles. Mientras Damián trabajaba para la señora, conoció gente que lo fue metiendo poco a poco en el mundo del narcotráfico y la delincuencia. Damián se resistió a entrar a este mundo; trabajó vendiendo chicles, vendiendo salas, vendiendo plástico y aluminio que encontraba en el basurero donde vivía, barriendo calles, etc. Después de un tiempo, Damián se forzó a consumir drogas, ya que se dio cuenta de que estas lo ayudaban a no pensar en su realidad y le ayudaban también, a no sentir hambre. Pasó el tiempo y ya no le alcanzaba el dinero que ganaba en el basurero para comprar droga, entonces empezó a robar casas para ganar dinero y poder drogarse. Al pasar el tiempo, Damián, con el afán de ganar más dinero, aceptó formar parte de un grupo de delincuentes, quienes se dedicaban a robar niños y bebés para la venta de sus órganos. Todo esto cuando tenía apenas 9 años. Así siguió hasta que llegó a formar parte de un cártel en donde ayudaba a secuestrar y a “cocinar” cuerpos. Damián fue detenido a la edad de 14 años, quiere estudiar una carrera y dice que de no haber sido por su detención, estaría probablemente muerto.

Tanto en el caso de Damián como en el de Blanca, podemos notar que estos niños y adolescentes vivían dentro de un contexto social en el que la delincuencia además de normalizada, y en algunos casos, engrandecida, es vista como la única oportunidad provista para salir adelante. 

Es importante observar el papel que toman las organizaciones criminales en la psique de estos niños. Se disfrazan de “familia”. Los acogen ofreciéndoles refugio, aparente “protección” y sobretodo, la “oportunidad de salir adelante”, ganar su propio dinero, ser “independientes” y con suerte “tener una vida mejor” de la que tenían antes. 

“Todos llegamos a este mundo es un estado total de desamparo, que si una persona adulta no se hiciera cargo inmediatamente de nosotros no satisficiera  nuestras necesidades diarias y nos protegiera, no podríamos sobrevivir.” (Cameron, 1990). 

A pesar de que en este escrito no estamos hablando de recién nacidos, Cameron continúa diciendo “En el transcurso de los años de infancia, niñez y adolescencia, el ser humano va transformando de un bebé biológico hundido en un universo casi sin estructura, en un adulto biosocial, quien se convierte en parte integral de ese mundo que ahora sí comprende” (Cameron, 1990).  Entonces me pongo a pensar en qué pasa si el mundo que ha comprendido el niño durante estas etapas es un mundo en donde el crimen es presentado como la única opción de supervivencia. 

Esta situación me hace recordar a los bebés gansos, que identifican como “mamá” al primer ser vivo que vieron por más de 10 minutos después de haber nacido. Según Konrad Lorenz, un etólogo estudioso del comportamiento animal, los gansos hacen esto porque de esta manera aseguran su supervivencia pudiendo alimentarse y crecer. A esto se le llama impronta filial, y es gracias a ella que muchas especies diferentes de animales tienen más oportunidades de sobrevivir en la adversidad. Los gansos se identifican con los que les rodean y es gracias a esto que asumen cual es la especie a la que pertenecen, fijándose en sus semejantes para aprender. (Lorenz, 1981). Los niños, al verse desprovistos de una figura parental que pueda cuidarlos, salvaguardarlos y asegurarles la supervivencia, buscan cualquier otra que les pueda proveer lo antes mencionado, aún, si esta es una organización criminal. Cuando uso el término “desprovistos”, no estoy refiriéndome únicamente a los niños que no tienen padres, sino también a los niños que han percibido a sus padres como “incapaces” de asegurarles esta supervivencia; sea por la razón que sea.

A lo largo del libro “Un sicario en cada hijo te dio”, podemos notar que en muchas de las historias de vida, los niños y adolescentes se encontraban dentro de un hogar en donde predominaban la falta de oportunidades, la pobreza y  la marginación. Es gracias a esto, que muchos de los niños sicarios se unen a estos cárteles con la esperanza de poderse mantener económicamente a ellos y a sus familias dentro de la realidad que les fue presentada.

Las organizaciones criminales les dan a estos niños el falso sentimiento de esperanza y guía que ellos están buscando, ya que en realidad, están siendo usando como objetos desechables para delinquir. Esto lo podemos entender porque desde el punto de vista jurídico, las consecuencias que trae el usar adolescentes y niños para cometer delitos, son pocas o nulas. Es por eso que los captan y entrenan para cometer delitos de alta gravedad. A este fenómeno, se le conoce como “narcoexplotación”, ya que toman a una población infantil vulnerable para forzarla a fungir como “mano de obra”. (Niño de Rivera, 2020).

En muchos de los testimonios presentados por niños y adolescentes sicarios, se nota que un factor en común entre ellos, es que perciben el mundo desde un “son ellos o soy yo”. En el caso de Blanca por ejemplo, es claro que desde que era pequeña percibió un mundo en donde solamente había dos posibilidades: Eres el que deja los cuerpos descuartizados afuera de las casas, o es tu cuerpo el que aparece ahí. Estos niños y adolescentes se ven forzados a decidir a qué grupo van a pertenecer: al de víctimas o al de victimarios.

Yago Franco, en su texto “Más allá del narcisismo”, nos habla acerca de la gran importancia que tiene el pertenecer dentro de una época en donde “el fantasma de la exclusión” está siempre rondando y siendo percibido como una amenaza dentro de un mundo simbólico fragilizado en el que existe una promesa de lo ilimitado que sugiere que la castración podría evitarse. En este caso, la exclusión significa no solamente la castración, sino la muerte. Estos niños y adolescentes entran al mundo criminal con la ilusión de que así, podrían evitar morir. Esto, según menciona Franco, abre las puertas al narcisismo, en donde el otro es vivido como el destino posible de la descarga pulsional mortífera. De igual manera, hace referencia a la importancia que tiene la existencia de un mundo social que dé sentido a la psique y cómo es que la falla dentro de este mundo lleva al sujeto a no poder labrar el propio sentido. (Franco, 2017).

Freud, en 1916, en el artículo llamado “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” describe un tipo de carácter  denominado: “Los que delinquen por conciencia de culpa.” En este, Freud hace referencia a la culpa inconsciente y al deseo de castigo. Refiriéndose a pacientes que le expresaron haber cometido actos prohibidos y de los cuales se sienten culpables. Después del trabajo en análisis, Freud llegó a la conclusión de que estos actos prohibidos, habían sido llevados a cabo principalmente por el hecho de estar prohibidos, ya que al ejecutarlos, proveían al sujeto con un “alivio anímico”. Por lo tanto, se llega a la conclusión de que estarían buscando un castigo para aliviar la culpa inconsciente. Es importante recalcar, que lo propuesto por Freud es que la culpa precede al acto y lo provoca, provocando en cierta medida que el acto delictivo sea un efecto de la misma culpa. Esta culpa puede verse en cualquier niño cuando hacen algo que está explícitamente prohibido, buscando así, el castigo. (Freud, 1916).

Por otro lado, Freud nos habla también de los criminales que no experimentan ningún sentimiento de culpa, personas que no tienen inhibiciones morales y quienes se creen justificados en sus acciones luchando contra la sociedad: en estos casos, se justifican en nombre de un ideal, exhibiendo un narcisismo exacerbado hasta el punto de despertar admiración en los otros.  

Podríamos pensar entonces, que estas personas están completamente orientadas a la autoconservación, en donde no solamente existe el desprecio hacía a los demás, sino también una imposibilidad de identificarse con el otro,  solamente viéndolo como un balde de descarga pulsional utilizando una gran cantidad de agresión para el acto delictivo. Está imposibilidad de identificarse con el otro, pienso que nace a partir de que “el otro” deviene en “lo amenazante” que debe ser exterminado. Pareciera también, que el superyó se evapora y la instancia de la ley no logra introducirse en estos individuos. 

Tomando en cuenta las historias de vida de niños y adolescentes, podemos ver como estos son despojados de sus cualidades de “persona” para ser vistos únicamente como “instrumentos”, como “cosas”, llevándolos a aislar sus afectos para que puedan cumplir con su trabajo de sicarios y asegurar su supervivencia, ya que después de integrarse a estos cárteles, lo que devendrá en amenazante, será el mismo cártel. Por lo tanto, tendrán que cumplir con las demandas de estos para no morir.

Al leer las propuestas realizadas por Freud, me surgieron muchas preguntas. Algunas de las preguntas que llegaron a mi cabeza, fueron las siguientes: ¿Un niño de 9 años puede realmente ser considerado un criminal? ¿Estos niños son víctimas o son victimarios? Porque leyendo los testimonios de los niños y adolescentes que Niño de Rivera presenta en su libro, solamente podía pensar en cómo las circunstancias orillaron a esos niños a buscar cualquier forma de supervivencia y esa fue la que encontraron. ¿Incorrecta? ¿Despiadada? Sí, pero fue la única que les fue provista. Me pongo a pensar en que estos niños son el síntoma de una sociedad rota en donde nos es más fácil voltearnos e intentar ignorar lo que está pasando. Y bueno, ¿cómo no hacerlo? Intentar escindir la realidad es la manera que hemos encontrado para no sentirnos en constante peligro e intentar vivir “una vida normal” y sin tanta angustia. Pero, ¿qué pasa con todos estos niños a los que les es imposible ignorar la realidad y en vez, la hacen suya y se vuelven agentes activos dentro de ella? 

¿Cuál es el papel que tenemos nosotros y nuestra responsabilidad con estos niños, niñas y adolescentes? Realmente podemos culpar únicamente a los padres de estos niños cuando ellos también están dentro de un país sumergido en la impunidad, injusticia, falta de oportunidades, pobreza y desigualdad? ¿Estamos atados de manos o podemos hacer algo al respecto? Esta pregunta me hace pensar en una canción del compositor barsileño: Gabriel o pensador, llamada “Patria que me pariu” y me gustaría compartirla con ustedes ya que me parece que encaja adecuadamente con el tema. 

“Una prostituta llamada Brasil

Se olvidó de tomar la píldora y la barriga le creció

Un bebé que no estaba en los planos

De esa pobre prostituta de diecisiete años

Un aborto costaba una fortuna y ella sin dinero

Tuvo que intentar hacer un aborto casero

Tomo medicamento, tomo chachaça, tomo laxante

Pero el embarazo era cada vez más evidente

Aquel hijo era peor que una lombriz

A cada golpe que recibía, el niño atacaba dentro

Aprendió a ser un feto violento

Un feto fuerte, escapó de la muerte

No se sabe si fue azar o mucha suerte

Pero nueve meses después fue encontrado

Con hambre y con frío, abandonado en un terreno baldío

El niño era la cara de los papás pero no tiene ni padre ni madre

Entonces, ¿cuál es la cara de ese niño?

¿La cara del perdón o de la venganza?

¿Será la cara del desespero o de la esperanza?

En un futuro mejor tendría un empleo, un hogar

En un semáforo rojo, no da tiempo para soñar

Vendiendo dulces y chicles dice:

“¡No me cierres el vidrio soy solo un niño!

No me voy a convertir en ladrón si me das leche, un pan

Unos tacos y una camisa de futbol

Para jugar en la selección, como Ronaldinho

Voy a la copa, voy para Europa”, pobrecito…

Despierta niño, tu no tienes un futuro

No tienes defensa, entonces ataca

Para no salir en camilla

“Estoy cansado de que me golpeen, ya es hora de golpear”

Pistola en la mano de un niño con sangre buena

Es mejor correr porque ahí viene la policía

Es matar o morir

Ya son cuatro contra uno

“Me rindo”

Bum bum bum

“Agarra ese niño con un tiro de escopeta”

Calibre doce en la cara de Brasil

Edad: catorce, estado: muerto

Demoró, pero su patria madre gentil

Logró realizar el aborto.

Patria que me parió

¿Quién fue la patria que me parió?

(Contino, 1998. Pista 1.)

Esta canción me hace pensar en el papel que juega el medio y la responsabilidad que tenemos nosotros como sociedad con nuestros niños, niñas y adolescentes. 

Winnicott en 1940, plantea que la enfermedad antisocial es una enfermedad de niños normales perturbados por su medio. “En realidad, no hay ser más encantador que el típico niño delincuente en el período en que nos ha idealizado y antes de que le hayamos fallado. ¿Y qué espera de nosotros? Espera que estemos contentos de que nos robe, de que nos fatigue, espera que adoremos el hecho de que arme un revoltijo en cualquier parte y que estemos siempre presentes para controlar su exhibición de fuerza, de modo tal que él no necesite protegerse o proteger a los demás. En suma, aún está esperando a la madre ideal de su infancia, que nunca tuvo. Pero el problema es que cree en ella.” (Winnicott, 1940). 

Lo que plantea Winnicott es que estos niños siguen esperando y buscando una madre que pueda proveerlos de cuidados, y al no tenerla, la buscan en la sociedad o en un grupo criminal. ¿Víctimas o victimarios? Los dos. No podemos negar que a pesar de las razones que llevaron a estos niños y adolescentes a delinquir, son victimarios. Pero eso no borra que son producto de una dinámica familiar y social que de alguna manera así lo generó. 

En este punto del trabajo, quisiera replantear el ejemplo que di al principio, en donde digo que percibo al crimen organizado como un agujero negro que va succionando poco a poco todo lo que ve a su paso, ya que el planteamiento de que el crimen sea un agujero negro, nos deja a todos en una posición de vulnerabilidad e inevitabilidad y plantear esto podría suponer que no hay nada que hacer. Pero desde mi punto de vista, sí podemos hacer algo, y el primer paso es empezar a hablar de estos, nuestros niños, niñas y adolescentes regresándoles su subjetividad y viéndolos más allá de criminales o posibles criminales. 

Bibliografía: