Por: Regina Fernández
Ángela coloca orgullosamente su cochecito encima de la línea que indica la salida y al mismo tiempo la meta de la carrera. Pronto la sonrisa en su rostro desaparece y es reemplazada por otra expresión facial… ¿Incertidumbre? ¿Decepción? ¿Enojo? De repente se voltea y afirma con tristeza: “¡Wow, soy la única niña que viene a terapia! ¿Verdad? Todos los demás cochecitos tienen las fotos de niños, eso es porque ellos se portan mal, las niñas no deben portarse mal.”
Ante esta declaración le señalo en un intento fallido de reparación: “Mira, Ángela, no eres la única niña, también está Reni” y señalo un cochecito de color amarillo que se encuentra casi a la mitad de la autopista. Ángela rectifica mi observación y concluye: “Órale, Reni, está peor que yo, imagínate una niña tan grandecita y se sigue portando mal, debe tener muchísimos problemas.”
Y así cada vez que Ángela acude a sus sesiones, lo primero que revisa es qué tan avanzada se encuentra en la autopista y específicamente cuántos espacios le faltan para alcanzar a Reni. Rivalizando e identificándose al mismo tiempo con esa otra niña con la que comparte el espacio terapéutico.
Tanto Ángela como Renata son pacientes dentro de la clínica de neuropsicología donde me desempeño profesionalmente. La autopista es el reflejo de los avances que los niños tienen semanalmente, avanzan medio espacio por cada ficha que reciben. Una herramienta básica de cualquier tratamiento de corte Cognitivo Conductual, pero además de los cuestionamientos que le podríamos presentar a esta estrategia, me pareció un momento clave de lo que significa ser niña en el año 2016.
Una serie de mandatos que promueven la sumisión, la postergación de sus deseos, tolerando altos niveles de frustración con el propósito de no perder ese vínculo. La mujer prefiere ponerse en la sombra, no destacar, así de esta manera evita generar tensión en sus relaciones. (Dio Bleichmar citada en Jiménez, 1990). Sin embargo, Ángela percibe no cumplir con estos mandatos y es acompañada por una culpa permanente…
Mi trabajo lo titulo así “¿Psicoanálisis desde un perspectiva de género?”, con signos de interrogación porque este texto lejos de contener afirmaciones o argumentos, presenta muchas interrogantes. Incluso el título del ensayo ha sido motivo de amplias discusiones en el mundo del psicoanálisis. Empezando por el hecho de que la palabra género no formó parte del lenguaje psicoanalítico hasta que Robert Stoller hizo uso de la expresión identidad de género en el Congreso Internacional de Psicoanálisis en el año de 1963. (Dio Bleichmar, 1997)
El término género fue utilizado por primera vez en las ciencias sociales por John Money, médico que estudiaba la complejidad del hermafroditismo en el Hospital de John Hopkins University. Él estableció que la identidad sexual de una persona no se relaciona únicamente con la anatomía sexual de la misma, sino que la percepción que los padres y la sociedad le asignan al sexo anatómico es la que modela el comportamiento. El género entonces implicaría una concepción simbólica, relacionada con el sentimiento de ser hombre o mujer que se inscribe en nuestra psique desde los primeros años de vida. (Dio Bleichmar, 1997)
Algunas autoras como Emilce Dio Bleichmar (1997) y Mabel Burin (1996) defienden la noción de que realmente se puede practicar una clínica psicoanalítica desde la perspectiva de género. En su libro La sexualidad femenina: de la niña a la mujer (1997), Dio Bleichmar argumenta que: “Tres ensayos de la teoría sexual son básicamente ensayos de la comprensión de la constitución del significado sexual de los varones… el ensayo sobre la teoría sexual de la niña y la mujer está todavía en vías de formulación.” (pp. 29)
Sin embargo, resulta importante mencionar que los estudios de género no tienen como propósito único reivindicar el lugar de la mujer en la sociedad, sino que también pretenden ampliar la perspectiva que se tiene de la sexualidad como tal y de cómo ésta define nuestra identidad. Lo anterior implica que tener una “perspectiva de género” significa despatologizar las llamadas nuevas sexualidades (Blestcher, 2011). Este término incluye a toda la comunidad LGBTQIA siglas que designan colectivamente a los homosexuales, transexuales, bisexuales, pansexuales, transgénero, asexuales, intersexuales y queer.
De la misma manera, el término de identidad de género nos permite flexibilizar una perspectiva binaria de la sexualidad, donde únicamente existen dos categorías: hombre y mujer; y un único destino “sano”: la relación heterosexual destinada a la procreación. Tal y como lo establecería Freud en Los instintos y sus destinos donde afirma que la palabra “amar” puede ser utilizada: “únicamente con la síntesis de todos los instintos parciales de la sexualidad, bajo la primacía de los genitales y al servicio de la reproducción.” (1915, pp. 2050)
Facundo Blestcher (2009) defiende el hecho de que la teoría psicoanalítica desde sus inicios implicó un cambio de paradigma revolucionario con respecto a la sexualidad humana. Por ello, la práctica psicoanalítica del siglo XXI debería de buscar denunciar el malestar que nos genera la cultura y la civilización al intentar imponernos una moral sexual reduccionista. El psicoanálisis funcionaría entonces:
Legitimando o invisibilizando discursos que derivan en acciones que se ejercen en el plano de la convivencia humana y determinan destinos para los sujetos, tales como el reconocimiento de derechos civiles, la justificación de intervenciones normalizadoras y cirugías correctivas, las prácticas de los diagnósticos, los fundamentos que permiten o impiden la adopción por parte de parejas homosexuales, entre otras. (Blestcher, 2009)
Débora Tájer (citada en Errázuriz, 2008) aporta también a esta discusión el carácter urgente de replantear la teoría sobre las perversiones y los procesos de identificación de género que se constituyeron cuando el patriarcado reinaba en el mundo occidental. En la actualidad, los métodos de reproducción asistida, los nuevos modelos de familia, la transformación de los roles de género, los cambios en la femineidad y la masculinidad, etc.; obligan a que se piense la sexualidad humana fuera del modelo hegemónico y heteronormativo, que hasta finales del siglo XX permitió asegurar la reproducción de la especie.
En un principio estos cuestionamientos sobre los pilares de la teoría psicoanalítica podrían parecer demasiado progresivos y correr el riesgo de romper por completo con la práctica psicoanalítica clásica. No obstante, algunos autores tales como Otto Fennichel (1966) reconocieron que si en algún punto la institución familiar llegara a modificarse también tendría que cambiar necesariamente el modelo del complejo de Edipo.
Sin embargo, no todos están de acuerdo con inscribir el término de género en la literatura psicoanalítica. Silvia Tubert (s.f.) defiende ávidamente los postulados clásicos y afirma que el concepto género funciona como un refugio que le permite al sujeto: “refugiarse en una identidad colectiva, para defenderse de la angustia ante el deseo, que lo coloca frente al sentimiento de su absoluta singularidad, de su soledad”.
Asimismo, Tubert (s.f.) explica que Freud, desde sus inicios, estableció el par femineidad/masculinidad como el concepto actual que se tiene de género. Afirmando que el convertirse en mujer o en hombre, es un punto de llegada y no de partida. La autora incluso compara este pensamiento con la ya conocida frase de Simone de Beauvoir quien afirmaba que no se nace mujer sino que nos hacemos mujeres. (citada en Tubert, s.f.)
Dio Bleichmar (1997) argumenta por su parte que este “devenir” varón o niña, Freud lo basa en las diferencias anatómicas entre los sexos. La mujer desarrolla una actitud sexual pasiva mientras que el hombre desarrolla una posición activa, debido a la forma en la que están constituidos sus genitales.
Dicha autora coincide en que la masculinidad y la femineidad son puntos de llegada, pero que se empiezan a gestar en nosotros mucho antes de la etapa fálica. Establece que desde la concepción o incluso antes de ésta, los padres depositan fantasías e ideales en los niños. Imaginando lo que llegarán a ser y tiñendo sus ideas de rosa o de azul dependiendo el sexo que esperan recibir. (Dio Bleichmar, 1997)
La famosa “envidia del pene” para esta autora y otras psicoanalistas con perspectiva de género, se desarrollaría no porque la mujer percibe la falta del pene, sino porque su rol dentro de la sociedad se encuentra relegado. Es decir que la envidia surge de una construcción social de desigualdad, violencia y falta de oportunidades. (Dio Bleichmar, 1997) (La Tessa, 2011)
Errázuriz (2008) explica que algunos analistas cometen el error de promover la “adaptación” de la mujer a su rol de sumisión dentro de la sociedad patriarcal. Buscando que retomen el camino en dirección a la reproducción y a la búsqueda de una pareja heterosexual. De igual manera, al conservar estereotipos que vinculen las neo-sexualidades con la perversión, caemos en el error de convertirnos en terapeutas que promuevan “curar” la homosexualidad o la disforia de género. (Blestcher, 2011)
En la actualidad, nuestro país se encuentra viviendo una de las experiencias de violencia de género más críticas, los feminicidios en distintos estados de la República Mexicana han aumentado considerablemente en las últimas décadas, al igual que la trata de blancas y el abuso sexual. Esta realidad me lleva a pensar en la importancia que puede tener nuestra experiencia psicoanalítica en el debate sobre la violencia de género, la adopción homosexual, la reproducción asistida, los derechos de la comunidad trans, etc.
El cambio del modelo familiar patriarcal también representa un punto clave para iniciar un replanteamiento de la concepción que se tiene sobre el devenir mujer u hombre en el siglo XXI. Esta nueva concepción permitirá que se flexibilice la estructura rígida y heteronormativa que nos afecta tanto a hombres como a mujeres y todas las posibilidades que tenemos de devenir sujetos de deseo.
Resulta clave tomar en consideración que la identidad de género no se puede simplificar en dos cajones, sino que representa un espectro amplio que puede tomar millones de tonalidades. No olvidemos que entre el rosa y el azul existe el verde, el morado, el rojo… y que no por ser diferentes son equivocados.
Como mujer, psicóloga, psicoanalista en formación y feminista considero que uno de los procesos más importantes que intentaré llevar a cabo dentro del ámbito académico y profesional será intentar congeniar los estudios de género con mis estudios en psicoanálisis; al buscar instaurar en la clínica privada un modelo que se aleje de los ideales falocéntricos y patriarcales que pretenden normativizar algo tan cambiante como lo es la sexualidad humana.
Creo firmemente que la respuesta a este nuevo paradigma se encuentra en la teoría psicoanalítica clásica, me permito citar a Freud en el artículo del que hablé anteriormente Los instintos y sus destinos donde explica que: “La unión de la actividad con la masculinidad y de la pasividad con la femineidad nos sale al encuentro como un hecho biológico, pero no es de ningún modo tan regularmente total y exclusiva como se está inclinado a suponer.” (1915, pp. 2049
En este fragmento si bien se observa la perspectiva un tanto biologicista del autor, también se puede deducir un intento de flexibilizar la concepción sobre la masculinidad y la femineidad, y el comportamiento que se le adjudica a cada una de estas categorías.
Sobre esta misma línea podemos pensar que nuestra labor como psicoanalistas consiste en romper con la subordinación y la asimetría con respecto a la identidad de género. Promoviendo la independencia de las mujeres y evitar que repriman su hostilidad por medio de la sumisión, ya que ésta termina volviéndose contra ellas mismas. En el caso de los hombres, se les debe de reconocer la importancia de que acepten y conozcan sus afectos a profundidad (Meler, 1997). Lo anterior nos permitirá reducir la ambivalencia que produce la estereotipia de género, la culpa persecutoria al no poder cumplir con los ideales que nos impone la cultura y reducir el dolor que estos ideales normativizantes generan en nosotros mismos y en nuestros pacientes.
En una entrevista realizada por una analista en formación del Círculo Psicoanalítico Mexicano a Emilce Dio Bleichmar (1990), la autora concluye que lejos de casarnos con alguna teoría debemos intentar poner en primer plano nuestro propio proceso, conservando una postura crítica ante cualquier teoría que busque rigidizar la subjetividad del ser humano.
Para terminar, me gustaría hacer otro breve intento de reparación recordándoles que desde el inicio del texto planteé un cuestionamiento y no una afirmación. Si bien mi propósito no era convencerlos de una idea en específico o argumentar a favor o en contra de mi postulado, considero que sí presento una tendencia ante la reconciliación del psicoanálisis con los estudios de género. Puesto que esta perspectiva nos puede ofrecer una mirada mucho más compleja de la realidad a la que nos enfrentamos en el mundo posmoderno, tal y como lo hemos platicado muchas veces en estos seminarios, resulta de suma importancia que el lenguaje psicoanalítico pueda traspasar las barreras de nuestras aulas, nuestros consultorios y quizá de esta forma podremos seguir avanzado en esta autopista de cochecitos tan intricada, compleja y apasionante que llamamos: vida…
Bibliografía
- Dio Bleichmar, E. (1997). La sexualidad femenina de la niña a la mujer (4° reimpresión). Barcelona: Paidós.
- Blestcher, F. (2009). Las nuevas subjetividades ponen en crisis viejas teorías:
resistencias y trastornos del Psicoanálisis frente a la diversidad sexual. Recuperado el 14 de abril de 2016 de http://www.psiconet.com/foros/genero/blestche.htm.
- Blestcher, F. (2011). Neoparentalidades, diversidades sexuales y constitución subjetiva:
incidencias teóricas, éticas y políticas de la praxis psicoanalítica. En Foro de Psicoanálisis y Género X Jornadas Internacionales de Actualización. Recuperado el 14 de abril de 2016 de http://www.psiconet.com/foros/genero/blestcher2.htm.
- Burin, M. (1996). “Psicoanálisis y género: 20 años después. Entre la esperanza y el desencanto.” En Jornadas de Actualización. Foro de Psicoanálisis y Género. Buenos Aires. Recuperado el 14 de abril de 2016 de http://www.psiconet.com/foros/genero/20anos.htm.
- Errázuriz, P. (2008) Psicoanálisis y Estudios de Género. Santiago de Chile. Recuperado el 14 de abril de 2016 de http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:nH47Z_vGnSMJ:www.facso.uchile.cl/psicologia/caps/_pdf/pn_y_genero.pdf+&cd=2&hl=en&ct=clnk&gl=mx
- Fennichel, O. (1966). “Los comienzos del desarrollo mental (continuación): Desarrollo de los Instintos. Sexualidad Infantil.” En La Teoría Psicoanalítica de las Neurosis (reimpresión 2008). México: Paidós.
- Freud, S. (1915). “Los instintos y sus destinos”, Obras Completas, T. 15. (Luis López-Ballesteros y de Torres, trad.). Buenos Aires: Siglo Veintiuno.
- Jiménez, M. (1990). Psicoanálisis y feminismo: aportes para una comprensión de la feminidad. Entrevista a la Dra. Emilce Dio Bleichmar. Recuperado el 14 de abril de 2016 de http://132.248.9.34/hevila/TramasMexicoDF/1991/no2/9.pdf
- La Tessa, M. (2011). La construcción y la diferencia: psicoanálisis y género. En Revista Electrónica de la Facultad de Psicología, UBA. Recuperado el 13 de abril de 2016 de http://intersecciones.psi.uba.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=43:la-construccion-y-la-diferencia-psicoanalisis-y-genero&catid=9:perspectivas&Itemid=1
- Meler, I. (1997). Psicoanálisis y Género: perspectivas teóricas y clínicas. Recuperado el 13 de abril de 2016 de https://www.topia.com.ar/articulos/psicoanálisis-y-género-perspectivas-teóricas-y-cl%C3%ADnicas.
- Tubert, S. (s.f.). ¿Psicoanálisis y género?. Recuperado el 13 de abril de 2016 de http://pmayobre.webs.uvigo.es/master/textos/silvia_tubert/psicoanalisis_y_genero.doc.
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