Sandra Martínez 

En la actualidad es difícil negar la existencia de situaciones externas de las cuales el hombre no tienen control, que se sobreponen a la vida psíquica y que como mencionaba Freud (1927) muestran la vulnerabilidad del hombre: “Ahí están los elementos, que parecen burlarse de todo yugo humano: la tierra, que tiembla y desgarra, abismando a todo lo humano y a toda obra del hombre; el agua, que embravecida lo anega y lo ahoga todo; el tifón, que barre cuanto halla a su paso; las enfermedades, que no hace mucho hemos discernido como los ataques de otros seres vivos; por último, el doloroso enigma de la muerte, para la cual hasta ahora no se ha hallado ningún bálsamo ni es probable que se lo descubra.”(p.16); la pandemia es un elemento más que muestra la vulnerabilidad del hombre y que le lleva a movilizarse tanto de forma interna como externa, ha movilizado la cotidianidad, la forma de jugar, de convivir, lo académico, las relaciones y probablemente la praxis psicoanalítica, visible en lo que surgió como una ola de analistas interesados en reflexionar sobre el campo psicoanalítico en la actualidad, como un intento de hacer frente a la vulnerabilidad de lo inevitable, “la naturaleza”.

El costo psíquico de este fenómeno aún no es certero, puesto que aún se transita en él, mucha de la población aún se encuentra en confinamiento, principalmente la población en riesgo: adultos mayores y personas con padecimientos crónicos, además de los niños y adolescentes quienes son mantenidos en cuarentena como forma de control del riesgo sanitario. Revisando la historia podemos encontrar la pandemia de la gripe española que golpeó a Europa entre 1918 y 1920 y que tuvo muchas repercusiones incluso para Freud, lo que hace inferir cómo este elemento de la naturaleza tiene un impacto inmediato como son las pérdidas humanas, así como respecto al psiquismo través del tiempo. Si bien aún no se puede observar el costo psíquico de la actual pandemia, si se puede encontrar ya algunas manifestaciones, observándose en parte de la población síntomas de ansiedad y depresión, que ante su recurrencia han movilizado incluso a la OMS a hacer diversas recomendaciones de salud mental, motivo por el que es importante tratar de comenzar a pensar en las implicaciones psíquicas actuales y posteriores.

Particularmente quiero enfocarme en los adolescentes. Recuerdo escuchar de una paciente adolescente que terminó este ciclo escolar de nivel preparatoria, con llanto y la mirada hacia el piso decir “somos la generación que inició con un terremoto y terminó con una cuarentena, se cerró con broche de oro, ¿no lo crees?”. Para mi paciente tal vez tiene la misma magnitud ambos acontecimientos y eso me hace pensar que probablemente la tenga por lo menos para ella y algunos otros adolescentes de su generación. Durante el confinamiento los pacientes adolescentes que he atendido han referido sentirse tristes y enojados. Si bien podría ser una fluctuación del humor y del estado de ánimo que Aberastury, A. y Knobel, M. (1971) señalan como una de las tantas características de esta etapa, me atrevo a pensar que dicha tristeza y enojo tiene otros componentes que espero exponer más adelante.

Aberastury, A. y Knobel, M. (1971) señalan que la adolescencia es una etapa considerada como síndrome normal y que el nivel de normalidad o anormalidad se deberá a los procesos de identificación y de duelo que haya podido elaborar el adolescente. Estos duelos son fundamentales para la conformación de una identidad adulta. Es así que en la medida en que el adolescente vaya elaborándolos verá su mundo interno mayormente fortalecido y esta “normal” anormalidad será menos conflictiva así como menos perturbadora. Este proceso que se vive, siguiendo a Aberastury, A. y Knobel, M. (1971), tiene 3 duelos: el duelo por el cuerpo infantil, el duelo por la relación de los padres y el duelo por la identidad infantil. Es decir el adolescente se caracteriza por la pérdida, por un periodo de contradicciones, ya que durante éste el sujeto “se moverá entre el impulso de desprendimiento y la defensa que impone el temor a la pérdida de lo conocido” (Aberastury, A. y Knobel, M., 1971, p. 16).  Esto explica porqué el adolescente presenta tantas fluctuaciones en el estado de ánimo pero, ¿Cómo se relaciona con la experiencia de cuarentena?.

Considero que dicha situación pudo provocar una incertidumbre que podría pausar el curso  de “normalidad” de un “proceso silencioso, doloroso, lento y subterráneo de desprendimiento del mundo infantil” (Nasio, 2013,p. 36), proceso que representa también una conquista, “el adolescente debe perder, conservar y conquistar a la vez: perder el cuerpo del niño, y el universo familiar en el cual creció; conservar todo lo que sintió, percibio, quiso desde su primer despertar, en particular su inocencia de niño; y conquistar finalmente la vida adulta” (Nasio, 2013, p.58).

Es decir, mientras que durante el proceso adolescente se pierde lo infantil, se obtiene la posibilidad de una condición adulta, la cuarentena en dicho sentido puede ser una limitante o pausa para ganar esa condición adulta, tan deseada y temida por los adolescentes. Considero que existe una ilusión sobre lo que ha de vivirse durante la adultez e incluso en el camino hacia esta. Pero, ¿qué es la ilusión?. Freud (1927) la refiere como “creencia cuando en su motivación esfuerza sobre el cumplimiento de deseo; y en esto prescindimos de su nexo con la realidad efectiva, tal como la ilusión misma renuncia a sus testimonios” (p.31). Freud también menciona que en la ilusión “las expectativas subjetivas del individuo desempeñan un papel que ha de estimarse ponderable; y a su vez, estas se muestran dependientes de factores puramente personales, como su propia experiencia, su actitud más o menos esperanzada hacia la vida, tal como se la prescribieron su temperamento, su éxito o su fracaso” (p.5). Es decir,  la ilusión de lo que se vivirá depende de cada sujeto pero también de un constructo social. Un ejemplo claro de esa ilusión de la vida adulta de algunos adolescentes es la vida universitaria. Esta está dirigida por el impulso a la satisfacción del deseo de obtener reconocimiento y éxito. Si bien Freud (1927) en el Porvenir de una ilusión se centra en el elemento religioso y menciona que las representaciones religiosas surgen para calmar la angustia frente a los peligros de la vida, también refiere que está vinculada a muchos otros elementos. Por ello me cuestionó si la ilusión del ser adulto no es una forma de calmar la angustia ante el peligro de  la vida, ante el peligro de la pérdida infantil. Algo que ayuda a tolerar su desprendimiento, colocando entonces aspectos de la adultez como la vida universitaria como una ilusión a la que habrá de aferrarse.

Cuando menciono la ilusión no me refiero a una cuestión que tenga tintes delirantes sino siguiendo a Freud, como una construcción de la realidad fantaseada que es impulsada por el deseo y que en el caso de los adolescentes se ha visto pausada durante la cuarentena. Para muchos adolescentes se frustró la posibilidad de vivir ciertas experiencias sociales como las que varios de mis pacientes hicieron referencia. “nos presentaríamos a jugar por el campeonato en los juegos universitarios, handball, fútbol y soccer, y todo se fue a la basura”, “nuestro proyecto tuvo la misma calificación que todos, se supone que tenía que ser la mejor, nos esforzamos demasiado y a todos nos pusieron la misma calificación”, “el evento del contingente militar estaba próximo, iríamos a Hidalgo y además íbamos a subir de grado”, “nos estaban preparando para la admisión en la universidad, de por sí, ya todo estaba pesado  y ahora ni eso tenemos”, “ya no se ni que siento, sé que mis amigas están igual, teníamos la competencia de baile, y el evento de ayuda del CAM, ahora no tenemos ni contacto”, “creímos que la graduación sería lo mejor de la preparatoria, y ni siquiera pudimos tener la fotografía de generación”. El no tener posibilidad de poder vivenciar dichas experiencias implica tomar una distancia de la ilusión a la que habrían de aferrarse en el devenir adulto. Estas experiencias que se colocan como de gran significado como es la graduación o la admisión a la universidad, además puede entenderse desde una de las características que Erikson (1995) llama ritualización.

Ritos y tradiciones de forma pre-ordenada que dan cuenta de un avance de una etapa a otra, siendo un interjuego acordado que se repite en intervalos significativos y dentro de contextos recurrentes, poseen un valor adaptativo, “es un asunto altamente personal y sin embargo de carácter grupal, de la misma manera intensifica una sensación tanto de pertenencia como de distinción personal“(Erikson, 1995, p.82). En ese sentido la graduación, así como el cumplir 18 años, o la admisión a la universidad, representa un ritual de transición que se coloca como el inicio de una vida adulta y del contexto social y que posibilitan el cumplir la ilusión que antes he mencionado. Por eso no será raro que tal vez tenga que trabajarse dentro de sesión con los pacientes adolescentes el cierre de su vida de preparatoria, que está representado por la  nostalgia de la cancelación de su graduación, nostalgia que alcanza incluso la admisión a  la universidad.

Una característica más del adolescente es la tendencia grupal que generalmente es vivida precisamente en la escuela, tendencia en la que “a veces el proceso es tan intenso que la separación del grupo parece casi imposible y el individuo pertenece más al grupo de coetáneos que al familiar” Aberastury y Knobel (1971, p.59), pareciera que para algunos adolescentes igual se pausara dicha posibilidad de ser sociables, es probable que al cese de las actividades presenciales muchos trasladarán la interacción social a las redes digitales, que si bien no ahondare en este momento, me parece importante mencionar porque considero que en algunos adolescentes mermó las relaciones sociales lo que podría unirse al sentimiento de tristeza, enojo y nostalgia.

Es posible que algunos de los adolescentes para manejar esta tristeza y nostalgia presenten regresiones y/o recurran a mecanismos como la fantasía para afrontar la desilusión, mostrando características infantiles o bien mostrándose ensimismados, alejándose del contexto familiar, no como un intento de separación progresiva sino como protección ante el riesgo de volver a lo anterior. Varios de mis pacientes han referido quererse mantener alejados de su familia y sentirse obligados por ellos a no hacerlo, teniendo una dificultad por conseguir lo que Erikson (1995) menciona como una “sensación de separación trascendida y a la vez de distinción confirmada” (p.81). 

Esta sensación de distinción personal, se obtiene a través de la separación de lo familiar y de todo lo infantil, y la integración al grupo de coetáneos y de lo social, donde a la vez adquiere un sentido de pertenencia. Incluso puede pensarse que los adolescentes pudieran además tener un horario de sueño invertido como un intento de separarse y mantener su privacidad que les ha sido arrebatada. 

La tristeza que presentan los adolescentes puede ser solo un signo ante los intentos de adaptación, en espera hacia la resolución de la incertidumbre. Pero considerando que al ser una etapa de desprendimiento donde ya hay un costo psíquico alto y que la cuarentena en ese sentido, se coloca como una pausa de la ilusión hacia la conquista, representada por la cancelación de ritos como la graduación, y en general una pausa de la ilusión de cómo  debería vivirse la preparatoria y como esta fue frustrada de inicio a fin (terremoto-pandemia) y la admisión a la universidad, así como la modificación de la tendencia grupal, pueda incrementar el riesgo de vulnerabilidad que rebase “la normal anormalidad” de la adolescencia, rebasando la capacidad yoica.

Según Nasio, (2013, p.51) “El yo del adolescente es frágil porque está inacabado en su formación, y es frágil también porque está atenazado entre las pulsiones que irrumpe en el cuerpo y un pensamiento rígido que quiere reprimirlas”. En mis pacientes he escuchado queja sobre lo no logrado, lo no alcanzado y la imposibilidad para hacerlo, y la tristeza que ello les genera. Tal vez sea producto de la inmediatez lo que me impulsa a pensar en lo que viven los adolescentes de forma generalizada, existiendo una necesidad de comprender su mundo interno y poder continuar un trabajo sin excluir la particularidad de cada adolescente, pero sigo creyendo que esto generó una pausa y ante la desilusión probablemente un pérdida para el adolescente que debe ser acompañada y cuidada de no echar raíces.

Bibliografía.

  • Aberastury, A., & Knobel, M. (1971). La adolescencia normal: un enfoque psicoanalítico. Buenos Aires, Paidós.
  • Freud S. (1927). El porvenir de una ilusión. Obras completas, vol. XXI. Buenos Aires. Editorial Amorrortu
  • Nasio, J. D. (2013), Cómo actuar con un adolescente dificil: consejos para padres y profesionales.(1ra Ed., 3ra reimp. ) – Buenos Aires, Paidós.
  • Erikson, E. H., & Martínez Corzos, A. (1995). Sociedad y adolescencia: Erik H. Erikson; traducido por Andrés Martínez Corzos (15 ed.). México: Siglo XXI