Perpetuación de algunas ideas en psicoanálisis sobre la mujer

Autor: Irvin Camacho

El complejo de Edipo es una de las formulaciones más famosas y relevantes de la teoría psicoanalítica. Como es sabido, habla de la lucha del niño pequeño por la atención y amor de su madre a la par que vive a su padre como un rival. Sin embargo, por varias generaciones, han habido observaciones que señalan que, no obstante la detallada y trascendente elaboración de Freud sobre las vicisitudes del niño en esta etapa, éste se mantuvo relativamente silencioso en su obra respecto al deseo y la lucha de la niña pequeña y también de la mujer adulta. Freud abordó el problema de la sexualidad elaborando hipótesis predominantemente desde el punto de vista de un niño varón, fue éste su punto de partida para elaborar sus teorías sobre la vida psicológica de los primeros años.

Freud, en “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre” (1910), para completar la formulación de su teoría, planteó el pasaje de la niña a través del complejo de Edipo como simétrico al del niño. Más tarde, en “La organización genital infantil” (1923), “Sobre la sexualidad femenina” (1931), y “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” (1933[1932]), planteó que, debido a que las niñas no podían temer a la castración dado a que se vivían como ya castradas, no les era posible atravesar la situación edípica como los varones, por lo tanto, no eran sujetas a las implicaciones del desarrollo libidinal de esta etapa, lo cual tenía como resultado que, entre otras cosas, fueran incapaces de obtener el sentido de moralidad característico del hombre psicológicamente maduro. También, concibiendo la sexualidad femenina como aquella en la que un niño perdió su pene, Freud planteó que la madurez sexual femenina requería una renuncia a la satisfacción sexual a través del clítoris, siendo éste un órgano erógeno debido a la búsqueda de un sustituto del pene, dando lugar al establecimiento de la vagina como lugar de la satisfacción sexual de la mujer psicológicamente madura. Esto implica, por lo tanto, que la sexualidad femenina normal, no patológica, es de naturaleza pasiva. Por último, planteó como resolución del complejo de Edipo en la mujer el tener un bebé varón que funcionara como sustituto del pene.

Varios elementos de la propuesta de Freud sobre el desarrollo sexual mantienen su aceptación actualmente. Sin embargo, sus propuestas sobre la sexualidad femenina, que giran en torno al concepto de la niña como un niño castrado, goza de menor popularidad y más bien genera argumentos en contra. No obstante, esta línea teórica se mantuvo como punto de partida de las elaboraciones teóricas durante varias décadas, aun cuando en el círculo cercano de Freud en su empresa psicoanalítica había varias mujeres. Freud pudo haber tenido motivos, personales y culturales, por los cuales abordó el estudio sobre la sexualidad femenina como lo hizo. Una explicación es que el duelo por su padre lo hizo dirigir toda su atención a la relación del niño varón con su padre, siendo la madre el eje de la dinámica entre ambos, dejando de lado la comprensión del desarrollo psicológico de la niña, ignorando la riqueza de información clínica con la que contaba de parte de sus pacientes mujeres (Cohler & Galatzer-Levy, 2008), siendo sólo ésta una de las múltiples explicaciones. Sin embargo, está la pregunta de por qué se mantuvieron estos primeros planteamientos durante las siguientes décadas por parte de nuevos pensadores y porqué aún no existe una teoría que unifique e integre a la teoría general las propuestas que han habido acerca de la sexualidad femenina sin que estas queden sólo como trabajos aislados de la teoría principal.

Antes de abordar tales preguntas, quisiera hacer un breve repaso sobre algunos de estos trabajos que plantearon posturas en contra de la teoría de la sexualidad femenina de Freud (Yoke & Barnett, 2001).

Entre 1920 y 1940, cinco autoras, Karen Horney, Joan Rivière, Helene Deutsch, Muller y Brierley, fueron las primeras en presentar nuevos conceptos sobre la sexualidad femenina. Horney, en “Sobre la génesis del complejo de castración en las mujeres” (1924), criticó la noción acerca de los problemas que las mujeres supuestamente enfrentan para obtener su feminidad, partiendo de la afirmación de que no era concebible que la mitad de la raza humana estuviera inconforme con su sexo. En “La huida de la feminidad: El complejo masculino en la mujer, visto por hombres y mujeres” (1926), señaló que las instituciones, incluido el psicoanálisis, fueron creadas por los hombres, hecho que representaba una dificultad para modificar los estándares masculinos impuestos. Horney planteó las ideas de la feminidad primaria y la relación madre-hijo como aspectos del desarrollo de la feminidad. Joan Riviere, en su revisión de las Nuevas conferencias introductorias al psicoanálisis, criticó el que se planteara que el desarrollo psíquico de la mujer estaba basado en el complejo de castración y propuso que se daba más bien en torno a la incorporación oral. Deutsch “La psicología de la mujer con relación a las funciones de reproducción” (1925), señaló cómo la comunidad psicoanalítica, de cierto modo, abordaba la feminidad como si se tratara de una patología. Presentó una teoría de la psicología femenina basada en la función de succionar de la primera infancia. Separó la sexualidad de la maternidad. Su base psicoanalítica no era en torno al sexo, sino alrededor de las fantasías en la relación madre-hijo.

Los trabajos de Muller y Brierley se enfocaron en elaborar el tema de la agresividad femenina, idea que iba en contra del planteamiento de que la feminidad es de naturaleza enteramente pasiva. Muller, en “Una contribución al problema del desarrollo libidinal de la fase genital en las niñas” (1932), escribió sobre las fantasías agresivas de las niñas derivadas de la represión de la consciencia sobre su vagina. Propuso que las niñas experimentan su feminidad antes de la fase edípica, y que desde entonces tienen fantasías agresivas y activas. Brierley en “Determinantes específicos del desarrollo femenino” (1936), escribió sobre el sadismo de niñas y mujeres y las implicaciones de la oralidad en el desarrollo, y propuso que las mujeres podían ser más ansiosas y agresivas que lo que se había considerado en comparación a su contraparte masculina.

En la década de los treinta, mujeres analistas habían comenzado a escribir acerca del desarrollo psíquico femenino citando las ideas de Melanie Klein, Helene Deutsch y Joan Rivière, sin embargo, la Segunda Guerra Mundial impuso una brecha en esta tendencia debido a las pérdidas y desplazamientos que implicó. Entre 1940 y 1970, se escribieron pocos artículos sobre el desarrollo femenino por autoras mujeres, y, más bien, se reforzaron las ideas originales. Greenacre en “Problemas especiales sobre el desarrollo sexual femenino temprano” (1950), retomó las ideas tradicionales sobre la feminidad, sugiriendo que el desarrollo de la mujer implicaba patología, al tomar como referencia el desarrollo masculino. Kestenberg, autora mujer, en “Vicisitudes de la sexualidad femenina” (1956) hizo referencia a que la anatomía de la mujer respondía a la teoría de la transferencia del placer del clítoris a la vagina como el transcurso normal.

En los 70, fluyeron nuevamente una serie de propuestas nuevas sobre el desarrollo psíquico femenino y hubo casos en los que se hizo un llamado a revisar la corriente teórica principal. Moulton, en “Una encuesta y reevaluación del concepto de la envidia al pene” (1970), hizo una crítica de la literatura disponible sobre el tema y propuso la redefinición de ciertos preceptos. Fliegel en “Desarrollo psicosexual femenino en la teoría Freudiana—Una reconstrucción histórica” (1973), recalcó cómo las ideas de Horney en torno al desarrollo femenino, eran vistas como ajenas al psicoanálisis  en 1920. Fast, en “Desarrollos en la identidad de género: Diferenciación de género en las mujeres” (1979), propuso una alternativa a la conceptualización freudiana de la identidad de género y elaboró teóricamente cómo la sexualidad genital  de la niña es transversal en la elaboración de su feminidad.

Los trabajos anteriores son sólo algunos de los que se publicaron durante varias décadas, quedando claro que no hubo una falta de propuestas teóricas que difirieran a las establecidas. ¿Qué explica que estas ideas no tengan una difusión como las de la envidia al pene, que incluso llegan a tener presencia en la cultura más general? Una posible explicación tiene que ver con que las posturas teóricas sirven como un medio por el cual se sostiene el sentimiento de comunidad. Ludwig Fleck en su trabajo, “La génesis y desarrollo de un hecho científico” (1981), señala cómo la cohesión entre las comunidades se puede dar a través de las ideas que comparten. Para argumentar esto, utilizó el caso de una serie de médicos de comienzos de 1900 que publicaron sus hallazgos acerca de un método para diagnosticar la sífilis a través de pruebas de sangre. Su publicación rompía la tradición que existía hasta entonces para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades infecciosas, los cuales excluían las pruebas de sangre. Lo interesante de este caso es que incluso la gente común intuía que la sífilis tenía relación con la sangre. Fleck define a una comunidad de conocimiento como aquella en la que sus miembros intercambian ideas y asimilan sobre todo aquellas que son aceptadas por consenso. Éstas comienzan a acumular un conjunto de ideas que reflejan el desarrollo histórico de dicha comunidad. Cuando una idea se torna punto de referencia para una comunidad de conocimiento, cualquier propuesta que la contradiga es rechazada. Estas ideas se perpetúan e incluso parece como si adquirieran un poder mágico por encima de la lógica. ¿Quiénes establecen estas ideas que funcionan como referentes dentro de una comunidad? Sus fundadores, predominantemente. Estos determinan cuáles son los conceptos que pasaran a formar parte de la historia de la disciplina. Estas son las ideas que todos los miembros reconocen como hechos constituyentes de la teoría que comparten. En este caso, el pensamiento individual comúnmente está ausente. Sin embargo, si un sujeto propone algo que contradiga la línea principal del pensamiento de la comunidad, es ignorado o se impide que la propuesta trascienda. Esto mantiene los lazos armónicos dentro del grupo. Esta elaboración nos remite a la dinámica de una religión, sin embargo, la tesis de Fleck comenta esto sobre la práctica científica, la cual, dice, está moldeada no tanto por los hechos como por la historia y la epistemología que conforman a una comunidad.

Hamilton, en su trabajo “La malinterpretación social de la realidad” (1966), argumenta que son pocos los que llegan a ser creadores de teoría y que la mayoría de los intelectuales son meros diseminadores de las ideas consensuadas. Para hacerse de credibilidad en sus trabajos, citan los trabajos que fungen como referentes de la identidad de la disciplina, independientemente de su veracidad. Por lo tanto, las ideas de estos trabajos-referentes son transmitidas de generación en generación, a pesar de que el conocimiento transmitido cuente con sesgos importantes. Hamilton sostiene que el desarrollo y la difusión del conocimiento están influenciados en una parte importante por un componente social.

¿Cómo aplica lo anterior al psicoanálisis como comunidad de conocimiento? En las minutas de la Sociedad de Viena, se puede notar cómo en las sesiones los participantes compartían casos y observaciones con una tendencia a confirmar las propuestas de Freud (Bos, 1996). Además, es conocida la actitud renuente con la que Freud solía responder a propuestas que lo contradecían. Estas reuniones sirvieron como entrenamiento para los primeros analistas. El entrenamiento influye en menor o mayor medida en la percepción y juicio del estudiante, orillándolo a que se apegue a ciertos paradigmas, lo cual en impacta en su capacidad para escuchar y aceptar evidencias que contradigan estos paradigmas. Un factor que considero crucial en la incapacidad para aceptar o incluso sólo reflexionar sobre nuevas ideas es el temor de ir en contra de la autoridad. Esto evita que los miembros cuestionen las ideas actuales. Entonces, no sólo se trata de una cuestión de cohesión y confianza en los principios teóricos, sino que el sujeto busca evitar discusiones que puedan desembocar en dificultades. Cabe mencionar que la Sociedad de Viena funcionó como piedra angular para el establecimiento del psicoanálisis como institución y en ese entones buscaba homologar las líneas teóricas con miras a fortalecer y cohesionar la disciplina. No es difícil imaginar situaciones en las que Freud decidía ir por el camino de proteger la identidad teórica del grupo antes de permitir una revisión de las ideas que la edifican. Sin embargo, como se mencionó, la perpetuación de ciertas ideas rebasa a sus fundadores y se amplifica más allá de él en las nuevas autoridades que les suceden.

Esto explica por qué analistas mujeres, que contaban con una indiscutiblemente superior noción sobre el funcionamiento de su cuerpo, trabajaron en la academia y en la clínica con base en un marco teórico de funcionamiento masculino. Más aún, la Segunda Guerra Mundial y su efecto que tuvo en la ruptura de familias y comunidades hizo aún más difícil la generación de nuevas ideas; bajo condiciones en las que existe el riesgo de perder la pertenencia a un grupo sin que existan sustitutos, es muy difícil considerar ideas contrarias a éste (Werman, 1989). Justamente el psicoanálisis representaba la oportunidad para mujeres inteligentes y educadas de agruparse en una estrecha comunidad que satisficiera sus deseos de consolidar una identidad intelectual, formando una parte integral de sus vidas. En un trabajo titulado “Escuchando lo que no puede ser visto: Una investigación de un grupo de investigación psicoanalítico sobre la sexualidad femenina” (Basseches et al., 1996), sus autores hablan sobre cómo su trabajo clínico con mujeres y niñas fue determinado por los conceptos de la envidia al pene y el complejo de castración y de cómo sus analistas, maestros y supervisores defendían estos conceptos, y debido a la identificación que tenían con ellos, no cuestionaron estas ideas. Fue con el tiempo que con las ideas del feminismo y la retroalimentación entre colegas, lograron modificar su aproximación clínica.

Han pasado casi 40 años desde que comenzaron a cambiar las dinámicas descritas en este trabajo. Actualmente, hay un repunte en los movimientos de equidad de género, ejemplo de ello este seminario. Hay que recordar que Freud mismo fue en contra de más de una de las comunidades de conocimiento a las que perteneció con tal de defender sus ideas, justamente en este inicio, entre otras cosas, para dar voz al malestar de pacientes mujeres. A partir de lo expuesto, considero que un elemento crucial poder dar lugar a la discusión y asimilación de ideas, es importante que los líderes de las comunidades de conocimiento, de las sociedades de psicoanálisis en este caso, establezcan y conserven una ambiente de confianza para el intercambio. Personalmente, tengo el gusto de opinar, y creo que no estoy solo, que contamos con dicho ambiente en este instituto.

Bibliografía

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