Por: Froylan Avendaño
“¿A dónde se han ido las histéricas de antaño, las Ann O., las Emmy Von N…? Ellas desempeñaban no solamente un cierto rol, un rol social, cierto; pero cuando Freud se puso a escucharlas fueron ellas las que permitieron el nacimiento del psicoanálisis. Es por haberlas escuchado que Freud inauguró un modo enteramente nuevo de relación humana. ¿Qué es lo que reemplaza esos síntomas histéricos de otros tiempos? ¿No se ha desplazado la histeria en el campo social? ¿No la habrá reemplazado la chifladura psicoanalítica?” Jacques Lacan
La histeria se encuentra, dentro del campo del psicoanálisis, en un lugar privilegiado. Fue con el estudio de estos pacientes que Freud comenzó la estructuración de su teoría y la conceptualización del inconsciente. Las neurosis de defensa fueron los primeros pasos que Freud daría en el interminable y complejo laberinto de la psique humana. Si bien, en un principio, la urgencia teórica llevó a Freud a cometer algunos errores en su camino (recordemos el caso Dora), pronto comprendió que las histéricas tenían algo que contar, que era precisamente su historia o narrativa de vida lo que las tenía enfermas. Con el oído aguzado y la mente abierta, Freud se propuso hacer lo que hasta el momento nadie había hecho: darle voz a la histeria. La sexualidad se encontraba en los relatos que Freud escuchaba en sus pacientes, y en aquella época (hoy lejana para nosotros), esta sexualidad se encontraba totalmente reprimida, excluida, señalada. Cuatro paredes y dos testigos mudos, sólo de dientes para afuera, eran los únicos partícipes de aquel acto envilecido, juzgado por los demás. La sexualidad era mal vista, deleznable. Sin embargo, el deseo no se sometía, el cuerpo hablaba y hacía representar a través del síntoma conversivo, la conflictiva sexual de las pacientes de Freud. El cuerpo hablaba todo lo que boca callaba.
En la actualidad, lo estándares e ideales de la sexualidad han venido mutando. No está mal el que disfruta de su sexualidad, está mal el que la reprime, la niega y la relega. Si bien hoy en día existen aún ciertos tabúes, la mayoría de nosotros acordaríamos en que el juicio social sobre la sexualidad no es el mismo que el de hace años: la homosexualidad, las nuevas sexualidades, la instrucción sexual en las escuelas, las conversaciones que se pueden escuchar en cualquier lugar público, etc. Estos temas se han vuelto más accesibles e inclusive necesarios de conocer. El discurso que presenta nuestra sociedad ante la sexualidad es más amistoso, más inclusivo. Ante dicho panorama, nos surgen las siguientes preguntas: De ser así, ¿existe aún la histeria como nos la relata la literatura psicoanalítica? ¿Ha mutado en algo el cuadro clínico observado por Charcot hace casi 130 años?
Sobre la validez del cuadro histérico, Julia Borossa nos dice: “Un enfoque histórico no debe presentar la histeria como algo fosilizado e irrelevante para el mundo contemporáneo, sino todo lo contrario: las histéricas del siglo XIX le posibilitaron a Freud generar una concepción del individuo humano- un ser dividido, conflictuado, centrado en lo sexual, alienado en sí mismo- que sigue vigente a comienzos del siglo XXI” (Borossa, 2002). Por otro lado, Juan David Nasio agrega: “El histérico de finales de siglo XIX y el histérico moderno viven cada cual a su manera un sufrimiento diferente; sin embargo, no ha variado en lo esencial la explicación ofrecida por el psicoanálisis en cuanto a la causa de esos sufrimientos” (Nasio, 1991). Para poder entender cómo es que la sexualidad puede seguir generando conflicto en las personas a pesar de la flexibilidad del discurso actual a cerca de la misma, debemos explorar un poco dos temas en específico: la sexualidad infantil y el ideal del Yo.
La sexualidad infantil fue para Freud el campo de cultivo para cualquier neurosis. Esto debido a la inmadurez (tanto psíquica como física) del infante: no importa que el discurso actual no sea igual de represor que aquél del siglo XIX, la sexualidad irrumpe en la psique de manera violenta, el deseo hace su aparición inesperada dejando en la mente del infante sus huellas, la fantasmática figura de un exceso. Juan David Nasio, señala: “La sexualidad infantil nace siempre mal, pues es siempre exorbitante y extrema… El Niño será siempre inevitablemente prematuro, no preparado en relación con la tensión que aflora en su cuerpo; y, a la inversa, esta tensión libidinal será siempre demasiado intensa para su Yo” (Nasio, 1991). Es con esta lógica infantil que debemos entender la etiología de la histeria, no tanto de la relación especular entre sujeto y discurso, sino desde la percepción distorsionada, desbordada y confusa del infante ante la sexualidad.
Para entender de mejor forma la conflictiva histérica podemos valernos de dos conceptos que teorizó Lacan en su obra, siendo estos el registro de lo imaginario y el registro de lo simbólico. El registro imaginario podríamos equipararlo al concepto freudiano de representación-cosa: sería entonces un acervo perceptivo, de figuras, huellas mnémicas y sonoras, identificaciones, etc. Lacan explica: “Es la suma de impresiones, internas o externas, de informaciones que el sujeto recibe del mundo en el que vive, de las relaciones naturales que tiene con éste… Todo lo perteneciente al orden de lo preverbal participa así a lo que podemos denominar de una Gestalt intramundana. En su seno, el sujeto es la muñeca infantil que fue, es objeto excremental, es cloaca, es ventosa” (Lacan, 1954). Por otro lado, lo simbólico se encontraría directamente en el lenguaje, asociado ya al proceso secundario de pensamiento freudiano (orden del lenguaje verbal y orden cultural), por lo que le correspondería el lugar de la representación palabra. Es a través del registro simbólico que el sujeto es capaz de “materializar” su deseo a través del discurso. Mediante este pivote de lo imaginario y lo simbólico el sujeto puede aprehender su mundo, y acercándonos más al tema que nos concierne, su sexualidad. Si bien el registro imaginario es de suma importancia en la estructuración del sujeto, no olvidemos que Freud puso especial acento en el registro simbólico para el entendimiento de los fenómenos del inconsciente (sueños, chistes, lapsus, olvidos), pues es precisamente esta “red de palabras” que permite el desplazamiento y expresión del mundo interno de un sujeto. Sobre esto, Lacan nos dice: “Recordé que en la práctica fascina la atención de los analistas sobre las formas imaginarias, tan seductoras, sobre la significación imaginaria del mundo subjetivo, cuando el asunto está en saber -esto es lo que interesó a Freud- qué organiza ese mundo y qué permite desplazarlo” (Lacan, 1954). No se trata del dominio de un registro frente al otro, sino precisamente a la organización resultante a partir de la conjunción de ambos. A través del entendimiento de ambos registros, podremos dar un “zoom” teórico al cuadro de la histeria.
Primeramente, comenzaremos con los fenómenos acontecidos en el registro de lo imaginario. Como sabemos, la base donde se asienta la histeria es en la etapa fálica y en la conflictiva edípica. Si bien todas las neurosis se involucran con estos momentos del desarrollo del infante, es en la histeria donde el sujeto aparece completamente coagulado ante los obstáculos y conflictivas propias de esta etapa. Dando un repaso a la sexualidad infantil podemos disipar dos preguntas que se nos presentan: ¿por qué existe aún en la actualidad la problemática sexual? Y dos, ¿por qué parece presentarse la histeria con mayor índice en las mujeres? Lacan propone lo siguiente: “Hablando estrictamente, diremos que no hay simbolización del sexo de la mujer en cuanto a tal. En todo caso, la simbolización no es la misma, no tiene la misma fuente, el mismo modo de acceso que la simbolización del sexo del hombre. Y esto porque lo imaginario sólo proporciona una ausencia donde en otro lado hay un símbolo muy prevalente” (Lacan, 1954). Freud explicaba en su teoría sexual la prevalencia de la figura fálica en la estructuración psicosexual de la neurosis. Si recordamos lo que ahí se decía, infante creía que todas las personas estaban cortados con la misma tijera (recordemos el caso de Juanito), y si él tenía un pene (elemento imaginario) todos los demás lo debían tener. Por otro lado, la niña pequeña creía, en un primer tiempo, que ella tenía uno igual, pero pequeño, y que algún día iba a crecer (identificación fálica-padre). Posteriormente, al sentirse “castrada”, se ejecutaba un segundo tiempo en el Edipo femenino, donde se abandonaba como objeto de amor a la madre y se instauraba en escena el amor hacia la figura paterna. En el caso de la histeria el soporte imaginario no haría otra cosa que complicar la simbolización de la femineidad, el soporte prestado por la vagina como figura negativa, como ausencia, complicaría la creación de un significante de mujer, a diferencia del significante fálico. Lo simbólico termina careciendo de material: el sexo femenino tendría así, carácter de ausencia, de agujero, de vacío. Recordemos que esto se encuentra interpretado y expresado a través de la óptica del niño fálico, donde no existe ni hombre, ni mujer, sino seres fálicos y seres castrados, seres potentes y seres dominados. De pasarse por alto esto, nos quedamos con la idea de una teoría freudiana misógina y machista. Se trata de una lógica infantil, no de una lógica objetiva. De la lógica del niño que elige el vaso alto y delgado, pero con menos líquido, en lugar del más pequeño, con mayor diámetro, y por ende, mayor contenido. Derivado de esta problemática, podemos discernir una de las preguntas que gira alrededor de la histeria: la pregunta “¿soy hombre o soy mujer?”. Dicha conflictiva es plenamente identificable en las fantasías del sujeto histérico: una paciente me contaba que le preguntaba constantemente a su novio “¿qué se siente hacer pipí parado? ¿Qué se siente tener entre las piernas un pedazo de carne colgado?”. Por otro lado, le gustaba jugar con las ropas de su hermano mayor, poniéndoselas e imaginando, por un momento, que era hombre. ¿Pero basta la figura gestáltica de una supuesta ausencia para desencadenar una histeria? Como mencionamos en este trabajo párrafos arriba, será necesaria la intervención del registro simbólico, el cual brindará estructura a este primer acercamiento imaginario a la conflictiva fálica en la histeria.
Hasta ahora, hemos localizado sólo una parte de la disimetría que Freud planteaba en el desarrollo sexual infantil y nos hemos quedado solamente ante la representación o imagen que juega la diferenciación de sexos entre niño y niña. Pero existe aún una disparidad más: se trata precisamente aquélla que se da con las figuras primarias en el Edipo, foco de la estructuración de las neurosis. Como bien dice Lacan, en el registro imaginario el reconocimiento del sexo femenino no debería constituir ningún obstáculo para la niña, pues se encuentran en ella todos los elementos necesarios para que pudiese existir un reconocimiento directo como en la posición masculina: se encuentra el orden de la experiencia vivida, la simpatía del yo con el semejante, las sensaciones propias del órgano femenino. Sobre esto, Lacan comenta: “La experiencia muestra, empero, una diferencia llamativa: uno de los sexos necesita tomar como base de identificación la imagen del otro sexo. Que las cosas sean así no puede tomarse como una mera extravagancia de la naturaleza. El hecho sólo puede interpretarse en la perspectiva en que el ordenamiento simbólico todo lo regula” (Lacan 1954). Y añade: “La realización de la posición sexual del ser humano está vinculada, nos dice Freud – y nos dice la experiencia- a la prueba de la travesía de una relación fundamentalmente simbolizada, la del Edipo, que entraña una posición que aliena al sujeto, vale decir que le hace desear al objeto del otro y poseerlo por la procuración del otro. Nos encontramos entonces ahí ante una posición estructurada en la duplicidad misma del significado y el significante. En tanto la función del hombre y la mujer está simbolizada, en tanto es literalmente arrancada del domino de lo imaginario para ser situada en el dominio de lo simbólico, es que se realiza toda relación sexual normal, acabada. La relación genital está sometida, como a una exigencia esencial, a la simbolización: que el hombre se virilice, que la mujer acepte verdaderamente su función femenina” (Lacan, 1954). Lo que Freud vio en el Edipo fue la construcción simbólica que habría de desarrollarse al atravesar dicha conflictiva, en la cual se pone en juego el deseo incestuoso, la ley, la amenaza de castración y finalmente las identificaciones. Podemos ver aquí cómo Lacan nos señala que es esta construcción simbólica a que permite a un hombre presentarse como un hombre y a la mujer presentarse como una mujer. Es decir, que la sexualidad está más allá de lo biológico (Real) o el género que vemos (Imaginario). Justamente al superar de uno u otra forma el Edipo, aparece el ideal del yo que mencionábamos al inicio de este trabajo. Es precisamente en este punto que podemos dar un último acercamiento a la estructura histérica, ir un poco más allá de la aparatosa sintomatología de la conversión o de la insuficiente fórmula sobre la problemática genital del histérico y sus relaciones insatisfactorias. La problemática central de esta estructura está basada en la pregunta “¿Qué es ser mujer”, en el significante simbólico que representa la femineidad. La histérica no consigue simbolizar la femineidad a partir de la identificación de la madre, sino a través del camino más corto trazado durante la etapa fálica: la identificación con el padre y su significancia fálica. De esta forma podemos entender de mejor forma fenómenos histéricos como la seducción, la confusión de identidad sexual, los embarazos psicológicos, la exaltación y dramatización de la femineidad, los síntomas de embarazos en hombres, etc. Todos ellos regresan a la misma pregunta, a la incapacidad que tuvo el sujeto fálico de simbolizar el sexo femenino. Aunado a esto, la identificación fálica es la responsable del exceso de libido que observamos en las pacientes histéricas: son ellas el falo del Otro castrado. Nasio nos dice: “Esta claro que para el histérico tener el falo es en realidad, serlo. Pero, ¿Qué falo es el histérico? Precisamente aquel falo que le faltaba a la madre, al Otro castrado en el fantasma de la castración. Él es lo que el otro no tienen, y eso duele. Pues ese narcisismo en demasía, ese falicismo difundido por el cuerpo, constituye un exceso tan grande que, aun cuando procura al sujeto el sentimiento de existir, le costará el dolor de ser constante presa de requerimientos por parte del estímulo más anodino del mundo exterior” (Nasio, 1991). La más indiferente mirada, la más inocente sonrisa será suficiente para despertar en el histérico la estimulación sexual, el requerimiento de ser deseada.
Como podemos ver, la histeria presenta un complejo cuadro que va más allá de los mecanismos defensivos o de las cuasi fórmulas que todos conocemos sobre ella. La histérica es una posición subjetiva, el Yo histérico funge como un ensayo de respuesta a una pregunta planteada en el núcleo del sujeto, “¿qué es ser mujer?”. Es por todo lo descrito arriba que la histeria se encuentra aún presente y pareciera que seguirá siempre entre nosotros, como argumentaban Bolas y otros autores. Aún hoy el día, la femineidad es un significante amplio, complejo y cambiante. A pesar de esto, el diagnóstico de histeria ha ido perdiendo uso, primeramente fuera de los círculos psicoanalíticos e inclusive dentro de ellos. A mí parecer, esto se debe principalmente a 2 puntos:
1: Plasticidad del Yo histérico y cambios en los cuadros diagnósticos: Nasio en su libro “El dolor de la histeria”, le adjudica al Yo histérico una flexibilidad y maleabilidad que le permite histerizar el mundo que le rodea, logrando, en ciertos casos, difuminar la frontera entre mundo interno y mundo externo. Esto trae como consecuencia el despliegue de múltiples fenómenos sintomáticos que pueden ser idénticos a los presentados en otros cuadros clínicos, como los pacientes fronterizos. Analistas como Christopher Bollas y Juliet Mitchell argumentan que la histeria ha sido absorbida por diagnósticos más generales, como los trastornos fronterizos de la personalidad. Por otro lado, fenómenos que anteriormente eran vistos directamente como histéricos, por ejemplo, algunas perturbaciones del apetito, fueron cata logados dentro de otros cuadros clínicos. En un texto de Jacques Miller, se expone el caso de una mujer histérica, que llega contándole al analista que sufría de alucinaciones: después de un trabajo arduo y un ojo clínico desarrollado por los años de práctica, Miller percibió que lo que realmente buscaba esa paciente era el dar material que le interesara al analista para ser volverse así paciente favorita.
2: La búsqueda exclusiva de la conversión o la conflictiva genital:
En algunas ocasiones, si no encontramos en el relato del paciente la aparatosa presencia de una conversión o si por su historia y narrativa nos percatamos que lleva una vida sexual estándar, solemos descartar la histeria como diagnóstico. Si bien el sujeto histérico adolece de su sexualidad, no significa que no haga todo lo posible por llevarla a cabo. Lo importante a señalar y detectar aquí es la insatisfacción, la incapacidad de entregarse por completo a la relación con el otro, pues este goce lo llevaría a la destrucción de su ser. Nasio señala: “Ahora bien, entre estas inhibiciones figura una, esencial y secreta que alcanza a la histérica en lo más profundo de su ser mujer. Mientras vive una relación carnal aparentemente dichosa con un hombre, la mujer histérica puede rehusarse a abrirse -casi sin saberlo, pero resueltamente- a la presencia sexual del cuerpo del otro… La histérica se ofrece, pero no se entrega, puede tener relaciones sexuales orgásmicas, sin por ello comprometer su ser de mujer” (Nasio, 1991). Miller, en la descripción del caso de una paciente histérica, describe cómo esta paciente podía llegar a tener relaciones sexuales con su pareja siempre y cuando ella se imaginara como otra mujer, por lo que era otra mujer la que tenía el encuentro, no ella. Por mi parte, recuerdo una paciente que no presentaba inhibiciones en la parte sexual, pero al momento de sentir que la otra persona quería algo más de ella o buscaba en ella una relación y un compromiso, sentía una angustia inmensa que la hacía alejarse para nunca más ver a dicha persona.
La histeria, aún hoy en día, se nos muestra compleja y escurridiza. Conocemos de memoria los síntomas, la conflictiva edípica y fálica, las relaciones objétales que presenta; sin embargo, me parece que no estaría de más hacer nuevamente lo que Freud hizo en su tiempo: guardar silencio, aguzar el oído y realmente escuchar la pregunta que el paciente es.
Bibliografía
- Sigmund Freud, 1924, El sepultamiento del complejo de Edipo, Tomó XIX, Amorrortu.
- Sigmund Freud, 1925, Consideraciones acerca de la diferencia anatómica entre los sexos, Tomo XIX, Amorrortu.
- Lacan, 1954, Clase 12, La pregunta histérica.
- Lacan, 1954, Clase 13, La pregunta histérica (II).
- Juan David Nasio, 1991, El dolor de la histeria, Paidós.
- Julia Borossa, 2002; La histeria (Ideas en psicoanálisis), Longseller.
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