Ciudad de México, 21 de agosto 2019.

 

Ante los hechos ocurridos durante la manifestación de diversos colectivos feministas el 16 de agosto de 2019 en la Ciudad de México, considero imprescindible anotar:

  1. Que tales eventos no pueden ser explicados sin la historia previa a la marcha: una historia llena de abusos y muerte.
  2. En la columna del Ángel de la Independencia se ve una pinta que aclara el sentido profundo del acontecimiento: La Patria mata. Con su contundencia, desvela esa trinidad que regula el orden social y psíquico: Padre, Patrón, Patria, desdoblamientos de la estructura logofalocéntrica de la civilización occidental. La milenaria lógica de la dominación masculina ha tenido sin duda como víctimas a hombres y mujeres, pero sería propiciar un silencio cómplice el suponer que esta destrucción es pareja: la cosificación de las mujeres, condición necesaria para que sea ella el eje de los intercambios de  bienes en el mundo masculino, implica que a la mujer le sea  negada la condición de sujetos libres. Esta afirmación, que pareciera ser desestimada por la igualdad jurídica, es confirmada con los miles de datos, con los cientos de denuncias de que la mujer es víctima de abuso psíquico, moral y físico- cuando decide poner un alto a las demandas del hombre.
  3. Esa es la forma correcta de leer las estadísticas: año con año, en términos numéricos, son mucho más hombres que mujeres quienes tienen una muerte violenta; pero como lo han señalado varios especialistas, en gran medida el hombre muere a manos de otro hombre, mientras que la mujer es asesinada a manos del hombre; leamos las historias: María murió porque la raptaron y la violaron, a Raquel la mataron porque no se apuró con la cena, a Susana la acribillaron por denunciar los abusos del patrón. Una y otra vez las mujeres son asesinadas, golpeadas, mutiladas porque no se pliegan a la voluntad del varón. 
  4. La solución ha sido, como si de ellas fuera el origen del problema, exigirles que aprendan a protegerse, a no dar pie a que sean violadas, acosadas o desaparecidas en los subterráneos de la trata de mujeres. Que vivan en un estado de sitio, desconfiando permanentemente del otro, exigiéndoles una mesura que no se le pide al hombre, una restricción que no se le pide al hombre, una precaución que no se le pide al hombre. Se convierte a la mujer en un colectivo atravesado por peticiones paranoicas y, peor aún, se pretende que esa vida persecutoria sea lo normal.
  5. Esta normalización de la violencia ejercida en contra de las mujeres está además atravesada por las diferencias de clase y las diferencias raciales. Sin duda, la igualdad de la mujer es aún más ambigua si ella pertenece a la clase trabajadora y es más dramática aun si es indígena. Pero no nos confundamos, la violencia en contra de la mujer trasciende las clases sociales y el constructo racial: la mujer vive un abuso estructural. No se trata solamente del techo de cristal, que sin duda existe, baste dos ejemplos: en primer lugar, la condición laboral de la mujer supone una sobreexplotación, pues atiende al mismo tiempo al hogar, en caso contrario es declarada como desobligada; en segundo lugar, se encuentra en una condición de permanente minoría, aunque sean una mayoría estadística: una minoría de edad por ejemplo, la mujer que realiza el servicio doméstico es llamada muchacha, aunque tenga 70 años- o un peso menor o nulo en la toma de decisiones familiares y laborales. Y, otra vez, si se salen de lo esperado, son objeto de violencia. 
  6. Estos son tan solo unos leves esbozos hablar justamente de ellos supondría narrar las atroces muertes que las antecedieron- que llevan a la rabia y protesta del 16 de agosto en que distintas agrupaciones de mujeres organizadas se manifestaron en las calles de la ciudad de México. Como una disparatada comprobación de lo que he apuntado, la opinión pública se concentró en los destrozos que ocurrieron durante la marcha. Patriarcalmente, se le dio el derecho a las mujeres a que se manifestaran he aquí una muestra de que lo que es un derecho fijo para el hombre es una concesión a la mujer-, pero se condenó su violencia al parecer, dominio exclusivo del varón. Las miradas se concentraron en las pintas en la columna de la Independencia. Pocos se preocuparon en leer los mensajes, la mayoría de los comentaristas, padres severos pero bondadosos, trató a los colectivos ahí reunidos como menores de edad que merecen ser reprendidas por pintar las paredes de la casa. La columna erigida por el dictador Porfirio Díaz para conmemorar la Independencia regula enhiesto el orden urbano desde hace un siglo. La fantasía patriarcal del viejo dictador se ha convertido en centro del festejo futbolero. Hace unos días, una perspicaz mujer me dio la clave durante su sesión: les duele que les toquemos su símbolo fálico. Tiene toda la razón. Que un grupo de hombres se reúna para festejar un pírrico triunfo futbolero y orine a los pies de la columna es normal, el falo en su desdoblamiento impune. Que parte de un colectivo de mujeres decida pintarlo es vandalismo. Los vándalos fueron una de las tribus que los romanos consideraban bárbaras. Las mujeres caracterizadas como la barbarie del orden patriarcal:  recordemos que los bárbaros fueron quienes destruyen el imperio. Miedo y profecía acuerpados en la rabia de las mujeres. 
  7. Y de tanto miedo hubo una negación de la colectividad masculina para leer lo que algunas mujeres escribieron en ese monumento fálico, en la que negro destaca: La patria mata.  Esta afirmación complementa el eje denunciado en la novela de Gavino Ledda: Padre, Patrón, Patria. La patria es la gesta de los hombres para construir el mundo para los hombres. La patria mata, mata mujeres y hombres para reproducir un orden abstracto lleno de miserias concretas y cotidianas. Arriba de esta sentencia contundente, la patria mata, se lee una advertencia en forma de pinta: con nosotras no se juega. Es una advertencia, pero también una promesa: esto que vieron, que todavía no tiene nombre, es el inicio de un movimiento de alcances inesperados. Por lo que aquí me hago eco de lo dicho en distintos foros: hoy nos toca a los hombres escuchar, callar y aprender, es el tiempo de las mujeres, es el tiempo de la matria. 
  8. Paradójicamente tampoco puedo quedar en silencio como psicoanalista y como presidente de la Sociedad Psicoanalítica de México (SPM) ante los acontecimientos que cimbran las raíces de lo social. No pretendo dar mi benevolente venia”  desde un poder patriarcal a un legítimo movimiento social. Escribo estos puntos sin pretender el consenso dentro de la comunidad de la SPM  y mucho menos del psicoanálisis. Lo hago para convocar a una franca discusión sobre la lógica de lo masculino y lo femenino y cómo esta lógica está cimentada en la muerte y abuso de las mujeres. Abro las puertas de la SPM a los distintos colectivos para hablar y escuchar. Hasta sus últimos años Sigmund Freud se preguntaba qué desean las mujeres. Hoy es tiempo de que sean las mismas mujeres quienes la contesten.
 
Alejandro Beltrán 
Presidente de la SPM