Las mujeres, la sexualidad y los cuentos
Autor: Paulina Antón
 
Los símbolos 
“Los símbolos de la mitología no son fabricados, no pueden encargarse, inventarse o suprimirse permanentemente, son productos espontáneos de la psique y cada uno lleva dentro de si mismo, intacta, la fuerza germinal de su fuente” (Campbell, J. 1949)
 
Para Jung “el símbolo es una maquina que transforma energía…“así pues al simbolizar no sólo se sustituye y representa lo simbolizado sino que algo se modifica, cambia o se transforma, algo desapare­ce, se pierde  o deja de existir y algo nuevo cobra vida, tal como él lo plantea simbolizar sirve para transformar, transferir o desligar la carga libidinal del instinto hacia formas más elevadas, las representaciones, de ahí su conexión directa con las emociones (…)” (Caparros, N. 2000), mientras que  Melanie Klein evoluciona en el trato hacia los símbolos al ver que estos también se encuentran en la vida cotidiana de las personas (juego en los niños, y la simbolización de la situación analítica). Para Erich Fromm el lenguaje de los símbolos es único lenguaje universal producido por la humanidad, y que debe de intentar comprenderse más que interpretarlo.
 
Freud en 1913 sugiere que la manera en la que se analizan lo sueños puede servir para entender los cuentos.
 
Cuentos
 
Los cuentos poseen elementos que contienen una fuerza psíquica que los conforma y estructura, es decir tienen símbolos muy poderosos, razón por la cuál han podido perdurar de generación en generación, casi sin alterarse ningún elemento. “Es como si hablara una voz más antigua que las piedras” (Pinkola, C. 2009)
 
Se dice que los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida, engendran emociones; tristeza, preguntas, anhelos y comprensiones que hacen aflorar elementos inconscientes. “El cuento engrasa los montacargas y las poleas, estimula la adrenalina, nos muestra la manera de salir, ya sea por arriba o por abajo, y en premio a nuestro esfuerzo, nos abre unas anchas y cómodas puertas donde antes no había más que paredes en blanco.” (Pinkola, C. 2009)
 
Mitos Universales
 
Hay mitos que siempre han estado y uno de ellos tiene que ver con la imagen de la mujer como “hacedora” de vida.
 
La loba (Cuento)
Hay una vieja que vive en un escondrijo del alma que todos conocen pero muy pocos han visto… Es circunspecta, a menudo peluda y siempre gorda, y, por encima de todo, desea evitar cualquier clase de compañía. Cacarea como las gallinas, canta como las aves y por regla general emite más sonidos animales que humanos. Podría decisrse que vive entre las desgastadas laderas de granito del territorio indio Tarahumara. O que está enterrada en las afueras de Phoenix en las inmediaciones de un pozo. Quizá la podríamos ver viajando hacia el sur hacia Monte Albán en un viejo cacharro con el cristal trasero roto por un disparo. O esperando al borde de la autovía cerca del Paso o desplazándose con unos camioneros a Morelia, México, o dirigiéndose al mercado de Oaxaca, cargada con unos haces de leña integrados por ramas de extrañas formas. Se la conoce con distintos nombres: La Huesera, la Trapera y La loba. La única tarea de La Loba consiste en recoger huesos. Recoge y conserva sobre todo lo que corre peligro de perderse. Su cueva está llena de huesos de todas las criaturas del desierto: venados, serpientes de cascabel, cuervos. Pero su especialidad son los lobos.
 
Se arrastra, trepa y recorre las montañas y los arroyos en busca de huesos de lobo y, cuando ha juntado un esqueleto entero, cuando el último hueso está en su sitio y tiene ante sus ojos la hermosa escultura blanca de la criatura, se sienta junto al fuego y piensa que canción va a cantar.
 
Cuando ya lo ha decidido, se sitúa al lado de la criatura, levanta los brazos sobre ella y se pone a cantar. Entonces los huesos de las costillas y los huesos de las patas del lobo se cubren de carne y a la criatura le crece pelo. La Loba canta un poco más y la criatura cobra vida y su fuerte y peluda cola se curva hacia arriba.
 
La Loba sigue cantando y la criatura lobuna empieza a respirar.
 
La Loba canta con tal intensidad que el suelo del desierto se estremece y, mientras ella canta, el lobo abre los ojos pega un brinco y escapa corriendo cañón abajo.
 
En algún momento de su carrera, debido a la velocidad o a su chapoteo en el agua del arroyo que está cruzando, a un rayo de sol o a un rayo de luna que le ilumina directamente el costado, el lobo se transforma de repente en una mujer que corre libremente hacia el horizonte, riéndose a carcajadas.
 
Isis:
 
Mediante una trampa artera, su hermano Seth lo asesinó, cortando su cuerpo en catorce pedazos que esparció por todo Egipto. Su esposa y hermana  Isis recuperó amorosamente todos los miembros, excepto el viril, que se lo había comido un pez. Con la ayuda de su hijo adoptivo, Anubis lo embalsamó y, posteriormente, Isis con su poderosa magia logró insuflar nueva vida al cadáver momificado de Osiris, quedando embarazada de él.
Isis trabaja cada noche desde el ocaso hasta el amanecer juntando las partes de su hermano antes de que amanezca, pues de lo contrario no podría salir el sol.
Deméter:
Conjura a su pálida hija Perséfone de la tierra de los muertos una vez al año. Durante Primavera.
 
A esta mujer se le encuentra en los cuentos; criatura que es hechicera-creadora o una diosa de la muerte o una doncella que desciende o cualquier otra personificación
 
Ha recibido distintos nombre en distintas culturasy en distintas épocas
 

  • Madre de los días (madre creadora de todos los seres y todas las obras incluidos el cielo y la tiera)
  • Madre Nyx: ejerce su dominio sobre todas las cosas del barro y la oscuridad
  • Durga: controla los cielos, los vientos, y los pensamientos de los seres humanos

 
Por una parte se le acusa de controlar las fuerzas ocultas de la naturaleza, poseer un gran poder, tener la capacidad de matar y dar vida, de transformar a un hombre en un animal, Alizalde comenta que está gran mujer en muchas de sus “variaciones” sangra pero no muere (menstruación), haciendo alusión a la menstruación.
 
Por otra lado, se le acusa de vivir a merced de sus impulsos y procesos corporales, se argumenta que, así como no  puede controlar los fluidos que emanan de su cuerpo (menstruación), tampoco logra dominar sus estados de ánimo, ni la sexualidad.
 
En ambos casos están presentes elementos que pertenecen a la figura femenina: la capacidad de engendrar vida, la presencia de la menstruación, la encarnación de los afectos y sentimientos, etc. Es, una vez más, la imagen de una madre fálica, poderosa e impredecible. La naturaleza en sí misma es la representación de la figura femenina, por ejemplo al referirnos a ella como “La madre tierra”.
 
SEXUALIDAD FEMENINA
 
Barba Azul
 
Érase una vez un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles tapizados de brocado y carrozas completamente doradas; pero, por desgracia, aquel hombre tenía la barba azul: aquello le hacía tan feo y tan terrible, que no había mujer ni joven que no huyera de él.
Una distinguida dama, vecina suya, tenía dos hijas sumamente hermosas. Él le pidió una en matrimonio, y dejó a su elección que le diera la que quisiera. Ninguna de las dos quería y se lo pasaban la una a la otra, pues no se sentían capaces de tomar por esposo a un hombre que tuviera la barba azul. Lo que tampoco les gustaba era que se había casado ya con varias mujeres y no se sabía qué había sido de ellas.
Barba Azul, para irse conociendo, las llevó con su madre, con tres o cuatro de sus mejores amigas y con algunos jóvenes de la localidad a una de sus casas de campo, donde se quedaron ocho días enteros. Todo fueron paseos, partidas de caza y de pesca, bailes y festines, meriendas: nadie dormía, y se pasaban toda la noche gastándose bromas unos a otros. En fin, todo resultó tan bien, que a la menor de las hermanas empezó a parecerle que el dueño de la casa ya no tenía la barba tan azul y que era un hombre muy honesto.
En cuanto regresaron a la ciudad se consumó el matrimonio.
Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su mujer que tenía que hacer un viaje a provincias, por lo menos de seis semanas, por un asunto importante; que le rogaba que se divirtiera mucho durante su ausencia, que invitara a sus amigas, que las llevara al campo si quería y que no dejase de comer bien.
-Éstas son -le dijo- las llaves de los dos grandes guardamuebles; éstas, las de la vajilla de oro y plata que no se saca a diario; éstas, las de mis cajas fuertes, donde están el oro y la plata; ésta, la de los estuches donde están las pedrerías, y ésta, la llave maestra de todos las habitaciones de la casa. En cuanto a esta llavecita, es la del gabinete del fondo de la gran galería del piso de abajo: abrid todo, andad por donde queráis, pero os prohibo entrar en ese pequeño gabinete, y os lo prohibo de tal suerte que, si llegáis a abrirlo, no habrá nada que no podáis esperar de mi cólera.
Ella prometió observar estrictamente cuanto se le acababa de ordenar, y él, después de besarla, sube a su carroza y sale de viaje.
Las vecinas y las amigas no esperaron que fuesen a buscarlas para ir a casa de la recién casada, de lo impacientes que estaban por ver todas las riquezas de su casa, pues no se habían atrevido a ir cuando estaba el marido, porque su barba azul les daba miedo.
Y ahí las tenemos recorriendo en seguida las habitaciones, los gabinetes, los guardarropas, todos a cual más bellos y ricos. Después subieron a los guardamuebles, donde no dejaban de admirar la cantidad y la belleza de las tapicerías, de las camas, de los sofás, de los bargueños, de los veladores, de las mesas y de los espejos, donde se veía uno de cuerpo entero, y cuyos marcos, unos de cristal, otros de plata y otros de plata recamada en oro, eran los más hermosos y magníficos que se pudo ver jamás. No paraban de exagerar y envidiar la suerte de su amiga, que sin embargo no se divertía a la vista de todas aquellas riquezas, debido a la impaciencia que sentía por ir a abrir el gabinete del piso de abajo.
Se vio tan dominada por la curiosidad, que, sin considerar que era una descortesía dejarlas solas, bajó por una pequeña escalera secreta, y con tal precipitación, que creyó romperse la cabeza dos o tres veces.
Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo un rato, pensando en la prohibición que su marido le había hecho, y considerando que podría sucederle alguna desgracia por ser desobediente; pero la tentación era tan fuerte, que no pudo resistirla: cogió la llavecita y, temblando, abrió la puerta del gabinete.
 
Al principio no vio nada, porque las ventanas estaban cerradas; después de algunos momentos empezó a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada, y que en la sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas que estaban atadas a las paredes (eran todas las mujeres con las que Barba Azul se había casado y que había degollado una tras otra). Creyó que se moría de miedo, y la llave del gabinete, que acababa de sacar de la cerradura, se le cayó de las manos.
Después de haberse recobrado un poco, recogió la llave, volvió a cerrar la puerta y subió a su habitación para reponerse un poco; pero no lo conseguía, de lo angustiada que estaba.
Habiendo notado que la llave estaba manchada de sangre, la limpió dos o tres veces, pero la sangre no se iba; por más que la lavaba e incluso la frotaba con arena y estropajo, siempre quedaba sangre, pues la llave estaba encantada y no había manera de limpiarla del todo: cuando se quitaba la sangre de un sitio, aparecía en otro.
Barba Azul volvió aquella misma noche de su viaje y dijo que había recibido cartas en el camino que le anunciaban que el asunto por el cual se había ido acababa de solucíonarse a su favor. Su mujer hizo todo lo que pudo por demostrarle que estaba encantada de su pronto regreso.
Al día siguiente, él le pidió las llaves, y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa, que él adivinó sin esfuerzo lo que había pasado.
-¿Cómo es que -le dijo- la llave del gabinete no está con las demás?
-Se me habrá quedado arriba en la mesa -contestó.
-No dejéis de dármela en seguida -dijo Barba Azul.
Después de aplazarlo varias veces, no tuvo más remedio que traer la llave.
Barba Azul, habiéndola mirado, dijo a su mujer:
-¿Por qué tiene sangre esta llave?
-No lo sé -respondió la pobre mujer, más pálida que la muerte.
-No lo sabéis -prosiguió Barba Azul-; pues yo sí lo sé: habéis querido entrar en el gabinete. Pues bien, señora, entraréis en él e iréis a ocupar vuestro sitio al lado de las damas que habéis visto.
Ella se arrojó a los pies de su marido, llorando y pidiéndole perdón con todas las muestras de un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Hermosa y afligida como estaba, hubiera enternecido a una roca; pero Barba Azul tenía el corazón más duro que una roca.
-Señora, debéis de morir -le dijo-, y ahora mismo.
-Ya que he de morir -le respondió, mirándole con los ojos bañados en lágrimas-, dadme un poco de tiempo para encomendarme a Dios.
-Os doy medio cuarto de hora -prosiguió Barba Azul-, pero ni un momento más.
Cuando se quedó sola, llamó a su hermana y le dijo:
-Ana, hermana mía (pues así se llamaba), por favor, sube a lo más alto de la torre para ver si vienen mis hermanos; me prometieron que vendrían a verme hoy, y, si los ves, hazles señas para que se den prisa.
 
Su hermana Ana subió a lo alto de la torre y la pobre aflígida le gritaba de cuando en cuando:
-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?
Y su hermana Ana le respondía:
-No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea.
Entre tanto Barba Azul, que llevaba un gran cuchillo en la mano, gritaba con todas sus fuerzas a su mujer:
-¡Baja en seguida o subiré yo a por ti!
-Un momento, por favor -le respondía su mujer; y en seguida gritaba bajito:
-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?
Y su hermana Ana respondía:
-No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea.
-¡Vamos, baja en seguida -gritaba Barba Azul- o subo yo a por ti!
-Ya voy -respondía su mujer, y luego preguntaba a su hermana:
-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?
-Veo -respondió su hermana- una gran polvareda que viene de aquel lado.
-¿Son mis hermanos?
-¡Ay, no, hermana! Es un rebaño de ovejas.
-¿Quieres bajar de una vez? -gritaba Barba Azul.
-Un momento -respondía su mujer; y luego volvía a preguntar:
-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?
-Veo -respondió- dos caballeros que se dirigen hacia aquí, pero todavía están muy lejos.
-¡Alabado sea Dios! -exclamó un momento después-. Son mis hermanos; estoy hacíéndoles todas las señas que puedo para que se den prisa.
Barba Azul se puso a gritar tan fuerte, que toda la casa tembló.
La pobre mujer bajó y fue a arrojarse a sus pies, toda llorosa y desmelenada.
-Es inútil -dijo Barba Azul-, tienes que morir.
Luego, cogiéndola con una mano por los cabellos y levantando el gran cuchillo con la otra, se dispuso a cortarle la cabeza.
La pobre mujer, volviéndose hacia él y mirándolo con ojos desfallecientes, le rogó que le concediera un minuto para recogerse.
– No, no -dijo-, encomiéndate a Dios.
Y, levantando el brazo…
En aquel momento llamaron tan fuerte a la puerta, que Barba Azul se detuvo bruscamente; tan pronto como la puerta se abrió vieron entrar a dos caballeros que, espada en mano, se lanzaron directos hacia Barba Azul. Él reconoció a los hermanos de su mujer, el uno dragón y el otro mosquetero, así que huyó en seguida para salvarse; pero los dos hermanos lo persiguieron tan de cerca, que lo atraparon antes de que pudiera alcanzar la salida. Le atravesaron el cuerpo con su espada y lo dejaron muerto.
La pobre mujer estaba casi tan muerta como su marido y no tenía fuerzas para levantarse y abrazar a sus hermanos.
Sucedió que Barba Azul no tenía herederos, y así su mujer se convirtió en la dueña de todos sus bienes. Empleó una parte en casar a su hermana Ana con un joven gentilhombre que la amaba desde hacía mucho tiempo; empleó la otra parte en comprar cargos de capitán para sus dos hermanos; y el resto en casarse ella también con un hombre muy honesto, que le hizo olvidar los malos ratos que había pasado con Barba Azul.
 
En este cuento está ejemplificado el castigo a la curiosidad sexual femenina, este mismo factor se encuentra en el mito de Pandora.
 
Tanto para Freud como para Bruno Bettelheim las puertas, en algunas culturas se creía que conservaban el espíritu de la piedra o la madera, por lo que estaba llamada a actuar de guardiana
La llave que abre y cierra permite descubrir secretos “prohibidos”. Deseo por entrar, por conocer, adueñarte de los secretos.  Es una clara alusión a lo sexual, y a la menstruación (la llave con sangre, o e algunas otras versiones, la llavecita no deja de sangrar, y Barba azul encuentra esta llave siguiendo el “camino de sangre” que había dejado la llavecita. Otra referencia a una llave la encontramos en el cuento de Alí baba y los cuarenta ladrones, con la diferencia que es una llave “verbal” (ábrete sésamo). En este caso la llave se encuentra en una determinada palabra o            unas preguntas clave.
 
Las zapatillas rojas
 
Hubo una vez una niñita que era muy pequeña y delicada, pero que a pesar de todo tenía que andar siempre descalza, al menos en verano, por su extraña pobreza. Para el invierno sólo tenía un par de zuecos que le dejaban los tobillos terriblemente lastimados.
En el centro de la aldea vivía una anciana zapatera que hizo un par de zapatitos con unos retazos de tela roja. Los zapatos resultaron un tanto desmañados, pero hechos con la mejor intención para Karen, que así se llamaba la niña.
La mujer le regaló el par de zapatos, que Karen estrenó el día en que enterraron a su madre. Ciertamente los zapatos no eran de luto, pero ella no tenía otros, de modo que Karen marchó detrás del pobre ataúd de pino así, con los zapatos rojos, y sin medias.
Precisamente acertó a pasar por el camino del cortejo un grande y viejo coche, en cuyo interior iba sentada una anciana señora. Al ver a la niñita, la señora sintió mucha pena por ella, y dijo al sacerdote:
-Deme usted a esa niña para que me la lleve y la cuide con todo cariño.
Karen pensó que todo era por los zapatos rojos, pero a la señora le parecieron horribles, y los hizo quemar. La niña fue vestida pulcramente, y tuvo que aprender a leer y coser. La gente decía que era linda, pero el espejo añadía más: “Tú eres más que linda. ¡Eres encantadora!”
Por ese tiempo la Reina estaba haciendo un viaje por el país, llevando consigo a su hijita la Princesa. La gente, y Karen entre ella, se congregó ante el palacio donde ambas se alojaban, para tratar de verlas. La princesita salió a un balcón, sin séquito que la acompañara ni corona de oro, pero ataviada enteramente de blanco y con un par de hermosos zapatos de marroquí rojo. Un par de zapatos que eran realmente la cosa más distinta de aquellos que la pobre zapatera había confeccionado para Karen. Nada en el mundo podía compararse con aquellos zapatitos rojos.
Llegó el tiempo en que Karen tuvo edad para recibir el sacramento de la confirmación. Le hicieron un vestido nuevo y necesitaba un nuevo par de zapatos. El zapatero de lujo que había en la ciudad fue encargado de tomarle la medida de sus piececitos. El establecimiento estaba lleno de cajas de vidrio que contenían los más preciosos y relucientes zapatos, pero la anciana señora no tenía muy bien la vista, de modo que no halló nada de interés en ellos. Entre las demás mercaderías había también un par de zapatos rojos como los que usaba la Princesa. ¡Qué bonitos eran! El zapatero les dijo que habían sido hechos para la hija de un conde, pero que le resultaban ajustados.
-¡Cómo brillan! -comentó la señora-. Supongo que serán de charol.
-Sí que brillan y mucho -aprobó Karen, que estaba probándoselos. Le venían a la medida, y los compraron, pero la anciana no tenía la mejor idea de que eran rojos, o de lo contrario nunca habría permitido a Karen usarlos el día de su confirmación.
Todo el mundo le miraba los pies a la niña, y en el momento de entrar en la iglesia aún le parecía a ella que hasta los viejos cuadros que adornaban la sacristía, retratos de los párrocos muertos y desaparecidos, con largos ropajes negros, tenían los ojos fijos en los rojos zapatos de Karen. Ésta no pensaba en otra cosa cuando el sacerdote extendió las manos sobre ella, ni cuando le habló del santo bautismo, la alianza con Dios, y dijo que desde ahora Karen sería ya una cristiana enteramente responsable. Respondieron las solemnes notas del órgano, los niños cantaron con sus voces más dulces, y también cantó el viejo preceptor, pero Karen sólo pensaba en sus zapatos rojos.
Al llegar la tarde ya la señora había oído decir en todas partes que los zapatos eran rojos, lo cual le pareció inconveniente y poco decoroso para la ocasión. Resolvió que en adelante cada vez que Karen fuera a la iglesia llevaría zapatos negros, aunque fueran viejos. Pero el domingo siguiente, fecha en que debía recibir su primera comunión, la niña contempló sus zapatos rojos y luego los negros… Miró otra vez los rojos, y por último se los puso.
Era un hermoso día de sol. Karen y la anciana señora tenían que pasar a través de un campo de trigo, por ser un sendero bastante polvoriento. Junto a la puerta de la iglesia había un soldado viejo con una muleta; tenía una extraña y larga barba de singular entonación rojiza, y se inclinó casi hasta el suelo al preguntar a la dama si le permitía sacudir el polvo de sus zapatos. La niña extendió también su piececito.
-¡Vaya! ¡Qué hermosos zapatos de baile! -exclamó el soldado-. Procura que no se te suelten cuando dances. -Y al decir esto tocó las suelas de los zapatos con la mano.
La anciana dio al soldado una moneda de cobre y entró en la iglesia acompañada por Karen. Toda la gente, y también las imágenes, miraban los zapatos rojos de la niña. Cuando Karen se arrodilló ante el altar en el momento más solemne, sólo pensaba en sus zapatos rojos, que parecían estar flotando ante su vista. Olvidó unirse al himno de acción de gracias, olvidó el rezo del Padrenuestro.
Finalmente la concurrencia salió del templo y la anciana se dirigió a su coche. Karen levantó el pie para subir también al carruaje, y en ese momento el soldado, que estaba de pie tras ella, dijo:
-¡Lindos zapatos de baile!
Sin poder impedirlo, Karen dio unos saltos de danza, y una vez empezado el movimiento siguió bailando involuntariamente, llevada por sus pies. Era como si los zapatos tuvieran algún poder por sí solos. Siguió bailando alrededor de la iglesia, sin lograr contenerse. El cochero tuvo que correr tras ella, sujetarla y llevarla al coche, pero los pies continuaban danzando, tanto que golpearon horriblemente a la pobre señora. Por último, Karen se quitó los zapatos, lo cual permitió un poco de alivio a sus miembros.
Al llegar a la casa, la señora guardó los zapatos en un armario, pero no sin que Karen pudiera privarse de ir a contemplarlos.
Por aquellos días la anciana cayó enferma de gravedad. Era necesario atenderla y cuidarla mucho, y no había nadie más próxima que Karen para hacerlo. Pero en la ciudad se daba un gran baile, y la muchacha estaba también invitada. Miró a su protectora, y se dijo que después de todo la pobre no podría vivir. Miró luego sus zapatos rojos y resolvió que no habría ningún mal en asistir a la fiesta. Se calzó, pues, los zapatos, se fue al baile y empezó a danzar. Pero cuando quiso bailar hacia el fondo de la sala, los zapatos la llevaron hacia la puerta, y luego escaleras abajo, y por las calles, y más allá de los muros de la ciudad. Siguió bailando y alejándose cada vez más sin poder contenerse, hasta llegar al bosque. Al alzar la cabeza distinguió algo que se destacaba en la oscuridad, entre los árboles, y le pareció que era la luna; pero no; era un rostro, el del viejo soldado de la barba roja. El soldado meneó la cabeza en señal de aprobación y dijo:
-¡Qué lindos zapatos de baile!
Aquello infundió a la niña un miedo terrible; quiso quitarse los zapatos y tirarlos lejos, pero era imposible: los tenía como adheridos a los pies. Cuanto más danzaba más tenía que bailar, por campos y praderas, bajo la lluvia y bajo el sol, de día y de noche, pero por la noche aquello era terrible.
Entró bailando por las puertas del cementerio, pero los muertos no la acompañaron en su danza: tenían otra cosa mejor que hacer. Trató de sentarse sobre la tumba de un mendigo, sobre la cual crecía el amargo ajenjo, pero no había descanso posible para ella. Y cuando se acercó, bailando, al portal de la iglesia, vio a un ángel de pie junto a la puerta, con larga túnica blanca y alas que llegaban de los hombros al suelo. El rostro del ángel mostrábase grave y sombrío, y su mano sostenía una espada.
-Tendrás que bailar -le dijo-. Tendrás que bailar con tus zapatos rojos hasta que estés pálida y fría, y la piel se te arrugue, y te conviertas en un esqueleto. Bailarás de puerta en puerta, y allí donde encuentres niños orgullosos y vanidosos llamarás para que te vean y tiemblen. Sí, tendrás que bailar…
-¡Piedad! -gritó Karen, pero no alcanzó a oír la respuesta del ángel, porque       los zapatos la habían l         levado ya hacia los campos, por los caminos y senderos. Y sin cesar seguía bailando.
Cierta mañana pasó danzando ante una puerta que ella conocía muy bien. Del interior procedía un rumor de plegarias, y salió un cortejo portador de un ataúd cubierto de flores. Y Karen supo así que la anciana señora había muerto, y se sintió desamparada por todo el mundo, maldita hasta por los santos ángeles de Dios.
Siguió, siguió danzando. Tenía que bailar, aun en las noches más oscuras. Los zapatos la llevaban por sobre zarzas y rastrojos hasta dejarle los pies desgarrados, sangrantes. Más allá de los matorrales llegó a una casita solitaria, donde ella sabía que vivía el verdugo. Golpeó con los dedos en el cristal de la ventana y llamó:
-¡Ven! ¡Ven! ¡Yo no puedo entrar, estoy bailando!
-¿Acaso no sabes quién soy yo? -respondió el verdugo-. Yo soy el que le corta la cabeza a la gente mala. ¡Y mira! ¡Mi hacha está temblando!
-¡No me cortes la cabeza -rogó Karen-, pues entonces nunca podría arrepentirme de mis pecados!
Pero, por favor, ¡córtame los pies, con los zapatos rojos!
Le explicó todo lo ocurrido, y el verdugo le cortó los pies con los zapatos, pero éstos siguieron bailando con los piececitos dentro, y se alejaron hasta perderse en las profundidades del bosque.
Luego el verdugo le hizo un par de pies de madera y dos muletas, y le enseñó un himno que solían entonar los criminales arrepentidos. Ella le besó la mano que había manejado el hacha, y se alejó por entre los matorrales.
“Ya he padecido bastante con estos zapatos -se dijo-. Ahora iré a la iglesia, par que todos puedan verme”.
Y se dirigió tan rápidamente como pudo a la puerta del templo. Al llegar allí vio a los zapatos que bailaban ante ella, y aquello le dio tanto terror que se volvió a su casa.
Toda la semana estuvo muy triste, derramando lágrimas amargas, pero al llegar el domingo se dijo:
“Ahora sí que ya he sufrido bastante. Me parece que estoy a la par de muchos que entran en la iglesia con la cabeza alta”.
Salió a la calle sin vacilar más, pero apenas había pasado de la puerta volvió a ver los zapatos rojos bailando ante ella. Se sintió más aterrorizada que nunca, y volvió la espalda, pero esta vez con verdadero arrepentimiento en el corazón.
Se dirigió entonces a la casa del párroco y suplicó que la tomaran a su servicio, prometiendo trabajar cuánto pudiera, sin reclamar otra cosa que un techo y el privilegio de vivir entre gente bondadosa. La esposa del sacristán tenía buenos sentimientos, se compadeció y habló por ella al párroco. Karen demostró ser muy industriosa e inteligente, y se hizo querer por todos, pero cuando oía a las niñas hablar de lujos y vestidos, y pretender ser lindas como reinas, meneaba la cabeza.
El domingo siguiente fueron todos al templo, y preguntaron a Karen si quería ir con ellas. Pero Karen miró sus muletas tristemente y con lágrimas en los ojos. Y se fueron sin ella a la iglesia, mientras la niña se quedó sentada sola en su pequeña habitación, donde no cabía más que una cama y una silla. Estaba leyendo en su libro de oraciones, con humildad de corazón, cuando oyó las notas del órgano que el viento traía desde la iglesia. Levantó su rostro cubierto de lágrimas y dijo: “¡Oh, Dios, ayúdame!”
En ese momento el sol brilló alrededor de ella, y el ángel de túnica blanca que ella viera aquella noche a la puerta del templo se presentó de pie ante sus ojos. Ya no tenía en la mano la espada, sino una hermosa rama verde cuajada de rosas. Con esa rama tocó el techo, y éste se levantó hasta gran altura, y en cualquier otra parte que tocaba la rama aparecía una estrella de oro. Al tocar el ángel las paredes, el ámbito de la habitación se ensanchó, y en su interior resonaron las notas del órgano, y Karen vio las imágenes en sus hornacinas. Toda la congregación estaba en sus bancos, cantando en voz alta, y la misma Karen se encontró a sí misma en uno de los asientos, al lado de otras personas de la parroquia. Cuando acabó el himno, todos volvieron la vista hacia ella y dijeron: “¡Qué alegría verte de nuevo entre nosotros después de tanto tiempo, pequeña Karen!”
-Todo ha sido por la misericordia de Dios -respondió ella. El órgano resonó de nuevo y las voces de los niños le hicieron eco dulcemente en el coro. La cálida luz del sol penetró a raudales por las ventanas y fue a iluminar plenamente el sitio donde estaba sentada Karen. Y el corazón de la niña se colmó tanto de sol, de luz y de alegría, que acabó por romperse. Su alma voló en la luz hacia el cielo, y ninguno de los presentes hizo siquiera una pregunta acerca de los zapatos rojos.
 
Sobre este cuento Leon Berman se sorprende que nadie lo haya analizado. Menciona que es un cuento pre-edípco
 
Freud reconoce la naturaleza especial pre edípica de la niña, se crea un vínculo libidinal hacia su madre fálica a la que se responsabiliza por su propia castración. Mahler enfatiza sobre la dificultad de la niña para separarse.
 
Por un lado tiene  que generar autonomía, y al mismo tiempo se tienen que identificar para conformar su genero. Esto inevitablemente crea ambivalencia y conflicto: deseo simultaneo de deseo y miedo a la separación.
 
Leon Berman comenta que la pequeña niña quiere al mismo tiempos ser niña y niño, para tenerlo todo. Aceptar el género involucra la pérdida de la omnipotencia, si es niña, no puede ser niño. Por sus sentimientos de castración y envidia del pene la niña sufre fuertes heridas narcisistas. (deseo de exhibicionismo; llega a ser insuficiente). Fantasías típicas etapa: pene como cordón umbilical para seguir atada a la madre.
 
Los hermosos y brillantes zapatos que bailan de manera incontrolable: se relacionan con la sexualidad, la masturbación y este deseo exhibicionista, llama mucho la atención los siguientes puntos sobre las zapatillas rojas:
 
1. Usa los zapatos el día del funeral de la madre
2. La vieja mujer se los quema y hace que se concentre en otro tipo de tareas (leer y coser) (sublimación)
3. Confirmación (pubertad) re-aparece deseo por tener zapatos rojos y ante las palabras soldado (¿padre?) Karen se lanza  a bailar de manera incontrolable y ataca a la madre adoptiva
4. Más tarde elige por sobre su madre enferma a sus zapatos rojos (repite el crimen: ella se pone los zapatos y la madre muere).
5. Ella es libre de seguir sus impulsos “salvajes” hasta que es duramente castigada/mutilada.
6. Acepta su castigo. Busca a la esposa del párroco. Se vuelve sumisa, devota y deja a un lado su sexualidad para entregarse a Dios.
 
El cuento es una lucha entre la madre y la hija sobre la sexualidad, pero no es triangular, no hay ningún príncipe encantado en la historia.
Es más bien una cuento trágico que habla sobre una parte del desarrollo que se detiene. El estadio edípico no es alcanzado, el principe nunca aparece. En lugar de eso Karen acepta su estado de castración, se aleja de la genitalidad y muere como mártir

  • El salvaje baile representa el cuerpo como falo expresando omnipotencia, destrucción, y exhibicionismo, al mismo tiempo, los zapatos expresan el deseo de correr lejos de la madre, de romper el vínculo fálico y moverse a lo edípico. Este conflicto esta lleno de terribles consecuencias, si la niña rompe su vínculo fálico madre muere y ella se queda castrada; ambas cosas pasan en la historia.

 
Descendiendo inframundo: sexualidad
 
La bella y la Bestia
 
Esta es la historia de un rico mercader que tenía tres hijas. Dos de ellas eran presuntuosas y vanidosas, y la menor, a la que por su belleza llamaron Bella, era, sin embargo, humilde y bondadosa. Todas tenían siempre pretendientes dispuestos a casarse con ellas. Pero mientras las dos primeras rechazaban despectivamente a todos los candidatos, ya que ansiaban casarse con un noble, Bella los recibía y conversaba con ellos, aunque los rechazara cortésmente. Un golpe de mala fortuna hizo que el mercader perdiera todas sus riquezas, por lo que todos los pretendientes desaparecieron, ya que el dinero era el único motivo para casarse con semejantes mujeres. Bella, sin embargo, siguió recibiendo proposiciones, pero las siguió rechazando. Cierto día llegó la noticia de que uno de los barcos del mercader había llegado a puerto con mercancías. Sus dos hijas mayores le pidieron que les trajera joyas y vestidos, pero Bella le dijo que solo con una rosa ya la haría feliz.
Regresando de las del puerto, el mercader se acuerda del pedido de su menor hija, por lo que decide ir a un lúgubre castillo que se hallaba algo cerca. Justo después de coger una rosa del bello y oscuro jardín, una horrenda bestia lo sorprende y lo encierra en su castillo.
El mercader suplica por poder ver a sus hijas una última vez, a lo que la bestia responde que puede marcharse para verlas una vez más, pero a cambio tendrá que traer a una de ellas para que ocupe su lugar. El mercader vuelve a su hogar y le explica lo acontecido a sus hijas, tras lo cual Bella se ofrece para ocupar el lugar de su padre, para regocijo de sus hermanas y desesperación de su anciano progenitor. Bella le recuerda a su padre que las promesas se dan para cumplirse. Y que si ella no hubiera pedido una rosa nada habría sucedido.
Sin embargo, una vez allí, la Bestia le concedió la libertad a su padre exhortándole a no volver jamás. Y gentilmente llevó a Bella a unos ricos aposentos, para que viviera toda su vida en el castillo. Al cabo de un tiempo la Bestia pidió a Bella que se casara con ella, pero Bella le respondió que solamente le concedería su amistad. Pasaron tres meses agradables en el castillo, donde la Bestia llenaba de atenciones a Bella, y ella le correspondía con gestos de amistad. Cierto día, Bella vio en su espejo mágico que su anciano padre estaba muy enfermo, y rogó a la Bestia que le permitiera verlo una última vez, a lo cual la Bestia se negó rotundamente. Pero poco después aceptó con la condición de que Bella volviera tras una semana. Ella lo prometió agradecida y partió hacia su hogar. Una vez allí, sus hermanas, tristemente casadas con personas de bajo nivel, maquinaron una trampa para que Bella estuviera en su casa más de siete días. Al darse cuenta de que había roto su promesa, la muchacha parte rauda hacia el castillo y encuentra a la Bestia tendida en la hierba, agonizando, por la tristeza que le había causado la traición de Bella. Ella se arrodilla ante el monstruo, que exhala ya sus últimos estertores de vida y, entre lágrimas, le suplica que no muera, ya que le ama y quiere ser su esposa. Al escuchar estas palabras, la Bestia se transforma mágicamente en un bello príncipe, que a causa de la maldición de una bruja había sido mutado en Bestia hasta que ninguna mujer quisiera casarse con él.
Bella y el príncipe pasaron el resto de sus días felices en el castillo, junto a su padre, mientras que las hermanas fueron transformadas en estatuas, pero sin perder la consciencia, para que fueran testigos de la felicidad de su hermana.
 
Pérsefone y Hades
 
Perséfone es hija de Zeus y Deméter (hija de Cronos y Rea, hermana de Zeus, y diosa de la fertilidad y el trigo). Su tío Hades (hermano de Zeus y dios de los Infiernos), se enamoró de ella y un día la raptó.
La joven se encontraba recogiendo flores en compañía de sus amigas las ninfas y hermanas de padre, Atenea y Artemisa, y en el momento en que va a tomar un lirio, (según otras versiones un narciso), la tierra se abre y por la grieta Hades la toma y se la lleva.
De esta manera, Perséfone se convirtió en la diosa de los Infiernos. Aparentemente, el rapto se realizó con la cómplice ayuda de Zeus, pero en la ausencia de Deméter, por lo que ésta inició unos largos y tristes viajes en busca de su adorada hija, durante los cuales la tierra se volvió estéril.
Al tiempo, Zeus se arrepintió y ordenó a Hades que devolviera a Perséfone, pero esto ya no era posible pues la muchacha había comido un grano de granada, mientras estuvo en el Infierno, no se sabe si por voluntad propia o tentada por Hades. El problema era que un bocado de cualquier producto del Tártaro implicaba quedar encadenado a él para siempre.
Para suavizar la situación, Zeus dispuso que Perséfone pasara parte del año en los confines de la Tierra, junto a Hades, y la otra parte sobre la tierra con su madre, mientras Deméter prometiera cumplir su función germinadora y volviera al Olimpo.
Perséfone es conocida como Proserpina por los latinos.
La leyenda cuenta que el origen de la Primavera radica precisamente en este rapto, pues cuando Perséfone es llevada a los Infiernos, las flores se entristecieron y murieron, pero cuando regresa, las flores renacen por la alegría que les causa el retorno de la joven. Como la presencia de Perséfone en la tierra se vuelve cíclica, así el nacimiento de las flores también lo hace.
Por otra parte, durante el tiempo en que Perséfone se mantiene alejada de su madre, Deméter y confinada a el Tártaro, o mundo subterráneo, como la esposa de Hades, la tierra se vuelve estéril y sobreviene la triste estación del Invierno.
 
 
Tiene que haber una razón muy poderosa para asociar sexualidad con “bestialidad” e “inframundo, muerte”. En los cuentos anteriores hay un contraste entre lo  virginal e inocente, belleza vs maldad/fealdad/demoníaco/muerte
 
Para el inconsciente del niño el sexo es terrorífico, socialmente esta idea se sigue perpetuando, principalmente en las mujeres
 
Bestia/Demonio/ Dios inframundo: doble símbolo

  • Padre aterrador al que se la teme para no amarlo
  • Padre tierno (cualidades bestia/Hades)

La parte “bruta/bestial” de la sexualidad esta representada en  “la fealdad” de la bestia “maldad” de Hades. En ambos cuentos qued muy claro el uso masivo de la escisión.
 
Ambas doncellas saben que tiene que ir, saben que todo esto forma parte de un rito; de la sexualidad. La idea psíquica es la de que el mundo subterráneo, el castillo de la Bestia; como el inconsciente  está lleno de insólitas y llamativas figuras, imágenes, arquetipos, seducciones, amenazas, tesoros, torturas y pruebas.
 
En ambos cuentos hay una integración pulsional de la sexualidad. Perséfone acepta Hades y “Bella incluso deja de ver fea a la Bestia, no lo reconoce cuando se convierte en príncipe” Barchilon, J. artículo Beauty and the Beast From Myth to Fairy Tale.)
 
MITO BAUBO
 
La propia Deméter ya no se bañaba. Sus túnicas estaban empapadas de barro y el cabello le colgaba en enmarañados mechones. A pesar del terrible dolor de su corazón, no se daba por vencida. Después de muchas preguntas, súplicas e incidentes que no habían dado el menor resultado, la diosa se desplomó junto a un pozo de una aldea donde nadie la conocía.
Mientras permanecía apoyada contra la fría piedra del pozo, apareció una mujer, más bien una especie de mujer, que se acercó a ella bailando, agitando las caderas como si estuviera en pleno acto sexual mientras sus pechos brincaban al compás de la danza. Al verla, Deméter no pudo por menos de esbozar una leve sonrisa.
La bailarina era francamente prodigiosa, pues no tenía cabeza, sus pezones eran sus ojos y su vulva era su boca. Con aquella deliciosa boca empezó a contarle a Deméter unas historias muy graciosas. Deméter sonrió, después se rió por lo bajo y, finalmente, estalló en una sonora carcajada. Ambas mujeres, Baubo, la pequeña diosa del vientre, y la poderosa diosa de la Madre Tierra Deméter se rieron juntas como locas.
Y aquella risa sacó a Deméter de su depresin y le infundió la energía necesaria para reanudar la búsqueda de su hija y, con la ayuda de Baubo, de la vieja bruja Hécate y del sol Helios, consiguió finalmente su objetivo. Perséfone fue devuelta a su madre. El mundo, la tierra y los vientres de las mujeres volvieron a crecer”.
 
Este mito el cuál también es conocido como “la vulva misteriosa” es una metáfora de la energía sexual y regeneradora de la mujer.
 
 
BIBLIOGRAFÍA
 

  • -Alizade, A.M. (1992). La sensualidad femenina. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Barchilon, J. (1959). Beauty and the Beast From Myth to Fairy Tale.  Psychoanalytic Review   46D: (4) 19-29 Beauty and the Beast From Myth to Fairy Tale Jacques Barchilon
  • Bettelheim, B. (1994). Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Estados Unidos de América: Editorial Crítica, 7-63.
  • Berman, L. E. (1991). A Dream of the Red Shoes: Separation Conflict in the Phallic-Narcissistic Phase.  International Journal of Psycho-Analysis   72:  233-242. A Dream of the Red Shoes: Separation Conflict in the Phallic-Narcissistic Phase
  • Caparrós, Nicolás (2000): “Psicoanálisis de los sueños, el sueño del psicoanálisis”.
  • Pinkola, Clarissa (1995) Mujeres que corren con lobos. Ed No ficción

 
Imagen: Morguefile/Taliesin