La Regresión en el Adulto Mayor
Autor: Estela Chazaro
La expectativa de vida ha aumentado de forma considerable en los últimos 50 años. En 1967 la edad de retiro en México de acuerdo al ISSTE estaba estipulada a los 60 años. Apenas en 1997 se aumentó a los 65. Sin embargo, cada vez sabemos de más personas que viven hasta los 80 e incluso noventa y tantos años. En consecuencia, se presentan muchas dificultades tanto personales, familiares, económicas y sociales en relación a las personas de la tercera edad.
En cada cultura y en cada época se le ha adjudicado una función social y familiar al adulto mayor. Anteriormente, al igual que en culturas más primitivas, se les consideraba ser fuente de sabiduría; a los ancianos era a quienes se consultaba en las decisiones importantes que repercutían sobre la tribu o el gremio. Sin embargo, en culturas más civilizadas, el adulto mayor ha pasado a ser un estorbo y una carga para quienes los cuidan y atienden. Incluso en culturas tradicionales, el concepto de vejez se ha modificado, ya que ahora el anciano llega a vivir lo suficiente para sufrir un verdadero deterioro físico y mental, por lo que su “sabiduría” ya es cuestionable. Además, el mundo en que vivimos cambia y se modifica en todos sentidos de manera acelerada, generando serias complicaciones a los mayores para adaptarse y más aún, tener una visión y comprensión del mundo en el que viven las personas jóvenes.
En México, tradicionalmente las personas mayores son cuidadas por sus hijos y/o nietos, pero existe una tendencia a comenzar a aceptar que familiares de edad avanzada ingresen a una casa de asistencia o asilo para ser atendidos; incluso el mismo sujeto, como parte de su plan de retiro, comienza a planificar el lugar en que vivirá sus últimos años cuando ya no pueda valerse por sí mismo. La fantasía de ser cuidado por la familia y morir entre los seres queridos cada vez es más lejana.
A pesar de que no es frecuente que personas mayores soliciten tratamientos psicoterapéuticos, en parte por su restricción económica y en parte porque tanto ellos como los familiares consideran que sus problemas emocionales derivan de su edad y condiciones de vida, no por ello podemos dejar de comprender qué les sucede intrapsíquicamente. Cada vez se requerirán de más psicólogos y psicoterapeutas especializados en adultos mayores que les brinden ayuda en instituciones y casas de asistencia. Y es precisamente en este campo, donde la teoría psicoanalítica tiene mucho que aportar.
Es difícil describir “la regresión” en el adulto mayor, ya que no existen patrones definidos. Cada individuo, de acuerdo a su estructura de personalidad, experiencias de vida, factores pre disponentes genéticos que determinan hasta cierto punto el deterioro físico y mental, condiciones familiares y sociales, etc., sufrirá un deterioro diferente, lo cual repercutirá en el tipo de regresión emocional que presente.
Así como en la infancia existen diferentes líneas de desarrollo, también en la vejez hay líneas involutivas. A continuación, mencionaré una serie de conductas regresivas, las cuales no necesariamente las presentan todos los adultos mayores. Incluso sobre la misma línea involutiva, no siempre se presenta una regresión consecutiva. Y al igual que observamos desfasamientos en las líneas de desarrollo, también encontramos desfasamientos en las líneas regresivas.
Existe una tendencia a pensar que el adulto mayor carece ya de sexualidad, pero ésta sigue vigente hasta el final de la vida, claro, con sus respectivas modificaciones y vicisitudes. El deterioro físico trae aparejado un deterioro en la potencia y respuesta sexual. Los hombres, más o menos a partir de los 50 años, presentan angustias respecto a su virilidad, ya que no siempre logran tener erecciones y tampoco alcanzan la eyaculación en cada coito. Las eyaculaciones son más cortas, de menor intensidad y el placer disminuye. Además, requieren de mucho más tiempo entre una eyaculación y otra para recuperarse (a veces de días o hasta semanas) para estar nuevamente en condiciones de tener relaciones sexuales. Esta disminución de la libido puede despertar angustias relacionadas con la castración, la cual, con frecuencia intentan mitigar con defensas compensatorias, como comprarse un carro deportivo, conquistar a muchachas jovencitas (a las que compran con dinero, regalos o posición social) y ponerse en forma físicamente para sentirse atractivos.
La mujer también presenta una disminución en su deseo sexual, le lleva mucho más tiempo y esfuerzo alcanzar un orgasmo y éstos son menos intensos. La disminución de su respuesta sexual, aunada al deterioro físico, intensifica su necesidad de sentirse deseada y ser capaz de despertar en los hombres deseos eróticos. Muchas recurren a cirugías plásticas, masajes y cremas rejuvenecedoras.
Conforme la respuesta sexual va disminuyendo, vemos aparecer conductas de tipo perversas polimorfas. Al ser impotentes para satisfacer el impulso sexual de manera genital, el voyerismo se intensifica, por lo que es no es raro que les guste ver videos y películas pornográficas. Los hombres tienden a mirar las partes corporales eróticas de mujeres jovencitas (nalgas, senos, piernas) y las mujeres las nalgas, espaldas y pecho de hombres más jóvenes. En hombres, con frecuencia se presenta el caso de que al debilitarse el yo y fallar la represión, tienden a pellizcar y darles de nalgadas o tocarles los senos a las enfermeras que los cuidan e incluso hasta solicitares que se sienten en sus piernas y les permitan tocar sus genitales. Tampoco es rara la aparición de objetos fetiches con los cuales se excitan y masturban aunque no logren la eyaculación.
Cuando han quedado sin pareja debido a haber enviudado o a un divorcio en años anteriores, tampoco es extraña la búsqueda de la pareja, aunque la mayoría de las veces, la sexualidad está coartada en su fin, esto es, ya no se busca tanto el placer genital, sino la ternura, la compañía, las caricias, etc.. Sin embargo, una vez que han encontrado una nueva pareja, ya sea real o fantaseada, surgen temores ante la separación y el abandono, dando pie a que aparezcan ideas paranoicas, celos, envidias, sentimientos de minusvalía, inseguridades, etc., que los llevan a la necesidad de controlar al objeto.
Las funciones excretorias y la micción pasan a tomar un lugar relevante en su vida, en parte porque su sistema digestivo sufre alteraciones y también, sobre todo las mujeres, sufren de incontinencia. Al no poder controlar bien sus esfínteres, el tiempo entre que surge la necesidad y tener que satisfacerla se acorta, por lo que se angustian de no tener un baño cercano al cual puedan acceder fácilmente. Algunos requieren usar pañales, generándoles sentimientos de minusvalía y mucha vergüenza cuando su esfínter los traiciona. Médicos y enfermeras constantemente les están preguntando si ya fueron al baño, cuántas veces fueron durante el día, si las heces fueron consistentes o líquidas, etc. Esta situación los lleva a establecer intensas catexias anales y urinarias reviviendo las fijaciones de dicha etapa, con sus respectivas defensas y angustias.
Las gratificaciones orales también hacen su aparición. Algunos se vuelven muy quisquillosos con la comida, otros solo quieren ingerir alimentos que les agradan sin tomar en cuenta las repercusiones dañinas ni valor nutricional. Les gusta chupar los alimentos, otras veces solo los mastican pero no los degluten, escupiendo aquellos que se le dificulta tragar o que no les agradó el sabor. Comen con las manos, se les escurre la comida o se les cae encima, por lo que muchos recurren al uso de un babero. Esta situación puede deprimirlos al constatar día a día la involución que está sufriendo y de la que no habrá mejoría, sino por el contrario, cada vez serán más dependiente de otros. Conforme sus alternativas y posibilidades de descarga instintiva se van limitando, principalmente debido a su deterioro físico, la comida pasa a ocupar un lugar relevante en su vida, ya que ésta es de las pocas gratificaciones que aún sienten tener.
Cuando llega el momento en que su incapacidad física y mental no les permite alimentarse por sí mismos y requieren de un objeto que les dé el alimento, la relación con el objeto casi se limita a este contacto. El holding físico que reciben de su cuidador para mantener la higiene y cuidado personal, genera una dependencia emocional de dicho objeto casi absoluta. Se vuelven muy sensibles a las demostraciones de afecto o agresión físicas. Finalmente, siguiendo la línea regresiva, el adulto mayor puede caer en una fase de tipo autista en la que prácticamente no hay catexia de objeto, siéndole indiferente quien lo atienda.
En cuanto a la separación descrita por M Mahler, podemos observar las siguientes regresiones:
En mayor o menor medida, el adulto mayor se angustia ante la pérdida del amor del objeto, ya que temen ser abandonados y olvidados por sus familiares. Los comentarios acerca de su deterioro físico y mental suelen ser interpretados como críticas que viven con angustia, ya que los confronta con su necesidad de dependencia del objeto. Temen ser abandonados precisamente por su incapacidad para valerse por sí mismos, cuando que esta misma incapacidad es la que los lleva a depender del objeto, creándose así un círculo angustioso del que no hay salida.
Cuando la dependencia al objeto, usualmente el cuidador o familiar encargado de asistirlos, se intensifica, se incrementa la angustia de separación. Al igual que el infante, solo quiere ser atendido por su objeto, generándoles gran angustia que otra persona sea quien les brinde los cuidados requeridos. Ante la ausencia temporal o permanente del objeto, usualmente se deprimen retirando catexias del mundo circundante.
Se vuelven intolerantes ante la demora, en parte por la regresión narcisista y en parte, porque al tener menor contacto con el mundo externo, su noción del tiempo se pierde. El esperar unos minutos para satisfacer alguna necesidad fisiológica, puede ser experimentada como horas de espera. Se enojan con el objeto por no acudir de inmediato a su llamado y al mismo tiempo se angustian de que el objeto, en retaliación a su rabia, los abandone.
A su vez, muestran gran ansiedad de separación para salir de su hogar. El dar un paseo, asistir a una consulta médica, visitar amistades, etc., pues ser fuente de un verdadero martirio, pues surgen muchos temores a que “algo” inesperado (pérdida del objeto) les suceda.
Cuidan su dinero de manera excesiva, sobre todo si sus recursos económicos son limitados, ya que es una forma de mantener su independencia y autonomía. Además temen quedar totalmente a expensas y dependientes de sus familiares, pues el temor a la desprotección y por tanto a la muerte, se exacerba.
También se vuelven obsesivos con respecto a sus hábitos cotidianos, ya que la estructura externa les es fuente de referencia y les ayuda a mitigar angustias de desorganización interna. En parte por esta razón no les gusta salir de casa, ya que ello implica romper sus rutinas. Se vuelven muy temerosos de enfermar, sufrir accidentes o ser víctimas de algún percance, ya que sienten amenazada su integridad física y reviven la angustia de muerte.
Usualmente muestran un gran apego a ciertas “cosas” que sienten les brindan seguridad, como tener sus medicamentos a la mano, artículos de higiene personal, prendas de vestir abrigadoras y cómodas o artículos que les evocan ciertos recuerdos. Estas “cosas” adquieren características de objetos transicionales, ya que el adulto mayor los lleva consigo a todas partes y muestra gran ansiedad ante su pérdida o separación, pues su seguridad y protección depende de estas “cosas” (como su salud, su confort, prevención de catástrofes).
Conforme avanza del deterioro físico y mental, el vínculo con el objeto se debilita, al grado que parece serle indiferente quien sea la persona que lo asista (regreso a la fase autista). Se retiran las catexias del mundo externo y se sume en su mundo interno, como si requiriera colocar toda su energía en sí mismo para mantenerse vivo.
Aquellos adultos mayores con caracteropatías narcisistas o rasgos narcisistas acentuados, en general experimentan el deterioro con mucha rabia y ansiedad. La vejez es una cruda y dura realidad para el narcisista, quien acostumbrado a su omnipotencia y desprecio por el objeto junto con la negación a la dependencia de éste, lo confronta con una situación de impotencia real, así como de una dependencia al objeto impuesta por sus propias limitaciones físicas y mentales. Esta realidad puede ser terriblemente angustiosa y dolorosa. Los narcisistas que han colocado su valía en la apariencia física, pueden caer en depresiones profundas al no poder evitar la aparición de canas, arrugas, resequedad de la piel, falta de tonicidad muscular, etc. Quienes la han colocado en su capacidad laboral, al verse imposibilitados de trabajar, proyectan su minusvalía y viven la vida como carente de sentido. Los que la han colocado en sus dotes mentales, viven con angustia el deterioro mental. El hecho es que, independientemente de cuál sea su pilar narcisista, la rabia ante no poder sostener su narcisismo y tener que depender de un objeto al que no controlan, puede generar intensas reacciones depresivas y una gran amargura hacia la vida.
El superyó puede volverse muy persecutorio y experimentar profundos remordimientos por la agresión, ya sea real o fantaseada, cometida sobre sus objetos de amor. La situación se recrudece debido a que sienten que ya no tienen tiempo ni capacidad para reparar el daño ocasionado, impotencia que les genera gran angustia. Si esta angustia es muy intensa, pueden proyectarla sobre las generaciones más jóvenes, criticando los valores, principios y proceder de la juventud.
Por otro lado, el superyó se vuelve más externo, dando lugar a que en instituciones para el cuidado del adulto mayor, entre los internos se “roben” sus pertenencias (aunque sean aparentemente tan insignificantes como un bolígrafo o un trozo de chocolate), que se “hagan malas caras”, escupan sus alimentos, hagan comentarios normalmente considerados como “faltas de educación” etc., mientras no son vigilados. También, como ya lo mencioné anteriormente, se presentan conductas voyeristas y a las cuidadoras les hacen insinuaciones sexuales o hasta toqueteos.
El yo es la estructura psíquica que sufre mayor deterioro, sobre todo, porque tal como lo dijo Freud, el yo es ante todo un “yo corporal”. El cuerpo envejece, se enferma y se deteriora. Los sentidos, ventanas que permiten el contacto con la realidad externa, pierden su capacidad y sensibilidad, aislando al individuo de su mundo circundante, confinándolo más y más a su mundo interno. Se sufren a la par deterioros neurológicos que van mermando la correcta ejecución de las funciones mentales superiores e inferiores, por lo que su capacidad de resolución de problemas y memoria de trabajo se ve cada vez más limitada. Con frecuencia defienden su autonomía física y mental haciendo caso omiso de indicaciones; es una forma de rehusarse a aceptar sus limitaciones y acceder a la dependencia del objeto.
El Yo del adulto mayor sufre día a día heridas narcisistas de mayor o menor intensidad, las cuales pueden generar reacciones depresivas muy profundas. El yo se experimenta a sí mismo castrado y mutilado, incapacitado para llevar a cabo su labor fundamental, que es la adaptación. Echa mano de sus recursos en la medida en la que éstos todavía le responden; si no puede alcanzar un objeto tiene el lenguaje para solicitarlo; si se le olvidan las cosas, las apunta para recordarlas; si sus piernas pierden tonicidad se ayuda de un bastón o andadera, etc., pero estos recursos no suplen por completo sus déficit. El yo se cansa, termina el día exhausto de tener que enfrentar una cantidad de actividades cotidianas que para el anciano se han convertido en todo un reto. La angustia ante el desamparo y la desprotección se incrementan. El yo recurre a defensas más primitivas conforme siente la muerte cercana. Ante este deterioro yoico, las transferencias se tornan masivas, de tipo psicótico. Los objetos se vuelven bizarros y se convierten fantaseadamente en objetos idealizados o persecutorios.
En los casos en que se presentan alteraciones en los ciclos circadianos, junto con pérdida de memoria, fácilmente caen en estados confusionales donde no hay referencias de tiempo ni de espacio. La angustia de aniquilamiento es avasalladora.
La angustia de muerte, presente durante todo el proceso de deterioro, en un principio se intensifica ante cada fracaso del yo en sus funciones de adaptación, pero si el adulto mayor llega a vivir lo suficiente, la muerte puede llegar a experimentarse como un alivio, un descanso ante un esfuerzo continuo que no ha tenido tregua en toda la vida. El yo se rinde permitiendo que el instinto de muerte finalmente se descargue en su totalidad.
Erik Erikson describe la crisis de esta última etapa de vida psicosocial del ser humano como el conflicto entre la integridad del yo frente a la desesperanza. El anciano necesita evaluar, adicionar y aceptar su vida para aceptar la proximidad de la muerte. Lucha por lograr una coherencia e integridad, que de no lograrla, lo sume en la desesperación ante la incapacidad de vivir de nuevo el pasado, de manera diferente. Las personas que tienen éxito en esta tarea integradora, dan orden y significado a sus vidas dentro de un orden social, pasado, presente y futuro.
La sabiduría que muchas veces se le adjudica al anciano, es precisamente la de aceptar sin reproches la vida que uno ha vivido, sin “lo que debí haber hecho” o “lo que podría haber sido”. Implica aceptar a sus objetos (en especial las figuras primarias) y a pesar de ello, quererlos. También implica aceptar la muerte como el fin inevitable de la vida y estar conforme con haber sabido vivirla.
Las personas que no logran esta aceptación se ven agobiados por la desesperanza al descubrir que el tiempo es demasiado corto para buscar nuevos caminos. La reconciliación con sus objetos internos es indispensable para lograr la integridad del yo.
Bibliografía
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- Erikson, Erik (2000). El ciclo vital completado. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
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- Winnicott Donald. Realidad y Juego. Ed Gedisa. Barcelona, España. 1992.
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