La influenza en primavera
Autora: Luisa Rossi
A la fecha casi todos los mexicanos tenemos alguna información sobre una enfermedad cuyo nombre propio es “influenza” y el apellido cambia según las características o mutaciones del virus; para los pacientes que acudieron normalmente a consulta, se trató de un virus porcino que luego cambió de nombre, en síntesis era: “una gripe muy pero muy fuerte”, y por último, se trató de una enfermedad que se llama “Influenza tipo A-H1N1”; hasta aquí podemos decir que la información es correcta, la oficial.
Sin embargo, desde el punto de vista psíquico muchísimas personas vivieron la epidemia como: un “secuestro en mi propia casa”, “vacaciones forzosas sin ser vacaciones”, un “encuentro familiar no planeado ni deseado con todas sus consecuencias, pleitos, malos humores, caras por todo y por todos, mal trato” o bien “tuvimos la posibilidad de estar juntos, jugar a limpiar, a cocinar,” etcétera. En otras palabras apareció el miedo.
Ante la emergencia de mantenerse aislado, la mayoría de los psicoanalistas, por lo menos, los miembros de la Sociedad Psicoanalítica de México, de manera natural decidimos continuar nuestro trabajo con la cotidianidad de siempre, (bajo la premisa de que si el paciente se sentía mal no acudiría a consulta y viceversa); fue importante la decisión de trabajar ya que tuvimos como tarea principal analizar los niveles de angustia que algunos pacientes presentaron. En términos generales el espacio terapéutico quedó abierto – como siempre- para permitir la elaboración del “evento”. Ninguno paciente tenía memoria de que en México se hubiera tomado una decisión tan drástica ante lo que en un principio se consideró un brote, después una epidemia y en la medida que la transmisión aumenta y brinca fronteras pandemia.
Los medios masivos de comunicación tuvieron un comportamiento extraño y contradictorio, recuerdo que el miércoles 22 de abril la radio en varios noticieros repetía que la Influenza Porcina NO era una epidemia, dos días después el gobierno suspendió las labores escolares para evitar contagios y lo que en principio era un brote se convirtió en epidemia por el número de casos reportados. La información contradictoria provocó gran confusión, el tema no sólo se analizaba en el consultorio, sino en todos los lugares: los públicos y privados, inconscientemente se hablaba sobre el miedo a morir.
La semana siguiente continuó la alerta y la suspensión de labores iba en aumento, por lo tanto el miedo y confusión también se incrementaron en la población. Algunas personas abandonaron el Distrito Federal para refugiarse en diversos estados de la república con sus familiares, en casas de campo, etcétera, ante la mirada atónita de los lugareños que veían con recelo a los habitantes de la gran urbe.
Las medidas de prevención se difundieron por todos los medios masivos de comunicación, para entonces el cubre bocas ya era famoso, se agotó en las farmacias, en algunos centros de salud, aquellos que optaron por fabricar el propio se enfrentaron a la falta de material, en pocas horas tanto la tela llamada “cabeza de indio” como los resortes adecuados desaparecieron de los almacenes; sin embargo casi todos pudimos tener por lo menos uno a nuestro alcance. El uso que se hizo del tapa boca fue indiscriminado, se observaron por la calle escenas cómicas y dramáticas, desde aquellos que manejaban su coche en completa soledad, ventana cerrada, etc., cubriéndose la boca con un trapo azul, blanco o una concha color crema con la que resulta imposible respirar normalmente, hasta un hombre que fumaba tranquilamente un cigarrillo a través del protector; para aspirar se levantaba la tela azul, luego la bajaba y tras unos segundos sacaba el humo a través de la misma tela, el humo salía en forma de nube plana, sin volumen, como tabla y por lo que pude observar el hombre de mediana edad, lo repetía, su regresión a la niñez o adolescencia era evidente, el hecho me recordó los chicles bomba que hace años los niños masticaban, salían de la boca formando grande esferas color de rosa, y regresaban a la cavidad bucal con gran facilidad y destreza para sorpresa y desconcierto de los adultos de aquel entonces.
La población abierta, reinventó el cubre boca, ¿alguna autoridad se tomó la molestia de informar el uso único, adecuado y exclusivo del nuevo atuendo que portaban hombres, mujeres y niños de la Ciudad de México? Puedo afirmar que no. La medida preventiva fue dada partiendo de la base que la población general sabía su uso correcto, y jamás se mencionaron las contraindicaciones, es decir: no había que bajárselo al cuello y usarlo de bufanda o subirlo a la cabeza y usarlo de sombrero porque pierde su eficacia, ni guardarlo en el bolsillo trasero del pantalón o en la difícil bolsa de mano de las mujeres, donde cada vez que suena el celular, sacan -como es costumbre- todo lo que hay en ella y entre esos enseres también aparecía la barrera contra el virus. Algunos -entre los que me incluyo- comentamos con nuestros pacientes, familiares, amigos, que no servía tal y como se estaba usando, aunque era conveniente ponérselo en transporte público o lugares concurridos. Dado lo inoperante que fue desde la prevención médica, resultó que el verdadero efecto del cubre boca fue de orden psicológico, es decir, si yo lo uso te protejo y si tú lo usas, haces lo mismo conmigo, por lo tanto ambos nos cuidamos aunque yo vaya en mi coche y tú camines por la acera de cualquier calle de la ciudad y no nos conozcamos.
Simultáneamente la televisión, radio, periódico, nos indicaban la forma correcta de estornudar: hay que colocar rápidamente la boca en la parte interna del codo, orden que casi nadie cumple y los que estornudamos por la razón que sea, alergia, catarro, contacto con los rayos solares, etcétera lo hacemos de manera caricaturesca, ya que el brazo que usamos queda en una posición poco común imaginando siempre que el posible virus -si lo hay- no quede en la piel del brazo o cuerpo porque podeos ser posible paciente o asesino en potencia. También nos indicaron que los pañuelos desechables que se usan, deben separarse del resto de la basura y ponerse en una bolsa de plástico. Salvo en algunos centros educativos, no sucedió en otros lugares públicos.
El efecto psicológico de unidad, conexión, identificación, fue evidente, todos obedecimos por lo menos alguna recomendación del líder, el Secretario de Salud quien todos los días a pesar de su evidente cansancio, omisiones, olvidos y equivocaciones nos dio información de los pocos casos reportados e insistía en las medidas preventivas y la gravedad de la epidemia para justificar las cada vez más duras medidas de prevención, cierre de centros de trabajo, educativos y recreativos: museos, cines, teatros, centros comerciales, restaurantes, TODO. En pocos días fuimos presa de nosotros mismos, nos recluimos en los hogares y resultó difícil llevar a cabo cualquier labor, por ende, se incrementaron los pleitos entre las parejas, hubo mala relación entre padres e hijos y viceversa, los niños estuvieron lo suficientemente susceptible por el encierro obligado y lloraron más de lo normal. Los televisores funcionaron casi 24 horas al día, por la mañana y tarde los pequeños veían películas infantiles, hacía media tarde-noche el turno era de los adolescentes y ya entrada la noche los padres trataban de olvidar su día familiar viendo otra película más, pero clasificación C.
A sesión acudieron los pacientes que por diversas razones permanecieron en el Distrito Federal, lo hicieron con gusto, fueron excesivamente puntuales, siempre había una persona en la sala de espera, para muchos representó su única salida del día, para otros fue la oportunidad de hablar sobre el tema, o simplemente querían narrar sus compras de pánico; sin embargo debajo de ese lenguaje aparentemente coloquial, estaba la percepción generalizada de que les robaban su libertad, las autoridades les aumentaban la paranoia y el perseguidor era un virus lleno de letras y números presente en el ambiente, en cada ser humano, en los baños públicos, en los mercados, metro, camiones, taxis, todos nos convertimos en posibles víctimas y verdugos , todo al mismo tiempo, el miedo aumentó.
Los temas individuales de cada paciente se dejaron de lado para dar entrada al programa de prevención de la epidemia, sus consecuencias, así como la poca credibilidad a las autoridades sanitarias. Para la segunda semana la mayoría de los pacientes sabían de “alguien” enfermo confirmado o alguna muerte; su información cuya fuente original venía de lo que se comunicaban entre sí familiares y amigos, no coincidía con la de los medios de comunicación y las fantasías de que “algo” nos ocultaban las autoridades estaba siempre presente; aquellos con pensamiento más analítico ó más resistenciales, hacían cuentas sobre el número real de muertos o bien el número de infectados dependiendo del los decesos reportados. La epidemia per se servía en la sesión analítica para hablar de los miedos reales, de los internos aunque sin negar del todo que la infección también era real. Cada uno lo hacía desde su propia subjetividad e historia.
Los pacientes reaccionaron a la emergencia sanitaria de acuerdo a sus rasgos caracterológicos, unos sencillamente se apegaron a las medidas que tomaron en Estados Unidos y evidentemente negaron cualquier información nacional descalificando las acciones que el país tomaba, otros, hablaron de sus muertos, sus enfermos, del tío o vecino que se suicidó, de los camiones de soldados con una cruz roja en la espalda que cruzaban las calles, totalmente inusual en ésta ciudad. El sismo del mes de abril llevó a otros pacientes a asociar la epidemia con el temblor de 1985 y cómo un gran sector de la población se solidarizó ayudando a los más afectados; pero ahora ¿cómo se podía ayudar?, ¿encerrados en casa?, ¿escuchando como se enferman otros?
El tema de la agresión en películas, literatura, primera y segunda guerra mundial por mencionar algunos también apareció; según la generación o edad del paciente se analizaba un tema u otro, algunos jóvenes llegaron a mencionar la epidemia de influenza de 1918, lo contaban como anécdota de sus abuelos o bisabuelos, el tema era lo generacional. La angustia aparecía con muchas caras, unas más maquilladas que otras, pero finalmente era angustia.
El once de mayo la normalidad entró a los hogares, a los colegios y prácticamente a lo largo de la semana se recobraron todas las actividades productivas en el Distrito Federal. Las escuelas desde entonces iniciaron una revisión que consiste en aplicar un cuestionario a cada alumno y maestro con el propósito de evitar mayores contagios y me imagino que un repunte de la epidemia.
Después de dos semanas de encierro e incertidumbre, la pregunta casi obligada sería: ¿qué aprendimos? :
1.- A lavarnos las manos antes de ingerir alimentos.
2.- Desinfectarnos con gel antibacterial al entrar a ciertos lugares, por ejemplo: centros educativos, supermercado, centros religiosos, consultorios médicos, restaurantes, etcétera
3.- No estornudar encima de los demás de manera natural, pensando que es el otro el que tiene que cuidarse o protegerse de nuestra agresión.
4.- Permanecer en casa si tenemos síntomas y no actuar como si la gripe en cualquiera de sus modalidades o nombres propios, no fuera enfermedad.
5.- Nos familiarizamos con un lenguaje médico, entendimos que las epidemias si existen, no son exclusividad de los africanos o de los orientales, todos somos vulnerables y no omnipotentes como muchísimas veces nos sentimos.
6.- Los niños en los colegios inventaron el “juego de la influenza”, conocido por varias generaciones como “la roña” -otra enfermedad-, salvo que ahora tocan a sus compañeros (as) gritando: “tienes influenza”. La ganancia secundaria del juego, es la elaboración de un hecho traumático.
7.- Aprendimos a convivir. Las familias tuvieron la posibilidad de manifestar algunos afectos, voltear su mirada hacia sus relaciones de objeto, con los que viven bajo el mismo techo, e hicieron el intento de “estar”, de protegerse unirse, comentar sus fantasías de muerte, las reales e imaginarias. La mayoría de los pacientes, reportó haber sido un periodo de tiempo a veces placentero, a veces displacentero.
¿Y la angustia? , ¿También desapareció? Me parece que no del todo a pesar de que el cubre bocas se tiró a la basura, se guardó en el cajón de los recuerdos o sencillamente pasó a segundo término, la información prácticamente se marchó de la primera página del periódico, el color de la alerta cambió y sigue bajando la intensidad, los noticieros casi no hablan del virus con la misma intensidad. La Organización Mundial de Salud ante el menor pretexto felicita al país por el excelente manejo que hizo para controlar la epidemia, ¿Será para bajarnos angustia?
La angustia es una respuesta a un factor no reconocido, ya sea en el ambiente o en uno mismo y puede tener un origen consciente e inconsciente. Los estados angustiosos de caracterizan básicamente por una cualidad específica de displacer – o malestar, actos de descarga – sensaciones físicas – y la percepción de estos actos. No equivale meramente a un temor irracional; en muchos casos, lo irracional sería no sentirla; desde la percepción psicoanalítica la angustia es una señal de que algo terrible va a suceder anticipando al cuerpo, para mantenerse en alerta física y psíquica.
Hoy a mediados del mes de mayo, la angustia está aparentemente aislada en nuestro interior para darle un espacio a la negación; los medios nos imponen este nuevo estado a pesar del incremento de casos en provincia.
Las campañas electorales ocuparán nuestra atención, necesitamos nuevos lideres delegacionales, nuevos miembros en la Cámara de Diputados cuyo trabajo se verá reflejado en los próximos tres años y por supuesto en la próxima elección presidencial. La agresión desmedida entre partidos nos sirve para descargar la propia a través de otros, ellos dicen lo que nosotros en términos generales no somos capaces de hacer, de decir, como obligar a un ex – presidente a declararse públicamente enfermo.
El cambio de clima dio entrada a la temporada de lluvias, los días y las noches son más frescas y todos dormimos mejor. Los pacientes vuelven a su espacio analítico a analizar sus dolores, sus triunfos y la vida sigue….
De cualquier manera se recomienda vacunarse oportunamente para la temporada invernal y cerrar el ciclo de las cuatro estaciones.
Mayo 2009.
IMAGEN: sxc / evah