Por: Thelma Cortes
¿Has escuchado el dicho “hasta en las mejores familias”?
Con el tema de adicciones aplica muy bien, porque pasa en las mejores, las peores, las funcionales, las disfuncionales, no hay algún tipo de familia que pueda decirse que está exenta de conocer las dificultades que involucra el que al menos uno de sus miembros esté inmiscuido en dicho tema. Para conocer un paciente adicto radica en la profundidad y sinceridad de éste para saber quiénes son sus padres, si hay hermanos, cómo fue que vivió, creció, educó e imaginó para llegar a ser lo que hoy es.
El presente trabajo surge del interés por explorar la influencia de la familia en pacientes adictos, a partir de la oportunidad de trabajar con éstos en una clínica de internamiento, conocer a grandes rasgos su historia de vida personal y familiar, así como observar (en pequeños espacios) directamente la dinámica familiar con los principales miembros que acompañan al familiar en recuperación.
Pero, ¿qué es la familia? ¿por qué es tan importante en la conformación de cada persona? ¿Cómo influye ésta en que uno de sus integrantes sea adicto?
En repetidas ocasiones he escuchado decir “por qué mi hijo no es un chico normal y tiene que estar metiéndose esas porquerías” haciendo alusión a que necesita las drogas para “estar bien”. Es común que los familiares no reconozcan la adicción como una enfermedad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la adicción como “el estado psíquico y a veces físico causado por la interacción entre un organismo vivo y una droga, caracterizado por modificaciones del comportamiento y por otras reacciones que comprenden siempre un impulso irreprimible por tomar la droga en forma continua o periódica a fin de experimentar sus efectos psíquicos y, a veces, para evitar el malestar producido por la privación” (citado por Saenz, 2010).
Los primeros en darse cuenta de lo que sucede con el familiar adicto es precisamente la familia, o en su caso son los últimos. Comúnmente, los pacientes adictos refieren que los familiares siempre saben qué es lo que está ocurriendo, pues los cambios son notorios, desde el aspecto físico, problemas escolares o laborales, hasta el que se empiecen a “desaparecer” objetos de valor en los espacios que comparten. Que los familiares hagan como que no sucede nada, negándose a la realidad de que su familiar sea un adicto, aun viviendo con las conductas auto y heterodestructivas, es otra cosa.
La familia es un hecho social universal, ha existido siempre a través de la historia y en todas las sociedades. Es el primer núcleo social en el cual todo ser humano participa. La familia es una institución que influye con pautas de conducta que son presentados especialmente por los padres, los cuales van conformando un modelo de vida para sus hijos enseñando normas y valores que contribuyan en la madurez y autonomía de sus hijos. Influyen de sobremanera en este espacio la religión, las costumbres y la moral en cada uno de los integrantes más pequeños. Por ello, los adultos, los padres son modelos a seguir en lo que dicen y en lo que hacen.
Los padres otorgan a los hijos lo necesario para vivir, pero como diría Winnicott (2009) es evidente que los padres no pueden esperar agradecimiento por la existencia de un hijo: los bebés no piden nacer. Recordé algunas frases típicas de algunas madres como “gracias a mi estás aquí”, “me debes la vida”, y muchas más. Precisamente este autor hace hincapié en la relación madre e hijo, aseverando que todo individuo sano, todo individuo que se siente una persona en el mundo y para quien el mundo significa algo, tiene una deuda infinita con una mujer. Para aplicar esto con pacientes adictos agregaría que también las personas enfermas y para quienes aparentemente el exterior no tiene sentido, así como lo están dichos pacientes. Lo que he podido observar es que la mayoría de los pacientes adictos cuando se encuentran en sobriedad, con la principal persona que sienten culpa, a la que más extrañan, a la que defienden, es a su madre, existiendo un reconocimiento hacía ésta por otorgarle el poder existir. Sin embargo, el que tenga la madre haya estado físicamente, no quiere decir que ésta haya sido lo suficientemente buena en términos de Winnicott y que haya provisto al bebé de los cuidados necesarios para que se desarrollara lo más saludable posible.
Debido a la estructura psíquica deficitaria del adicto, careció de la empatía para la necesaria fusión simbiótica nutriente de la que habla Mahler (citado por Musacchio de Zan y Ortiz, 2000). El self del niño debió sobreadaptarse entonces con desarrollos que son expresión de una pseudomadurez, que encubre falta de cohesión, tendencia a la fragmentación, sentimientos de vacío, fuente de desasosiego y hastío, así como también de la carencia de la normal capacidad de experimentar soledad y de poder sobreponerse a ella.
Estoy haciendo un esfuerzo por no desviarme del tema, ya que hablar exclusivamente de la relación madre – hijo adicto, sería otro trabajo. Hasta aquí se está abordando la familia como ese ideal social estereotipado que se tiene y espera. Sin embargo, existe un tipo de familia en especial que envuelve el tema: son las llamadas “familias psicotóxicas”, aquellas que por sus características favorecen el desarrollo de síntomas de adicción; y en sentido estricto, aquellas que incluyen uno o más miembros adictos (Kalina, 2000).
D es un paciente de 31 que proviene de una familia aparentemente funcional, al hablar de su padre se percibe una figura paterna devaluada, al que considera un “ignorante” y lo describe como ausente en la infancia, queriendo buscar esa relación con el paciente ya en la etapa adulta. Su madre es considerada como el sostén de la casa, principalmente en la economía, aspecto por el cual, según el paciente descuidó a la familia, sobre todo a él por ser el primogénito, y que en la actualidad muestra preocupación por D; el paciente ha tenido muchos problemas con su familia, al grado que literal se cuidan de él, pues D les ha robado, agredido verbal y físicamente, reconoce miente con facilidad, hechos por los que sus hermanos no le dirigen la palabra y han estado a punto de recluirlo. La necesidad de D radica en la carencia de atención, en ser reconocido y que el mismo paciente considera la ausencia de su madre en sus primeros años de vida, es por esto que parece que D vive en un reclamo constante hacía sus padres, con su enfermedad y los diversos problemas económicos, legales, familiares y el deterioro de salud que el paciente ha tenido; asimismo, es notable la envidia con sus hermanos, los cuales, son profesionistas y trabajan en dependencias de seguridad, seguridad que el paciente no tiene y que contrariamente le quita a los demás.
Musacchio de Zan y Ortiz (2000), mencionan que con frecuencia los padres no tienen autoridad sobre los hijos y es evidente la falta de límites, con un régimen arbitrario que oscila entre la rigidez, el autoritarismo y la permisividad total. Son familias donde están borradas las fronteras entre los sistemas paternos y fraternos y por eso predomina la incongruencia jerárquica. Nadie enseña a ser padre, en ese ir descubriéndose como tal, es donde pueden distorsionarse las funciones que tienen la madre y el padre con su hijo, y queriendo fungir un papel que no es, como el de hacerse su amigo, por ejemplo, con tal de erróneamente proporcionar comodidades y placer al hijo, creyendo que con dicha relación no habrá problemas, cuando la realidad es que sí, pues el hijo necesita esas figuras paternas que brinden esos suministros para enfrentar la vida.
Existen familias en las que se puede observar en general una mala alianza marital, donde muchas veces el precario vínculo que mantiene una relación es un hijo dependiente e inmaduro que canjea su independencia por la enfermedad. Estas malas alianzas, pueden darse en padres que adquieren ésta responsabilidad a edades muy tempranas, por la existencia de intereses diferentes entre los padres, cuestiones económicas y otros factores que pueden influir en que la familia se modifique y existan separaciones de los padres de común acuerdo, con inconformidad, forzadas (por muerte, viaje, abandono, infidelidad) o en su caso un tormentoso divorcio.
El impacto psíquico y otros efectos que el divorcio tiene sobre la conducta de los hijos depende de la edad de estos últimos, de su capacidad para hacer frente, sobreponerse, aprender y crecer ante la adversidad, de la dinámica familiar predominante, de la participación de ambos padres en la vida cotidiana y en la educación; del vínculo previamente establecido entre los progenitores y sus hijos, y del adecuado trabajo de duelo que se haga (Velasco, S., 2017).
Recordé a un paciente, A, pertenece a una familia de padres separados, por parte de su familia paterna todos los miembros que se conocen tenían una adicción, incluido el padre de A. Con apenas 20 años, A ya había estado en varios lugares internado, era evidente el deterioro físico por consumo de cocaína. La madre de A manifestaba el hartazgo que sentía y lo internó para descansar unas semanas. A creció viendo a su padre con su adicción, conviviendo con familiares que también consumían, con una madre que no consume, pero desde que se casó se ha dedicado a cuidar adictos, primero al padre de A, y cuando se separan se queda cuidando a sus dos hijos quienes también son adictos.
El adicto está siempre pidiendo, es decir buscando la gratificación inmediata porque no aprendió a mediar el impulso con el pensamiento. Más adelante estos individuos buscarán en las sustancias psicoactivas un elemento compensatorio que les permita eludir la invasión de angustia que ellos no pueden evitar con sus propios recursos (Kalina, 2000).
El papel que los cuidadores primarios tienen en la educación de sus hijos es primordial para cualquier persona, en los pacientes adictos hay patrones que se repiten constantemente. Por sólo mencionar algunos: condición socioeconómica, familias disfuncionales (padres separados, divorciados), madres solteras, alguno de los padres es adicto (o los dos), etc., lo que a su vez nos hablaría de la importancia del medio ambiente (el entorno) en su desarrollo.
Musacchio de Zan y Ortiz (2000) dicen que existen características familiares, específicamente de la madre y el padre, así como la relación entre estos, que no proveen las bases suficientes para el desarrollo de las funciones yoicas y la vitalidad del self, sino que se constituyen en sustratos de identificaciones cargados de hostilidad que estarán en la base de la patología del superyó.
Wurmser (1984) piensa que la adicción es una neurosis severa. Según él, el origen último de esta condición radica en una realidad externa traumatizante. Específicamente, se refiere a experiencias infantiles como “grave y real exposición a violencia, seducción sexual, abandono brutal, (…) mentira, falta de fiabilidad, traición o real invasión o secreto por parte de los padres”. Wurmser sostiene que estos pacientes, desde muy temprano en la vida, dirigieron su agresión contra estructuras externas, particularmente cualquier tipo de autoridad, tomando la forma de una rebeldía destructiva, de desafío o provocación (1984).
H es un adolescente de 16 años de edad, desde hace 4 años consume marihuana, inhalantes, alcohol y ha probado otras drogas. Hace 5 años fallece su padre, quien también consumía y le enseñó prácticas ilícitas, por ejemplo, su padre utilizaba al paciente para apostarle en peleas clandestinas, las cuales estaba obligado a ganar, pues de lo contrario le iría peor con su padre. Es evidente en H su casi nulo control de impulsos, repite constantemente los sentimientos negativos que siente hacia su padre por todo lo “malo” que le dio y enseñó. Con la muerte de éste es que se detona la adicción del paciente. En casos como estos es dónde me pregunto ¿cómo se rescata al padre? Kalina (2000), habla de la figura paterna, considera que es un factor clave para la aparición de una drogadicción, siendo el papel del padre dar estabilidad al hogar y al vínculo entre la madre y el hijo, así, va generando las condiciones más adecuadas para que el buen desarrollo del niño se efectué adecuadamente.
Recientemente salió en las noticias una nota titulada: “Inyectaban heroína a sus hijos como medicina para sentirse bien” (publicado en El Universal, 2016): una pareja de adictos, drogaba a sus tres hijos de 2, 4 y 6 años justificando este acto con el discurso de como “medicina para sentirse bien”. Kalina (2000), dice que la problemática de la mentira en la familia del adicto es fundamental –recordemos la etimología de la palabra “droga”: mentira, embuste. El mentir va de la mano con la negación, se altera la verdad para no admitir lo que en verdad sucede, el adicto se miente creyéndose y haciendo creer que él puede solo, los miembros de la familia se mienten unos a otros, haciendo como que nada pasa o minimizando los hechos, y considero lo peor es cuando el paciente se engaña al decir querer atender su enfermedad, pero no hace mucho por ello.
Al trabajar con pacientes adictos es importante lo integral de su tratamiento, me refiero a que no sólo se tiene que trabajar con el enfermo, sino también con la familia para que ésta empiece a hacer consciencia de en qué consiste una adicción y cuál ha sido su contribución de los familiares en el desarrollo de ésta. Cada caso, cada historia, cada familia, cada paciente adicto, aunque haya muchos más que consumen exactamente lo mismo, cada uno es diferente, y es a partir de ahí que se tiene que trabajar también de manera individual, no sólo grupal.
La familia es en donde la persona se forja, así como los factores familiares cumplen un papel destacado en la génesis de la dependencia y enfermedad del adicto, también son esenciales en la recuperación de este.
Bibliografía
- Kalina, E. (2000) “Adicciones”. Buenos Aires: Páidos.
- Musacchio de Zan A., Ortiz A. (2000) “Drogadicción”. Buenos Aires: Páidos.
- Saenz, I., Medici, S. (2010) “La relación afectiva y vincular de los adictos con la familia en la infancia y adolescencia”: Universidad Abierta Interamericana.
- Velasco, S. (2017) “Divorcio: una mirada psicoanalítica a un fenómeno social en aumento. México: Editores de Textos Mexicanos.
- Winnicott, D. (2009) “El hogar, nuestro punto de partida: ensayos de un psicoanalista”. Buenos Aires: Páidos.
- Wurmser L. (1984a) The role of the superego conflicts in substance abuse and their treatment. International Journal of Psychoanalytic Psychotherapy (10) 227-258.
- eluniversal.com.mx/articulo/mundo/2016/11/3/
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