La Familia frente al Suicidio
Autor: Larissa García de Alba Aréchiga
El suicidio es un tema complejo, que implica una serie de elementos que dan como resultado la presencia de la muerte. El impacto que genera, que un individuo decida acabar con su propia vida, deja una huella peculiar, dolorosa y obscura en muchas ocasiones, para los familiares que le sobreviven.
“Debemos entender al suicidio, como una forma peculiar de la muerte, que contiene tres elementos: el elemento de morir, el elemento de matar y el elemento de ser matado”. (Menninger, 1933)
Entendiendo al suicidio como esta agresión dirigida hacia sí mismo, con la intención de acabar con las partes malas internalizadas del objeto En palabras de Freud y cito “la sombra del objeto cayó sobre el Yo”, la parte odiada del objeto perdido sobrevive en el interior, junto con las partes buenas del mismo, y la lucha del depresivo es contra estos introyectos que no acepta pero que tampoco puede prescindir.
En el acto de quitarse la vida, ocurren reacciones que le dan fuerza y el empuje para consumarse, Maltsberger (2004), señala que “el quiebre suicida, requiere una doble atención, tanto a las fuerzas agresivas enlazadas por el superyó contra el Yo, así como la regresión del YO (desintegración del Yo) que le sigue”.
Ahora bien, se ha señalado también la existencia de un patrón constante de depresión subyacente ligado al acto suicida, manifestándose a su vez, desesperación aguda como el componente afectivo más asociado al suicidio, con niveles altos de angustia, junto con una urgente necesidad de alivio inmediato; Por otro lado Ceglia citando a Hendin (2001) habla de constantes que se han observado, antes del acto suicida, lo cual involucra la presencia de una rabia intensa, ansiedad , sensación de abandono y desesperanza. En algunas ocasiones, es común encontrar eventos precipitantes de vida, que definen la sensación que les genera como un intolerable dolor mental.
Aquí el proceso de la introyección, juega un papel fundamental, es decir, el objeto de amor o de odio perdido, se puede retomar y retener por el proceso de la introyección, con el desplazamiento de las emociones, dirigidas al objeto original introyectado (es decir la imago de la persona dentro del sujeto). Por lo tanto, inconscientemente una persona odiada puede ser destruida, identificándose con esa persona, o mejor dicho identificando a esa persona con el self y destruyéndolo así.
El ataque, la agresión, acaba siendo tanto al objeto internalizado y a los objetos externos, en donde esto puede ser visto en las cartas de despedida para la familia. En donde se encuentra en la mayoría, la fantasía de acabar con el sufrimiento para sí mismo y para los otros. Sin embargo consciente o inconscientemente se sabe que una pérdida así para la familia suele ser de las cosas más dañinas y dolorosas que existen.
La huella que queda en la familia también será delimitada por varios elementos, comenzando por la edad y el rol que jugaba quien decide quitarse la vida, ya que puede ser un hijo o una madre; hay que recordar que este fenómeno no respeta edades, ni género, ni clases sociales; Melitta Schmideberg (1934)cita a Zilboorg señalando que el suicidio puede ocurrir en cualquier tipo de paciente clínico. Por otro lado, otro elemento delimitante será la forma, el cómo, el cuándo y el dónde ocurre el acto suicida, ya que aunque el resultado sea el mismo, hay circunstancias que pueden provocar mayor desgaste emocional, y dolor para la familia. Es decir, no es lo mismo encontrar a alguien que muere por una sobredosis, a encontrar a alguien que decidió quitarse la vida con una pistola; así también, el cuándo ocurra el suicidio será otro factor, por ejemplo, el que ocurra cerca de fechas o eventos especiales dejará una vivencia peculiar; es decir, la pérdida por el ser querido será dolorosa siempre, sin embargo puede llegar a ser mucho más desgarradora, dependiendo de las circunstancias en las que ocurra.
Es común que ha consecuencia de la presencia de la depresión en los pacientes suicidas, se dé un periodo de desinterés por el mundo externo, dejándose invadir por el conflicto y el dolor interno, esto más allá del aislamiento acaba siendo un elemento legible para los que lo rodean, impactando a la familia, sin embargo, esto muchas veces se niega. Es decir, ya habían registrado actitudes u hechos que anticipaban el acto suicida, lo que llevara a experimentar a la familia, fuerte cargas de culpa y dolor, por haber “dejado pasar lo que veían”. Es común encontrar en los miembros de la familia que le sobreviven después del suicidio, sentimientos de abandono, rechazo, enojo, culpa, responsabilidad y vergüenza.
Las reacciones dependerán de una gran variedad de factores, como por ejemplo, el tipo de relación que se tenía con el que fallece, la naturaleza del suicidio, la edad que tenía, las redes de apoyo con las que cuentan los que sobreviven y también las creencias culturales y religiosas.
Sin embargo, el suicidio queda impregnado como un estigma en la familia, llegándose a vivir como un castigo o incluso una condena, que en la mayoría de las ocasiones busca esconderse como un secreto. Ya que puede convertirse incluso en un sello distintivo. El acto suicida, implica para la familia un nivel de enigma e incertidumbre (¿qué lo llevo a matarse?) esto aunque hayan quedado cartas para la familia, así como también la duda de la participación (¿cómo participaron en la planeación o en el acto suicida?) en donde se pueden encontrar fantasías plagadas de culpa, es en frases como, “si hubiera llegado antes”, “si no lo hubiera dejado solo”, “si le hubiera hecho caso”, etc. Lo cual también es parte de la elaboración de la pérdida, ya que sin duda, el acto suicida deja muchas preguntas sin respuestas.
La pena y el luto permite a las familias recuperar eventualmente la adaptación, y la reorganización, es decir, recuperando así el control y estabilidad en sus vidas (Ceglia y Pfeffer, 1999). Sin embargo el proceso de la pérdida se puede, complicar por las circunstancias que rodean una muerte y por la psicopatología de la familia antes del evento. Ceglia y Pfeffer (1999), citando a Lundin, “en ciertos casos, tales como el suicidio, la experiencia de la pérdida, implica niveles agudos de tensión y un monto creciente de complejidad y dificultad para manejarlo”.
Después de que una familia sufre el suicidio de uno de sus miembros, los rituales de luto pueden ofrecer un soporte social, sin embargo esto se puede ver afectado por las estigmatizaciones sociales. Muchas de las consecuencias que sufren los familiares del difunto son el aislamiento (distanciamiento de la sociedad). La pena, el rechazo y el aislamiento son aspectos que experimenta el familiar del difunto que vuelven el proceso de luto más complicado, que provoca el desarrollo de síntomas psicopatológicos. (Ceglia y Pfeffer, 1999).
En algunos casos, los familiares del difunto que conocen y están informados de la manera y la forma en que ocurrió el suicidio, suelen vivir la tortura del evento en recuerdos, memorias, y pensamientos (Ceglia y Pfeffer, citando a Pynoos, 1985), en un intento por elaborar el suceso.
Los familiares del difunto, suelen tener el registro real de lo que ocurrió en el acto suicida de su familiar, sin embargo, suelen encontrarse con la necesidad de evitar el tema o incluso falsificar las circunstancias del evento (McIntosh, 1999 citado por Ceglia y Pfeffer). Encontrando síntomas de depresión, ansiedad, estrés postraumático y un deficiente ajuste social, en los familiares sobrevivientes. El estrés postraumático en los familiares, puede causar manifestaciones largas y duraderas.
Melitta Schmideberg (1934), resalta la importancia que también tiene la parte libidinal, no solamente la agresiva en el acto suicida. Ya que el suicidio es un escape de la parte real o fantaseada del peligro de vida, por llegar a un feliz, seguro y grandioso sueño después de la muerte. Recalcando que todo aquel que piensa en el suicidio, es con la idea y la esperanza de la felicidad, el bienestar o el descanso después de la muerte. Sin olvidar, que la muerte en el suicidio es el castigo por haber deseado la muerte del objeto.
Por lo tanto, el acto suicida implica la fantasía del deseo de escapar del sufrimiento, así como el deseo de venganza y castigo para los que le rodean, con la intención de conmover e inquirir sobre sus afectos (“me van a extrañar cuando ya no esté aquí”), como también la fantasía de reunión con el objeto amado perdido; así como también el deseo de liberación.
Se habla de una tendencia hereditaria en el acto suicida, incluso se ha llegado a reportar diversos suicidios reincidentes en familias con esta historia. Eva Kohut (2004), menciona que aunque no existe evidencia científica de que el impulso suicida se herede, existe evidencia psicoanalítica que demuestra e intenta explicar el por qué de los casos repetitivos de suicidios en las familias. Superficialmente está el elemento de la sugestión. Pero explica, que mucho más profundo, está el hecho inconsciente del deseo de muerte que alcanza en su desarrollo los niveles más altos, en los miembros de la familia; y cuando un miembro de la familia muere o se suicida, los deseos de muerte están inesperada y sorprendentemente gratificados. Esto repentinamente produce una insoportable ola de sentimiento de culpa, el cual remplaza el deseo de muerte que había sido gratificado. Ésta ola puede ser tan grande y tan insoportable, que se hará lo que sea necesario, por la culpa y se buscará el ser castigado, con la muerte.
A veces para los sobrevivientes, no les es posible integrar este evento terrorífico a sus vidas, por lo que queda encapsulado en los recuerdos de la memoria que no se habla y casi siempre no se pronuncian; lo eventos traumáticos se transmiten predominantemente de forma inconsciente por la vía espontánea o por la expresión de emociones.
Bibliografía
- Ceglia, L and Pfeffer, R. (1999). Artists’ Representations of the Impact of Family Suicide during Childhood and Adolescence. Journal of the American Academy of Psychoanalysis 27: (4) 625-656
- Kohout, E. and Brainin, E. (2004). How is trauma transmitted?. International Journal of Psycho-Analysis 85: 1261-1264
- Maltsberger, J. (2004) The descent into suicide. International Journal of Psycho-Analysis 85: (3) 653-667.
- Menninger, K. (1933). Psychoanalytic Aspects of Suicide. International Journal of Psycho-Analysis 14: 376-390.
- Schmideberg, M. (1936). A Note on Suicide. International Journal of Psycho-Analysis 17: 1-5.
- Warren, M. (1976). On Suicide. Journal of the American Psychoanalytic Association 24: 199-234.
- Freud S. Duelo y Melancolía. En Obras Completas Tomo XIV 2ª edición, Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1917; 246.