Ana Angélica Íñiguez
Casi todas las personas estamos familiarizadas con la sensación de que las cosas no son como ‘deberían’ ser, de que uno no tiene el éxito que desea, que la relación en la que estamos no es lo suficientemente satisfactoria, que simplemente no tenemos aquello que anhelamos. Estos no son más que signos de una sensación crónica de insatisfacción que nos hace mirar hacia afuera con envidia y rencor, y hacia adentro con decepción y remordimiento. La cultura pop, la publicidad y el contenido con el que nos bombardean las redes sociales solo empeoran esto al recordarnos que apuntar a algo menos que el trabajo, la pareja, el cuerpo y, en resumen, la vida de nuestros sueños, es en sí un fracaso; nos muestran con seguridad que los demás sí tienen todas estas cosas y por eso son verdaderamente felices. La existencia de una amplia gama de productos y servicios de superación personal y autoayuda termina por sugerir que todo es culpa nuestra por no dedicar suficiente tiempo, esfuerzo y dinero a nosotros mismos. Esto se aúna a la constante exposición a producciones culturales tipo Disney que nos ofrecen un mundo de fantasía que continuamente desdibuja la línea entre la imaginación y la realidad para alimentarnos con una especie de idealismo sentimental en el que las historias perfectas son presentadas como una realidad alcanzable. El resultado de todo esto es una sociedad llena de personas intoxicadas con esperanza.
La esperanza es un concepto que ha sido altamente explotado, analizado, y representado a través de la historia. Desde el mito de la caja de Pandora hasta el icónico póster de la campaña política del 2008 de Barack Obama; la esperanza ha alcanzado un nivel de protagonismo en las vidas humanas que resulta difícil equiparar.
Se relaciona estrecha pero sutilmente con una variedad inmensa de cosas. Se relaciona con la política, la religión, la mitología, la confianza, la incertidumbre, la fantasía, el arrepentimiento, el rencor, el miedo, el sufrimiento, el optimismo. Existe una generalizada creencia de que la esperanza tiene un especial poder de sustento. Es vista como aquello sin lo cual no se habrían podido sobrevivir tiempos de guerra, campos de concentración, situaciones de esclavitud, desastres naturales, enfermedades terminales, discapacidades, etc. Es una luz, un faro, la última chispa que nos alimenta cuando todo lo demás ha fallado. Sin embargo, también es una espada de doble filo, no por nada se encontraba en la caja de Pandora.
La visión común de la esperanza como sustento se basa en la noción de que es incompatible con los deseos suicidas, lo cual en realidad está equivocado. El suicidio es, de hecho, a menudo un acto de esperanza. Esta afirmación puede parecerles categóricamente estúpida, pero si bien existe un sentido en el que el suicidio puede ser un acto de desesperación, no es necesariamente lo que cualquiera haría al perder toda esperanza. Es posible que alguien recurra al suicidio porque, a sus ojos, la idea de la muerte es lo único que posiblemente le puede poner fin al sufrimiento que atraviesa. Por medio del suicidio, esperan escapar del dolor (Martin, 2016).
En palabras de Kierkegaard (2009), la esperanza es “pasión por lo posible”. Es evidente que la esperanza ha estado presente en una amplia variedad de movimientos sociales utópicos y mesiánicos, tanto religiosos como seculares (Averil, Catlin y Chon, 1990). El psicoanálisis tiene una relación con algunos de estos movimientos sociales, ya que sus objetivos son ciertamente ambiciosos; si tienen duda de esto, solo piensen en Freud dando conferencias sobre sexualidad infantil en la época Victoriana. El psicoanálisis ciertamente tiene pasión por lo posible.
El psicoanálisis no ha transmitido efectivamente su perspectiva esperanzadora. Según Cooper (2014), para Freud la esperanza era esencialmente la experiencia consciente del deseo que funciona de acuerdo con el principio del placer para reducir la tensión pulsional, la teoría entonces por lo general se ha enfocado en la esperanza como una defensa contra el pesimismo, la tristeza y la pérdida, pero por ejemplo, uno de los aspectos más esperanzadores de la teoría clásica involucra la capacidad de evaluar la limitación, la ubicuidad del conflicto y la inevitabilidad del deseo y la defensa; también ha visto la esperanza como parte de la adaptación que crea nuevas posibilidades y logros. La transferencia en sí misma es una representación de la posibilidad, pues refleja la historia afectiva, representativa y acumulativa de una experiencia particular (Cooper, 2014). ¿Qué es la transferencia si no una amalgama de esperanzas y resistencia a éstas en relación con esa experiencia particular? La tensión entre la posibilidad y la limitación en el campo de la psique es un marco que informa constantemente al proceso analítico. Imponer estructura por medio de expectativas es intrínseco al trabajo analítico e incluso podría resultar de gran utilidad analizar las fantasías que tenemos sobre lo que va a pasar a lo largo del proceso. Estas fantasías y formulaciones en realidad son aquello a lo que Bion (2019) llamó las ideas sobrevaloradas del analista que son propias de la naturaleza de la esperanza.
Aunque convencionalmente se entiende la esperanza como orientada al futuro, resulta de especial relevancia para el psicoanálisis considerar las esperanzas que surgen respecto a eventos pasados. La forma en que la esperanza imagina no es simplemente esperando el objeto anhelado, sino anticipando el futuro de mil maneras diferentes pero siempre buscando, de la forma más placentera posible, experimentar el presente en el pasado y el pasado en el presente. En el caso de que aquello esperado esté clausurado a la influencia, el rol de la esperanza sigue concentrándose en el futuro y las oportunidades que éste podría brindar, pero la fantasía y la esperanza se modelan a partir del ‘hubiera’ en el pasado. La reacción del gobierno estadounidense ante los ataques terroristas del 11 de septiembre son un claro ejemplo de esto; la esperanza y el miedo siendo las dos caras de una misma moneda. Es entonces en estos casos que la esperanza se basa en lo que Kancyper denomina una ‘memoria del pavor’, lo cual es “precisamente, la memoria de situaciones traumáticas, en la que se repiten los sentimientos y las representaciones, sin configurar un recordar acompañado de un revivenciar afectivo integrado en una estructura diferente con una nueva perspectiva temporal.” (Kancyper, 2007). Se invoca el daño del pasado en un intento de alejar el terrorífico peligro que desde el futuro amenaza con la repetición de un intolerable ayer porque “El trauma no miente. El trauma protesta, exige la repetición, manda hasta que se lo explicite. El trauma tiene su memoria” (Baranger y Mom, 1978).
En su artículo titulado “Esperanza terminable e interminable en la situación analítica”, Kancyper explica que los pacientes capturados por la memoria del pavor sufren una gran dificultad para vincularse porque se encuentran constantemente huyendo de compulsivos sentimientos persecutorios de terror, culpabilidad y vergüenza sustraídos de las marcas traumáticas del pasado. Es de esta manera que terminan viviendo con un atormentado mundo interno, desesperadamente sobrellevando una vida sin posibilidad de cambio psíquico, atrapados en un laberinto kafkiano auto-sostenido.
En su último artículo, Sobre el sentido de la soledad (1963), publicado después de su muerte, Klein explora la relación entre omnipotencia y esperanza. La omnipotencia se puede usar predominantemente para destruir o para dominar y controlar agresivamente los objetos, pero también se puede usar con fines de restauración. “Si los fuertes sentimientos de omnipotencia, sirven predominantemente a propósitos de restauración, pueden resultar en un gran logro real y en una relación bastante buena con los objetos, siempre y cuando el desarrollo del Yo pueda seguirle el paso a las fantasías.” La esperanza es imposible sin omnipotencia. Si uno no tiene la sensación de que puede llevar algo a cabo, no podrá llevar nada a cabo. “Con la integración y un creciente sentido de la realidad, la omnipotencia está destinada a disminuir, lo cual contribuye al dolor de la integración, ya que significa una capacidad de esperanza reducida. Si bien hay otras fuentes de esperanza que se derivan de la fuerza del Yo y de la confianza en uno mismo y en los demás, un elemento de omnipotencia siempre forma parte de ella” (Klein, 1963, págs. 304-5).
Podemos decir con seguridad que la fantasía es un elemento esencial de la esperanza, pero la gran diferencia entre ellas es su relación con la posibilidad. La fantasía difícilmente se restringe por la imposibilidad, pero la esperanza sí cede ante la realidad de lo que es posible, e incluso puede depender de si es probable. La incertidumbre puede ser el combustible inagotable de una esperanza vana, para muchas personas la improbabilidad de un resultado no tiene importancia mientras no se tenga la seguridad total y absoluta de que ese resultado no será el que deseamos. Es de esperar que la esperanza flaquee dependiendo de la probabilidad del resultado, por lo que se alterna constantemente con la desesperanza y la paradoja radica en la necesidad de lograr que estos opuestos coexistan. No hay un espacio intermedio alternativo entre ‘cómo era’ y ‘cómo debería ser’. “La esperanza patológica reemplaza a la esperanza realista y da lugar a la desesperanza” (Amati Mehler y Argentieri, 1990). Con frecuencia la esperanza asintótica en el resentimiento y el remordimiento puede llegar a ser interminable, cuando opera como una defensa ante la imposibilidad de admitir la pérdida de lo irrecuperable. En esos casos, la esperanza interminable y patológica del rencor suele representar el único y último vínculo posible con los objetos primarios y su renuncia, significaría el derrumbe definitivo de la ilusión y la aceptación de que, real y efectivamente, se han perdido dichos objetos para siempre (Ibídem).
En muchos sentidos, las intervenciones del analista se sitúan en la línea divisoria entre la creación de la posibilidad psíquica y el desmantelamiento de la esperanza (Mitchell, 1993). Si esto último suena demasiado despiadado, podemos apoyarnos en la filosofía de los estoicos. Los estoicos pensaban que aunque no siempre tuviéramos control sobre los eventos que nos afectan, siempre tenemos el control sobre cómo los abordamos. Un estoico particularmente influyente fue Epicteto, quien escribió que “el sufrimiento no se deriva de los eventos de nuestra vida, sino de nuestros juicios sobre ellos.” (En mi opinión, esta frase podría resultar de mucha utilidad para amparar la técnica psicoanalítica.) Entonces, en lugar de imaginar una sociedad ideal, el estoico intenta lidiar con el mundo tal como es en ese momento. La añoranza por lo perdido y la esperanza proyectada al futuro solamente fungen como refugios de la realidad, desconectándonos del presente y condenándonos a la inacción.
Es curioso encontrar aspectos en los que la sabiduría occidental coincide tan claramente con la oriental. Existen paralelismos entre la Ataraxia estoica, o tranquilidad mental, y el concepto budista de Nirvana. Y es justo un concepto budista el que despertó mi interés en el tema de la esperanza: El concepto de dejar ir la esperanza. No solo esperamos, sino que realmente entregamos nuestra vida a la esperanza, a vanos pensamientos y fantasías. Y cuando no nos dan nada, nos ponemos ansiosos e incluso desesperamos.
Citando a Joko Beck (2007):
Pasamos mucho tiempo buscando ‘la verdad’. Y la verdad es que no existe tal cosa, excepto en cada segundo, en cada actividad de nuestras vidas. Nuestra vana esperanza por un lugar de descanso nos hace ignorantes y despreciativos de lo que hay aquí ahora mismo. Ahora, ninguno de nosotros quiere abandonar nuestra esperanza. Y para ser honesta, ninguno de nosotros la abandonará de un tirón. Pero podemos tener períodos en los que, durante unos minutos o unas horas, existe solo el ‘flow’ y estamos más en contacto con lo único que tendremos, que es nuestra vida.
En pocas palabras, dejar ir la esperanza no es lo mismo que sentir que se ha perdido.
Como analistas, nuestro trabajo no va a ser convertir a nuestros pacientes al Buddhismo, pero sí transmitirles cierto escepticismo ante sus esperanzas, acompañarlos a analizarlas, a entender las fantasías alrededor de ellas y las motivaciones que las impulsan, y a decidir qué quieren hacer con ellas.
Bibliografía
- Amati Mehler J. y Argentieri S. (1990): ‘Esperanza y desesperanza, ¿Un problema técnico?’, Libro anual de psicoanálisis, Lima.
- Baranger, M. y Mom, J. M.: (1978). “Patología de la transferencia y contratransferencia en el psicoanálisis actual: el campo perverso”. Rev. De Psicoanálisis, T. XXXV, N. 5.
- Beck, C. J. y Smith, S. (2007). Everyday Zen: Love and work. New York, NY: HarperOne.
- Bion, W. R. (2019). Bion in New York and Sao Paulo: And Three Tavistock Seminars. Londres: Harris Meltzer Trust.
- Cooper, S. H. (2014). Objects of hope: Exploring possibility and limit in psychoanalysis. New York: Routledge.
- Kancyper, L. (2007) “Esperanza terminable e interminable en la situación analítica”. Revista de Psicoanálisis, T. LXIV, N 2.
- Kierkegaard, S., Piety, M. G., y Mooney, E. F. (2009). Repetition and, Philosophical crumbs. Oxford: Oxford University Press.
- Klein, M (1963) On the Sense of Loneliness. The Writings of Melanie Klein, Vol 3 London: Hogarth
- Martin, A. (2016). How We Hope. Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Press.
- Mitchell, S. A. (1993). Hope and dread in psychoanalysis. Basic Books.