Por: Antonio Galván
Creer que un cielo en un infierno cabe,
Dar la vida y el alma a un desengaño:
Esto es amor, quien lo probó lo sabe.
(Lope de Vega, soneto 126, 1634)
Durante el proceso del entrenamiento psicoanalítico, los analistas en formación suelen enfrentarse a innumerables y difíciles retos de toda índole. Algunos son de aspecto social, tales como: sacrificar tiempo de recreación con amigos, familiares y parejas en pos del estudio y la práctica analítica. Otros, son de aspecto económico debido al pago de análisis, supervisiones y la colegiatura de los diferentes institutos donde se imparten los estudios de posgrado. Y otros son de índole emocional, debido a los variados y constantes afectos que se remueven durante los años de formación, no sólo en el análisis mismo, también durante la interacción con maestros y compañeros, y en la práctica con pacientes.
Es en estos últimos aspectos en que he centrado mi atención, debido a lo poco que, al menos en mi experiencia, se ha tratado el tema entre los compañeros, más no dudo que es algo que constantemente se trabaja y se habla durante el análisis respectivo de cada uno de los candidatos. Ahora bien, ya que he dicho de forma escueta el porqué de este trabajo, ahora quiero referirme a la parte específica en la que me centraré, esto es, en la emotividad del analista dentro del trabajo con pacientes. Ha sido llamativo, tanto para mí como para algunos de mis colegas, el hecho de que durante el estudio de diferentes licenciaturas y experiencias dentro del análisis personal, los candidatos parecemos llegar a la conclusión de que la más mínima muestra de afecto dentro del consultorio es algo impropio del analista, llegando al extremo de caricaturizarle como un ser frío e indiferente ante el sufrimiento de la persona que tiene frente a él y dedicándose a la sola observación e interpretación del fenómeno presente. Teniendo esto en mente me permitiré citar una queja en particular de una ilustre compañera, acerca de una vivencia emotiva dentro del espacio analítico “el contenido de la sesión fue tan triste, que no pude evitar derramar un par de lágrimas”.
Es necesario aclarar, que esto último fue mencionado de forma preocupada y hasta molesta, por haberse permitido cometer el “error” de haberse dejado conmover por el contenido de la sesión y el sentimiento de tristeza de la paciente. Fue precisamente esto último lo que llamó mi atención, como dije anteriormente, la emotividad del analista, se ha visto borrada de la posibilidad de aparecer en escena de alguna forma; todo esto, producto del constante discurso de la neutralidad que debe ser guardada dentro del espacio analítico. Sin embargo, a medida que se va avanzando tanto en el propio análisis como en la formación psicoanalítica, uno puede ir encontrando referencias que indican lo contrario, incluso de que se pueden tomar como herramientas las experiencias propias y personales del analista para llegar a un entendimiento más completo del paciente y, por lo tanto, realizar intervenciones más ricas en contenido, mismas que le dan la posibilidad al analista de lograr una mejor alianza terapéutica con el paciente y de esta forma, trabajar juntos ante los embates que sufre su vida anímica.
Como he dicho anteriormente, una de las reglas principales dentro del encuadre es la neutralidad del analista hacia el paciente, me parece apropiado iniciar por definir la neutralidad y su papel dentro del espacio analítico. Entiéndase la neutralidad como la posición que toma el analista ante el contenido del paciente, escuchando de forma atenta y sin conceder juicio alguno de ningún tipo; es decir, recibiendo el mensaje del paciente sin conceder ni condenar. De esta forma, el paciente poco a poco va venciendo las resistencias de no compartir parte del material por el miedo constante y normal de que el analista juzgue sus acciones como buenas o como malas, entre otras etiquetas que existen, Karen Horney lo resume diciendo que: “Según la doctrina de Freud, los problemas morales o los juicios de valor se hallan más allá del interés y de la competencia del psicoanálisis.” (Horney, 1939). Además de esto, la neutralidad permite al analista no caer en actuar o satisfacer las exigencias del pacientes que se expresan en la transferencia: “El analista se cerciore de que no está de ningún modo, consciente o inconscientemente, dando satisfacción a las necesidades instituales neuróticas infantiles del paciente” (Greenson, 1976). Echando mano de esto, algunos candidatos llegan a confundir esto, con el hecho de que la neutralidad es el no expresar o sentir emoción alguna durante el trabajo con pacientes. Félix Velasco resume, a mi juicio, de magistral forma lo dicho anteriormente: “Dolorosa verdad el que somos iguales, lo que a menudo negamos cuando nos colocamos en una posición de superioridad y lejanía ante las formas diversas de los pacientes de enfrentar sus conflictos, aduciendo una mal entendida neutralidad” (Velasco, 2011).
De esta Forma, se pone de manifiesto que, detrás del velo de la neutralidad, el analista busca ocultar sus emociones ante el analizando, Greenson por su parte lo menciona de la siguiente manera: “El tratamiento psicoanalítico no puede realizarse con un ambiente de severidad imponenete, desinterés glacial o jovialidad prolongada.”(Greenson, 1967). Sin embargo, quiero aclarar que no busco atentar contra la regla de la neutralidad, pues es de los pilares más importantes dentro del encuadre, sino que intento aclarar que la neutralidad se refiere a no proporcionar ningún tipo de juicio (ya sea moral o de valor) al contenido del paciente, en lugar de que actúe como una excusa razonada, por no decir una racionalización, para evitar sentir, en la práctica con pacientes.
A mi juicio, es importante resumir que, si bien es cierto que Freud dice que el analista debe ser “como un espejo” para poder reflejarle al paciente sus propios contenidos y analizarlos, no está abriendo la invitación a eliminar toda respuesta emocional por parte del analista. Racker lo menciona de la siguiente forma: “Sea espejo significaba pues: háblale al analizado sólo de él… no tiene que ser llevado tan lejos como para negar ante el analizado (o aun impedir) el interés y el afecto del analista por él.” (Racker, 1960).
Con lo dicho anteriormente, una de las dudas que surgen es, ¿el analista debe expresar de forma completa la experiencia emotiva dentro del espacio analítico? Para responder esta duda, tomo como referencia el texto de Otto Fenichel, titulado Problemas de técnica psicoanalítica. En él, Fenichel nos refiere que la técnica psicoanalítica no puede prescindir de la intuición, puesto que es uno de los elementos esenciales para la empatía, misma que necesita una abundancia de sentimientos no razonados sino experimentados “la realidad psíquica en sí y no su imagen conceptual muerta” (Fenichel,1960). Por lo mismo, y siendo la empatía uno de los elementos a los que se recurre más para la creación de la alianza de trabajo y para enriquecer las interpretaciones, las experiencias emocionales llevan, justamente, a que la empatía se pueda lograr con mayor facilidad y, por lo tanto, todo lo que se deriva de la misma. Si el analista se impide sentir al verse frente al paciente, su capacidad empática se ve comprometida y por lo tanto es de esperar una dificultad mayor para establecer la alianza de trabajo entre analista-analizando.
No obstante, no podemos dejar de lado el riesgo latente en cuanto a la postura presentada. Es de esperar que la inquietud sea, si la relación entre el paciente y el analista se vea comprometida, debido al fenómeno de la transferencia; es decir, si el analista tiene presente de forma constante sus experiencias y su emotividad, entonces el contenido de la transferencia, puede hacer eco en dichas vivencias y llevar al analista a contractuar de una forma poco provechosa para el paciente, o incluso contaminar la relación analítica llevándola a situaciones que en nada ayudan al análisis. Freud en Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico, nos advertía sobre este punto. “Resulta atractivo para el psicoanalítico joven y entusiasta poner en juego mucha parte de su propia individualidad para arrastrar consigo al paciente e infundirle impulso para sobrepasar los límites de su reducida personalidad…esta técnica no nos es de utilidad ninguna; incapacita al sujeto para vencer las resistencias más profundas…provocando en el enfermo una curiosidad insaciable que le inclina a invertir los términos de la situación y a encontrar el análisis del médico más interesante que el suyo propio” (Freud, 1912). Sin embargo, Fennichel plantea que, se debe encontrar un equilibrio en el uso de sus propias experiencias y emotividades para poder establecer la alianza de trabajo y la empatía, pero siempre considerando que la posibilidad de contracutar se encuentra presente y por lo tanto se debe tener un correcto límite del uso de las propias emociones dentro del espacio analítico. “La psicología de las neurosis compulsiva nos ha enseñado que puede haber una huida de la vivacidad del mundo de los instintos hacia el sombreado mundo de las palabras y conceptos…También estamos familiarizados con una huida a la dirección opuesta: un escape, de los conocimientos desagradables, hacia la oscura penumbra de la intuición vaga, ajena al intelecto…En un método terapéutico basado en la ciencia, no tiene cabida ninguno de estos dos tipos de huida” (Fenichel, 1960).
Lo interesante de la cita anterior, es que, el autor no habla de las defensas del paciente, sino del analista. Advirtiendo a los candidatos que se debe de tener cuidado con no racionalizar más como una defensa que como un intento de entender al paciente, pero sin llegar a caer en el error de sólo depender de la intuición para realizar el análisis y no fundamentar en teoría y conceptos las intervenciones que se realizan. De tal forma que la postura que queda entre ambos extremos es un oscilamiento entre ambas en pro del análisis, “solamente esta oscilación hace posible ordenar en un contexto más amplio, el material que ya se ha comprendido con la ayuda del inconsciente del analista.” (Fenichel, 1960).
El punto concluyente anterior resulta interesante, ya que se plantea utilizar el propio inconsciente como una herramienta para poder entender los contenidos inconscientes del paciente. Dicho de otra forma, el inconsciente del analista puede servirle para entender las experiencias inconscientes del paciente. De esta forma, se podría decir que ambos utilizan su propio inconsciente para comunicarse de una forma completamente diferente a la forma consciente de comunicarse, en un lenguaje donde no existen estructuras temporales o lingüísticas, donde presente y pasado son uno mismo y combinados, donde no existen las palabras para poder representar la sensación (esto debido al proceso primario del pensar, el cual rige al inconsciente) y de esta forma comprenderse de una manera que para la consciencia de ambos resultaría imposible “La técnica psicoanalítica es una labor complicada. Su instrumento es el inconsciente del analista, quien por intuición comprende el inconsciente del paciente. Su meta es elevar esta comprensión desde la intuición hasta la claridad científica.” (Fenichel, 1960). Además de esto, Bion (citado en Grinberg, 1991) propone la teoría la transformación dentro del espacio analítico, donde el contenido original “O”, es cambiado a través de la transformación alfa dejando en su lugar un producto final beta, pero que conserva partes del contenido original “O” las cuales se llaman invariancias. Las transformaciones son vistas, por ejemplo: en la interpretación, ya que es una transformación verbal del pensamiento del analista y estos son parte de un proceso de transformación de una experiencia emocional, de esta forma se dice que: “Para comprender el funcionamiento de la parte más primitiva de la mente es necesario que el analista utilice teorías en las que esta modalidad de transformación, más arcaica y menos lógica, adquiera significado” (Grinberg, 1991). Con esto se concluye que para entender las partes más primitivas e inconscientes del paciente es necesario utilizar el inconsciente del analista, para poder lograr la transformación en un contenido beta, que sea entendible para el paciente.
Con esto, doy paso a un tema, que es crucial en el trípode de la formación en psicoanálisis, el análisis propio de los candidatos. En mi experiencia, las personas ajenas a la técnica del psicoanálisis me han comentado que la necesidad del propio análisis, por parte del analista, es importante en el sentido de que los contenidos de los pacientes pueden llegar a abrumar a una persona que se dedica a escuchar los problemas y preocupaciones de otras por considerables horas en días laborales. Si bien este punto es cierto, también me es necesario, por propósitos del presente trabajo, señalar que la verdadera importancia del propio análisis, no es para liberarse de los contenidos de los pacientes, sino para analizar lo propio, lo oculto y lo ominoso presente dentro del inconsciente de cada uno de los candidatos quienes, como un neurótico común, han hecho uso de la represión ante dichos contenidos. Esto, con la intención de elaborar las vivencias que cada uno tiene y de esta forma, utilizarlas en pro del análisis de los pacientes que llegan a nuestros consultorios. Con esto me permito citar a varios de mis maestros y supervisores “entre mejor analizado se encuentre uno, mejor será como analista”. Acepto y concuerdo de forma plena con dicha afirmación y entiendo que es por ello que el énfasis que se pone en el análisis del analista en formación es tan estricto.
Me gustaría, para concluir, presentar un pequeño ejemplo de mi propia experiencia clínica. Olivia, una chica de 19 años de edad, llega a mi consultorio motivada por el duelo que conlleva el divorcio de sus padres, siendo al inicio, selectiva con lo que dice durante las sesiones y manteniéndose en prologados silencios durante las mismas. Sin embargo, después de 3 meses de tratamiento, Olivia me comparte su preocupación de ingresar a la universidad, ya que, había fantaseado con lo que pasaría una vez se graduase de la universidad, “No entiendo porqué todos quieren graduarse de la universidad, cuando acabemos… no sé… es como si no supiera qué pasa después… cómo hacerle…” Esto me recordó, a cuando yo llegué al punto de graduarme de la licenciatura y mis sensaciones personales ante este tema, a lo que le señalé “Toda tu vida has sido estudiante, y de un día para el otro tendrás que trabajar y eso nunca lo has hecho, eso te preocupa.” A lo cual me respondió jovialmente “Sí, me alegra no ser la única que lo siente así, me sentía rara.” A partir de este momento, ella empezó hablar más y dejar menos silencios durante las sesiones.
Gracias a esto, concluyo diciendo que el analista debe experimentar sus emociones y permitirse ser conmovido por los contenidos del analizando, pero siempre oscilando hacia la actitud analítica de observador para devolverle un contenido que le permita al paciente entenderse y mejorar la alianza terapéutica, mejorando así el tratamiento. Teniendo en cuenta que, para ello, es necesario, que el candidato siga su propio análisis de forma rigurosa, para poder ampliar la cantidad de herramientas que puede utilizar en pro del análisis de sus pacientes. Dichas herramientas, al encontrarse en el inconsciente del analista, deben ser parte del contenido que el psicoanalista transforme dentro de su propio análisis en contenidos que le puedan ser provechosos durante la práctica con pacientes.
Por último, refiero de nuevo a Greenson (1997), quien menciona que sin importar los conflictos neuróticos del analista, este puede echar mano de ellos si se tienen analizados y comprendidos. Es decir: un analista que haya sufrido una depresión o tenga caracteres obsesivos, podrá entender mejor a un paciente que sufra con el mismo tipo de situaciones, siempre y cuando se tengan bien analizados dichos contenidos. Considerando todo esto, me atrevo a afirmar que ante mejor analizado se encuentre el analista, podrá hacer un mejor uso del material que una vez se encontró en su inconsciente y, como se dijo anteriormente, tomarlo como una herramienta de comprensión y empatía para con los pacientes. Efectivamente como dijo Lope de Vega “esto es amor, quien lo probó lo sabe” (Lope de Vega, 1634). Podríamos sustituirla por “esto es angustia, esto es depresión, esto es obsesión, esto es escisión, quien lo probó lo sabe”.
Bibliografía
- Freud, S. (1912). Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico, Obras completas, Vol. 2. México: Editorial Siglo XXI. (pp. 1654-1660)
- Fenichel, O. (1960). Problemas de técnica psicoanalítica. Argentina: Ediciones Control. (pp. 5-29)
- Grinberg, L. Sor, Darío y Tabak, E. (1991). Nueva introducción a las ideas de Bion. Madrid España: Tecnipublicaciones. (pp. 73-88)
- Greenson, R. (1967). Técnica y práctica del psicoanálisis. México: Editorial Siglo XXI. (pp. 158-349)
- Horney, K. (1939). El nuevo psicoanálisis México-Buenos Aires: Editorial Fondo de cultura económica. (pp. 203-224)
- Racker, H. (1960). Estudio sobre técnica psicoanalítica. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. (pp. 33-43)
- Velasto, F. (2011). Psicoterapias psicodinámicas. México: Editores de textos Mexicanos. (pp. 37-47)
- Lope de vega, F. (1634) Rimas Humanas. España: Editorial del Cardo (pp. 129)
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