La construcción de la feminidad en la mujer

Autor: Esther Chaim

 

 

 

El presente trabajo tiene el objetivo de generar un espacio de cuestionamiento a la concepción de la feminidad dentro del marco psicoanalítico. Desde la creación del psicoanálisis, lo femenino aparece como un obstáculo a cualquier expectativa de coherencia, por lo que no se ha terminado de crear un consenso teórico respecto a ello.

 

Bajo esta perspectiva vale la pena revisar y cuestionar las bases de algunos planteamientos psicoanalíticos. Tomando en cuenta que Freud escribe su teoría hace más de 100 años, en la época victoriana, donde la mujer no era conocida por manifestar sus ideas, donde había mayor cantidad de analistas hombres que mujeres, donde la posición de la mujer era más determinada por una situación político social y, finalmente, donde la teoría psicoanalítica apenas estaba siendo creada.

 

Freud (1925) plantea que la niña entrará al complejo de Edipo al comprobarse castrada en la fase fálica, estableciendo así una diferencia sexual definida en el eje fálico-castrado. “¿Tiene o no tiene, y si no tiene, lo perdió?… constatará su falta y caerá presa de la envidia del pene” (Glocer, L. 2001, pág. 43 y 44), creándose posteriormente la ecuación simbólica pene-niño, esperando un hijo de su padre.

 

Freud concibe los géneros como simétricos en oposición activo/pasivo, claramente esto tiene diversas interpretaciones y en mi perspectiva adjudica una inferioridad fisiológica a la mujer femenina “pasiva” penetrada, quien espera del hombre masculino activo para reproducirse.

 

La mujer es situada por su condición de “no tener falo”, donde se le ha colocado en una posición subordinada y se le define como “la que no tiene, la que no es eso”. Es sobre este discurso patriarcal que hay que reconstruir la noción del sujeto femenino.

 

Para Freud no hay posibilidad de simbolizar lo femenino, él único camino es a través del falo. Planteando así que el único acceso a la feminidad es a través de la maternidad (pene-niño).

 

Melanie Klein (1932), por su parte, plantea que la angustia de castración en la mujer no va de la mano con la pérdida del pene, sino con la posibilidad de la niña de haber dañado con su agresión sus órganos internos y verse así imposibilitada de tener hijos. Aquí Klein, sigue la línea Freudiana, ya que plantea que es con la maternidad que la mujer logrará reparar el daño imaginario de esa madre a la que se le ve dañada.

De acuerdo a Lacan, en la neurosis, el padre nombra al hijo con su nombre, es él quien priva a la madre y da origen al ideal del yo. “El padre ejerce una función esencialmente simbólica: nombra, da su nombre y con ese acto encarna la ley. En consecuencias… la función paterna consiste en el ejercicio de una nominación que le permite al niño adquirir su identidad” (Roudinesco, E y Plon, M. 2003, Pág 743).

Esta Ley del Padre es soportada por la madre y de ella va a depender que sea o no inscrita en el hijo, sin embargo, Lacan no le da un significante a la mujer, no le da una representación simbólica, sólo aparece significada como madre, como si esa fuese su identidad (la de ser madre). Lacan expresa que lo esencial de la mujer es ser objeto de deseo para un sujeto en posición fálica. Y concluye que la posición femenina se define más allá del registro fálico (más allá del discurso falocéntrico).

 

Como señalé anteriormente para Freud no existe una feminidad primaria, la sexualidad de la niña es primariamente masculina y proviene de la primacía del falo. Donde la niña invadida por la envidia del pene, se ve obligada a cambiar de objeto y zona erógena, deseando el pene que se convertirá posteriormente en el deseo por tener un hijo.

 

Pese a crear la teoría del complejo de castración, Freud no logro responder ¿Qué quiere la mujer? (1925), lo determina como un continente inexplorado, enigmático, de una complejidad que saldría del registro fálico, concluyendo que la feminidad, para él, es un enigma.

 

Por su parte, Leticia Glocer (2001) propone tres registros en los que se plantea la posición femenina y la diferencia de los sexos: el campo de los ideales, el campo deseante (en términos freudianos es una referencia a la elección de objeto sexual, a la oposición fálico-castrado) y un registro vinculado a lo no representable, a las experiencias primordiales en el espacio intersubjetivo generado con el objeto primario.

 

Establece que “el concepto de femineidad gira alrededor de los ideales identificatorios que asientan en el eje yo ideal-ideal del yo” (Glocer, L. 2001, pág. 27). Donde al nacer, el niño es identificado por los padres y se le transfieren ideales que aún no puede subjetivar. Se irá formando un yo ideal, proveniente del discurso de los padres, que será asumido como ideal del yo en un futuro por el sujeto, tras haber alcanzado la etapa post-edípica.

 

Con el nombre, la mirada y el lenguaje, se va construyendo una imagen en el recién nacido a partir del inconsciente de los padres, que dependerá a su vez de las identificaciones que ellos traen consigo. El discurso materno traerá un reconocimiento del sexo del recién nacido, en el que se colocarán ideales consientes e inconscientes, se expresarán deseos, proyectos e ideales para uno u otro sexo.

“Este sentimiento de pertenencia a un género se apoyará en identificaciones especulares que se sostienen desde la mirada materna, y proveerán un núcleo de identidad imaginaria, femenina o masculina” (Glocer, L. 2001, pág. 47). Esas identificaciones imaginarias coexisten con un femenino primordial, ligado a la figura de la madre omnipotente. Estamos hablando aquí de un registro difícilmente representable, de un registro de lo femenino que va más allá de la organización fálica.

 

Por la identificación primaria y especular con la madre, la niña la nombrará empleando el mismo discurso cultural por el cual se nombrará a sí misma. Discurso en el que la madre se define a sí misma e identifica a su hija como su doble (Dio Bleichmar, 1997). En esta feminidad primaria, el niño/a puede construir la idea de una feminidad omnipotente, a la cual no le falta nada, donde los atributos que caracterizan a la mujer, son considerados por la niña como ideal y al margen de toda significación masculina. Es así que esta identificación narcisista es anterior al reconocimiento de la diferencia de los sexos.

 

La feminidad se recategoriza con la constitución de un ideal del yo femenino post-edípico (con la diferencia anatómica de los sexos): ya que, con la castración, se entra en un déficit narcisista. Anteriormente, tanto a la madre como a la niña, nada les faltaba, y con el descubrimiento de la castración, la niña pone en duda el papel narcisista de la madre y ahora será del padre del que buscará la valorización (padre que dará la recompensa de la carencia obtenida).

 

Dio Bleichmar expresa que “la principal consecuencia psíquica del complejo de castración para la niña es la pérdida del Ideal Femenino Primario, la completa devaluación de sí misma, el trastorno de su sistema narcisista, y que el interrogante mayor a dilucidar no es cómo hace la niña para cambia de objetivo y pasar de la madre al padre, sino cómo se las arregla la niña para desear ser una mujer en un mundo paternalista, masculino y fálico” (1997, pág. 21).

 

Ante este planteamiento, en la niña se instaura un Ideal del Yo Femenino secundario, que se va obteniendo con la reconstrucción de su sistema narcisista de ideales de género, que no sólo incluye la oposición fálico-castrado, sino el rol social y la moral sexual.

 

Es así que la niña queda cuestionada con la crisis de castración y no le basta lograr una identificación secundaria con la madre en la que represente su feminidad, debe (como ya se dijo) reconstruir su sistema narcisista de ideales de género, reinstalando una feminidad valorizada que le permita establecer un proyecto futuro para convertirse en “una verdadera mujer”. “Si hay algo que diferencia el ideal del género primario del secundario es el carácter imaginario-individual del primero y la sujeción a la moral y las convenciones sociales del segundo” (Espina, A. y Sancho, G. 1987, pág. 202).

 

La niña atraviesa el complejo de Edipo devaluada y recibe órdenes contradictorias de sus posibles destinos como mujer, entrando así en una fuerte oposición entre su feminidad y su narcisismo. Si busca aceptar el papel de ser “objeto causa de deseo”, atravesará por una condena social y un entorno que no certifica como femenina esta posición. Y si “se afana por superar sus tendencias pasivas que la mantienen dependiente del objeto y obtener autonomía social e intelectual, se encuentra con que de alguna manera compite con algún hombre, castrándolo. Por tanto, la autonomía… se opone a la feminidad” (Dio Bleichmar, 1997, pág. 24).

 

Con lo antes descrito, podemos entender que la instauración de un Ideal del Yo Femenino secundario, abarca un proceso amplio y difícil de reconstruir, en el que el sistema narcisista de ideales de género, está en un constante cuestionamiento y sin una solución sencilla para ponerlo en práctica. Tomaré como ejemplo a Frida Kahlo ya que a mi parecer, se halló en este conflicto a lo largo de su vida, convirtiéndose en un emblema de movimientos de liberación femenina, plasmando en sus cuadros, sus conflictos internos.

 

En la biografía de Frida (Correa, L. 2017) encontramos (como dice Dio Bleichmar, 1997) órdenes contradictorias en sus posibles destinos como mujer, siendo dependiente de sujetos masculinos que le dieran fuerza narcisista, tanto de Diego Rivera como de sus amantes, para reconstruir así, su feminidad y a la vez buscando ella (en ciertos momentos) ser independiente de los hombres, creando arte y vendiéndolo para no depender económicamente de su esposo.

 

Frida Kahlo nació poco tiempo después de que su madre perdiera a su único hijo varón, idea presente en el inconsciente de la artista, quien traía en ella los ideales provenientes del discurso paterno. Dichas cargas inconscientes, unidas a la dificultad económica por la que atravesaba su familia y la situación revolucionaria de México, se unieron en Frida, quien buscó a lo largo de su obra y su vida, entender su propia identidad y feminidad. Siendo una mujer “completamente femenina” y seductora, vistiendo en épocas de su vida botas, pantalón y utilizando el cabello corto y en otras épocas vestidos típicos y joyas. No es casual que un tercio de su obra fuese de autorretratos, “sus obras constituían un diario visual, una manifestación externa de momentos de su vida y de su mundo interno” (Lorena, C. 2017, pág. 1).

 

Su padre fue fotógrafo y le enseño a valorar el arte desde niña. Juntos paseaban por Coyoacán y lo acompañaba a pintar. Parece que Frida fue la hija preferida de su padre, situación que la llevó a sentirse valorada por él, “Aunque mi padre estaba enfermo, para mí constituía un ejemplo inmenso de ternura, trabajo y, sobre todo, comprensión para todos mis problemas” (Herrera, H. 1983 citado en trabajo de Lorena, C. 2017, pág. 6).

 

Ahora bien, si no somos eso que dicen que somos, y nos queremos alejar del referente fálico, ¿Qué somos?, es posible que en un intento por responderlo, yo misma caiga en colocar categorías y describirnos en base a una diferenciación, cuando lo que planteo es que la diferencia no es lo que nos da identidad.

 

Partiendo de la biología, genéticamente estamos determinados por los cromosomas XX o XY, que brindarán el sexo masculino o femenino. Órgano que el bebé obtiene previo a su nacimiento, pero que no lo determina como sujeto. Es posteriormente, y con el paso del tiempo, que el bebé (al que se le coloca un género) se formará como resultante del discurso del Otro y entrará dentro del orden simbólico e imaginario, formado por significantes que lo preexisten y lo envuelven en la cultura que lo rodea. Dicha situación llevará a que forme la representación de feminidad y de masculinidad.

 

En la misma línea, y de acuerdo a Torres, A. (1998) pareciera que masculino y femenino son descritos como un par en contradicción simétrica, es decir, que uno tiene características opuestas al otro, sin embargo, su diferenciación se haya en términos de complementariedad, por ejemplo, para la reproducción es necesario tanto el genital femenino y como el masculino. Un hombre no es el contrario a una mujer.

 

“La teoría de la castración basada en la lógica del falo es heredera directa de la concepción de la mujer como organismo biológicamente incompleto, pasivo e insuficiente… la mujer no tiene ningún carácter sexual primario visible, la imaginarización de su género se conceptualizó desde el registro de la falta” (Torres, A. 1998, pág. 87). Por ello se le ve a la mujer incompleta, asumiendo que, porque su órgano ejecutante de la reproducción no se ve, no existe.

 

Ambos aparatos están completos, la diferencia se haya en la visibilidad e invisibilidad de uno u otro. Partiendo de este planteamiento, la teoría de la castración, coloca en cierta medida a la mujer como “incompleta” y al hombre como “completo”. Planteando “una fase en la que habría un solo órgano genital psíquicamente representable para ambos sexos, el masculino, el falo. En consecuencia, de acuerdo a Freud no existiría una feminidad primaria y la oposición en juego sería fálico-castrado” (Glocer, L. 2001, pág. 22)

 

Encontrándose así el niño en su fantasía con la angustia de ser castrado, de quedar incompleto, de no tener el falo y pasar a estar amputado. ¿Será que si lo amputan (así sea en su fantasía) se convertirá en mujer? Claramente no, una persona castrada es una persona que perdió una parte de su cuerpo, por lo que de la misma forma un órgano fálico no convierte a una mujer en hombre, ella no es un hombre al que algo le falta. Es otro ser humano con un órgano genital diferente, no es falta (Torres, A. 1998).

 

Es así que la niña muestra una angustia en cierta medida prestada, proveniente de una teoría construida a partir de la idea que sólo existe un género (el que posee el falo), teoría predominante en nuestro entorno.

 

De lo antes descrito, se desprende que la mujer en falta requiere recubrirse para ocultar “su castración”, por lo que convierte todo su cuerpo en falo, en una ofrenda erótica y se muestra como objeto de deseo (Torres, A. 1998) . En una sociedad donde la mujer es educada para ser el objeto de deseo del hombre y ella con su seducción tiene que lograr el objetivo de ser elegida.

 

Todo ser humano no puede existir sin un sexo, pero éste no abarca todas lo que él representa. Todos pertenecemos a un género, que se ve influenciado por el momento histórico en el que nos encontramos y es susceptible de ser modificado y de hecho se ha modificado.

 

Claramente, el cuestionamiento que hago en este trabajo no es sencillo, hablo de una deconstrucción en la feminidad, de una revisión en las teorías psicoanalíticas que se han mantenido por más de un siglo, de la necesidad de crear un discurso que no sea falocéntrico, que no esté centrado en la falta, planteo que en la deconstrucción del discurso acerca de la mujer, opera un vaciamiento difícil de sostener pero no propongo una teoría diferente.

 

Lo que busco es señalar y traer a debate, que el concepto de lo femenino en psicoanálisis, es un concepto complejo, que incluye contradicciones y tensiones. Es una construcción humana que hay que cuestionarse, replantearse y hacer una y otra vez un intento por entenderla.

 

 

Bibliografía

 

 

  • Correa, L. (2017). Frida Kahlo. Trabajo para la clase de carácter de la Sociedad Psicoanalítica de México
  • Dio Bleichmar, E. (1997). El feminismo espontáneo de la histeria (3era ed.), México: Paidós
  • Espina, A. y Sancho, G. (1987) Estructura borderline, psicosis y feminidad, Madrid: Editorial Fundamentos
  • Freud, S. (1925) Algunas consecuencias Psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, en Obras Completas.
  • Glocer, L. (2001). Lo femenino y el pensamiento complejo, Buenos Aires: Lugar Editorial
  • Roudinesco, E y Plon, M. (2003). Diccionario de psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós.
  • Torres, A. (1998) La construcción del sujeto femenino. Trópicos, Revista de psicoanálisis. Volumen 1, 82- 99.