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Por: Thelma Cortés
Una misma persona puede afrontar la realidad de diferentes formas, la capacidad que tiene el ser humano para poder adaptarse en los diferentes contextos que se desenvuelve, es lo que se denomina madurez.
Pero qué pasa cuando la realidad de una persona es avasallante, al grado de crear dos mundos; uno es el que está, el que no puede cambiar, que tiene dolor, frustración, enojo, impotencia, el que tendría que afrontar viviendo y el otro es en el que se refugia del anterior, donde no existe tiempo, personas, sufrimiento, es un estado de relajación, de olvido, de atrevimiento, en otras palabras, se es otra persona evadiendo lo real.
El presente trabajo surge de lo sorpresivo que me ha sido el trabajar con pacientes adictos, para así investigar y poder ampliar el panorama de una enfermedad como lo es la adicción, visualizándola como agresión a la propia persona y de los objetos primarios al paciente.
Kalina (1997) describe que, la palabra “adicto” proviene del latín y en su significado más profundo, alude a esclavo. En Roma antigua, cuando una persona fracasaba y quedaba sin pertenencias, entregaba su vida, se entregaba a un determinado Señor y se convertía en su adicto. El concepto de adicción como sinónimo de sumisión, alude a un fracaso anterior en otro orden. Me refiero a la incapacidad que tienen estás personas para enfrentar vitalmente las dificultades de la existencia y al modelo químico autodestructivo al que recurren frente a las adversidades, configurando lo que considero “un proyecto de muerte”. Este modelo de fracaso tiene sus antecedentes sociofamiliares.
Wurmse (1981), describe que el uso de drogas es utilizado por personas que tienen un intenso sentimiento de soledad, de vacío y depresión. Para tratar de defenderse del impacto de sus sentimientos, para eliminar o reducir la rabia por las limitaciones, para remediar el sentimiento de ser heridos y rechazados y para mantener un mundo infantil de cosas idealizadas. Trata de aliviar la falta de sentido de metas y de valores personales.
El gran mérito del paciente adicto es el doblegar la negación y reconocer que está enfermo, lo cual podría significar una herida narcisista, seguida de el tener que admitir que necesita de alguien más, que no puede solo, hechos que son aterradores, pues la forma en que suelen regirse es con el estandarte de omnipotencia, siendo aplanados afectivamente ante cualquier señalamiento de su adicción.
Kernberg (1975) describe diversas dinámicas objetales en la adicción: puede reemplazar a una imago parental en la depresión, o a una madre toda bondad en una personalidad borderline, o puede alimentar un sentimiento grandioso del self en el narcisismo. Todo va a depender de la historia previa del paciente, siempre relacionada con el tipo de relaciones, vínculos que ha establecido con su familia.

  1. es un paciente de 16 años, proviene de un nivel socioeconómico medio, consume alcohol, inhalantes, cocaína. Con respecto a su vida familiar, conoció a su padre biológico hasta los 6 años, refiriendo sentir coraje por éste y actualmente sin tener una relación con él, fue criado por su madre y abuela materna, un pretendiente de su madre le dio el apellido para registrarlo, refiere que su madre le genera “pena y desesperación”, por la descripción que hizo de ella parece una adolescente que sale con sus amigas, se va a tomar, tiene novios, etc., siempre ha facilitado permisos para K., así como dinero, K. considera que llegó a ver a su madre como bondadosa por ser “complaciente” y disfrazar las verdaderas necesidades de K. encubiertas por la falta de identidad de su madre, así como la menciona Kernberg, lo que facilitó a K. a refugiarse en las drogas.

El paciente adicto careció de los cuidados y protección que proporcionan los padres desde la temprana infancia, por lo que no desarrolló la capacidad de controlar los afectos, así como no introyectó el autocuidado. Debido a que carecen de estas capacidades, las personas adictas no pueden regular la autoestima o las relaciones, ni cuidar de sí mismos.
La vivencia de abandono, provoca intensos estados emocionales, que culminan con la nueva aparición del objeto tranquilizador, conduciendo a la disociación afectiva, la negación y el contacto que restaura la fantasía de fusión y simbiosis (Musacchio de Zan A. & Ortiz A., 2000).
El que no se haya provisto en su infancia de los elementos que conformarían su estructura psíquica a modo de tener una salud lo más sana posible, hacen un cúmulo de emociones que se van manifestando con severos comportamientos hostiles, suelen ser muy irritables e intolerantes con quienes los rodean, viviendo en constantes reclamos, porque parece que siempre está presente la insatisfacción, otra manifestación del impulso en la adicción es por medio de la práctica del cutting o realizarse tatuajes, lo que delimita el dolor físico y psíquico.
Le Poulichet (1987) dice que son sujetos maníacos que encuadran también dentro de algunos tipos de psicosis y neurosis. El sujeto toxicómano neurótico es un individuo que utiliza la droga para evitar una realidad, no para elaborarla y transformarla como sucede con el psicótico como tal. Son muy comunes los casos en que el sujeto se intoxica para tratar ciertas situaciones, un grupo de gente nueva, una ceremonia. La timidez, antes o después del consumo de drogas, es un rasgo muy marcado en este tipo de personalidades.
Me vino a la mente un paciente, que específicamente en una ocasión, que era la boda de su hermana, previo al evento, ingirió alcohol y otros químicos por varios días, desapareciéndose de sus familiares, hasta el día de la boda lo contactan cuestionándole si asistiría, refirió introdujo a su cuerpo un coctel que lo dejó como “nuevo” para poder presentarse a la boda. Es evidente en éste ejemplo como el paciente estaba evadiendo una situación en la que estaba involucrado y considerado familiarmente, y que estaba eludiendo esa realidad que parecía incomodarle, creando una realidad psíquica nueva y placentera.
El paciente adicto tiene una intolerancia a los afectos, a la cercanía emocional y física, le da miedo relacionarse, sentir, evade el tener que involucrarse con terceros, deseando que el único que existe y todo merece es sólo él; como éste personaje de la mitología griega, ¿lo recordarán?, hablo de Narciso, producto de un acto agresivo, su madre quería saber el destino de su hijo, consulta a Tiresias quien dijo: “vivirá muchos años si él no se ve a sí mismo”. En el tema de adicciones, la personalidad o rasgos narcisistas son predominantes, la persona tiene depositadas sus catexias en sí mismo, la concepción que se tiene del narcisista es “amarse a sí mismo”, que en esencia es destruirse a sí mismo.
Una persona adicta, todo gira en torno a sí mismo, el poder ser parte de un mundo externo le es muy complicado, refugiándose en su mundo interno, es como si viviera en una burbuja que primero es frágil, de jabón, que podría ser los inicios de la adicción, después va reforzando esa burbuja, ahora es de látex, un material más resistente al jabón, aún transparente para poder seguir viendo lo que rodea, la adicción se va fortaleciendo, cuando la burbuja se convirtió en vidrio, un material más pesado pero aun frágil, el toxicómano se siente seguro, a la persona adicta le satisface el placer que le genera el poder huir del mundo en que está, el detonante es cuando ese vidrio no se cuida, hasta que se quiebra y la persona queda sin esa protección.
Las adicciones se rebelan, así como una carencia en elaboración psíquica y una falta de simbolización, las cuales están compensadas por un actuar de índole compulsivo, que pretende reducir el dolor psíquico por el camino más corto, (McDougall, 1972).
Freud (1915), encontró similitud entre la intoxicación alcohólica y los estados maníacos; la intoxicación no sólo produce en la mayoría de los casos una sensación de bienestar transitorio, ya que una vez pasado este episodio el sujeto toxicómano experimenta un sentimiento de hundimiento, de pérdida de voluntad y de tristeza que provoca la compulsión a la repetición.
Es como se va conformando la adicción, comúnmente se empieza por “curiosidad” a experimentar algo “nuevo”, pero para que haya esa necesidad, la persona está viviendo alguna situación, emoción o sentimiento que lo sobrepasan y para hacerlos a un lado requiere de los efectos de las drogas, es como la persona se hace adicta, llegando a considerar la evasión de esa realidad como un triunfo, porque llega el momento en que el grado de adicción es tal, que la persona no puede estar sin los efectos de la droga, desarrollando una tolerancia cada vez mayor, en ese “viaje” en el que el deseo es no regresar, o sea morir para no tener que aterrizar en la realidad.
El objeto de la adicción es investido de cualidades benéficas, es decir del amor. Las adicciones graves son una tentativa de supervivencia psíquica a fin de salvaguardar un sentimiento de integridad del yo. En realidad, sufre una invasión por la pulsión de muerte, se trata como en las conductas suicidas de una fantasía de fusión con un objeto que falta en este lado de la vida (McDougall, 1987).
Estructuralmente el yo del adicto es débil y no tiene la fuerza necesaria para encarar el sufrimiento y la depresión y con facilidad utilizan los mecanismos maniacos, pero la reacción maníaca se puede alcanzar sólo con la ayuda de las drogas, dado que es necesario cierta fortaleza del yo para producir la manía (Rosenfeld, 1960).
Freud, en Esquema del psicoanálisis (1938), menciona que todo lo que una persona posee o logra, todo remanente de la omnipotencia infantil que la experiencia no ha destruido, aumenta la autoestima. Ésta se encuentra íntimamente relacionada con la libido narcisista, no ser amado disminuye la autoestima mientras que ser amado la aumenta.
El papel que los cuidadores primarios tienen en la educación de sus hijos es primordial para cualquier persona, en los pacientes adictos hay patrones que se repiten constantemente, por sólo mencionar algunos, condición socioeconómica, familias disfuncionales (padres separados, divorciados), madres solteras, alguno de los padres es adicto (o los dos), etc., lo que a su vez nos hablaría de la importancia del medio ambiente (el entorno) en su desarrollo.
Kalina (2000) considera, que aquellos que serán adictos se desarrollan en un ambiente social y/o familiar lleno de contradicciones en un nivel conceptual de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”, conducta inductora por excelencia, que lleva, por ejemplo, a fumar y/o beber impulsivamente ante cualquier situación ansiogena, a consumir fármacos ante cualquier dificultad de la vida, al mismo tiempo que se expresa verbalmente que “no hay que usar drogas”.
Recordé a B. un paciente de 18 años, proveniente de un nivel socioeconómico bajo, se muestra tímido, casi no habla, el gesto de su cara parece que siempre está molesto, no sonríe, se interna en una clínica de rehabilitación “porque su madre ya estaba sufriendo mucho”, la relación con sus padres es casi nula, su padre es alcohólico, B. la mayor parte del día lo pasaba en la calle con “sus amigos” con quienes compartía consumir, forma de pensar y hasta de vestir, tiene novia, y está embaraza, cuando relata esto se nota aplanamiento afectivo, sin embargo, pudo decir estar preocupado por el nacimiento de su hijo. B se ha refugiado en grupos de pandillas, donde lo han hecho sentir que pertenece, a diferencia del distanciamiento que hay con sus padres.
Mientras está intoxicado, el adicto también ataca la realidad, fundamentalmente suprimiendo sus límites, tales como las fronteras del tiempo, líneas entre objetos, límites entre conceptos y bordes entre lo interno y lo externo. Wurmser concibe esta acción como “un ataque a las bases silogísticas de la racionalidad, algo muy similar a la psicosis” (Wurmser, 1984).
Para los toxicómanos la droga es un “objeto simbólicamente ideal” (Klein, 1932) que adquiere particular intensidad entre aquellos individuos que se encuentran fijados a su objeto primario de los tres primeros meses de vida, representado en el “pecho bueno – pecho malo” de la posición esquizoparanoide (1946). En esta posición el estado del Yo es esquizoide: débil, frágil y desorganizado. Es así que la droga puede simbolizar tanto el pecho bueno como el pecho malo. En el primero de los casos el adicto la utiliza para producir estados de modorra que conducen al sueño. En el segundo la droga simboliza una identificación con los objetos malos, destructivos y persecutorios, la droga pasa a formar parte de aquellos estados de agresión, de enfado y de insatisfacción en los adictos.
La relación con la madre, tiende a ser uno de los principales motivos, sino es que el principal por el que los pacientes adictos, inconscientemente llegan a ésta enfermedad, la madre en la infancia no fue lo suficientemente buena como diría Winnicott, sin ser capaz de transmitir ese amor que refieren sentir, es la madre quien acompaña al paciente en su tratamiento y la primer relación objetal que está fragmentada, existe ambivalencia, el paciente hacía la madre es a quien primero  reclama, pero a la vez es la madre una motivación de cura.
Conclusiones
En el mundo de las adicciones, cada paciente es único, con su historia de vida personal, aunque las justificaciones para consumir generalmente sean las mismas, refiriendo soledad y dinámicas familiares particulares.
La agresión es primero a la propia persona, exponiéndose física y emocionalmente, pareciendo un castigo a sí mismo por no poder afrontar lo que le rodea externa e internamente; también se agrede a quienes rodean, con la indiferencia, con preocupación, con impotencia; así como los objetos primarios agredieron a la persona adicta sin abastecerlo de los elementos necesarios para que su yo se fortaleciera lo necesario.
El paciente necesita luchar para ser consciente de lo que realmente quiere, en lugar de permanecer dominado por las respuestas adictivas, los conflictos y vulnerabilidades con respecto a la reafirmación del self y la dificultad de tolerar la impotencia cuando sería necesario hacerlo, esto tiene su origen en experiencias de la infancia que necesitan ser recordadas y elaboradas en el tratamiento.
Es necesario, intentar llenar ese vacío con contenidos libidinales para poder sentir contención y de ahí pretender dejar la droga.
 
Bibliografía

  • Freud, S. (1915). “La represión”. Vol. I, Obras Completas. Buenos Aires.
  • Freud, S. (1938) “El esquema del psicoanálisis”, Vol. XXIII, Obras Completas. Buenos Aires.
  • González, Amapola; González, Avelino; Toscano, Sergio & Vega, Luis A.  (1974): La agresión en el narcisismo. Versión original en Gradiva, Revista de la Sociedad Psicoanalítica de México, vol. I nº 1, 1980: pp. 15-26. Versión revisada en Obras de Avelino González Fernández, Pionero del Psicoanálisis en México (2011). Andrés Gaitán González & Abigail Cobar López, compiladores
  • González, J. (2008) “Psicoanálisis y Toxicomanía”. Revista de Psicoanálisis, Psicoterapia y Salud Mental, vol. 1 núm. 4.
  • Kalina, E. (1997) “Temas de drogadicción”. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires.
  • Kalina, E. (2000) “Adicciones”. Páidos, Buenos Aires.
  • Kernberg, O. (1975). “Borderline Conditions and Pathological Narcissism”. Aronson, New York.
  • Klein, M. (1932). “El psicoanálisis de niños”, Hormé, Buenos Aires.
  • Klein, M. (1946). “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”, en Obras completas, vol. III, Buenos Aires, Páidos.
  • Le Poulichet S. (1987). “Toxicomanías y psicoanálisis”. Amorrortu, Buenos Aires.
  • Mc Dougall, J. (1987). “Teatros de la mente”. Tecnipublicaciones, Madrid.
  • Musacchio de Zan A., Ortiz A. (2000) “Drogadicción”. Páidos, Buenos Aires.
  • Rosenfeld, H. (1960). “Sobre la adicción a las drogas en estados psicóticos”, 2ª ed., Hormé, Buenos Aires.
  • Wurmser, L. (1981). “The Mask of Shame”. Baltimore, Johns Hopkins Press.

 
 
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