Impacto del género en la elección de analista

Autora: Jessica Álvarez

 

La psicoanalista Mariam Alizade en el artículo “Persona, Sexo y Género” (2008) relata lo siguiente: “Dice una paciente: ¨nunca me voy a analizar con un hombre, mi padre era muy violento¨. Debido a una lógica equivocada, la paciente generalizaba el aspecto amedrentador y lo proyectaba en ´todos los hombres´. La representación de género había sido deformada por experiencias traumáticas”.

Al leer esto, vinieron a mi mente gran cantidad de casos en los cuales, los pacientes hacen una petición específica; al solicitar una referencia, respecto al sexo del analista. Así mismo, me hizo recordar a una paciente que llegó conmigo a tratamiento, después de haberse entrevistado con 2 analistas varones, diciéndome: “Definitivamente me siento mejor aquí, sabía que podía confiar mucho más en una mujer y que me ibas a comprender, ellos nunca logran captar los sentimientos como nosotras”.

Al escuchar esto, leer dicho artículo y recordar diversos casos en los que la elección del analista era determinada por su sexo, me surgieron las siguientes interrogantes: ¿Impacta el sexo del analista sobre el fenómeno transferencial?, ¿Interviene el aspecto cultural de “género” en la elección del analista? ¿El analista tiene género? y ¿Por qué existe mayor demanda hoy en día, en la elección de analista mujer?

Antes de adentrarnos al tema propuesto y la investigación teórica, me gustaría definir el significado de género y sexo desde la línea en la que abordaré este escrito.

El término “género” circula en las ciencias sociales y en los discursos que se ocupan de él con una acepción específica y una intencionalidad explicativa. Dicha acepción data de 1955, cuando el investigador John Money propuso el término “papel de género” [gender role] para describir el conjunto de conductas atribuidas a los varones y las mujeres. Pero fue Robert Stoller el que estableció más nítidamente la diferencia conceptual entre sexo y género en un libro dedicado a ello en 1968 basado en sus investigaciones sobre niños y niñas que, debido a problemas anatómicos, habían sido educados de acuerdo con un sexo que no era fisiológicamente el suyo. Stoller menciona que el “sexo” se refiere al hecho biológico de la diferenciación sexual, mientras que el “género” guarda una relación con los significados que cada sociedad atribuye a esa diferenciación. De manera amplia podría aceptarse que son reflexiones sobre género todas las relacionadas, a lo largo de la historia del pensamiento humano, con las consecuencias y los significados que tiene pertenecer a un determinado sexo; es decir, formulaciones de género.

Una vez explicados los conceptos, retomo la siguiente interrogante: ¿Impacta el sexo del analista sobre el fenómeno transferencial? Si es así ¿de qué depende y en qué intensidad podría impactar en el proceso analítico?

Entendemos por trasferencia un género especial de relación respecto de una persona a otra; es un tipo característico de relación de objeto. Lo que la distingue principalmente es el tener por una persona sentimientos que no le corresponden y que en realidad se aplican a otra. Fundamentalmente, se reacciona ante una persona presente como si fuera una del pasado. Por lo tanto, es una repetición, una reedición de una relación objetal y primordialmente un fenómeno inconsciente. (Freud, 1905a, p. 116; 654). La frustración de los instintos y la búsqueda de satisfacción son los motivos básicos de los fenómenos de trasferencia.

Otro método práctico para designar un tipo particular de fenómeno de trasferencia es nombrarlo de acuerdo con la relación de objeto de la primera infancia a que debe su origen. Así podemos hablar de una trasferencia paterna, materna, fraterna, etc. Esta designación significa que la reacción de trasferencia del paciente la determinan de modo predominante sus sentimientos e impulsos inconscientes hacia el padre, la madre, hermanos, entre otros. En el curso de un análisis, la representación de objeto que determina la reacción de trasferencia sufrirá cambios a medida que avanza la labor analítica.

Aunado a esto, considero que la persona “analista” también influye en la índole de la figura que colorea la reacción de trasferencia. Sobre todo, con las reacciones de trasferencia al comienzo del análisis. Greenson (1976) menciona, “yo he observado que la mayoría de mis pacientes reaccionan conmigo como con una figura paternal en sus primeras reacciones de trasferencia y en la primera fase de su neurosis de trasferencia. Más adelante, aparecen menos decisivos el género y la personalidad”.

En relación a este planteamiento podemos decir que el sexo del analista sería factor personal a considerar ya que no es voz descorporizada y sus características femeninas o masculinas son plenamente percibidas y de innegable influencia en el campo transferencial a partir del momento en que el paciente consulta.

Pero ¿De qué depende la intensidad de la influencia del sexo del analista en los procesos transferenciales?

Durante algún tiempo se creyó que no existían diferencias significativas en que un paciente fuese tratado o abordado por un terapeuta de sexo contrario; pero desde una perspectiva psicoanalítica el sexo del terapeuta puede ser un disparador de las relaciones objétales, en especial en el terreno de la transferencia erótica, que según lo planteado por Villalba (2004), suele ser más común en el caso de un paciente hombre y una analista mujer.

El cambio experimentado por el antiguo paradigma de estricta abstinencia y neutralidad se vuelve francamente notorio cuando se trata de temas, tales como la influencia del sexo del analista como un aspecto de su persona que puede llegar a incidir en la estructuración del campo del análisis. A grandes rasgos aceptamos que sea cual fuere la composición genérica de la díada analítica podrán desarrollarse durante el tratamiento tanto transferencias maternas como paternas, así como revelarse conflictivas de carácter edípico y pre-edípico. (Bichi, 2002), (Bonasia, 2003). Sin embargo, Bollas (1987) dice: “Nuestra presencia es una acción y el paciente responde a ella ya sea de modo directo o en formas más sutiles”. En el caso de pacientes con patología graves (más aferrados a lo concreto y por ende con una deficiente capacidad sublimatoria), el sexo del analista puede influir en el desarrollo de fuertes transferencias de carácter erotizado o perverso, y como diría Winnicott (1958), “no representamos el objeto sino que somos el objeto”. Además, su mundo está lleno de objetos parciales que introyectan y proyectan en sus intentos de construir o reconstruir sus relaciones de objeto perdidas (M. Wexler, 1960; Searles, 1963).

En pacientes con estructura neurótica, la variedad y heterogeneidad de las proyecciones llevan a una menor importancia del sexo real del analista, aun así, las cualidades y actitudes propias de cada sexo pueden tener cierta influencia en el proceso transferencial. Estos pacientes saben que el analista es su analista y no su padre. Es decir, el neurótico tal vez reaccione temporal y parcialmente como si el analista fuera idéntico que su padre, pero intelectualmente puede distinguir con claridad al analista de sí mismo y de su propio padre. En términos clínicos, el paciente neurótico es capaz de separar su Yo que siente y experimenta de su Yo observador. Puede hacerlo espontáneamente o puede necesitar la ayuda de las interpretaciones del analista. Una reacción de trasferencia en los neuróticos es una relación en que entran tres personas enteras: un sujeto, un objeto del pasado y un objeto actual (Searles, 1965).

Debido a lo anterior, concuerdo con el planteamiento de la psicoanalista Chasseguet-Smirguel (1984) quién sostiene, que el efecto del género en los analistas probablemente sea mayor con pacientes más regresionados, que tienen noción menos segura de su identidad sexual y que, por lo tanto, necesitan aferrarse más concretamente a la realidad del sexo del analista como elemento organizador.

Ciertamente, las reacciones transferenciales más tempranas tienden a ser influidas por el sexo del terapeuta, así como por otros factores de la realidad. Por ejemplo, la autora Helene Meyers nos refiere en su artículo “Expectativas y elección de un analista hombre o mujer”, que muchos de sus pacientes, de cualquier sexo, empiezan con una fuerte reacción transferencial materna; sea una imagen materna punitiva, invasora, hostil, amorosa o seductora. Y que sólo más adelante se le responde como objeto paterno. Lo cual, concuerda con lo antes propuesto por el psiquiatra y psicoanalista Ralph Greenson ya que ambos (Meyers y Greenson) siendo del sexo contrario observaron similitud en las reacciones transferenciales al inicio de la labor analítica.

Tomando como punto de partida el primer contacto del paciente con su terapeuta, el sujeto se hará una idea general de la persona que tendrá al frente, basándose en la información que tenga a su alcance. El sexo el analista será en este punto un factor que entrará en juego y el paciente construirá dicha idea, de acuerdo a aquellas características que culturalmente se han asignado para cada sexo, es decir, el género.

Esto nos lleva a otra de las interrogantes al inicio planteadas. ¿De qué manera interviene el aspecto cultural de “género” en la elección del analista?

Retomando a Bandura (1986), el postulado acerca del aprendizaje social, es sumamente explicativo para abordar este punto. Él nos explica que los niños son moldeados hacia ciertas conductas típicas según el sexo, sus conductas masculinas o femeninas son premiadas o castigadas de acuerdo a si concuerdan o no con los cánones socio- culturales según el sexo correspondiente. Esto dentro de la relación terapéutica, se evidencia en el contraste que se puede generar en algunas circunstancias donde los consultantes, cuyos valores sociales y esquemas culturales son distintos a los del terapeuta, o la construcción de género (masculino- femenino) del posible analizando, pueden dificultar la interacción analítica. Todos estos aspectos son relevantes, ya que la conducta de género, varía entre culturas y posee patrones específicos de comportamiento que influirán en la elección del analista y por ende en la relación terapéutica.

Por ejemplo, las mujeres analistas posibilitan un mayor acceso a las transferencias de carácter pre-edípico, si tenemos en cuenta que esta etapa se centra en la relación con la madre y los cuidados que ella provee a su hijo. Se puede pensar que un paciente (ya sea hombre o mujer) acuda a una terapeuta buscando dichos cuidados maternales que culturalmente son asignados al género femenino. A pesar de esto, es importante resaltar el hecho de que este tipo de transferencias dependerá del perfil estructural y caracterológico propio del paciente.

Meltzer llamó transferencias preformadas a las transferencias del comienzo del tratamiento, cuando no hay conjeturas, hay juicios y convicciones que son expresiones clínicas resistenciales que deberán ser interpretadas para que surjan y se desplieguen movimientos transferenciales que no obstaculicen el proceso analítico.

Por su parte, la psicoanalista Piera Aulagnier (1980) habla de cuatro momentos muy diferentes entre sí en un tratamiento psicoanalítico: el “antes” del encuentro con el analista, el prólogo, el análisis y el “después” del análisis. Siendo el primer momento entendido como la “transferencia anticipatoria”, en el que ella menciona que efectivamente, cuando un paciente decide consultar a un analista podemos suponer que subyace a esta demanda de análisis, todavía incierta y poco clara, un sufrimiento psíquico, una angustia que lo desborda y que dicho paciente no llega a nosotros en blanco, sino cargado de expectativas y de preconceptos, de fantasías de enfermedad y fantasías de cura. Simplemente al elegir un analista, lo hará a partir del “valor de estímulo” de su posible analista. No será por ello lo mismo, en sus motivaciones y expectativas conscientes e inconscientes, que el analista sea joven o viejo, mexicano o extranjero, hombre o mujer. Ese “valor de estímulo” conlleva inevitablemente la ilusión de una “objetividad” influenciada por su entorno cultural. Esto lo podemos ejemplificar con lo formulado por mi paciente al comenzar el tratamiento, en donde desde un inicio, los analistas varones fueron vistos de manera estereotipada con roles de género masculino, construyendo una imagen con características como: frialdad afectiva y poca capacidad de escucha y empatía. Depositando en mí; analista mujer, un “valor de estímulo” con roles socialmente asignados al sexo femenino.

Esta transferencia anticipatoria se iniciará, pues, para el paciente, apenas le hayan recomendado un analista. Se confirmará con la primera llamada telefónica que disparará componentes del vínculo analítico una dimensión fantasmática anticipatoria. Estos fantasmas recibirán su primera confrontación con la realidad objetiva en la primera entrevista que se fije. No debemos olvidar que no sólo somos quienes, como analistas, “observamos” a nuestro paciente para conocerlo, sino que toda entrevista preliminar se constituye en una observación y conocimiento bilateral.

Por lo que en este momento inicial y en función de todos los imaginarios con los que el paciente llega a formular una demanda analítica, la dimensión de género tendrá un cierto peso en la elección del analista.

Dirán muchos colegas, que en la etapa en que la transferencia ya está instaurada, poco importa el género del analista, su identidad como hombre o como mujer. Llegado a ese punto, en plena transferencia, el analista ya carecería de identidad sexual. Sin embargo, dentro de esas características “objetivas”, que denominamos “valor de estímulo”, considero que la condición de género del analista lejos está de resultar indiferente para el paciente ya que la forma de anticipación transferencial por parte del futuro paciente en relación con el género, crea una expectativa que proviene de fantasías inconscientes y de formulaciones de género culturales. Por ende, la mirada respecto al género del analista y las expectativas depositadas en el mismo, podrán jugar un rol a considerar en la elección del analista hombre o mujer.

Es relevante destacar que cuantas más exigencias tiene el paciente para elegir analista, más difícil va a ser su análisis; pero es algo que depende de la psicopatología del paciente, no de la pareja analítica. Así mismo, pienso que la idea de la pareja analítica lleva, a veces, a un tipo de selección singular. Por ejemplo, si un homosexual latente o manifiesto prefiere a un analista de su sexo o del sexo contrario, o que un hombre envidioso rehúse tratarse con un analista de prestigio, son problemas que deben resolverse dentro del análisis y no antes.

Pero, ¿qué sucede cuando ya se ha iniciado el proceso analítico, el analista conserva su género?

Cuando uno toma un paciente, debe pensar que toma muchos pacientes, y que este “muchos pacientes”; que es el paciente en realidad, nos exigirá que seamos todos los analistas posibles.

Como en una obra teatral de múltiples escenarios. Analista y paciente representan montajes diversos en los cuales se adjudican recíprocamente roles, fantasías, deseos y proyecciones.   El analista puede ser pensado como una persona-collage, una figura combinada. Antes que varón o mujer, es una persona dispuesta a cumplir una tarea específica sanadora. Los analistas experimentados no solo poseen flexibilidad genérica y una cierta bisexualidad lúdica, sino que a la regresión del paciente responden con una cierta auto-regresión que les permite, como en el modelo freudiano, hacer un camino regrediente facilitador de la percepción del inconsciente del paciente.

Debido a esta labor, el analista no se convierte en padre, madre o hermano. Pero sí ocupa, como en un teatro, el rol asignado. Recibe un golpe de proyección en dirección a una función y a un sexo-género. En este punto interviene el sexopsíquico de la fantasía, por lo que la asunción del género transferencial requiere por parte del analista:

  • capacidad lúdica
  • flexibilidad psíquica
  • amplia tolerancia contratransferencial.
  • capacidad de transexualidad operativa.
  • Metamorfosis momentáneas.  

Es decir, el analista modifica transitoriamente su género y el firme sostén del mismo, en su identidad nuclear, le permite trasponer el umbral de su identidad de género propiamente dicha y ejercer en algunos momentos una cierta transexualidad operativa. Habrá de pensarse, expresarse e interpretar como si perteneciera al otro género.

El sexo, como la edad, los orígenes o los intereses del analista forman parte de un todo que se ofrece para iniciar el intercambio transferencial. Como sostiene H. Meyers (1994), “la importancia del sexo es pues relativa y en un análisis integral probablemente poco impacte el sexo del analista en la labor analítica, una vez establecida la transferencia”.

En relación a nuestra última interrogante sobre el incremento en la elección de analistas mujeres, considero relevante reflexionar acerca del cambio histórico en la elección de los pacientes para iniciar tratamiento con analistas del sexo femenino, partiendo de que en épocas pasadas, los pacientes solían preferir a los hombres como analistas ya que estos eran mayormente respetados como profesionales. Los hombres eran doctores “verdaderos”. Las mujeres eran devaluadas y no se confiaba en ellas, por lo mismo, existía una menor cantidad de terapeutas del sexo femenino.

Así mismo, creo que las razones para evitar comenzar un tratamiento con una analista mujer; en algunos casos, me parece que pudo y puede deberse al temor a la revancha por parte de la madre edípica competitiva o el castigo punitivo de la madre preedípica egoísta. En cambio, la elección de un analista varón puedo ser influida por deseo de unión exitosa con el padre edípico,

Lester (1985) indicó que existe una escasez de materiales referentes a la transferencia erótica en los pacientes masculinos con analistas femeninos y que ésta puede deberse a la ansiedad del analizando masculino con respecto al poder del analista femenino pudiendo dar resultado a una resistencia formidable ya que el paciente puede vérsela como una madre preedípica fálica que hace interpretaciones “penetrantes”, y de esta forma, el paciente puede percibirla como peligrosa. Evitando iniciar un proceso analítico con una analista mujer.

Por su parte, Wrye (1989) ha descrito el horror del paciente masculino cuando experimenta una transferencia erótica materna temprana ya que puede sentir pánico y terror a causa de la amenaza agregada de la difusión de los límites y la pérdida de la identidad sexual separada, que se presenta por medio de la atracción erótica regresiva hacia la madre preedípica.

Sin embargo, hoy en día más individuos acuden a tratamiento con analistas mujeres, ya sea por su propia cuenta o por referencia de otros terapeutas. En mi opinión, esto puede deberse a factores socio-culturales y a un replanteamiento respecto al género femenino. Por ejemplo, existe un mayor número de analistas mujeres, las mujeres están gozando de un mayor prestigio profesional y la relación entre mujeres ha adquirido una nueva importancia y significado.

En contraparte, el género masculino ha tomado; en cierta medida, otra dirección. Esto a consecuencia del gran número de casos sobre violencia de género en donde el hombre juega el papel de agresor ya sea con niños o con mujeres; en su mayoría. Por ende, es común escuchar que las mujeres o padres de familia, decidan elegir a una analista del sexo femenino ya que esto les genera mayor confianza.

Para concluir, algunos continuadores de Freud, tienden a acordar que las características únicas, personales de cada analista, así como sus actitudes en el ámbito de la situación analítica y más allá de sus interpretaciones u otras intervenciones – la llamada ¨persona real del analista¨- influye en el proceso transferencial con cada analizando, pudiendo ya sea favorecer o perturbar el desarrollo del proceso analítico.

Sin embargo, es muy común en el ámbito analítico decir que la transferencia del analizando puede ser multifacética ya que el analista va ocupando durante el proceso, distintos roles transferenciales. Es decir, el “sexo- género” del analista no limitará ni impactará al tratamiento de manera significativa ya que, a largo plazo, en un análisis integral no importa si el analista es hombre o mujer debido a que este se des-genera o des-sexa en forma temporaria e invisible en favor de la labor analítica.

Por mi parte, considero que el sexo del analista será un factor que difícilmente se podrá ignorar y que en un inicio, el hecho de que el paciente se enfrente a un analista mujer u hombre, tendrá cierta influencia sobre el desarrollo del análisis, más no impactará de manera significativa. Esto dependiendo de la patología de cada paciente, del trabajo del analista y de la mirada socio-cultural sobre género del posible analizando.

 

Blibliografía

 

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