hand-1432003Por: Amapola Garduño
“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres” Simone de Beauvoir
Este mundo es y ha sido para los hombres. La mujer, en tanto ha sido vista como un ser incompleto, débil y carente, no tiene más que aceptar su deplorable realidad y asumir la idea de que su existencia misma está condenada a situarse siempre en una posición de inferioridad. Existe un desprecio por el hecho mismo de ser mujer. La mujer ha sido concebida como un ser frágil, lábil, falto de inteligencia, enfermo y en estado de dependencia, por lo tanto, ser mujer significa estar en falta, en desventaja, nacer imperfecto, así que no le queda más que resignarse y renunciar a su deseo. ¿A qué podría aspirar la mujer? ¿qué lugar ocupa la mujer? ¿cuál es su deseo? ¿de dónde proviene dicha desvalorización tan profunda? ¿tendrá realmente sus raíces en la diferencia anatómica de los sexos o será cultural, social…?
Marika Torok (1999) menciona que “La mujer se encuentra desprovista de pene y al no tener pene se vive en un perpetuo estado de castración, lo cual es su destino”. Existe un exacerbado deseo de poseer aquello de lo que la mujer se cree privada por el destino, o por su madre. Lo anterior refleja una insatisfacción fundamental y un desprecio atribuidos a la condición femenina. Este estado de deseo de obtener algo de lo cual la mujer carece se traduce en lo que en Psicoanálisis denominamos “envidia de pene”.
Situémonos en la etapa genital primaria, en donde, como sabemos, los órganos genitales tienen un papel fundamental, los niños se percatan de la diferencia anatómica sexual que hay entre ellos. De acuerdo con Freud el simple hecho de que la niña descubra el sexo del niño ya es razón suficiente para suscitar envidia y de manera análoga odio a la madre, la cual es considerada como la responsable de su estado de castración. La envidia de pene es el elemento fundamental de la sexualidad femenina, con lo cual se ha querido pensar que la falta de pene, sentido como carencia e incompletud, son elementos definitorios de la femineidad: soy mujer en tanto castrada y no me queda más que envidiar al otro.
Pero ¿qué implica sentir envidia? Remitiéndonos a la valiosa tesis de M. Klein, la envidia es “un sentimiento enojoso de origen constitucional que surge contra una persona que posee algo deseable que uno no posee presentándose entonces, el impulso, de quitárselo o dañarlo”. La envidia se remonta a la relación más temprana y exclusiva con la madre, durante la cual el primer objeto es el pecho (Laplanche J. y Bertrand Pontalis J.1996). Si la niña se siente lesionada cuando se compara con el niño y desea poseer aquello de lo cual fue desprovista y por lo tanto siente envidia, presentará el impulso agresivo de dañarlo y arrebatarle aquello de lo que carece, el pene. Así, la envidia de pene permite a la niña entrar en la conflictiva edípica en donde, como sabemos, tiene cabida la angustia y el miedo a la castración.
Parafraseando a Susana Velasco (1990), se entiende por angustia de castración al estado interno de elevado displacer que aparece como respuesta ante la amenaza, real o fantaseada de un tercero, usualmente alguna de las figuras paternas, y como resultado de los deseos sexuales dirigidos a un segundo elemento de la relación triangular, por lo general, el progenitor del sexo contrario, tratándose del Edipo positivo. “Freud situó a la castración como una de las fantasías originarias del ser humano, la cual surte efectos psicológicos aunque no sea llevada a cabo físicamente, no obstante, la angustia de castración y el complejo de castración adquieren matices diferentes en los varones y en las niñas”.
Freud (1924) en su artículo “El final del Complejo de Edipo” afirma que la angustia de castración no se presenta igual en la niña que en el niño debido a que ésta ya ha sido desprovista de pene y, por lo tanto, no tiene más que perder. A esto mismo se atribuye que el superyó de la mujer sea débil y dependiente, en tanto el del varón posee las características contrarias; pues es gracias a la introyección de la autoridad paterna, con sus correspondientes prohibiciones y leyes que se forma el superyó de éste. El de la niña, en cambio, quedará constituido gracias a la internalización de otro tipo de prohibiciones; siendo el temor a no ser amada, el equivalente al miedo a la castración. El complejo de castración tiene como resultado que la niña en la etapa edípica abandone su actividad fálica y por consiguiente la masturbación.
De acuerdo con la cita anteriormente expuesta, la mujer ejercerá una función pasiva en su relación con el otro, dependerá de éste en tanto ser frágil y se someterá al otro por temor a perder su amor, asimismo, la femineidad, de acuerdo con Freud, es secundaria al complejo de Edipo, debido a que en un inicio la sexualidad de la niña posee un carácter completamente masculino. No existe conocimiento de la vagina, únicamente reconoce las sensaciones de su clítoris, entendido como “pene hipotrofiado”. Lo anterior significa que ese ser llamado “niña”, nacido con tendencias masculinas y con pene defectuoso e impotente, no tiene más que resignarse y devenir femenino.
Con lo anterior, se puede observar que la femineidad ha sido comprendida a partir de lo masculino. Dicha falta que caracteriza y define al sexo femenino nos ha obligado a condensar en el pene un complejo discurso inconsciente. No es casual que sea precisamente el pene, ausente en la anatomía de la niña y por lo tanto inaccesible, el que se haya investido de valores. Por otro lado, existe una parte vedada en el discurso de la niña que engloba todo un deseo que debe sacrificar (Velasco S., 1990). Sin embargo, dicho deseo debe generar una profunda amenaza en el psiquismo de la niña, lo cual a modo de defensa, debe ser desplazado a una figura inaccesible que proteja a la niña de satisfacer su deseo. ¿Pero de qué deseo estamos hablando? ¿Será acaso el deseo y a la vez el temor de poseer e incorporar el pene paterno?
Dicho deseo podría englobar múltiples contenidos, lo que sabemos es que genera en la niña una enorme amenaza y a la vez una profunda atracción. Ese deseo propio de la niña puesto en el pene, conlleva a su idealización, debido a que la niña condensa en dicho órgano aquello de lo que en sí misma se vive como desprovista. Por lo tanto, como menciona Velasco S. (1990) la envidia de pene engloba la envidia de un pene idealizado.
¿Por qué se idealiza al pene? Marika Torok (1999) menciona que “numerosas mujeres se hacen la fantástica idea de un órgano masculino dotado de cualidades extremas, como: potencia infinita, bienhechor o malhechor, garantizando a su poseedor seguridad y libertad absolutas, así como inmunidad ante cualquier angustia y culpabilidad, procurando placer, amor y realización de todos los deseos. Cuando se tiene el pene, se tiene todo, uno se siente protegido, nada puede perjudicarnos. Aquellos que tienen pene nunca pueden caer en un estado de necesidad ni de falta de amor, sin embargo, la mujer permanecerá en un estado de desgracia y de carencia”. Es significativo que todos estos atributos de valor, plenitud, integridad y potencia estén simbolizados por el órgano sexual masculino: lo potente, lo poderoso y lo sublime, es decir, atributos fálicos, pertenecen a lo masculino y, más concretamente, al pene.
Hasta ahora se ha mostrado al lector, haciendo alusión a la teoría psicoanalítica, la desventajosa posición de la mujer en tanto ser incompleto, carente y castrado. Sin embargo, surge la siguiente pregunta: ¿No serían las mujeres, en tanto castradas, dependientes y envidiosas de la ventajosa posición del hombre y su falo, quienes deberían dañar, transgredir o perjudicar al sexo masculino?
Por el contrario, la historia de la humanidad nos revela múltiples ejemplos de sometimiento, agresión y maltrato a la mujer. El sexo masculino, haciendo uso de su “superioridad” y de sus atributos fálicos, se ha encargado en numerosas ocasiones de dañar y agredir a la mujer. Se podría decir que el contexto social se ha propuesto reforzar la idea de inferioridad en la mujer. La pregunta es ¿por qué? ¿por qué el sexo masculino, ya situado en una posición de superioridad frente al sexo femenino, dotado de falo[1] y de poderío, se ha encargado de castrar a la mujer? esto resulta paradójico si partimos de la idea de que la mujer se encuentra ya en un inicio castrada. ¿Qué es lo que pasa? ¿De dónde viene ese odio a la mujer? ¿Qué es lo que obtiene el varón al violentar y denigrar a la mujer?
 
Para entender los cuestionamientos anteriores se hará alusión a un ejemplo, en donde se observa de manera gráfica la manera en la que la mujer es violentada. Existen numerosos ejemplos, situados a lo largo de la historia en donde se puede observar este fenómeno, sin embargo, este trabajo resultaría insuficiente para exponer más de uno de estos casos.
Existen varios entornos culturales, como lo son algunas tribus africanas, en donde se practica la ablación genital femenina.[2] Cristina Álvarez (2001), en su obra titulada “Sobre la mutilación genital femenina y otros demonios” expone que una de las razones que sustentan dicha práctica es la “purificación” o “limpieza” en la mujer. Limpieza o purificación podrían significar eliminar lo que se piensa que no es, o no debería ser propio”. Los que practican la mutilación genital femenina consideran que ésta protege la salud de la mujer, asimismo, realizan las siguientes aseveraciones:
“La mutilación genital femenina permite que la vagina de la mujer guarde su olor dulce y evite la proliferación de gusanos en la vagina. Una mujer castrada resulta más placentera para su marido, porque cuánto más estrecha sea la costura en sus genitales, mayor placer sexual obtendrá el varón. Por otro lado, una vulva no mutilada es inmunda y ningún hombre desearía casarse con una mujer sucia, puesto que sólo la más baja prostituta permanecería sin circuncidar. Si una mujer no mutilada tiene hijos, pone en peligro la salud de su hijo, porque si el bebé toca el clítoris durante el parto nacerá hidrocéfalo y la leche materna será venenosa. Asimismo, la mujer no mutilada arriesga la salud de su marido, debido a que si el pene del hombre toca el clítoris, se volverá impotente. Por las razones anteriores, todas las mujeres del mundo deben ser castradas, es algo que debe ser hecho, aunque sea doloroso, puesto que el sufrimiento es parte de la misión de la mujer en la vida”.
Marcel Griaule, citado por Álvarez (2001) explica la lógica mítica de los “dogón”, etnia africana que habita en Mali, para quienes el prepucio representa lo femenino en el varón y el clítoris lo masculino en la mujer. Lo cual resulta una ambigüedad simbólica que la cultura corrige a través del ritual de la mutilación genital. Con respecto al clítoris los miembros de la tribu consideran lo siguiente:
“El clítoris en la niña es de hecho un artificio masculino, el cual no le sirve para la reproducción, por el contrario, la previene de aparearse con un hombre, por lo tanto Dios ve a este órgano en contra suya y en contra de la naturaleza, es por ello que un hombre que intente aparearse con una mujer no castrada se sentirá frustrado por la oposición que dicho órgano, reclamado como masculino, genere contra él” (Álvarez C., 2001).
 
¿Qué es lo que observamos con este ejemplo? pareciera que en el cuerpo de la mujer o en la mujer misma, existe algo considerado como sucio, ajeno, terrorífico y misterioso que debe ser mutilado, desaparecido y negado, porque en este mundo solo hay cabida a dos tipos de mujer: aquella que es pura, limpia, casta, virgen y la otra considerada sucia, mala, temible, prostituta. Comprender a la mujer, más específicamente a su sexualidad, implica adentrarnos a un territorio desconocido y obscuro. Aceptar que la mujer es un sujeto capaz de goce, de actividad, de iniciativa e incluso de potencia, resulta terriblemente atemorizante para muchos hombres, porque como bien es sabido, los atributos fálicos son propios y exclusivos del hombre. Si el clítoris representa un artificio masculino, similar al pene, éste debe ser mutilado, porque el contacto del pene con el clítoris, como bien fue expuesto, representa una amenaza para el pene mismo.
 
El hombre teme a la mujer”, alude Karen Horney (1932). Estos temores tienen su explicación profunda. La misma autora, en su obra “Miedo a la mujer” expone una hipótesis interesante sobre el porqué el hombre teme y en consecuencia maltrata a la mujer:
Señala que la madre al ser el objeto de los deseos agresivos del niño, al ejercer su función prohibitiva y su papel de educadora, lo domina y lo frustra. Además el niño, al que sus pulsiones fálicas lo empujan a la penetración de un órgano hueco, adivina de manera consciente, preconsciente o inconsciente, la existencia en su objeto, la madre, de un órgano sexual complementario al suyo. El niño, al verse pequeño, impotente y débil ante la madre, incapaz de penetrarla, se siente entonces vivamente herido en su narcisismo, lo que provoca fuertes sentimientos de inferioridad y violentos deseos agresivos de venganza, al mismo tiempo que la proyección de su hostilidad sobre la madre y su vagina despiertan un profundo temor (Horney K., 1932).
 
Con lo anterior observamos que en las fases previas a la etapa edípica, el infante, niña o varón, se encuentran en una posición de dependencia y vulnerabilidad frente a una madre activa, poseedora de todos los atributos de valor, quien además de proveerlo de múltiples gratificaciones, necesarias para su supervivencia, también es la encargada de domeñar sus instintos. Lo anterior debe generar una enorme frustración en el infante, así como sentimientos hostiles; probablemente esta frustración sea la precursora del sentimiento de envidia que posteriormente se instaurará. De esta manera los atributos fálicos en un inicio pertenecen a la madre y por lo tanto al sexo femenino, ¿qué es lo que sucede para que estas cualidades sean desplazadas de forma tan drástica al sexo masculino?
 
Ruth McBruswick (1999), retomando las ideas de Freud, en su artículo “La madre Todopoderosa” señala que durante el estadio narcisista primario, el infante, situado en una posición de absoluta impotencia y por lo tanto presentando sentimientos de odio hacia su madre, crea una imagen terrorífica de ella en el inconsciente, resultado de la hostilidad proyectada sobre ella. No obstante, cuando el niño varón, sometido hasta entonces a la omnipotencia de su madre, descubre que posee un órgano del que su madre carece, vive y siente un triunfo sobre ella, momento crucial en el narcisismo del niño. Observamos cómo los atributos fálicos en un inicio pertenecientes a la madre, son desplazados al pene del niño y por lo tanto a lo masculino. Dicha vivencia del niño hacia la madre omnipotente, podría representar el parteaguas del desprecio hacia el sexo femenino, lo cual resultará un elemento definitorio en la relación futura con las mujeres.
¿Podríamos suponer que el maltrato a la mujer por el varón, aunado con la necesidad de castrarla y someterla, como lo observamos en la práctica de excisión genital femenina en las tribus africanas, representaría una forma de revivir el triunfo hacia la madre omnipotente por el niño pequeño?
Existe un deseo inherente al sexo masculino de someter a la mujer, lo cual refleja el deseo inconsciente del niño de castrar a la madre primitiva-omnipotente y adquirir sus atributos fálicos. Observamos en la práctica de excisión genital femenina cómo el hombre recrea la situación infantil que vivió con su madre, jugando él ahora el papel dominante y activo de la “madre fálica”, colocando a la mujer en una posición de sumisión, cumpliendo así su deseo original de castrarla. También, esta forma de ser, como alude Chasseguet-Smirgel (1999) representaría el profundo deseo, a nivel inconsciente, de desprenderse del dominio de la grandeza de la madre primitiva. Todo esto hace pensar el por qué los hombres agradecen, buscan y valoran que las mujeres se encuentren sometidas a un perpetuo estado de castración, puesto que de esta forma mantienen asegurado la existencia de su pene y por ende sus atributos fálicos.
 
¿Qué pasa con la mujer? Sabemos históricamente que la mujer además de ser víctima de múltiples ejemplos de maltrato, se posiciona y se vive como un sujeto débil, frágil, dependiente y castrado, asumiendo su posición de vulnerabilidad frente al sexo masculino y efectuando su condición pasiva. Lo anterior ha tenido como consecuencia que la mujer padezca múltiples inhibiciones, tanto en lo cultural, como en lo intelectual, lo sexual y lo social. ¿En qué momento las mujeres asumimos dicha condición desventajosa? ¿Por qué aquello pareciera estructurar lo que se concibe como femenino?
Con relación al tema de la madre primitiva- omnipotente, Chasseguet- Smirgel (1999) señala que la niña ha sido tan herida narcisistamente como el niño por la omnipotencia de la madre; sin embargo, ella no podrá desprenderse de la madre fálica, al no tener nada que oponer a la madre, es decir, al carecer de pene. Para la niña, en su fantasía, la madre fálica ha “hurtado” el pene del padre. La niña, al igual que el niño, deseará separarse de su madre, para lo cual deseará poseer el pene del padre que, como se mencionó anteriormente, se encuentra idealizado.
De nuevo nos situamos en la etapa edípica, en donde la niña, al saber que no tiene pene y a la vez deseando separarse de la madre fálica, descubre la diferencia anatómica de los sexos y comienza a envidiar el pene de los niños. El primer paso para que la separación de la niña con la madre se lleve a cabo es la entrada de un segundo objeto, el padre. Es necesario en esta etapa de la vida, que la niña ponga su catexia en el padre, de esta forma, para que el cambio de objeto se lleve a cabo, resulta indispensable que la niña realice una des-intrincación pulsional, es decir, la separación tajante de los afectos; así atribuirá a su madre un carácter totalmente malo y despreciante, mientras que otorgará al padre y a su pene cualidades puramente buenas (Chasseguet- Smirgel, 1999).
 
Como se mencionó anteriormente, el pene en el inconsciente de la niña, de manera simbólica, posee los atributos de potencia, integridad, unidad y fuerza. La niña en la etapa edípica amará sexualmente a su padre y deseará incorporar o retener su pene, aunque a su vez, cumplir dichos deseos implique identificarse con la madre castradora y fálica, la cual, como se ha dicho anteriormente, en la fantasía de la niña, significa “despojar” al padre de su pene, sin embargo, el amor al padre se lo impide (Chasseguet- Smirgel, 1999). Como se puede observar, existe un compromiso entre la realización del deseo de incorporar el pene y la culpabilidad respectiva. La culpa en la mujer radica en que la posesión del pene del padre implica la castración de éste.
Lo anterior es una manera de entender porqué muchas mujeres presentan inhibiciones en múltiples terrenos: en el área intelectual, económica, social, política e incluso sexual. Todo aquello que signifique un logro para la mujer, en el inconsciente lo vivirá como una adquisición fálica, simbolizando así la posesión del pene paterno, es decir, la castración del padre, generando de manera concomitante una enorme culpabilidad.
Es probable que aquellas mujeres que no logren una adecuada identificación con su madre, al ser ésta una imago altamente atemorizante, punitiva y castrante, prefieran ser y vivirse como débiles, frágiles, carentes de inteligencia, ilógicas, imprecisas e impotentes, es decir, prefieren asumirse castradas para salvaguardar la seguridad del pene paterno y así aminorar la culpa edípica correspondiente.
 
Conclusión
Sabemos que no existen verdades absolutas. En este trabajo procuré otorgar algunas explicaciones principalmente sobre el fenómeno de la castración y la agresión hacia la mujer, basándome en la teoría psicoanalítica, sin embargo, existirán múltiples interpretaciones para abordar este mismo fenómeno. En Psicoanálisis y en otras disciplinas ha sido complicado abordar el tema de la mujer, existe una gran dificultad para entender “lo femenino”. Podríamos acaso responder la pregunta: ¿Qué significa ser mujer y qué lugar tiene ésta en nuestra sociedad? estoy segura que en el intento nos veremos envueltos en múltiples paradojas y contradicciones.
 
Considero que nuestro error ha sido estudiar a la mujer a partir de lo masculino,
concibiéndola, numerosas veces, como un “hombre incompleto”, defectuoso, es decir, como sujeto castrado y por lo tanto asumiendo su posición pasiva. La femineidad estaría lejos de ser pasiva, puesto que los atributos fálicos en un inicio pertenecieron a la mujer, es decir, a la madre. Negar la actividad de la mujer muestra nuestro deseo de anular el hecho de que hombres y mujeres alguna vez fuimos dependientes y altamente frustrados por nuestra madre primitiva y fálica.
La mujer no deviene mujer al renunciar a su masculinidad, sino que ese sujeto de sexo femenino desde el nacimiento es de inmediato mujer. La vagina posee al igual que el pene atributos de actividad y potencia. Lo “fálico” se encuentra intrínseco en lo que significa ser mujer, sin que por ello sea menos femenina. No obstante, dichas características suelen generar un profundo temor en muchos varones, recordando nuevamente a la madre fálica que en el pasado los dominó, sometió y frustró, provocando una profunda herida narcisista. Muchos hombres castran y someten a la mujer como intento de reparar su propia castración, como lo observamos claramente en la práctica de excisión genital femenina. Así, queda demostrado que “el problema de la mujer, como bien lo dijo Simone de Beauvoir, siempre ha sido un problema de hombres”.
 
Bibliografía

  • Álvarez Degregori C. (2001), “Sobre la mutilación genital femenina y otros demonios”. Universidad Autónoma de Barcelona, Servei y Publicaciones, Bellaterra.
  • Chasseguet- Smirgel J. (1999), “La Culpabilidad Femenina”, en “La Sexualidad Femenina”, resumen de Chasseguet- Smirgel. Asociación Psicoanalítica de Madrid, Biblioteca Nueva.
  • Horney K. (1932), “El Miedo a la mujer”, en “La Sexualidad Femenina” resumen de Chasseguet- Smirgel (1999). Asociación Psicoanalítica de Madrid, Biblioteca Nueva.
  • Laplanche J. y Bertrand- Pontalis J. (1983), “Diccionario de Psicoanálisis”. Barcelona: Labor.
  • McBruswick R. (1999), “La madre todo-poderosa”, en “La Sexualidad Femenina” resumen de Chasseguet- Smirgel. Asociación Psicoanalítica de Madrid, Biblioteca Nueva.
  • Torok M. (1999), “La significación de la envidia de pene en la mujer”, en “La Sexualidad Femenina” resumen de Chasseguet-Smirgel (1999). Asociación Psicoanalítica de Madrid, Biblioteca Nueva.
  • Velasco S. (1990), “Angustia de Castración y Envidia de Pene: revisión conceptual. Revista Gradiva. Sociedad Psicoanalítica de México.

[1] Es importante remarcar la diferencia entre el concepto de “falo” y el concepto de “pene”. De acuerdo con Laplanche J. y Bertrand- Pontalis J (1996) en Diccionario de Psicoanálisis; el término falo se emplea en Psicoanálisis para resaltar la función simbólica cumplida por el pene en la dialéctica intra e intersubjetiva, quedando reservado el nombre “pene” para designar el órgano en su realidad anatómica.
 
[2] En este trabajo no se realiza una diferenciación precisa al utilizar los términos como “ablación”, “circuncisión”, “mutilación” y “excisión”. Sin embargo, haciendo referencia a la obra de Cristina Álvarez (2001) expondré las diferencias entre estos conceptos: Ablación: separación o extirpación de cualquier parte del cuerpo. Circuncisión: cortar circularmente una porción del prepucio. Mutilar: cortar o cercenar una parte del cuerpo, más particularmente del cuerpo viviente. Excisión: ablación de una pequeña parte hecha con un instrumento cortante.
 
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