Expectativas de género, una visión de masculinidad limitada

Autor: Ana María Nito

 

En febrero de este año, el New York Times publicó un artículo titulado “The boys are not all right” en el cual se expresaba una señal de alerta resaltando el hecho de que todos los atentados escolares recientes realizados en Estados Unidos habían sido perpetrados por niños varones. (Black, 2018)

“Nuestros niños están rotos” era la tesis principal del autor y ahondaba en cómo durante los últimos 50 años en Estados Unidos se ha resignificado lo que es ser mujer con el mensaje de que las niñas pueden alcanzar lo que quieran y ser lo que quieran. Las niñas están sobresaliendo con respecto a los niños en el ámbito escolar y de acuerdo al autor, están siendo beneficiadas del constante contacto con una amplia gama de conversaciones sobre lo que significa la femineidad. (Black, 2018)

El autor manifestaba, y no considero que se límite a la sociedad norteamericana, como los niños se han quedado atrás en ausencia de un movimiento que les permita entender y poder ejercer una expresión más integral de su género. Señalando asimismo, como los niños se encuentran atrapados en un modelo anticuado de masculinidad medida en fuerza, donde no es posible ser vulnerable sin atentar contra la masculinidad que implica tener poder sobre otros. Niños atrapados sin un lenguaje para poder expresar lo que les sucede porque el lenguaje existente para hablar de todas las emociones es visto aún como un lenguaje femenino. (Black, 2018)

De acuerdo con el autor, en este entorno los hombres se encuentran aislados, confundidos, en conflicto sobre su naturaleza, ya que las características antes tan valoradas de fuerza, agresividad y competencia aparentan ya no ser tan relevantes en la actualidad y esto los tiene aterrados. Se encuentran encerrados en un paradigma donde no se permite a los hombres tener miedo y más aún, sentir tristeza. (Black, 2018)

Al terminar de leer el artículo, me puse a pensar como al igual que las mujeres que se han visto encasilladas en un rol durante siglos, el hombre aún en su rol “dominante”, ha sido también confinado a un lugar con sus propios lineamientos de lo que significa pertenecer o no al género masculino.

Cómo es entonces ese concepto que hoy está siendo limitativo para el potencial que podría tener el significado de masculinidad, cuál es ese punto de partida que hoy parece estar quedándose corto ante la realidad actual.

Existen diferentes perspectivas para abordar la masculinidad. A continuación mencionaré algunas:

Para hablar de la concepción falocéntrica, retomaré a uno de sus exponentes Eugene Monick citado en La Masculinidad a Debate, texto de Mauricio Menjivar. Para el autor los hombres son falo, viendo a éste como fuerza originadora y como elemento principal de la psiquis. El falo “abre la puerta a la masculinidad”. El autor sostiene que la pérdida del órgano sexual es equivalente a una disminución de la masculinidad, mientras el uso activo se iguala a la virilidad. (Monick citado por Menjivar, 2010)

Se menciona también que para dicho autor el falo es una entidad autónoma del ego: “hombres no pueden –por más que deseen lo contrario- hacer que el falo obedezca al ego. El falo tiene su propia mente” (Monick citado por Menjivar, 2010)

Desde esta perspectiva la masculinidad, señala Menjivar, es abordada como proveniente de un mundo interior esencial y no como un producto social, donde Monick da a la cultura un papel represivo y no genético.

Desde otro ángulo, pero en línea a una perspectiva esencialista, el psicólogo Robert Moore y el mitólogo Douglas Gillette, retoman el concepto de arquetipos de Jung y desde una perspectiva esencialista abordan la masculinidad, exponiendo cuatro arquetipos: el mago, el rey, el guerrero y el amante.

El Rey. En la forma madura del arquetipo el rey engloba diferentes aspectos, por una parte Es representación de centro espiritual, intermediario entre el cielo y la tierra; a través de su poder divino brinda orden reconciliando fuerzas opuestas.

A su vez, el rey pelea contra los demonios estableciendo orden en el caos. Se muestra decisivo, asume control sobre las decisiones y aprovecha su experiencia que traduce en sabiduría para hacer lo correcto. Es proveedor del orden a través de las leyes que crea, sus reglas dan estructura a otros. Protege su reino, con la agresividad que esto implica.

Despliega integridad, desde la perspectiva de un ser completo, no dividido e intacto que ha unificado sus principios, cumple su palabra y se responsabiliza de sus acciones. Crea e inspira a la creación en otros; a través de la historia se han identificado reyes mitológicos asociados con la fertilidad y la creación. Anhela dejar un legado en su búsqueda de lo inmortal. Bendice, reconoce y da honores a otros.

El Guerrero. En la forma madura del arquetipo, el guerrero implica agresividad entendida en el contexto de energía, iniciativa y fuerza. La canalización de su agresividad impulsa al guerrero en su competencia para ser el mejor y lograr su objetivo. El guerrero usa la destrucción para crear, tiene un propósito que le evita sentirse perdido y es leal a ese propósito, organiza su vida a partir de éste.

Manifiesta consciencia en dos sentidos; en el primero es alerta, despierto y vigilante; en el otro aspecto se hace referencia a su consciencia de que la vida es finita y de su propia muerte.

Es adaptable y decisivo, toma decisiones audaces y se mantiene tranquilo bajo presión. En el momento de batalla aísla sentimientos para evitar el miedo y la duda.

El mago. Es aquel que tiene un conocimiento más allá del resto, resultado de esfuerzo y disciplina. Ese conocimiento implica también el dominio de la tecnología.

Es reflexivo e introspectivo, su conocimiento le permite evaluar situaciones de forma estratégica e intuitiva. Funge como un mediador espiritual explicando ideas espirituales complejas a otros y busca transmitir el conocimiento a otros.

El amante. Como arquetipo representa emoción, sentimiento, idealismo y sensualidad. El amante utiliza todos los sentidos para experimentar las diferentes dimensiones de la vida. Representa la búsqueda de placer, el idealismo, la pasión y la inspiración.

Si bien al ir escuchando las descripciones de los arquetipos podemos caer en la tentación de imaginar cómo encajan diferentes personajes ficticios y reales con estas líneas, resulta útil recordar el principio de series complementarias de Freud, ya que desde esta perspectiva esencialista de Moore y Gillette se aborda la conformación de la masculinidad como elementos inherentes al sexo masculino y no como resultado de las experiencias y la influencia de la cultura en su determinación, así como de sus relaciones primarias.

Sobre la perspectiva de Moore y Gillete, Mauricio Menjivar en su artículo ¿Son posibles otras masculinidades? escribe que estas “energías masculinas profundas instintivas” descritas por los autores, están inmersas en el patriarcado y reproducen los estereotipos de una masculinidad tradicional encontrando una justificación biológica. Más aún, de acuerdo al análisis de Menjivar, la propuesta de Moore y Gillete, representa un movimiento de corte conservador y neo-misógeno al sostener la idea de que “el feminismo sería nocivo para la masculinidad y del cual habría que defenderse” señala como los autores sostienen que el sexismo perjudica a los hombres, por lo que habría que proponer normas que los protejan en áreas como el divorcio, custodia de hijos y violencia doméstica.

Por su parte David Gilmore, desde el punto de vista de la antropología plantea las demandas que hacen diferentes culturas a los hombres, donde la virilidad condiciona a los hombres a luchar en situaciones adversas para sobrellevar la escacez de recursos, luchando a su vez con la reacción natural de huida ante el peligro (Menjivar, 2004).

A través de una revisión de diferentes estudios antropológicos, Gilmore resume que la visión sobre lo que es ser hombre en diferentes culturas implica tres imperativos: ser protector, proveedor y preñador. En dichos estudios se plantea que, por las características físicas de tamaño y fuerza, se atribuye al hombre de una capacidad defensiva mayor a la de la mujer y por tanto determinan su papel de protector y proveedor. Para ello se le exige desarrollar cualidades ligadas a la agresividad y ser el guerrero que defiende contra los predadores arriesgando su vida. Aunado a las características fisiológicas, se plantea también como el hombre, al tener una participación puntual en la reproducción, su vida puede perderse con menor riesgo para la supervivencia de la especie. (Santos, 1998), justificando el que tome mayores riesgos.

Santos (1998) resume con respecto al trabajo de Gilmore que “hacerse hombre” “en muchas culturas es un reto rodeado de dificultades y riesgos, entre otros, los de perder honor, prestigio y con frecuencia la vida”. Por otra parte también menciona que, si bien existen muchas culturas donde “la masculinidad se asocia con la guerra, la competencia, por el prestigio con los otros hombres, las demostraciones de fuerza y poder, la actividad en el espacio público, el dominio sobre las mujeres y una fuerte diferenciación de lo femenino y del espacio doméstico”, también existen excepciones de civilizaciones como los tahitianos de Polinesia y los Semai de Malasia, donde se identifica poca diferenciación entre los comportamientos, el estatus y las funciones sociales de los hombres y la mujeres; e incluso se utiliza un idioma que no hace distinción gramatical de género. El autor menciona como los estudios revisados por Gilmore relacionan estas características con el bajo nivel de agresividad y competitividad de los hombres y un pacifismo general de la cultura, y esto a su vez lo relacionan con que los recursos son abundantes, no existe la caza y se da una economía cooperativa donde no es necesario asignar tareas (Santos, 1998).

Derivado de lo anterior Santos (1998) concluye que la identidad masculina es producto de una construcción cultural que la mayor parte de las veces estimula el potencial agresivo del hombre, atribuyéndolo a un tema de supervivencia.

Cuando abordamos el concepto de lo masculino y lo femenino desde el psicoanálisis nos encontramos tanto con elementos esencialistas, donde la presencia o ausencia del pene es un factor relevante para la determinación del psiquismo, al igual que la asociación de los conceptos de actividad con lo masculino y pasividad con lo femenino. Sin embargo, también en el psicoanálisis encontramos el principio de que el género se construye a través de las identificaciones de los objetos primarios y otros objetos significativos mismas que no se salvan del contexto cultural en donde se dan. La autora Silvia Tubert en su escrito Masculino/Femenino; Maternidad /Paternidad manifiesta que “no es el complejo de Edipo el que determina las características sociales de cada sexo sino la sociedad la que determina los diferentes procesos edípicos en cada uno de ellos”. Sostiene que los principios de femenino y masculino “son creaciones culturales que se ofrecen o incluso se imponen a los sujetos como modelos ideales que, a su vez, se incorporan a los individuos particulares bajo la forma de un ideal del yo”

Haciendo referencia a Freud, la autora señala como lo masculino y femenino no son puntos de partida sino de llegada, que ningún individuo está constituido de entrada como sujeto y que tanto la subjetividad como la sexuación son productos de la historia de las relaciones intersubjetivas así como del deseo y el proyecto de los padres.

Uno de los elementos que se resaltan tanto en la perspectiva esencialista de Moore y Gillete como en la mayoría de los estudios antropológicos descritos por Gilmore es la agresividad, en el primero se observa en el guerrero mientras que en el segundo se identifica como consecuencia de la necesidad de sobrevivir en situaciones con recursos escasos y es reflejo de virilidad en este contexto. Sin embargo, Freud no limita la agresividad a un género, habla de pulsiones con una carga libidinal y una agresiva, pero no las reserva a la masculinidad o a la femineidad, sino que la combinación balanceada impulsa la vida sin distinción. Esta perspectiva empata con la existencia de las civilizaciones “excepción” donde no se asocia la masculinidad con la agresividad, producto del entorno en donde se determina.

Lo anterior me lleva a recordar a los niños a los que hace mención el artículo inicial, me deja pensando en dónde quedó la integración del elemento libidinal que, de acuerdo con Freud mezclado de manera proporcional, lleva a la vida y no a la muerte.

A su vez, la perspectiva psicoanalítica me hace escuchar con más ahínco el grito de ayuda vocalizado por el autor, ya que al tener un gran peso la cultura en la que estos niños están inmersos, con sus respectivos mandatos de lo que deben o no ser para formar parte de la misma desde su rol masculino, la respuesta a esta situación límite también está en la cultura y por tanto se puede hacer algo. El fomentar el autoconocimiento y el diálogo, no sólo en el consultorio sino en diferentes foros para entender y retar el concepto de masculinidad aprendido, es un camino para que, al igual que en el caso de las mujeres, se abra la posibilidad de poder elegir qué quieren alcanzar y qué quieren ser.

 

 

Bibliografía

  • Black, Michael Ian (2018) The boys are not all right”. The New York Times, EUA. https://www.nytimes.com/2018/02/21/opinion/boys-violence-shootings-guns.html
  • Menjivar Ochoa, Mauricio (2010). La masculinidad a debate (Cuaderno de Ciencias Sociales 154). Costa Rica. Flacso.
  • Menjivar Ochoa, Mauricio (2004). ¿Son posibles otras masculinidades? Supuestos teóricos e implicaciones políticas de las propuestas sobre masculinidad. Reflexiones 83.
  • Brett (2011). The Four Archetypes of the Mature Masculine: Introduction. The Art of Manliness https://www.artofmanliness.com/articles/king-warrior-magician-lover-introduction/
  • Santos Velásquez, Luis (1998) ¿Qué es ser hombre? Reflexiones sobre la sexualidad desde el psicoanálisis y la antropología. Revista Colombiana de Psicología 7.
  • Tubert, Silvia (1999) Masculino/Femenino; Maternidad/Paternidad. Hombres y mujeres : subjetividad, salud y género.