Encopresis y erotismo anal

Autor: Irvin Camacho

El ‘Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales’ (American Psychiatric Association, 2002), en su cuarta edición, define a la encopresis como “(…) la deposición repetida de heces en lugares inadecuados (…)” y especifica las características diagnósticas:

La incontinencia fecal no puede deberse exclusivamente a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (p. ej., laxantes) ni de una enfermedad médica, excepto por algún mecanismo que implique estreñimiento.

Cuando la emisión de heces es más involuntaria que intencionada suele ir asociada a estreñimiento, ventosidades y retención con el rebosamiento consiguiente. El estreñimiento puede producirse por razones psicológicas (p. ej., ansiedad al defecar en un lugar concreto o un patrón más general de ansiedad o de comportamiento negativista), lo que conduce a una evitación de la defecación. Las predisposiciones fisiológicas al estreñimiento incluyen la deshidratación asociada a una enfermedad febril, el hipotiroidismo o el efecto secundario de una medicación. Una vez establecido el estreñimiento, puede complicarse por una fisura anal, defecación dolorosa y retención fecal posterior. La consistencia de las heces puede variar. En algunos sujetos son de consistencia normal o casi normal. En otros son líquidas, concretamente cuando existe una incontinencia por rebosamiento, secundaria a una retención fecal.

Freud (1908) en su ensayo “El carácter y el erotismo anal”, escribe:

Investigando la temprana infancia de estas personas averiguamos fácilmente que necesitaron un plazo relativamente amplio para llegar a dominar la incontinencia fecal infantil, y que todavía en años posteriores de su infancia tuvieron que lamentar algunos fracasos aislados de esta función. Parecen haber pertenecido a aquellos niños de pecho que se niegan a defecar en el orinal porque el acto de la defecación les produce, accesoriamente, un placer, pues confiesan que en años algo posteriores les gustaba retener la deposición, y recuerdan, aunque refiriéndose por lo general a sus hermanos y no a sí propios, toda clase de manejos indecorosos con el producto de la deposición.

En este fragmento, Freud no sólo menciona la incontinencia anal al hablar sobre las personas que presentan la triada de rasgos que distinguen al carácter anal, sino que también es evidente que se había percatado de la existencia de un vínculo entre este trastorno y la retención de las heces como una práctica de la que estas personas derivaban placer. Cabe hacer notar que esta propiedad de placer no se menciona dentro de las características diagnósticas de la encopresis indicadas en el DSM-IV.

El primer artículo escrito por un analista y que abordaba exclusivamente el tema de la encopresis fue elaborado por Lehman en 1944. En su trabajo, titulado “Psychogenic Incontinence of Feces (Encopresis) in Children” refirió que el término “encopresis” fue acuñado en 1926 por Weissenberg, quien consideraba que la etiología de la incontinencia fecal, así como la de la enuresis, era de origen psicogénico. Lehman, en este mismo artículo, hizo una revisión de los trabajos psiquiátricos y psicoanalíticos en el tema y presentó el caso de cuatro niños, haciendo énfasis en la importancia del amor de los padres, especialmente de la madre, para que el niño adquiera el control de sus esfínteres. En la aproximación psicoterapéutica que presentó, se enfocó menos en la transferencia que en tratar de hacer conscientes fantasías inconscientes, además de ayudar a los padres a ser menos demandantes o más amorosos con sus hijos. Lehman sostuvo que la encopresis se redujo como resultado de la disminución del estrés ambiental y de la comprensión intelectual del niño de la expresión pre-verbal de sus conflictos.

Morton Shane (1967) presentó los tres años de análisis de un niño de ocho años con encopresis en su artículo “Encopresis in a Latency Boy—An Arrest Along a Developmental Line”. Shane tomó como referencia una de las líneas de desarrollo descritas por Anna Freud, “de enuresis y encopresis al control de esfínteres”, para organizar la presentación del caso [Freud, A. 1963a The Concept of Developmental Lines]. Desde ese enfoque, Shane entendió la encopresis como signo de una detención sobre dicha línea de desarrollo. La autora mencionó en el artículo que, a su parecer, el avance del niño en análisis se dio principalmente por insight vía interpretaciones y por las reacciones hacia ella como un nuevo objeto, que sus fijaciones anales se debían a una regresión generada por conflictos edípicos y que la internalización del control de esfínteres se pudo lograr sólo después de que estos conflictos edípicos fueron resueltos en cierta medida.

Rose Edgcumbe (1978) en su trabajo “The Psychoanalytic View of the Development of Encopresis”, propuso evaluar el síntoma desde un enfoque en el desarrollo haciendo énfasis en cuatro áreas: (1) la diferenciación gradual entre cuerpo y mente; (2) el desarrollo de la relación madre-hijo, especialmente en relación al control de las funciones corporales; (3) el desarrollo libidinal, especialmente en la fase anal; y (4) los aspectos en el desarrollo del yo y el superyó que afectan las emociones y actitudes del niño respecto a su funcionamiento anal. La autora concluyó con el comentario de que es la relación madre—hijo la que contribuye de forma importante a la diferenciación entre cuerpo y mente y al desarrollo del yo del niño y, por consiguiente, al balance que puede lograr entre las necesidades corporales y los deseos y demandas del superyó.

Estos tres artículos son de los pocos ampliamente disponibles en la literatura psicoanalítica que tratan específicamente el tema de la encopresis. El primero tiene un enfoque de trabajo más psicoterapéutico, mencionando inclusive la importancia que tuvo en el tratamiento la intervención con los padres. Los dos últimos más recientes coinciden en considerar la encopresis como signo de una fijación; su tratamiento en ambos casos, a diferencia del primero, se enfocó en el análisis de la transferencia. Sin embargo, ninguno de los tres artículos hace mención de alguna propiedad placentera vinculada a la encopresis como sí lo hace Freud en su ensayo al que me referí más arriba. Además, los tres artículos dan la impresión de que el abordaje que hicieron de la encopresis como síntoma fue indirecto, teniéndolo en cuenta sólo como un signo de conflicto interno, en cuanto que evitaron conversar a profundidad del tema con sus pequeños pacientes. El siguiente artículo, por otra parte, tuvo como eje de su investigación indagar lo que el paciente sabía de su síntoma, generando una propuesta distinta a las anteriores pero similar, en parte, a la que Freud mencionó muchos años antes.

Aruffo, Ibarra y Strupp, en su artículo titulado “Encopresis and Anal Masturbation” (2000), comienzan haciendo una revisión de los trabajos que hay sobre la encopresis, los cuales, consideran, tratan el tema principalmente desde dos perspectivas: (1) fisiológica/conductual, y (2) psiquiátrica/psicológica.

Las hipótesis formuladas desde la perspectiva fisiológica/conductual establecen una relación causal entre constipación y encopresis. Algunos de los hallazgos fisiológicos en niños con problema de encopresis incluyen:

– constipación severa

– contracción paradójica del esfínter anal al momento de intentar defecar

– aumento en el umbral del volumen de las heces necesario para sentir deseos de ir al baño

– defecación disinérgica

– disminución de la conciencia de la distención rectal

– incapacidad para defecar un globo lleno de agua (parte del protocolo de un estudio sobre niños con encopresis)

Por su parte, los trabajos que estudian el aspecto conductual de la encopresis ven el papel del dolor al defecar provocado por fisuras anales, heces de gran calibre, infección en la zona perianal o factores dietéticos, como un factor inicial que lógicamente desemboca en temor a defecar por el sufrimiento que implica y en retener las heces. Dentro del rubro conductual, otros trabajos concluyen que el dolor no es la causa principal y que la incapacidad de relajar el esfínter anal es, (1) resultado de un “comportamiento motor inconsciente alterado”, o que (2) representa un “acto inconsciente de volición” o de “evasión inconsciente”.

Independientemente de la causa de la constipación, la perspectiva fisiológica/conductual propone que la incapacidad para evacuar se debe a heces que se atascan, se endurecen y ocluyen el recto; W las heces blandas se fugan alrededor de esta obstrucción de manera constante e involuntaria. Esto se conoce como incontinencia por rebosamiento. En este contexto, la encopresis es vista como un acto involuntario del cual el niño está avergonzado y renuente a hablar. Dentro de esta misma perspectiva, los casos de encopresis que no están precedidos por constipación se consideran casos raros en los que los niños sufren de una deficiencia mental o de un problema psiquiátrico severo.

La investigación que hay sobre la encopresis como signo de un trastorno emocional en el niño, es decir, el punto de vista psiquiátrico/psicológico, en comparación con el punto de vista fisiológico/conductual, es aún menor. El modelo psicológico piensa la encopresis como parte de la personalidad del niño que tiene un insuficiente desarrollo del superyó y con rasgos sádicos y masoquistas, o como un intento del niño de manipular su entorno u obtener atención. Este modelo atribuye varios factores psicológicos en la etiología de la encopresis:

– abuso sexual

– ira reprimida

– inhibición en el desarrollo o regresión

– angustia

– reacción ante la separación

– fobia al escusado; entrenamiento precario o coercitivo para ir al baño

– sucesos de vida estresantes (depresión de la madre, nacimiento de un hermano, divorcio)

– trastornos en la relación temprana madre-hijo

– figura del padre débil, ausente o abrumadora

– trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad

– reacción a un entorno amenazante

– ciertos rasgos de personalidad de los padres

– privación afectiva

– depresión

– trastornos en el yo del paciente

– falta de cariño por parte de los padres, e

– interacciones familiares disfuncionales

El modelo psiquiátrico, tomando como referencia la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM-IV), asume que el mecanismo central de la encopresis es la constipación y la incontinencia por rebosamiento. En este sentido, el punto de vista psiquiátrico/psicológico, nuevamente, encuadra a la encopresis como un acto involuntario del cual el niño no sabe nada, y su tratamiento se enfoca en la problemática que supuestamente subyace al síntoma.

Aunque actualmente no sólo se reconoce la existencia de la sexualidad infantil, sino también de la sexualidad anal, Aruffo et al., subrayan la escasez de referencias que hay en los trabajos sobre encopresis respecto al rol de la masturbación anal, a pesar de que Freud ya se había percatado sobre del uso de las heces como instrumento de estimulación anal.

Los autores comentan que las investigaciones parecen conformes con ignorar la posibilidad de que un niño encoprético busque deliberadamente estimularse analmente, mienta sobre este hábito, se resista a cualquier intento de frenarlo y se muestre impasible ante una práctica que es casi universalmente considerada como repugnante y sucia.

Aruffo et al., señalan que gran parte de la información existente sobre encopresis ha sido obtenida de entrevistas con los padres, exámenes físicos de los niños, pruebas psicológicas generales y de conversaciones someras con los pacientes. En este sentido, el tratamiento analítico resulta una herramienta de gran valor en cuanto que, al establecer un vínculo terapéutico profundo a lo largo del tiempo, permite al paciente revelar material sobre su síntoma que de otra manera sería insondable. Los autores recalcan que “ningún estudio sobre la encopresis está completo si no incluye lo que el niño conoce y comunica acerca de su síntoma.”

Los siguientes casos ilustran este modo particular de comprender y tratar la encopresis.

Caso 1: Ben

Ben fue referido a tratamiento analítico cuando tenía siete años de edad. A los dos años de edad aprendió a ir al baño. La encopresis comenzó a los 5 años y medio de edad; su pediatra no encontró alguna condición médica que explicara la encopresis y recomendó un tratamiento médico estándar que consistió en enemas, laxantes y cambios en su dieta. La encopresis se detuvo por unos días sólo para volver. Más adelante, Ben fue referido por su escuela con una psicóloga, quien pensó que la encopresis de Ben se trataba de una herramienta para llamar la atención y propuso una intervención conductista en la que se recompensaron los días que Ben se mantuvo limpio; el tratamiento fue exitoso por algunas semanas hasta que la encopresis reincidió. Finalmente, Ben fue llevado por su madre a la clínica psiquiátrica infantil donde lo consideraron buen candidato para terapia de juego una vez por semana.

Desde el comienzo, Ben se acopló a la técnica de juego y conforme le comenzó a agradar su psiquiatra, surgieron temas de castración; Ben jugaba con mucha emoción a arrojar una pelota pretendiendo que era una bomba que podía explotar en cualquier parte del cuerpo. El médico pudo percatarse de que Ben se excitaba físicamente durante el juego, que la excitación era anal y que ésta le generaba a Ben la sensación de querer ir al baño. Por su parte, la mamá notó que Ben tenía un “accidente” todos los días que iba a su sesión. En este punto del tratamiento, la transferencia era la que estaba promoviendo la encopresis y el síntoma pudo ser estudiado sesión por sesión.

Al paso de algunas sesiones, el juego de las bombas progresó de explotar piernas y brazos, a explotar coches y tanques y finalmente a explotar “traseros” y “penes”. En desarrollo de cada uno de estos juegos, era evidente en Ben una excitación que aumentaba hasta culminar en una ida al baño. Había ocasiones en que dejaba de prestar atención al juego, todo su cuerpo se ruborizaba y su respiración se aceleraba, signos que se acompañaban de una postura rígida y una mirada perdida.

Al incluir plastilina café al material del consultorio, Ben se sumergió con emoción a juegos con temáticas de heces y sensaciones anales; el juego con plastilina durante las sesiones estaba lleno de fantasías acerca de:

– popó

– popó voladora

– popó venenosa

– misiles de popó

– popó explosiva

– ametralladoras con balas de popó

– asteroides de popó

– una escultura de Dios defecando asteroides

– ataques masivos en contra de soldados con bombas de popó; y

– su obra maestra, el “Sr. Popó y el montón de caca viviente”

Un año después de haber iniciado el tratamiento, después de uno de los viajes de Ben al baño donde descargaba su excitación, el médico tuvo la iniciativa de pedirle que describiera qué había hecho dentro. Para su sorpresa, Ben comenzó a describir su encopresis; haciendo uso de la plastilina, explicó el proceso en que dejaba emerger un poco de popó fuera de su ano, “ahí viene, ahí viene”, para luego espachurrarla de vuelta a adentro, “es muy pronto”. Cuando el médico le preguntó cómo se sentía, Ben contestó que sentía escalofríos en todo el cuerpo y agregó, “hay veces que mi popó se sale demasiado y se rompe, entonces tengo que aparentar como si nada hubiera pasado.”

En este punto de la presentación del caso, los autores recurren al término de ‘seudoestupidez’ para catalogar este “como si nada hubiera pasado” que el pequeño Ben confiesa emplear cuando su práctica de masturbación termina en ensuciar su ropa interior. Margaret Mahler, en su trabajo “Pseudoimbecility: A Magic Cap of Invisibility” (1942), desarrolla este concepto de seudoestupidez. La siguiente es una cita textual del resumen al inicio del artículo:

En la mitología germana se habla de un objeto mágico llamado ‘Tarnkappe’, un gorro con el poder de hacer invisible a aquel que lo use. Siegfried, uno de los jóvenes héroes dentro de esta mitología, personificación de la fuerza y el coraje, hace uso del sombrero mágico. Siendo invisible, fue capaz de cometer una serie de crímenes sexuales, como usurpar la virginidad de la Reina en presencia de su Rey, sin que esto mermara su radiante reputación de héroe nacional.

Es bien sabido que la esencia de los mitos, junto con los rituales y costumbres de la cultura primitiva, son un reflejo del mundo interno de los niños. (…) El trabajo con niños en análisis me permitió entender el significado del ‘sombrero mágico’, especialmente en los casos de seudoestupidez. Esta función esencial de la estupidez les permite a los niños y a algunos adultos infantiles participar en la vida sexual de los padres y de otros adultos en grado tal que, expresado abiertamente, sería estricta y absolutamente prohibido.

Ben, haciendo referencia a la seudoestupidez que acompañaba a su síntoma, actuaba como si no supiera nada sobre su encopresis, sobre su práctica de masturbación anal ni sobre su mal olor. A pesar de que Ben derivaba placer de esta conducta y se mostraba impasible tras el resguardo de este ‘sombrero mágico’, de este aparentar que no sabía nada de lo que le ocurría, sintió alivió de haber podido hablar abiertamente de esto con su terapeuta; a las cuatro semanas de haberse dado esta sinceridad, la encopresis desapareció por completo.

A partir de entonces, Ben mostró grandes cambios en un lapso breve. Pasó de ser el “bebé de mamá” a vincularse con su padre y realizar “actividades de hombre” con él por primera vez; comenzó a desarrollar rasgos del período de latencia que antes estaban ausentes; su desempeño escolar mejoró categóricamente e hizo nuevos amigos.

A los dos años de haber iniciado el tratamiento, los temas de juego de Ben tomaron un carácter más edípico; le confió a su terapeuta una fantasía consciente que tenía desde hace tiempo acerca de casarse en secreto con su madre y le explicó cómo la excitación sexual que antes sentía en su ano se desplazó a su pene, esto mientras platicaba una escena romántica de la película ‘Titanic’ en la que se sentía identificado con Leonardo DiCaprio.

Caso 2: Jonathan

Jonathan, de 12 años, era un niño con encopresis que, a pesar de tener tres, cuatro o hasta cinco deposiciones por día, siempre estaba “estreñido”; todas estas excreciones eran episodios de encopresis. Jonathan, algunas de las veces que se ensuciaba, tenía el hábito de sacudir sus pantalones para dejar caer el excremento al suelo. También, había ocasiones en que Jonathan despedía un olor a heces que aparecía y desaparecía, esto sin que hubiera ensuciado sus pantalones; el olor era tan desagradable que su madre tenía que sentarlo en la parte de atrás del coche y bajar todas las ventanas cuando lo recogía de la escuela.

Jonathan se mostraba impasible tanto ante su encopresis como ante el repudio de su madre. La mayoría de las escagarruzas ocurrían en casa; algunas veces él mismo se limpiaba y otras veces se quedaba sucio hasta que uno de sus padres le ordenaba cambiarse. Parecía que Jonathan no se percataba de su suciedad y su mal olor sino hasta horas después que se quitaba su ropa interior y las escondía o la dejaba tirada en el suelo. Jonathan fue llevado a consulta e inició un análisis de cuatro veces por semana.

Cuando el analista le preguntaba acerca de su encopresis, Jonathan se mostraba confundido, como si no supiera nada sobre lo que le estaban hablando. Cuando mucho, llegó a admitir que a veces tenía “accidentes”, como cuando estaba con sus amigos y la estaba pasando tan bien que se le olvidó ir al baño. En una de las sesiones, Jonathan salió al baño y dejó heces embarradas en el espejo, el lavabo, las orillas del escusado y en el piso. Al preguntarle qué había ocurrido en el baño, Jonathan actuó como si no tuviera idea de lo que había ocurrido. Esta seudoestupidez en torno a su encopresis se extendió a su desempeño escolar con resultados desfavorables.

El tratamiento continúo y un día, mientras Jonathan y su analista jugaban a combatir con espadas hechas de papel, un hedor invadió el consultorio. El analista lo mencionó pero Jonathan negó que hubiera tal olor; el analista sostuvo que había un olor a heces. Jonathan admitió que sí, tal vez había un mal olor, entonces el analista indicó que Jonathan “había tenido un accidente”. Jonathan se indignó bastante; el analista insistió “te hiciste en tus pantalones”; Jonathan mantuvo su oposición y su enojo.

Finalmente el analista sugirió que Jonathan debió haber estado haciendo “dentro y fuera”, que dejaba salir un poco de popó y después apretaba el ano para que volviera dentro. Jonathan, sorprendido, exclamó, “¡¿Cómo supiste?!” El analista le contestó que ya había hablado con otros niños que hacían eso. Jonathan se rindió y reconoció que el hacía el “dentro y fuera” con frecuencia. Ambos pudieron resolver su discusión y estar de acuerdo en que el mal olor era de la popó que estaba dejando salir.

Jonathan reveló que les seguía la corriente a sus padres en cuanto a considerar su encopresis un accidente. Admitió que lo único que él consideraba un accidente era cuando dejaba salir tanto su popó, que al tratar de traerla de vuelta dentro de su recto, un pedazo se desprendía y ensuciaba sus pantalones. Esto explica cómo era posible que Jonathan tuviera de 4 a 5 episodios de encopresis por día y aún seguir estreñido.

A partir de este momento, Jonathan progreso de reaccionar con confusión e ignorancia cuando su analista le preguntaba qué había hecho en el baño a poder describir minuciosamente la consistencia, forma y color de sus heces, la sensación física al defecar, el olor e inclusive el sabor. Conforme este discurso se volvió más franco, el analista se dio cuenta de que la actitud de curiosidad e interés de Jonathan hacia sus heces era regresiva; era tan desinhibido y libre de culpa y vergüenza como un niño de año y medio. Por supuesto que Jonathan era consciente de lo que los demás pensaban acerca de este hábito suyo, por eso recurría a la seudoestupidez para resguardarse de la crítica. Sin embargo, se volvió evidente que Jonathan no podía abandonar esta conducta de masturbación aunque quisiera y lo intentara.

Los padres de Jonathan se divorciaron cuando tenía 6 años de edad. Esta separación generó en él un conflicto de lealtad; creía que no podía recibir cariño de su padre y al mismo tiempo ser amado por su madre, además, su padre ya había iniciado una nueva vida, dejándolo con poca disponibilidad para Jonathan. La hez fecal de gran tamaño que retenía en su recto le proveía de una sensación de plenitud y cariño; llevaba a su padre consigo en este “pene-caca”, el término que Jonathan utilizaba para referirse a la columna de material fecal endurecida con la que hacía el “dentro y fuera”.

Al trabajar éste tema en análisis, Jonathan comenzó a vincularse en secreto con su padre, quien seguía sin estar del todo disponible para devolverle este cariño, esto al tiempo que iba adquiriendo distancia afectiva de su madre. Renunció a su masturbación anal y sus calificaciones mejoraron tanto que se ubicó como el primero de su grupo, lo que corroboró el hecho de que la seudoestupidez se había generalizado, abarcando el área intelectual. Jonathan se volvió atractivo para algunas chicas en su escuela que estaban impresionadas por sus dotes intelectuales e inició una gratificante adolescencia.

La presentación de los casos anteriores fue una síntesis de dos de los cinco tratamientos de niños con encopresis que Aruffo et al., estudiaron para realizar este trabajo. Señalan que, aunque ningún caso de encopresis es igual a otro, sí encontraron rasgos en común; los cinco niños:

– Tenían dificultades en el aprendizaje escolar.

– Recurrían a una intensa negación y conscientemente actuaban como si no supieran nada cuando se les preguntaba acerca de su encopresis.

– Actuaban como si fueran víctimas pasivas de un proceso fisiológico que estaba fuera de su control.

– Sentían una gran añoranza hacia su padre.

– Desarrollaron una transferencia fuerte y positiva con sus analistas (hombres).

En los cinco casos, los pequeños pacientes llegaron a reconocer que su encopresis era resultado de la masturbación anal que realizaban conscientemente y que asociaban con su necesidad de amar y ser amados por su padre.

Los casos estudiados, opinan los autores, parecen confirmar que el camino de ser el bebé de mamá hacia ser un niño entre hombres pasa por un amor erótico hacia el padre, sustituyendo ‘objeto de amor’ por ‘identificación’; ninguno de los pacientes tratados había alcanzado el estadio de latencia o una estructura de carácter neurótico.

Los autores sostienen que hay un número de niños con encopresis que se masturban analmente utilizando sus propias heces, la encopresis siendo secundaria a esta práctica y no el resultado de una constipación causada por un niño que se resiste a defecar por miedo al dolor que le produce; la encopresis no ocurre “de la nada” y no tiene su origen en causas meramente fisiológicas sino en circunstancias psicológicas específicas. Los niños con este tipo de encopresis presentan una combinación de seudoestupidez, múltiples “evacuaciones” por día, manipulación despreocupada de sus propias heces y secretismo en torno a sus escagarruzas. Cada uno de estos niños presentaba circunstancias sociales similares e intensas sensaciones anales; se resistían de forma pasiva a cualquier intento del adulto por controlar o frenar su conducta; había enojo, tendencia hacia el auto-castigo y una función de autoestima regulada principalmente desde el exterior.

En cuanto a la condición de seudoestupidez, la cual se presenta como uno de los rasgos principales de la transferencia en el trabajo con estos pacientes, Aruffo et al., detallan que un niño con encopresis a menudo se comporta como si no tuviera consciencia de sus funciones corporales, particularmente del funcionamiento anal. Si un adulto, ante el olor o ciertos gestos, le pregunta a uno de estos niños si quiere ir al baño, éste normalmente le responderá con silencio o diciendo que no sabe, sólo para hacerse en sus pantalones en momento después. Esta seudoestupidez facilita la complicidad de los padres respecto al origen de la encopresis; los padres, en su frustración, sugieren razones por las que su hijo pudo haberse hecho en los pantalones – “¿Tuviste un accidente?” o “¿Estabas tan ocupado que se te olvidó ir al baño?”. Un niño que se ha estado masturbando haciendo el “dentro y fuera” sentirá alivio de poder hacerle segunda a sus padres de que “ha tenido un accidente”, de que la encopresis no es su culpa, es algo que le pasa sin querer.

Los autores creen que todos, tanto padres como doctores y hasta los propios niños, participan en la creación de explicaciones encubridoras lábiles, excusas y racionalizaciones para esta conducta que resulta inaceptable. Algunos ejemplos de estas racionalizaciones son:

– “Está muy ocupado.”

– “Fue un accidente.”

– “Juega mucho y se espera demasiado (en ir al baño).”

– “Es un niño que se concentra tanto en lo que hace que nada lo distrae, ni siquiera las ganas de ir al baño.”

– “Es que está estreñido y necesita ayuda con su dieta.”

– “Está tan apenado de hacerse en los pantalones que no puede hablar de eso.”

– “Ha de haber tenido evacuaciones tan dolorosas que ahora se aguanta las ganas”; y

– “Está estreñido porque se deshidrató cuando estuvo enfermo y le dolía ir al baño, entonces, seis años después, sigue asustado de obrar.”

Aruffo et al., concluyen que cualquiera que desee entender la encopresis debe dedicar tiempo hablando y jugando con estos niños. Se debe tener la habilidad de escuchar y hablar sobre el mundo interno del niño, quien sabe que su conducta es inaceptable y la admitirá sólo cuando se sienta en confianza. Bajo estas condiciones es que uno se da cuenta que el aspecto fisiológico de la encopresis está motivado por la psique y que cualquier intento por estudiar la encopresis que no incluya una explicación psicológica, está gravemente incompleto.

Conclusión

La investigación que se ha hecho sobre encopresis, a mi parecer, tiene mucho valor en varios aspectos. Es un trastorno que tanto padres, como médicos y psicólogos tienden a negar que sea un síntoma que tiene su origen en un conflicto generado por fuerzas eróticas, tal y como ocurrió con los síntomas conversivos que atendió el psicoanálisis en sus inicios. También, los casos de encopresis documentados dan cuenta de lo difícil que puede ser tratar el síntoma exitosamente mediante intervenciones breves que carecen del establecimiento de un vínculo terapéutico profundo y de confianza que sólo puede surgir con el tiempo, esto es, ponen en evidencia el valor de la transferencia. Finalmente, estos trabajos, especialmente el último, son un recordatorio para cuestionar la sabiduría que creemos tener sobre la causas enfermedad mental.

Quiero cerrar con un comentario que hizo uno de los analistas de los que hoy presente un caso que dice, “trabajar con niños con encopresis tiene a reforzar la creencia de uno en el psicoanálisis”. 

Bibliografía

  • American Psychiatric Association. (2002). DSM-IV-TR. Barcelona: Masson.
  • Aruffo, R. N., Ibarra, S., & Strupp, K. R. (2000). Encopresis and Anal Masturbation. Journal of the American Psychoanalytic Association, 1327-1354.
  • Edgcumbe, R. (1978). The Psychoanalytic View of the Development of Encopresis. Bulletin of the Anna Freud Centre, 57-61.
  • Mahler-Schoenberger, M. (1942). Pseudoimbecility: A Magic Cap of Invisibility. Psychoanalytic Quarterly, 11, 149-164.
  • Shane, M. (1967). Encopresis in a Latency Boy — An Arrest Along a Developmental Line. Psychoanalytic Study of the Child, 296-314.
  • Sigmund, F. (1908). Obras Completas. Siglo Veintiuno Editores.
Imagen:Morguefile/RosettaJallow