Por: Valeria De La Rosa
“El individuo es un grupo interiorizado cuya psique está sometida a la prueba de las generaciones” – Tisseron 1995
 El siglo XXI se ha visto azotado por conflictos étnicos, religiosos y culturales que se han convertido en hechos omnipresentes de nuestra vida. Presenciamos diariamente imágenes de refugiados, escuchamos hablar de terrorismo, nos enfrentamos a los retos de la migración, y a las acciones de un aumento de grupos nacionalistas y radicales. A pesar de ello, los intentos por aplicar las ideas psicoanalíticas a política, grandes grupos sociales, y a la interacción entre dichos grupos y sus líderes han tenido poco éxito. Como resultado, dichos acontecimientos globales han probado estar fuera del alcance de la pericia de los psicoanalistas. Sin embargo, creo firmemente que los conflictos nacionales e internacionales no pueden ser debidamente comprendidos si nos concentramos solamente en factores económicos, militares, legales y políticos, puesto que dichos factores están altamente influenciados por factores psicológicos que, a su vez, están contaminados por percepciones, fantasías y emociones tanto conscientes como inconscientes compartidas por un grupo de acuerdo a su historia. Hay un llamado entonces a la inserción del psicoanálisis en un nuevo campo de aplicación.
De acuerdo a Vamik Volkan (2014), son sobretodo la humillación y la violencia en contra de un grupo las que pueden llevar a la evolución de nuevas ideologías políticas dentro de las sociedades afectadas, envenenando los rituales culturales y convirtiéndolos en destructivos, modificando la identidad del grupo y preparando el terreno para tragedias masivas décadas o inclusive siglos después. Esto quiere decir que la violencia de la que somos testigos hoy puede tener su origen décadas o inclusive siglos atrás. De ser así, se hace imprescindible la comprensión de la transmisión transgeneracional del trauma (pensando en la situación de humillación y violencia como traumática), no solamente para comprender cómo se ha llegado a los conflictos actuales, sino también para reflexionar acerca de cómo éstos podrían perpetuar a su vez el círculo de violencia en el futuro.
La vida psíquica de todo recién llegado al mundo se construye efectivamente en interrelación con la vida psíquica de sus allegados, y es así como, marcada por la de sus padres, lo está también, a través de ellos, por la de sus ascendientes. Los contenidos psíquicos de los hijos pueden estar marcados por el funcionamiento psíquico de abuelos o de ancestros que no han conocido, pero cuya vida psíquica ha marcado a sus propios padres (Tisseron, 1995). Ya decía Freud en Tótem y Tabú (1912) que “ninguna generación es capaz de disimular a las que le siguen acontecimientos psíquicos significativos”. De acuerdo con esta concepción del psiquismo, la vida psíquica de cada individuo se construye en interacción con la de sus allegados, marcada por los objetos internos de sus padres y, a través de ellos, de sus ascendientes. Estos planteamientos nos llevan a valorar particularmente la incidencia en el sujeto, tanto de los acontecimientos históricos de la propia familia, como de la sociedad en la que está inmerso. Para fines de dicho trabajo me concentraré sobretodo en acontecimientos de tipo traumático puesto que es la falta de elaboración de los mismos la que tendrá un impacto en la identidad del individuo y del grupo, y que podrá desencadenar en actos violentos.
¿Qué comprendemos por trauma?
 
El trauma
Laplanche y Pontalis (2013) definen el trauma como “aquél acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente, y el trastorno y efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica. En términos económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones. De acuerdo a Freud, se trata de cualquier estímulo que supere la capacidad del aparato psíquico para ligarlo con representaciones.” Esto quiere decir que ocurren fallas en la simbolización.
En la vivencia traumática emerge un afecto como desarticulado de su representación, hay entonces una dificultad para establecer cadenas representacionales que permitan evitar el exceso de excitación no ligada, tarea imprescindible para la elaboración psíquica que se hace posible precisamente mediante la ligazón con la palabra (Fanny Schkolnik). A posteriori del trauma la desligazón producida a nivel de las representaciones de cosa por los excesos de cantidad liberados y descontrolados necesitará volver a ser ligada. Freud (1920) en “Más allá del principio de placer” explicará que la repetición de lo displacentero aparecerá de manera compulsiva como un intento reparador para lograr la articulación exitosa. Veremos más tarde que esta tarea puede ser heredada a generaciones siguientes.
Es importante mencionar que, aún en sujetos cuya historia previa haría suponer que disponen de mayores recursos para impedir que los traumas invadan el psiquismo masivamente, sabemos que las enfermedades graves, las muertes, los accidentes, las guerras, la cárcel o la emigración, son situaciones de una entidad desintegradora de tal magnitud que dan lugar a marcas traumáticas inelaborables. Lorens Braga (1999 en Rey, 2013) ha señalado que es común en sobrevivientes de traumas severos y en sus descendientes una falta de creencia en el mundo, una función parental dañada, vergüenza crónica, incapacidad para comunicar sentimientos, una sensación siempre presente de peligro, y severa ansiedad de separación. Por otro lado, recordemos que la experiencia no es traumática en si sola sino que también depende de la capacidad o incapacidad del ambiente para permitir la “metabolización” de la misma.
Quizá pensando en un conflicto internacional actual como lo es la migración forzada lo podamos ejemplificar. Aquél que se ha visto obligado a desplazarse de forma forzada lo hace ya de entrada por ser víctima de alguna situación traumática en su lugar de origen (guerra, violencia, ocupación militar, discriminación, humillación, desesperanza, temor por la vida, entre otros). El sujeto tiene la tarea entonces de intentar ligar las experiencias y lo doloroso que de ellas resulta en un ambiente que lo recibe a su vez con dificultades como son discriminación, ataques en contra de la dignidad humana que le deshumanizan, pobreza, entre otros. El medio no facilita la articulación de lo vivido y, como resultado, dificulta la elaboración. Si bien este ejemplo se refiere al adulto, el caso del niño que se ve expuesto a dicha situación tampoco muestra un mejor pronóstico. Los niños hijos de víctimas de traumas severos pueden quedar expuestos en forma intermitente a no ser reconocidos como los niños que son, llantos o conductas incoherentes por parte de los padres, y en ocasiones una anestesia emocional del progenitor que le hace aparecer distante y frío. De esta manera los niños quedan expuestos a ser traumatizados a su vez por el trauma de su progenitores (Rey, 2013).
Amplia bibliografía muestra que una vez expuesto a una situación traumática, ya sea de naturaleza personal o bien ligada a la historia colectiva, si el sujeto no logra su elaboración, esta consigna pasará a la siguiente generación.
 
Acerca de la transmisión transgeneracional del trauma
Eiguer afirma que todo acontecimiento que no puede ser representado o pensado permanece vivo, persistente y tenaz, y se impone al sujeto y a sus sucesores. Las tentativas de olvido, de borrar, de negar lo traumático y lo doloroso dejan trazas de lo negativo no representado que será transmitido e impuesto a los herederos, que son convocados a una prehistoria indescifrable, afectando así a las generaciones siguientes (Rey, 2013). ¿Cómo ocurre?
Sabemos que las influencias del entorno sobre la vida psíquica comienzan desde el estado fetal, aquí empiezan también los momentos de la transmisión. Estos serán seguidos por las relaciones precoces del niño con su primer entorno, y las identificaciones conscientes e inconscientes con los padres. Todos los tipos de transmisión transgeneracional tienen algo en común: dependen de la permeabilidad de la frontera psicológica entre niños y sus madres (Tisseron, 1995).
A diferencia de la identificación en la que el niño es un partner activo en la asimilación de características de los padres, de acuerdo a Volkan (2014), adultos con traumas severos pueden depositar imágenes de un self dañado en las identidades en desarrollo de sus hijos. Esto significa que el adulto activamente empuja ciertas imágenes en el niño, usándolo inconscientemente como un depósito para ciertas representaciones mentales que le pertenecen a él, externalizando las imágenes conflictivas. Por otro lado, el convertirse en un depósito de dichas imágenes influencia la representación mental del self del niño y finalmente su identidad… se le depositan tareas con las que debe de cumplir para reparar o modificar aquello que porta.
El niño puede pasar a ser una “vela de memoria viviente”, al tomar el rol de chivo expiatorio de la familia, asumiendo los conflictos no resueltos de sus padres. Muchos padres han intentado reconstruir sus propias identidades a través de sus hijos, lo que provoca que sus hijos tengan dificultades para formar su propia identidad.
Siguiendo a Kaes (1993 en Losso), a diferencia de la transmisión intra o interpsíquica a través de la cual la madre en su función de espejo le otorga al niño un soporte estructurante al devolverle al niño la noción de ser él mismo, de reconocer y nombrar sus afectos (elabora los contenidos), etc.; cuando se trata de la transmisión del trauma estos contenidos “atraviesan” la psique de los sujetos. Significa que no hay un espacio transicional que permita la transformación de los contenidos, estos se transmiten “a través” de los sujetos y no “entre” ellos como contenidos “en bruto” que impiden la elaboración.
Para Abraham y Torok (1978), cuando un suceso traumático es demasiado vergonzoso, la persona no logra reprimirlo ni elaborarlo y se ve forzado a encriptarlo; queda a la esperanza de hacerlo revivir para otorgarle un nuevo desenlace acorde a sus deseos. El niño en contacto con un padre portador de “cripta” recibe lo que los autores llaman “trabajo del fantasma en el seno del inconsciente” recibiendo el mandato de elaborar lo que no pudo ser simbolizado. Nunca se trata de la gravedad objetiva del traumatismo sino de la imposibilidad para el sujeto de elaborarlo.
Con lo visto hasta ahora podemos comprender que un evento traumático que no pudo ser simbolizado y por lo tanto elaborado, puede pasar desarticulado y como contenido “en bruto” a los descendientes de las víctimas del trauma permeando en su identidad y otorgándole ciertas “tareas” y “demandas” inconscientes por cumplir. Dichos individuos acaban entonces vinculados con la historia de la familia y del grupo al que pertenecen, especialmente en torno a elementos traumáticos. Si bien podemos imaginar las complicadas implicaciones que esto puede tener a nivel individual (abortos, suicidios, depresiones), de aquí en adelante me gustaría remitirme a hechos ligados a la historia colectiva que terminarán entonces por permear a generaciones y poblaciones enteras y de esta manera impactarán en el tejido social.
 
Las implicaciones del trauma colectivo en manos del otro
Volkan (2006) a través de su intervención en política internacional menciona que ha obtenido suficiente evidencia para sugerir que la transmisión transgeneracional ocurre a nivel social. Antes de proseguir es importante distinguir entre un trauma provocado por un fenómeno natural y aquél provocado por un enemigo. Aún cuando ambos causan ansiedad, cambio, y duelos a grandes escalas; cuando se trata de la naturaleza las víctimas tienden a aceptarlo como destino u obra de Dios. En cambio, cuando el trauma resulta del conflicto con otro como en caso de guerra, terrorismo, o cualquier conflicto ideológico, nacional, religioso o étnico; hay un enemigo identificable que ha provocado el sufrimiento. Esto lleva a que la identidad del grupo se vea amenazada en formas que no hace un trauma provocado por un desastre natural (Volkan, 2014).
Cuando hablamos de víctimas de un trauma colectivo en manos de otro, las pérdidas se asocian con experiencias de indefensión, pasividad, vergüenza y humillación. Se trata de heridas narcisistas que afectan no solamente a nivel individual sino también a la identidad grupal. El grupo se enfrentará con el sentimiento de deshumanización y victimización, la sensación de humillación, la culpa del sobreviviente, un aumento en las externalizaciones y proyecciones, una exageración de los prejuicios, un aumento en la inversión narcisista en la identidad de grupo, una posible identificación con el agresor, o una sensación de duelo permanente debido a pérdidas importantes. Se puede experimentar un sentimiento creciente de enojo así como sentir tener el derecho a vengarse. Si las circunstancias no permiten que se elabore, lo que permanece es un sentimiento de victimización que vincula a los miembros de dichos grupo (Volkan, 2013).
Como vimos anteriormente, tras un trauma los individuos podrán depositar imágenes de su self dañado en sus descendientes. Tratándose de un trauma colectivo en manos de un “otro”, miles o millones de individuos depositan imágenes de su self creando una especie de “ADN psicológico” compartido que otorga un sentimiento de pertenencia. Decenas, centenas, miles y millones de individuos depositan imágenes traumáticas del mismo evento en sus hijos y les dan tareas tales como: “Recupera mi auto estima”, “Termina mi duelo”, “Véngate”, “Nunca olvides y permanece alerta”. Los descendientes deben convertir la indefensión en actividad, transformar la pasividad en asertividad, revertir la vergüenza y la humillación, e inclusive idealizar la victimización si las circunstancias no permiten que se elaboren las demás tareas. Es esta transmisión transgeneracional de “tareas” que perpetúa el círculo de violencia social. A pesar de que cada niño de la segunda generación tendrá su propia identidad, todos comparten vínculos similares al trauma masivo y “tareas” similares con las que lidiar. Si esa generación no puede elaborar efectivamente dichas tareas, entonces se pasarán a la tercera generación y así sucesivamente (Volkan, 2014).
Conforme pasan los años, la representación mental del evento histórico continúa vinculando a los miembros de un grupo, a esto Volkan (2006) llama “trauma elegido” y se trata de una representación mental que pasa a convertirse en un marcador para la identidad de dicho grupo (Por ejemplo: la memoria de la caída de Constantinopla a los turcos para los griegos, los judíos alrededor del holocausto.) Como producto de una identidad en donde se active un trauma elegido se encuentra la posibilidad de que surja una ideología a través de la cual se legitime la violencia. El grupo siente el derecho de cometer una injusticia puesto que una injusticia fue cometida en contra de él. Se busca recuperar aquello que fue perdido en la realidad o en la fantasía durante el trauma colectivo que se convirtió en trauma elegido, las lealtades invisibles a los ancestros le mueven a reivindicarlos en nombre de la identidad del grupo.
De esta manera podemos comprender que la violencia de décadas o inclusive siglos anteriores junto con la experiencia de vergüenza y humillación puede desembocar en violencia por parte de ciertos grupos en la actualidad en un intento de elaborar e reivindicar aquello que ocurrió en otro momento. Lamentablemente, esto a su vez producirá nuevas víctimas que tendrán a su vez la tarea de elaborar el daño que les es hecho y pudiendo potencialmente transmitirlo también de forma transgeneracional. Pero, además de la perpetuación de la violencia, ¿Qué consecuencias tiene esta dinámica en el plano político y social?
De acuerdo a Volkan (2006), cuando se presenta una amenaza presente por otro, el grupo reactiva el trauma elegido para fortalecer la identidad social, y esto a su vez refuerza las tareas que habían sido designadas. Esto puede manifestarse por ejemplo en la terquedad de algunos políticos para llegar a acuerdos pacíficos. Por otra parte, líderes políticos pueden iniciar programas o acciones en base a la creencia de que el grupo tiene derecho a tener lo que desea por aquello que les fue hecho… acrecentando probablemente el conflicto con otros. Si bien existen buenos lideres, un líder destructivo aumenta la victimización dentro del grupo, reactiva el trauma elegido, aumenta la identidad social alrededor del mismo, devalúa al enemigo al grado de deshumanizarlo, y crea una actitud de venganza (podemos pensar por ejemplo en el discurso de Obama frente al Islam tras el ataque a del 11 de Septiembre o bien el discurso de Trump frente a los migrantes). De esta manera se legitima el desarrollo de ideologías políticas que apoyen programas o acciones sádicas en contra de un “otro” desencadenando quizá conflictos nacionales o internacionales.
Lo inconsciente permea el tejido social.
 
Conclusiones
En casos de trauma colectivo en manos de otro aparecen sentimientos de humillación, vergüenza y deshumanización, que juegan un papel crucial en la extensión de sentimientos grupales y el inicio de movimientos sociales para lidiar con el impacto del evento traumático. Como fue mencionado, la incapacidad para elaborar dichas experiencias resultará en la transmisión transgeneracional del trauma y las tareas psicológicas por resolver, en caso del trauma colectivo, son generalizadas e inevitablemente fortalecen la identidad social e inclusive la modifican. Distintas respuestas sociales frente al trauma se asocian con intentos de elaborar y reparar la herida hecha a la identidad social. La transmisión transgeneracional en grupo puede convertirse entonces en un factor significativo para explicar movimientos sociales o políticos. Cuando el conflicto de un grupo con otro se acrecienta, los vínculos entre los miembros se acrecientan. Se busca mantener una frontera psicológica entre “nosotros” y “ellos”, tarea que facilita la proyección de los elementos indeseables de los miembros del grupo hacia el grupo enemigo. El grupo necesita aferrarse a sus costumbres y tradiciones para proteger y mantener su identidad social y diferenciarla de aquella del “enemigo”. En un mundo cada vez más globalizado y multicultural, dichos hechos dificultan la “diplomacia internacional” y quizá los acuerdos pacíficos entre naciones.
Creo que se vuelve imprescindible la inserción de una comprensión profunda de la historia de dichos grupos (a través del psicoanálisis) para facilitar los diálogos entre los mismos, para ofrecer insights que ayuden a los grupos y sus líderes a elaborar eventos traumáticos y que de esta forma la enemistad entre grupos no termine por repetir círculos de violencia.
 
Bibliografía

  • Abraham N. & Torok,  M. (1978): L’écorce et le noyeau.Paris,  Flamma­rion.
  • Freud, S. (1913). Tótem y Tabú. Obras Completas. Vol. XIII. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Freud, S. (1920). Más allá del principio de placer. Obras Completas. Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrotu.
  • Laplanche y Pontalis. (2013). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. Pg.447 – 451
  • Losso, R. (s.f.). La fantasía inconsciente compartida familiar de elaboración transgeneracional. En: http://www.e-thinkingformacion.es/wp-content/uploads/2014/03/repetici%C3%B3ntransgeneracionalbueno.pdf
  • Rey, J. (2013). Manifestaciones vinculares y transferenciales de lo traumático ancestral: la escena transgeneracional traumática. Instituto Universitario de Ciencias de Salud. Buenos Aires.
  • Schkolnik, F. (s.f.). Efectos de lo traumático en la subjetivación.
  • Tisseron, S. (1995). El psiquismo ante la prueba de las generaciones. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Volkan, V. (2006). Killing in The Name of Identity: A Study of Bloody Conflicts. Virginia: Pitchstone Publishing.
  • Volkan, V. (2013). Enemies on the Couch: A Pyschopolitical Journey Through War and Peace. Virginia: Pitchstone Publishing.
  • Volkan, V. (2014). Psychoanalysis, International Relations, and Diplomacy: A Sourcebook on Laege-Group Psychology. Virginia:

 
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