Clementina Faraggi

     

“El día que aprenda a escribir, voy a escribir tu nombre en un corazoncito” esta frase fue escuchada en un jardín de niños el día que un alumno se tuvo que despedir de su maestra porque, la desgraciada, se iba a ir a trabajar a otro colegio. Esa desgraciada era yo, y eso que me dijo mi exalumno de cuatro años de edad lleva rondándome la cabeza tres ciclos escolares. Evidentemente, al principio lo que me movía era un sentimiento de culpa gigante, pero poco a poco fui entendiendo algo que cambió por completo mi manera de ver la adquisición del lenguaje escrito ¿qué tiene que ver el vínculo de la persona que enseña a escribir con la persona que aprende a escribir y cómo éste favorece el aprendizaje? En este ensayo me gustaría compartirles mi experiencia como docente en preescolar y cómo las distintas herramientas que aporta el psicoanálisis pueden favorecer el aprendizaje del lenguaje escrito.

Para que un niño pueda adquirir el lenguaje escrito, primero debe tener la capacidad de hablar, pero ¿qué es la lengua? Fabián Becerra (2017) nos explica que es un sistema de expresiones convencionales adquirido por la comunidad en la que uno se desarrolla; la lengua determina un sistema de signos que permiten la comunicación y el entendimiento. Es importante mencionar que estos signos son la unión de un significado (concepto) y un significante (representación fónica o acústica del significado); un significante por sí mismo no puede aportar nada si no lo acompaña el concepto al que representa y un significado es el que determina el sentido de la imagen representada. Una de las funciones importantes del lenguaje es la representativa, la cual no implica un proceso comunicativo per sé, pero se necesita para que el niño pueda hablar en un futuro (Navarro, 2003); Lacan (2010 en Becerra, 2017) explica que “un significante es lo que representa al sujeto para otro significante. Este significante será pues el significante para el cual todos los otros significantes representan al sujeto: es decir que a falta de este significante, todos los otros no representarían nada”, en otras palabras, un significante es la serie de representaciones que van formando al sujeto; y sin una cadena de significantes del sujeto, es imposible que los demás significantes se construyan (y volviendo al tema central de este ensayo, de ahí que el niño comience escribiendo su nombre, es decir, el significante de su propio significado). Macarena Navarro Pablo (2003) estipula en su investigación que “…. la necesidad de comunicarse en el hombre surge desde el primer mes de vida. Es esta necesidad, junto con los estímulos que recibe, lo que le permiten desarrollar sus capacidades para la adquisición del lenguaje.” (Navarro, 2003 p. 345). En un principio existe la etapa prelingüística, ésta se ubica en los primeros 10 meses de vida en donde el niño hace distintos sonidos aislados. Comienzan por el prebalbuceo con vocalizaciones reflejas, gritos, llanto y gorgojeo (hasta aproximadamente los dos meses) y continúan con el balbuceo con juegos vocales e imitación de sonidos (alrededor de los tres a los 10 meses), éstos suelen ser principalmente vocálicos, sílabas aisladas y redoblamiento de sílabas (o sea, la misma sílaba repetida muchas veces). 

Durante este período el bebé practica funciones ejercidas por el lenguaje como la exteriorización y la comunicación. Según Alarcos (en Navarro, 2003) esta intensa actividad fónica sirve de preludio al buen funcionamiento de los órganos destinados para el futuro uso del lenguaje como lo son el aparato auditivo, el visual y el motor. Es muy importante que el entorno del infante favorezca estas primeras intenciones de comunicación, no solo porque muchas de estas veces el bebé está expresando una necesidad (ya sea biológica o de afecto), sino que a partir de las reacciones que el niño provoque en sus cuidadores primarios, sus primeros vínculos, se promoverán sus manifestaciones acústicas de manera más intencionada con el fin de conectarse con ellos. 

Fernando Millán (en Navarro, 2003) establece tres funciones básicas para este período: la ejercitación articulatoria y auditiva (en un principio pasiva o exploratoria y después intencionada, es decir, el niño detecta un sonido que quiere emitir o captar), las identificaciones y diferenciaciones fónicas (que reconoce y discrimina distintos sonidos) y la respuesta al entorno físico. 

Poco a poco, los ruidos exteriores y los emitidos por sus cuidadores van creando en el interior del infante una serie de significantes a los que puede acceder cuando los escucha, posteriormente intentará reproducirlos con intenciones comunicativas (llamados, demandas, descripciones, imitaciones, juegos, etc.). Todo esto es un proceso, y conforme vaya avanzando, el infante irá accediendo a la etapa lingüística (a partir de los 10 meses aproximadamente). La actividad fónica aquí se divide en dos actividades: una de intención comunicativa (que sucede al balbuceo) y una de intención significativa (que apenas está comenzando). Conforme el niño va descubriendo la función significativa, sus sonidos se convierten en significantes y logran asociarse con un significado: “Este es el momento al que se refiere [Millán] como el de la constitución del signo o ‘uso continuado de una emisión fónica conectada a una noción precisa dado que implica la persistencia de la relación significante y la estabilidad del significante y el significado.’” (Navarro, 2003 p. 337). Esto, como ya se ha dicho, es progresivo y el niño irá poco a poco adquiriendo la destreza motriz para poder apalabrar el significante correctamente, ya que estos suelen iniciar diferentes a lo convencional (“pa” puede significar “pan” y “co” podría ser coche, por ejemplo). Posteriormente, alrededor de los 11 o 12 meses, el niño ya puede articular sus primeras palabras, las cuales suelen constar de dos sílabas repetidas; esto da inicio a la etapa lingüística o verbal, la cual seguirá enriqueciéndose. Es importante que los principales cuidadores del bebé lo continúen estimulando durante mucho tiempo para que las emisiones fónicas cada vez estén más cerca del significante (Navarro, 2003). Dice Navarro para concluir su investigación: “La calidad de la relación adulto-niño pensamos que es decisiva para el lenguaje” (2003 p. 347) y creo útil para este ensayo agregar ya sea el hablado o el escrito.

Este pensamiento coincide con la teoría de Winnicott, en donde estipula que antes de considerar el papel del jardín de niños y de su futura maestra, la madre del infante deberá de haber desempeñado un buen papel como promotora de un desarrollo psicológico sano en los primeros años de vida: “Sólo a la luz del papel de la madre y las necesidades del niño se llegará a una comprensión real de la forma en que el jardín de infantes puede continuar la tarea de la madre.” (Winnicott, (2016) p. 1309). La angustia de separación que siente un niño la primera vez que entra a una escuela suele ser imponente, para que esta sea más llevadera se recomienda que tanto el plantel como las personas que se encargarán del niño estén catectizadas. Los primeros que deben de realizar este ejercicio son los padres, ya que así podrán transmitirle a su hijo que está en un lugar seguro, confiable y que puede sentirse libre de amar este nuevo entorno y a las personas con las que se va a relacionar. Es importante que, así como en un análisis, el niño sea capaz de depositar en la maestra pulsiones libidinales y agresivas sabiendo que ninguna de estas dos la van a destruir a ella o al vínculo pues la docente las sabrá manejar y en caso necesario lo ayudará a canalizarlas de manera libidinal; esto le permitirá expresarse, jugar y aprender libremente. 

La escritora brasileña Clarice Lispector resume en su obra Un soplo de vida el sentimiento que tanto niños como adultos pueden experimentar al comenzar a escribir “Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. 

Para escribir tengo que instalarme en el vacío” (Lispector, 2020 p. 17).  Si esta empresa es difícil para un adulto ¿qué tan complicado puede ser para un niño hurgar en lo que está oculto, en el vacío, en sus propios significados, para encontrarles un significante que no solo debe de encontrar su salida por la vía fónica, sino también grafomotora? ¡Es dificilísimo! Y así como la adquisición del habla, es todo un proceso. Este comienza aproximadamente a los 16 meses de edad, cuando el niño ya tiene cierta maduración motora y descubre que determinados movimientos suyos pueden dejar trazos si tiene un material adecuado para ello. Este descubrimiento es sumamente placentero para el infante ya que lo vive como una forma de juego. En esta etapa sus trazos no representan objetos reales y no se le debe de inducir a eso, pues será hasta los dos o tres años cuando el pequeño haya adquirido la práctica suficiente y logre comenzar a darle un nombre a sus garabatos que, al no ser figurativos, puede variar. Por ejemplo: si al niño se le acaba de contar un cuento, un garabato puede ser el personaje principal si se le pregunta una vez y el villano si se le pregunta una segunda vez. El garabateo poco a poco va evolucionando de líneas rectas a curvas, espirales, círculos, cruces sencillas, espacios cerrados y rayas; después de meses dan cabida al dibujo de formas (estos trazos serán extremadamente útiles cuando esté listo para trazar letras). Es aproximadamente hasta los cuatro años aparecen las primeras figuras humanas (que suelen ser un círculo con algunas extremidades). Vayer (1985 en Levine, 2021) le llama a esta la fase de simbolización y se trata de la capacidad que llevará al niño a lograr de darle un sonido a una letra; es también en esta edad en donde el infante puede empezar a identificar algunas letras de su nombre. Con el paso del tiempo, el niño podrá ir representando de manera más detallada la figura humana (o sea, una representación gráfica de su propio signo, es decir, su significado y significante) y será idealmente entre los seis y siete años que esta se encuentre bien definida, pero para que esto suceda el pequeño deberá de tener una buena consciencia corporal, sensorial, motriz, ubicación espacial y temporal y, por supuesto, la capacidad de darles signos a sus experiencias sensoriales y motoras, es por eso que cuando un pequeño logra dibujar una figura humana implica un gran esfuerzo y un gran logro; las razones por las que este evento da pie a la escritura son:

  • Que el niño tiene una avanzada capacidad de simbolización, la cual es indispensable para la escritura. 
  • Únicamente cuando existe una conciencia de uno mismo y del espacio en el que se encuentra se pueden ejecutar tareas de manera tan ordenada, como lo son la escritura y la lectura. 

Debido a lo complejo que este proceso puede ser, el adulto debe de tener presente que estos inicios han de ser motivadores y estimulantes para el aprendiz, que tienen que ser significativos y generar sensaciones de éxito para que todo esto derive en el deseo de comunicarse de manera escrita espontáneamente (Levine, 2021). Curiosamente, así como el niño al aprender a hablar comienza con sonidos vocálicos, continúa con sílabas, sigue con sílabas repetidas, después palabras aisladas hasta que cada vez logra ir uniendo más y más palabras, ese es el orden que usa cuando comienza a escribir: letras aisladas, sílabas, sílabas repetidas, palabras aisladas, etc. Hasta aquí hemos podido observar que tanto para el proceso de adquisición del lenguaje hablado, como para el escrito es indispensable que exista una cadena de significantes que formen al yo y que este se va haciendo cada vez más complejo. 

Cuando el vínculo con una maestra es fuerte, escribir es un acto de amor, de empatía y de escucha. Para el niño, llegar a este aprendizaje es un gran logro y goza compartirlo con la gente que quiere. No es raro que el día que por fin logra escribir su nombre se emocione y lo presuma con todo el salón y con toda su familia y que cuando domina la escritura de palabras aisladas sea un regalo frecuente un papelito en donde escribe el nombre de su maestra. Durante los años que he compartido como estudiante en formación y docente, he podido depositar en el aula herramientas que me han sido útiles en el consultorio: 

Una maestra puede valerse de la transferencia depositada en ella para fortalecer el vínculo con el alumno y hacer de este vínculo un lugar seguro en donde el niño pueda confiar sus miedos, fantasías, logros, frustraciones, amor y odio; esto, así como sus primeras intenciones de comunicarse con la madre, provocará la necesidad de relacionarse de esta nueva manera (la escrita) con esta nueva persona significativa y con sus compañeros del salón. 

El marco también será importante: éste le dará una estructura al niño y le permitirá sentirse contenido, pues a medida que él sepa hasta dónde pueden llegar sus acciones se sentirá con la libertad de actuar sin comprometer su integridad o la de alguien más; con los cambios que hemos experimentado durante la pandemia, me gustaría referirme a este marco en el sentido que Winnicott lo hace, ya que ha sido un instrumento en la docencia de suma importancia, pues como bien dice: “Dentro de este marco somos confiables, mucho más que en nuestra vida diaria” (2016 p. 447). Al carecer en estos momentos de un espacio físico común para las clases, es importante que existan una serie de reglas fijas y comportamientos predictivos de parte del docente y de los niños para que se logre perpetuar un ambiente que les genere seguridad y que se sientan libres de desenvolverse, equivocarse, corregir sus errores, poner a prueba hipótesis, experimentar y discutir sus resultados, inventar cuentos y compartir sus escritos con el grupo a través de una pantalla. 

Otra herramienta que aporta el psicoanálisis de suma importancia es observar los avances de los alumnos “sin memoria ni deseo” (Bion en Cobar & Gaitán, 2011, p. 454) ya que esto permitirá conocer los intereses de los alumnos, que se sientan escuchados, saber en qué parte de su desarrollo están, de qué platican, qué los puede motivar para continuar su proceso de aprendizaje y no frustrarlos exigiéndoles más de lo que pueden dar debido a su posición en la línea de desarrollo; es igualmente necesario que la docente confíe en el deseo de aprender de sus estudiantes y que es parte natural de su vida seguir aprendiendo e intentando resolver sus propias dudas con o sin su ayuda. 

 Un instrumento más es cómo tratar el “fin de tratamiento” que, como nos describe Jessica Álvarez (2019) es un proceso de despedida en donde el alumno se prepara para separarse de su maestra y, muchas veces, compañeros, “se acompaña siempre de angustias depresivas y/o temores fóbicos….”. Es muy importante ayudar al alumno a cerrar, fantasear acerca de lo próximo que viene y que la separación sea de una manera libidinal; muchos alumnos al acercarse el fin del ciclo escolar suelen expresar sus miedos al cambio, su duelo o su enojo, y aunque esto suele mover mucho a la maestra también (tanto que de una despedida surgió la motivación para escribir este trabajo), es útil para los niños saber que, aunque fueron importantes para ella, les toca vivir y aprender cosas nuevas que no les puede ofrecer. Esto le servirá para poder catectizar su nuevo destino sin culpas y continuar con su línea de aprendizaje. Suelen servir mucho las ceremonias de despedida para dar ese paso. 

Muy probablemente he omitido un sinfín de aportaciones del psicoanálisis en este ámbito que actualmente ignoro, pero tengo la esperanza que con este ensayo aporte algo valioso a cualquier persona que se encuentre acompañando a un niño en este interesantísimo proceso de adquisición del lenguaje escrito. 

Emerson (2014) alguna vez dijo “A los hombres les encanta maravillarse. Esto es la semilla de la ciencia.” y en este caso los niños no son una excepción. En efecto, son científicos en potencia y es a partir de esta naturaleza de cuestionarse todo que logran desarrollarse a su propio tiempo y ritmo. Y digo desarrollarse pensando en cómo lo que se construye es su persona, su yo y todos los significantes que lo forman y lo hacen único. 

P.d. Muchas gracias, Fede. 

Bibliografía