El género del analista y [de] sus interpretaciones

Autor: Juan Pablo Quibrera

Hace poco tiempo tuve la oportunidad de ser maestro de grupo con niños de diez y once años. Para los que estudiamos la teoría psicoanalítica, trabajar todos los días con niños resulta un ejercicio muy enriquecedor ya que podemos ver de forma clara todas aquellas fantasías de las que los autores psicoanalíticos hablan; convivir con niños nos permite asomarnos por una ventana a los contenidos que los adultos han reprimido y transformado para vivir en un mundo [aparentemente] más civilizado. Es casi imposible resistir la tentación de pensar en términos psicoanalíticos cuando se tiene a la mano un sinfín de comportamientos infantiles que pueden ser vistos como una puesta en escena de lo inconsciente. Así que, sin abusar [del todo] de mi lugar como maestro, decidí un día hacer un experimento con mis alumnos para ver cómo pensaban. Tal vez pude haber escogido un tema escabroso o más propenso a “lo kleiniano”, pero terminé optando por un tema de género. La instrucción que le di a los niños fue sencilla; “yo voy a decir el nombre de una profesión, y ustedes tienen que dibujarla lo mejor que puedan”. Es importante mencionar que la clase era de inglés, y por lo tanto las profesiones estaban en inglés: mi objetivo  con este experimento era aprovechar que las profesiones en inglés tienen género neutro, a diferencia del español donde el sustantivo sí tiene implícito un género masculino o femenino (doctor, doctora). Así pues, empecé a dictar profesiones a ver qué asociaban los niños. Doctor, todos dibujaron una figura masculina con bata y algún instrumento como un estetoscopio. Por su parte, cuando dijeNurse, todos dibujaron una mujer prácticamente con la misma indumentaria y equipo que el doctor. Curioso que estaban dibujando esencialmente a la misma persona con la misma ropa y los mismos accesorios, sólo que doctor era hombre y nurse era mujer. Yo mientras observaba esto pensaba: podrían haber dibujado dos doctores o dos enfermeras. ¿Por qué la profesión lleva implícita ya un género? Seguí con el ejercicio. Mechanic: obviamente dibujaron un hombre. Veterinarian: algunos dibujaron hombres, otras mujeres. Teacher: todos dibujaron una mujer. (Internamente me dieron ganas de decirles “¿¡qué no me están viendo; entonces yo qué soy!?”Boss (jefe): todos dibujaron hombres. Impresionante ver que desde esta edad el rol de jefe, de poder, de cabeza, ellos lo asociaban con los hombres. Finalmente les dije psychologist/therapist y, como me lo esperaba, casi todos dibujaron mujeres. 

Estudiar los roles de género y la manera en la que son introyectados desde la infancia es un tema fascinante y algo que debemos tener en mente en nuestros consultorios, ya sea que tratemos con niños, adolescentes o adultos, pues finalmente se trata de una parte muy importante de la identidad y que va a determinar en cierta medida la personalidad. El pequeño experimento que llevé a cabo con mis alumnos me dejó claro que en su mente, si un hombre practica la medicina es un doctor, pero si una mujer practica la misma disciplina es una enfermera. Y en nuestra cultura se da por entendido que entre el rol de doctor y el de enfermera hay una distancia jerárquica importante de poder, estatus y estima. Y por cierto, ¿no podría haber doctores mujeres?, le pregunté a los niños, ¿y no puede haber enfermeros hombres? Mis alumnos me veían como sin saber qué contestarme, por un lado como si nunca se hubieran puesto a pensar en ello, y por otro lado, como si yo los hubiera cachado in fraganti en un crimen. Al conversar con mis alumnos, también me quedó claro que, además del tema de poder y estatus que ciertas profesiones conllevan en nuestro contexto, los niños atribuían un género a las profesiones dependiendo de la calidad de las funciones que esa persona desempeñaba. Por ejemplo, ellos asociaban mechanic con lo agresivo, lo sucio, el tomar las cosas con las manos, fortaleza física…lo cual para ellos lo hacía masculino y perteneciente al hombre. Por otro lado, teacher y psychologist se asociaban con la escucha, el interés por los otros, la comprensión, el cuidado…funciones  femeninas y, es más, claramente maternas. 

En su libro Teatros de la mente, Joyce McDougall (1985) hace la metáfora de la mente como un campo escénico, un teatro donde se ponen en juego una gran cantidad de personajes, objetos y elementos que están en constante interacción; asimismo, el setting analítico es un escenario donde se incorporan todas estas piezas internas y externas del analizando, más además, al analista con su propio teatro interno de objetos. Tomando lo anterior, me parece muy importante abrir a discusión el tema de la realidad del analista, entendiéndolo como un observador participante que contribuye con su mundo psíquico al proceso analítico. Por esto considero que hay elementos de la persona real física del analista que debemos de tener en cuenta para cuestionarnos constantemente: la ropa del analista, el peinado, la estatura, la complexión, su edad, su tono de voz, su estilo de hablar, su vocabulario, su forma de caminar, etc. Tal vez puedan ser vistos como detalles mínimos, insignificantes e irrelevantes, pero al ser parte del analista forzosamente van a ser percibidos (consciente o inconscientemente) por el analizando, quien a su vez acomodará estos elementos dentro de su psique. Todo lo que es el analizando y todo lo que es el analista están presentes y juegan en el escenario analítico que propone McDougall. Y regresando al experimento que hice con mis alumnos, es innegable que al menos en nuestro contexto sociocultural, la figura del psicoanalista se asocia con todo lo que engloba la psicología, que a su vez es asociado con lo femenino y con la mujer. No es sorprendente ver la cantidad de mujeres que estudian este tipo de disciplinas (psicología, psicoanálisis, pedagogía, educación) en contraposición con los hombres, que son minoría. Lo que sí sorprende es que ahora se tenga esta dinámica cuando, si nos remontamos a los comienzos del psicoanálisis, la mayoría de los que se formaban y practicaban el psicoanálisis eran hombres – sí, es cierto que en esa época el psicoanálisis sólo lo podían ejercer los médicos, que solían ser hombres, pero me parece que también había una connotación de poder, de masculinidad, asociada con el analista. Me viene a la mente la típica imagen de Freud con una mirada de sospecha y un puro en la mano. Tal vez estas eran las fantasías que predominaban en ese entonces: el analista como un poder, fálico, masculino, el que está atrás del diván escuchando y que todo lo sabe. Esto ha cambiado hoy en día: existen más disciplinas y ramas de la psicología, así como otro tipo de terapias, un sinfín de tratamientos, y a veces los pacientes que acuden a nuestro consultorio no tienen claro ni qué buscan ni con qué se van a encontrar. “¿Me vas a dejar tarea? ¿Va a haber dictados o ejercicios o planas? ¿En cuánto tiempo se va a mejorar mi hijo? ¿En serio todo lo que tengo que hacer es venir y hablar?” Quedamos confundidos en la mente de los pacientes, nos desdibujamos y quedamos en un lugar extraño, con un encuadre parecido al médico (masculino) pero con funciones asociadas con la psicología y lo materno. Con este trabajo busco problematizar el tema del género del analista, que por supuesto influye en la vivencia del paciente, pero en especial quisiera referirme a cómo un analista (sea hombre o mujer) va a estar compuesto de objetos internos propios en interacción consigo mismo y con él analizando y sus objetos. De esta forma, el analista tendrá identificaciones con distintos objetos y por lo tanto poseerá atributos masculinos y femeninos. 

Es común que un analizando (o nosotros, como candidatos) fantasee sobre qué pasaría si en vez de haber tenido un analista hombre hubiera ido con una mujer, o viceversa. ¿Habría diferencias? De igual forma, cuando estamos con los pacientes podemos ver que reaccionamos de forma diferente con cada uno. Los pacientes generan cosas en nosotros, fantasías, impulsos, pensamientos, sensaciones, sentimientos, y reaccionamos ante ello dependiendo del caso. Con algunos pacientes uno puede sentirse más maternal, o más paternal, agresivo, masoquista, complaciente, etc., y es nuestra labor comprender por qué. 

Creo que entre más en contacto esté el analista con sus partes masculinas y femeninas, mejor podrá entender y atender a su paciente. Como mencionan Libermanet al. (1969, cit. en Etchegoyen, 1986), cada analista formará con su paciente una pareja analítica, para lo cual el analista debe de tener por encima de otras cualidades una plasticidad yoica que le permita usarse como objeto del analizando, pudiendo recibir sus proyecciones y digerirlas. Lo anterior lleva a pensar en la teoría del campo propuesta por los Baranger (1961-1962, cit. en Etchegoyen, 1986), donde el analista no es una pared en blanco donde el paciente deposita sus contenidos y ya, sino que es una persona real que utiliza su silencio, su abstención, pero también sus palabras y reacciones, siempre con el fin de interpretar. La antigua concepción de que el analista es un espejo niega que el analista exista como persona, con su propio inconsciente, que a fin de cuentas es su herramienta de trabajo. 

Thomas Ogden (2009) señala la diferencia entre técnica analítica y estilo analítico. El estilo analítico no es una serie de principios o teorías, sino un proceso que está vivo en el analista y que se origina en su personalidad y experiencias. Nuestro estilo está influido por cómo hemos sido como niños, hijos, hermanos, padres, parejas, alumnos, maestros, amigos, analizados; experiencias a partir de las cuales podemos pensar e identificarnos. Este estilo no necesariamente va de la mano con la tarea analítica, es más bien un recurso personal, una manera de estar y ser en el análisis. 

A partir de la escuela de relaciones objétales, se ha entendido la función del analista como una función en esencia materna: las ideas de Bion (1962, cit. en Etchegoyen, 1986) sobre el reverie y la propuesta del holding de Winnicott (1955, cit. en Etchegoyen, 1986) sugieren que todo analista se enriquecerá y será mejor analista entre mejor pueda contener al paciente, metabolizar sus angustias como hacen las madres con sus hijos. Lichtenberg (1983, cit. en Skolnikoff, en Sugarman, 1992) también plantea el proceso de interpretación como un acercamiento sucesivo de madre a hijo, para poder entender lo que necesita. Esta idea nos rompe la imagen del analista duro, fuerte y fálico que se mete al inconsciente de su paciente e impone su propia visión (equivalente al padre autoritario que impone su ley, à la Schreber).

Habiendo dicho esto, existe otro punto interesante que nos puede aportar mucho a la hora de supervisar y comprender nuestras experiencias clínicas: cómo es nuestra manera de interpretar desde una perspectiva de género. ¿El analista es masculino o femenino en su forma de intervenir? ¿Cómo lo percibe el paciente y cómo se coloca ante esto? Heinrich Racker (1986) hace un estudio rico y profundo sobre cómo los analizandos se relacionan con las interpretaciones del analista, que en distintos momentos pueden fungir como pechos, penes, objetos persecutorios, gratificantes, causa de envidia, etc. También alude a cómo en un nivel de la transferencia y contratransferencia se pone en escena el complejo de Edipo (positivo y negativo), donde el analista puede representar un objeto masculino o femenino, así como el paciente puede representar para el analista una pareja, un hijo, un padre, un supervisor, o un objeto interno como el superyó. Si bien complejo, me parece muy valioso incorporar este nivel profundo de compresión a nuestra manera de entender al paciente, pues nos obliga a estar y sentir al paciente en vivo y a todo color, viviendo cada momento como único e irrepetible. Racker nos deja ver que en el análisis ningún objeto conserva necesariamente el género que se le ha atribuido siempre, sino que puede adquirir múltiples significados y géneros, tanto a nivel edípico (madre, padre, hijo, pareja) como pregenital (pecho, pene, heces). Me gustaría abrir aquí la siguiente discusión: ¿se podría pensar que las interpretaciones del analista tienen género? ¿Estarían en concordancia con el género del analista? ¿Cuáles serían las ramificaciones de esto? 

Considero factible que sí, que haya ciertas interpretaciones o maneras de dar esas interpretaciones que sean más masculinas, femeninas, agresivas, comprensivas, libidinales… y adicionalmente está el factor de cómo cada paciente las toma, en un plano consciente y, por supuesto, inconsciente. Si bien, como dicen Celia Leiberman y Norberto Bleichmar (2013), uno de los objetivos del psicoanálisis contemporáneo es que el analista puede desenvolverse con mayor fluidez y mayor capacidad imaginativa para hacer y plantear interpretaciones, creo que habrá momentos donde esto no sea del todo posible, y el analista se tope con contra-actuaciones, contra-resistencias y otros fenómenos en su contratransferencia que deberá examinar. Esto es cierto en tema de género, pues los analistas tienen un género: desde que el paciente ve que somos hombres o mujeres, se despliegan mecanismos internos ante nuestra identidad. El tema de nuestro género será parte del análisis, susceptible de hablarse, y por supuesto de analizarse. Regresando a mi experimento con mis alumnos, creo que con los niños es muy evidente cómo ellos generan en uno componentes tanto maternos, como paternos, fraternales, etc. Siendo maestro, te depositan agresión, cariño, y generan que uno sea a veces como un padre, a veces madre, a veces maestro, a veces un hermano con quien pelear. En el tratamiento con niños  quizá se vea esta dinámica más obvia o más rápidamente que con los adultos, pero recordemos que la esencia de la vida psíquica, lo que a nosotros nos interesa, está fundada en lo infantil y lo demás son defensas y transformaciones. 

Conclusiones 

Como menciona Luis Hornstein (2013) en su libro Las encrucijadas actuales del psicoanálisis, nos encontramos hoy mejor armados teóricamente para comprender a nuestros analizandos gracias a los desarrollos de analistas que se han llamado lacanianos, kleinianos, winnicottianos, etc., pero al mismo tiempo esto nos puede confundir, pues de todo esto, ¿con qué nos identificamos? ¿Desde dónde escuchamos y actuamos? Retomando lo que he dicho en este trabajo, me parece que lo más útil clínicamente es aprovechar la gama de oportunidades que tenemos para pensar con el paciente, teniendo estas opciones como identificaciones orbitales que pueden servir al proceso de descubrimiento en el análisis. Retomando lo que dice Bion (1967, cit. en Gaitán y Cobar, 2011) sobre la memoria y el deseo, en cuanto a que el analista debe sentir que cada vez que ve a su paciente lo está viendo por primera vez, creo que lo mismo aplica con el analista y se relaciona con el tema del género del analista: cada vez que el analista recibe a su paciente, es un analista nuevo, neutro, sin género, creado en ese momento por, con y para ese paciente en específico. 

Bibliografía

  • Etchegoyen, H. (1986) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu. 
  • Gaitán, A. y Cobar, A. (2011). Obras de Avelino González Fernández. México: Sociedad Psicoanalítica de México. 
  • Hornstein, L. (2013) Las encrucijadas actuales del psicoanálisis. Subjetividad y vida cotidiana. Argentina: Fondo de Cultura Económica. 
  • Leiberman, C. y Bleichmar, N. (2013) Sobre el psicoanálisis contemporáneo. México: Paidós. 
  • McDougall, J. (1985) Theaters of the Mind: Illusion and Truth on the Psychoanalytic Stage. Londres: Routledge.
  • Ogden, T. (2009) Rediscovering Psychoanalysis: Thinking and Dreaming, Learning and Forgetting. Londres: Routledge. 
  • Racker, H. (1986) Estudios sobre técnica psicoanalítica. Barcelona: Paidós. 
  • Sugarman, A., Nemiroff, R. y Greenson, D. (1992) The Technique and Practice of Psychoanalysis Vol. 2: A Memorial Volume to Ralph reenson. Estados Unidos: International Universities Press Cap. 6 “The Evolution of the Concept of Interpretation”, Skolnikoff, A.