Tomando en cuenta la definición político – social de la Tercera Edad, población mayor de 60 años o más, y que esta población cada día adquiere un porcentaje mayor en el mundo, se revisan en forma breve algunas características y factores fisiológicos, biológicos, sociales y psicológicos de esta etapa del desarrollo. Así mismo, se hace una revisión sobre la definición de duelo y se describen algunas de las posibles pérdidas que experimentan los ancianos, así como sus posibles reacciones ante éstas.
Autor: Adriana Aguilera Grovas
Todos deseamos llegar a viejos; y todos negamos que hemos llegado
Francisco de Quevedo y Villegas
Introducción
El motivo de por qué realizar una investigación acerca del adulto mayor, radica en que vivimos en un mundo que envejece. La Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento menciona que según las previsiones de la ONU, el 22% de los habitantes del planeta será mayor de 60 años en 2050. En México, datos del INEGI señalan que existen más de ocho millones de personas mayores.
Antes que nada se debe establecer que los términos Envejecimiento y Tercera Edad no son sinónimos. Ramón de la Fuente (1999) define al envejecimiento como el proceso endógeno, predeterminado que conduce gradualmente a la claudicación y finalmente al colapso de los sistemas de autorregulación y equilibrio energético del organismo.
El término Tercera Edad o Adulto Mayor hace referencia a la población de 60 años o más; se utiliza para fines legales, médicos, económicos y estadísticos.
Por lo anterior se deduce que aunque el envejecimiento se inicia desde la concepción y finaliza con la muerte del individuo, se hace más evidente en la Tercera Edad.
Ahora bien, la mayoría de las veces en que se abordan temas relacionados con esta etapa del desarrollo de los individuos, se enfrenta un problema en cuanto a su definición debido a la edad. Si bien es cierto que no existe una edad precisa a partir de la cual se pueda establecer el inicio de esta etapa de la vida ya que está en juego la interacción de lo físico, lo psicológico y lo social de cada individuo, es decir, la población mayor de 60 o 65 años no forma un grupo homogéneo y el ser humano puede alcanzar de formas diferentes los 60, 70 y 80 años o más.
Algunos autores consideran que la Tercera Edad es igual a una Edad de las Pérdidas. Sin embargo, debemos recordar que, según Mann (1985), la psicodinamia del envejecimiento no está solamente restringida a asuntos relacionados con pérdidas y limitaciones.
La presente investigación bibliográfica pretende ser un resumen de ciertas características o factores de la Tercera Edad; así como una descripción de algunas de las pérdidas y duelos que posiblemente se pueden presentar durante la senectud debido a la existencia de déficit en el funcionamiento biológico, y consecuentemente, en las funciones psicológicas o sociales, trayendo consigo cambios que hacen cada vez más difícil la adaptación del sujeto al mundo que le rodea.
Factores de la tercera edad
Antes de abordar el tema de las pérdidas, se mencionarán brevemente algunos de los factores biológicos/fisiológicos, sociales y, psicológicos/psicodinámicos del envejecimiento.
Factores Fisiológicos y Biológicos
Carstensen y Edelstein (1989), mencionan que a medida que se envejece, la capacidad para rendir físicamente disminuye gradualmente así como también la velocidad en la capacidad de respuesta a los cambios ambientales. En cuanto a la apariencia física puede aparecer canicie, calvicie, cambios en la piel, talla y peso, desgaste en la dentadura, etc. Se generan deficiencias en los sistemas cardiovascular (problemas de irrigación sanguínea, várices), respiratorio (rigidez en la caja torácica), gastrointestinal (disminución de la capacidad de absorción de los intestinos y del tamaño del hígado), excretor (disminuye la capacidad vesical y el tamaño de los riñones; incontinencia, estreñimiento) y endocrino (disminuye la producción de hormonas). Las percepciones de los sentidos declinan en sensibilidad. Los sentidos de la visión y la audición son los primeros en deteriorarse. Otra de las transformaciones que experimenta el organismo humano es el enjute del cerebro que se expresa por cambios en las funciones mentales, la personalidad y la conducta; el peso del cerebro disminuye.
Debido a estos cambios las personas de la tercera edad se hacen propensas a desarrollar distintas enfermedades de diversa índole (parkinson, cáncer, hipertensión, infartos).
Factores Sociales
Ramón de la Fuente (1999) afirma que es necesario tomar en cuenta que los problemas del anciano no dependen solamente de él, sino de las actitudes relacionadas a la cultura en la que se halla inmerso.
Krassoievitch (2001) menciona en cuanto a estos factores, que en sistemas sociales y tecnológicos de cambio rápido, las experiencias acumuladas por el anciano proporcionan menos soluciones aplicables a problemas y situaciones de la generación posterior. Los conocimientos son transmitidos por otros medios como los impresos, audiovisuales y electrónicos y no requieren la presencia del anciano. En las sociedades modernas la valorización de los ancianos está determinada por la posibilidad de transmitir a la siguiente generación los bienes materiales que pueden haber acumulado previamente; esta transmisión de bienes ocurre después de la muerte, lo que acentúa su desvalorización mientras vive.
La urbanización, la electrificación masiva, el cine, la televisión, la Internet, las telecomunicaciones son cambios producidos con mayor celeridad que el propio envejecimiento de las personas, teniendo una respuesta habitualmente ambivalente, mezcla de admiración y resentimiento.
En lo familiar, el modelo de familia extensa con prole numerosa y convivencia de varias generaciones se ha visto sustituido por la familia nuclear, aislada. El papel de las personas de edad ha cambiado sobre todo en relación a la formación de las nuevas generaciones. En la actualidad dicha función se ha perdido siendo reemplazada por instituciones.
En cuanto al sistema de valores y normas de la sociedad, el anciano encuentra que las pautas y valores internalizados ya no se adecuan a las situaciones y condiciones actuales.
También se presentan cambios en la posición social, como el caso de la jubilación que implica la pérdida de una tarea, de vínculos que se tenían en el trabajo y por lo tanto un empobrecimiento del mundo relacional.
Factores Psicológicos y Psicodinámicos
Algunos aspectos psicológicos y psicodinámicos del envejecimiento que enuncia Krassoievitch (2001) son:
I. Amenazas al Yo
Considerando al Yo como la instancia del aparato psíquico que tiene que equilibrar tanto los imperativos provenientes del ello como las exigencias del superyo y de la realidad; y que tiene que poner en marcha una serie de mecanismos defensivos para aliviar la angustia, podemos llegar a la conclusión de que el envejecimiento de acuerdo a sus características biopsicosociales representa una amenaza para la integridad y el buen funcionamiento de esta instancia. El Yo dispone de menores recursos energéticos para hacer frente a los cambios, problemas y conflictos que se presentan en el mundo interno y externo.
Suele presentarse una fuerte amenaza en cuanto a la autoestima que resulta de la espera angustiosa de tres tipos de hechos: 1) la pérdida de cualquier índole, desde la pérdida personal hasta la pérdida de la autoestima (por la declinación propia del envejecimiento); 2) el ataque, que consiste en cualquier agresión externa capaz de producir una herida con el consiguiente dolor; 3) la restricción, que resulta de cualquier fuerza externa que limita la satisfacción de los impulsos y deseos, como por ejemplo, según Zetzel (1965), las enfermedades físicas, la angustia y el miedo, las actitudes de la familia y la sociedad.
La conjugación de estas tres amenazas está con frecuencia relacionada con la aparición de un episodio depresivo.
La angustia está por lo tanto muy presente y se acrecienta por las percepciones dolorosas referentes a la declinación de funciones y capacidades, así como por la proximidad con la muerte. Para Zetzel (1965) la ansiedad del anciano es parecida a la angustia de separación del niño, que tiene su origen en el temor a sufrir pérdidas o separaciones. Es importante recordar que tanto el grado de ansiedad por el temor a la pérdida o la separación, como la respuesta a pérdidas o separaciones reales están influenciados por las experiencias previas de este tipo y por la calidad de las relaciones que ha tenido anteriormente el sujeto.
Para Grinberg (1983), las experiencias de pérdidas de partes del yo (duelos) contribuyen a la formación de la identidad del yo. Ante estas situaciones de duelo, el yo intenta elaborarlo a través de la relación con objetos externos y recuperar sus partes perdidas mediante el énfasis en situaciones del pasado o en aspectos de la personalidad que no llegaron a manifestarse; por ejemplo, estimulando en los hijos actividades propias que significaron fracasos o que no llegaron a desarrollarse. Este mecanismo puede verse seriamente limitado en el anciano ya que en los hijos adultos es difícil estimular tales actividades.
II. Integridad del Yo o Desesperación
Colarusso (1999) menciona que Erikson fue el primer psicoanalista que extendió el concepto de desarrollo a la adultez con sus Ocho Edades del Hombre, considerando el desarrollo como un continuo que abarca toda la existencia, desde el nacimiento hasta la muerte. En cada una de las fases del desarrollo el individuo debe afrontar y dominar un problema fundamental, dado por dos fuerzas contrarias (crisis) que exigen una solución o síntesis; del éxito de esta solución depende que el individuo pueda pasar de una fase a la siguiente. La infancia, la niñez y la adolescencia abarcan las cinco primeras fases y en ellas se adquiere: 1) el sentido de la confianza básica; 2) el sentido de la autonomía; 3) el sentido de la iniciativa; 4) el sentido de la industria, y 5) el sentido de la identidad. Las tres últimas fases son las de la adultez, con la adquisición de: 1) el sentido de la intimidad; 2) el sentido de la generatividad, y 3) el sentido de la integridad.
La “octava edad del hombre” constituye la culminación de las anteriores. La integridad del yo que caracteriza la última fase del ciclo vital la alcanza, según Erikson (1950) el individuo que de alguna forma ha cuidado de cosas y personas y se ha adaptado a los triunfos y las desilusiones inherentes al hecho de ser generador de otros seres humanos o el generador de productos e ideas. Significa que el individuo ha aceptado también que su existencia tiene fin y que pronto terminará. Quien ha alcanzado la integridad del yo “está siempre listo para defender la dignidad de su propio estilo de vida contra toda amenaza física o económica (Erikson, 1950)”. Cuando no se ha logrado al final de la existencia, se teme a la muerte y no se acepta el único ciclo de la vida como lo esencial de la existencia. Aparecen entonces la desesperación y el disgusto. La desesperanza con frecuencia está oculta por muchas pequeñas sensaciones de malestar. En cambio la integridad yoica implica una integración emocional que permite la participación y la aceptación de la responsabilidad.
Para Krassoievitch (2001), la forma y el estilo utilizados para enfrentarse y resolver las crisis anteriores dan una visión pronóstica de lo que hará el anciano en las crisis que se presentan en la vejez, además de que podrá hacer hincapié en los recursos de los que echó mano con anterioridad el individuo, para que operen en la última etapa de la vida.
III. Mecanismos de defensa
Los mecanismos de defensa durante la vejez tienen una finalidad adaptativa; constituyen una constelación defensiva tendente a preservar el equilibrio y a combatir la angustia desorganizadora. Sin embargo, como sucede en otras épocas de la vida, estos mecanismos al utilizarse desmesuradamente se tornan patógenos.
Dentro de los más frecuentes se encuentran:
Negación: Se niega la declinación propia del envejecimiento. Para Krasoievitch (2001), a veces ésta es reforzada por defensas maniacas; ancianos hiperactivos, joviales, que dedican la mayor parte de su tiempo a viajes, reuniones sociales, etc. Encontramos la negación del envejecimiento en hombres y mujeres que hacen enormes esfuerzos por mantener una apariencia juvenil por medio de vestimentas, afeites o cirugía plástica.
Desmentida: De acuerdo a Jarast (1996), ésta permite mantener un sentimiento de continuidad existencial, en situaciones de crisis en las que la angustia de no poder enfrentarlas nos puede inconscientemente hacer sentir sin salida. En cada desmentida se evita el conflicto pero a su vez se cercena un fragmento de percepción de realidad. Una realidad menos penosa le permite a la persona transcurrir transitoriamente indemne del peligro que avizoraba. En este mecanismo se resigna el reconocimiento de la amenaza, sin embargo ésta va incrementando su poder. Por otro lado, la homeostasis psíquica quizá considere la finalidad de esperar condiciones de mayor fortaleza anímica que permitan enfrentar las exigencias de manera más exitosa.
Racionalización e Intelectualización: Krassoievitch (2001) afirma que durante la senectud la racionalización puede tener dos posibles expresiones: la primera tiene por finalidad explicar racionalmente las deficiencias aparecidas en el curso del envejecimiento; la segunda parece estar destinada a encubrir y desviar los impulsos y deseos poco aceptables, como son los que se derivan de la sexualidad.
Proyección: Es utilizada por el anciano para desembarazarse de la angustia ante las propias deficiencias. A veces el envejecimiento produce una acumulación de resentimiento, hostilidad y agresividad hasta límites insoportables y, entonces, estos sentimientos son atribuidos a los demás, generando desconfianza en algunos casos y verdaderos estados paranoides en otros (Krassoievitch, 2001).
No se debe olvidar que además de estos mecanismos, cualquiera de los conocidos puede ser utilizado por el individuo, sobre todo aquellos que han servido a lo largo de la existencia y que en esta etapa se vuelven indispensables para mantener el equilibrio psíquico.
IV. La memoria y los recuerdos
Krassoievitch (2001) menciona que diversos autores concuerdan en que durante la vejez normal se presenta una disminución de la capacidad mnésica para los hechos recientes, con una tendencia a recordar mejor los hechos remotos. Para algunos autores este fenómeno en parte es psicogénico y debe relacionarse con una disminución de la energía psíquica en general, expresada en energía yoica. Si se sigue el pensamiento de Hartmann, la memoria es una de las funciones autónomas del yo y tiene una finalidad adaptativa. Si agregamos la exploración de la realidad circundante como una característica del yo y que dicha realidad aparece como más amenazante en la vejez, se infiere un retraimiento protector del yo hacia el pasado, en otras palabras, el presente o pasado reciente se descatectiza y se catectiza el pasado.
En cuanto a las reminiscencias, Jarast (1996) habla de que Freud hace referencia a estás como formaciones anímicas complejas, que traen al presente escenificaciones esenciales antiguas de la vida psíquica del individuo, que sirven de contrainvestidura para evitar una regresión yoica maligna, que actualizan situaciones traumáticas pasadas que no pudieron ser tramitadas con su consecuente carga de dolor psíquico. El acto de pensar en las propias experiencias pasadas o de relatarlas, tiene durante el envejecimiento un efecto adaptativo y proporciona una protección contra la ansiedad y la depresión. El recuerdo del pasado permite además el mantenimiento de la autoestima, el sentido de identidad, la elaboración de las pérdidas personales frente a la disminución de la capacidad física e intelectual.
V. El reforzamiento del narcisismo
El narcisismo puede ser definido como el amor a la imagen de sí mismo, en alusión al mito de Narciso (Laplanche y Pontalis, 1977). Debido a las circunstancias internas y externas relacionadas con el envejecimiento, el narcisismo se ve seriamente comprometido y amenazado. Durante la vejez son múltiples las heridas narcisistas que recibe el individuo o que siente como posibles heridas, es decir, como amenazas. Por otro lado, se presenta un reforzamiento narcisista como protección ante agresiones internas y externas. Aquí, el anciano aparece como un personaje egocéntrico, sólo interesado en lo que a él le sucede, en su cuerpo y sus pertenencias. En cambio, cuando la carga narcisista ha estado a lo largo de la vida al servicio de la supervivencia y de la defensa de los ideales e intereses, aunque se vea amenazado o herido por el envejecimiento, seguirá operando con esas finalidades y necesariamente tendrá que adaptarse a los cambios propios de la vejez.
En otras palabras, para Krassoievitch (2001), el narcisismo sano, que impulsa a la vida, suele estar muy amenazado o agredido durante el proceso de envejecimiento. Debido a ello existe la tendencia en muchos viejos a reforzar, exagerar o consolidar este tipo de narcisismo, con lo que aparece otra tendencia a transformarlo en su forma patológica, que parece tener mayor eficacia defensiva. Dicha eficacia sólo es aparente porque la estructura narcisista del carácter produce mayor vulnerabilidad a los cambios del envejecimiento y significa un grave peligro para la autoestima.
De acuerdo con Salvarezza (1988), no es exacto considerar el incremento del narcisismo en los viejos como un fenómeno universal y constitutivo de este periodo de la vida.
Duelo en la tercera edad
Miramón y Barna (1990) toman del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la definición de duelo: del latín dolus, que significa dolor. 1. Dolor, lástima, aflicción o sentimiento. 2. Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguno.
El concepto de duelo implica todo un proceso dinámico complejo que comprende la personalidad total del individuo y abarca de un modo consciente e inconsciente todas las funciones del yo, sus actitudes, defensas y, en particular, las relaciones con los demás (Grinberg, 1983).
En 1916, en “La transitoriedad” Freud describía al duelo como la pérdida de algo amado y admirado. Para él, el duelo es “la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etc.”.
Es un cuadro normal que implica importantes trastornos de la conducta y su superación esta supeditada al factor tiempo y es inadecuado perturbar este proceso. El yo, angostado e inhibido está entregado incondicionalmente al duelo a expensas de otros intereses.
Freud explica que en el trabajo del duelo, cuya finalidad es desprenderse progresivamente del objeto perdido, el juicio de realidad indica que el objeto amado ya no existe y, no obstante, hay resistencia del sujeto a aceptar este hecho; lo normal es que el respeto a la realidad obtenga la victoria, lo que se logra con gran gasto de tiempo y energía, persistiendo entre tanto el objeto internalizado. En este lapso; la libido se va desprendiendo de los recuerdos y esperanzas relacionados con el objeto hasta que al final el yo vuelve a quedar libre y exento de toda inhibición. Por último, el individuo se desprende del objeto porque el yo determina romper el lazo con el objeto desaparecido, sobre la base de la satisfacción narcisista de permanecer con vida.
Durante la senectud, de acuerdo a Krassoievitch (1998), cualquier pérdida es capaz de provocar este proceso intrapsíquico que si es normal su finalidad es adaptativa. Por otro lado, habla del duelo patológico que por el contrario, entorpece la aceptación de la pérdida sufrida y existe una reacción desmedida ante esa imposibilidad; si es prolongado guarda semejanzas con un estado depresivo e impide la confrontación adecuada de los diversos sucesos de la vida.
Para Bibring citado por Krassoievitch (2001), durante la vejez el individuo confronta problemas específicos como la terminación de la función reproductora que conduce a una pérdida del respeto a sí mismo. El final de la actividad profesional y el alejamiento de los hijos producen agresividad que al revertirse contra el sujeto causa depresión. La enfermedad, la disminución del vigor físico, la soledad por la muerte de amigos y la advertencia de la cercanía de la propia muerte pueden experimentarse como castigo.
De acuerdo con Levin (1965), las pérdidas de la edad avanzada requieren de la movilización de la energía psíquica disponible desde la función perdida hacia otras áreas, lo que a su vez permite la sublimación de las necesidades narcisistas por las vías adecuadas para la edad. Además, el anciano debe estar en la disposición de introducir modificaciones en las expectativas del yo ideal y del superyo y así reestructurar su sistema de valores.
Cuando los cambios psicológicos son percibidos como una amenaza o cuando las condiciones externas son adversas para llevarlos a cabo, es frecuente que se produzca un desequilibrio emocional.
Retiro Laboral o Jubilación
La jubilación se refiere al individuo como ser social; es una separación del trabajo como acción y del lugar donde se realiza.
Las características de la jubilación en los países en desarrollo son:
1) es forzada, obligatoria;
2) tiene como causa única la edad cronológica y no la capacidad productiva;
3) no es pactada entre operario y empleador, generalmente es decisión unilateral del empleador;
4) es brusca, sin transición;
5) el anciano jubilado percibe entre 30 y 50% de lo que ganaba previamente. (Strejilevich 1987).
Rosenfeld (1978) cita una investigación de Atchley que describe un modelo del proceso de jubilación en siete fases:
Fase Remota – El individuo tiene una idea vaga sobre la jubilación; no existen programas destinados a prepararlo para ella.
Fase de Cercanía – Se presenta cuando la jubilación es inminente y el individuo se tiene que confrontar con ella como un hecho real. El individuo tiene tendencia a fantasear las modalidades de su vida de jubilado.
Fase de Luna de Miel – Sigue inmediatamente a la jubilación; el sujeto está eufórico y entregado a su libertad recién adquirida.
Fase de Desencanto – Pasada la euforia y actividad anteriores, se presenta el desencanto y algunas veces un estado depresivo.
Fase de Reorientación – Se logran desarrollar opciones de actividades con frecuencia de tipo social.
Fase de Estabilidad – Las actividades se hacen más rutinarias.
Fase de terminación – El papel de jubilado termina por muerte, por trabajo de tiempo completo.
El individuo jubilado debe reorganizar su vida, sus actividades y a veces sus metas y valores, ya que para la mayoría de las personas, el trabajo, las relaciones dentro de éste, sus ritmos temporales, definen al yo y son un aspecto importante de identidad durante los años adultos (Colarusso, 1998). Para algunos la separación psíquica y real del trabajo puede ser liberadora y maravillosa, y para otros triste y depresiva; pero toda separación del lugar de trabajo obliga a una individuación significativa.
Para Colarusso (1999), el retiro laboral produce que los ancianos piensen y reflexionen más acerca de su redundancia y limitaciones, de no seguir siendo el centro del mundo que rápidamente los sobrepasa. Tienen que enfrentarse a la realidad de que están separados de las generaciones jóvenes. Esta separación actúa como un estímulo para la individuación y una definición del yo.
La pérdida puede ser narcisistamente tolerable y agradable a través de la combinación de actividades de generatividad, identificación con los jóvenes, y un entendimiento y aceptación del ciclo de vida humano, aunque no en todos los casos es así.
Retirado laboralmente o no, toda persona durante esta etapa de la vida debe elaborar el duelo por metas y ambiciones no realizadas que ya serán difíciles de cumplir. Este proceso resulta en una reelaboración del ideal del yo, donde estas ambiciones residen, y del superyo, donde las reacciones de aceptación benigna o de culpa / castigo, están determinadas.
Enfermedad
Rage (1997) afirma que los temores acerca de la pérdida del buen funcionamiento mental y físico, de dolores crónicos y penosos, y de las condiciones progresivas de degeneración son preocupaciones comunes en las personas de edad avanzada. Además, que el deterioro mental y físico puede agudizarse a causa de la depresión e impotencia, así como de los temores de la pérdida del control.
La enfermedad, el deterioro y falla de sistemas orgánicos durante la vejez obliga una separación intrapsíquica respecto de la imagen corporal percibida de un cuerpo funcional e intacto (Colarusso, 1999). Durante la adultez, los procesos de envejecimiento físico precipitan el duelo por la pérdida del cuerpo joven. Pero es principalmente durante la vejez donde se presenta un fracaso de los órganos del cuerpo humano que da lugar a la separación respecto del sentido de posesión de un cuerpo completamente competente y funcional. Debido a la pérdida del funcionamiento y la capacidad, también tiene lugar una separación respecto de las interacciones con otros que requieren habilidades físicas particulares (pérdida del sentido de la visión o el oído puede llevar a perder la habilidad para conducir). Estas pérdidas disminuyen el sentido de competencia y limitan algunas veces interacciones gratificantes con otros.
Cath (1997) asocia la importancia del logro de la locomoción en la separación del objeto simbiótico durante la primera individuación (en términos de Mahler) con la pérdida de la locomoción a través de la enfermedad durante la vejez (quinta individuación, según Colarusso). La libertad para ir y venir, para establecer distancias entre los miembros de la familia o amigos, para controlar el propio hogar, etc. se puede perder, forzando muchas veces al anciano a regresar a un estado de dependencia hacia los otros, como el niño pequeño. Los afectos experimentados son similares a aquellos experimentados en la primera individuación ya que tanto los infantes como los ancianos luchan para lograr un control de las funciones sensoriales y motoras y obtener el ejercicio de su propia autonomía y sus elecciones en relación con los otros y el medio que los rodea.
Propia Muerte
Si bien es cierto que los términos viejo y moribundo no son sinónimos, no es posible soslayar que al envejecer el anciano se aproxima cada vez más a la muerte. Además se lo recuerdan la desaparición de coetáneos, sus propias enfermedades y la disminución de las diferentes funciones; por eso no es raro que los ancianos piensen con frecuencia en su propia muerte. Sin embargo, pocos reconocen tener miedo a la muerte, en realidad este temor es más frecuente en los jóvenes, aunque el que no expresen abiertamente este miedo no significa que no esté presente. Más que a la propia muerte, los ancianos temen a la enfermedad prolongada, al encierro, a la muerte del cónyuge, etc.
Colarusso y Nemiroff (1979), en Colarusso (1999), explican que en la adultez media los conceptos del tiempo limitado y la propia muerte se integran; y en la vejez, cuando se sabe próximo el fin del ser, la muerte tiene un impacto significativo en los procesos de separación – individuación. En estas dos últimas fases del desarrollo la muerte es mayormente reconocida y aceptada como la inevitable separación final. La muerte no lleva a una futura individuación al menos que esta sea vista a través de la religión.
En términos Mahlerianos, Leo Madow, (1997), citado por Colarusso, menciona que después de alcanzar un alto grado de autonomía durante la tercera y cuarta individuación, volvemos a pasar a través de las subfases de separación – individuación (segundo reacercamiento, subfase de práctica, etc.) hacia una segunda simbiosis. La noción de una segunda simbiosis hace referencia al impacto de una incrementada dependencia durante la vejez. En lugar de describir la muerte como una pérdida final, en esta “segunda infancia” puede ser vista como la “fusión final con la madre”. Aunque esta noción de fusión con una figura parental o divina al momento de la muerte o en respuesta a ésta, recae sobre la base de una creencia religiosa.
Algunas conductas habituales frente a la propia muerte son el deseo de “poner orden en sus cosas” (testamento, asuntos sociales, financieros y personales, destino de los restos, etc.), el deseo de hablar de la muerte, entre otras, las cuales podrían indicar una actitud madura de aceptación, sin embargo, algunas veces el anciano encuentra oposición o respuestas evasivas por parte de sus familias frente a estos deseos; quizá debido al propio miedo de los familiares ante la muerte del anciano, ya que está los confronta con la suya.
Para Schwarcz (1988), el viejo se enfrenta con la muerte como un acontecimiento próximo e inevitable. La negación de la muerte, alimentada por la doble vertiente de una sociedad negadora, y las fantasías inconscientes de inmortalidad con sus raíces infantiles se va haciendo insostenible hasta dar lugar a la aceptación de la propia muerte.
Muerte del Cónyuge, Familiares y Amigos
Krassoievitch (2001), habla acerca de que ante la evidencia de la muerte próxima de alguien cercano, tiene lugar un duelo anticipado, con ansiedad y dolor, cuya intensidad es mayor si se trata de la muerte del cónyuge. Si el anciano es una persona dependiente respecto del cónyuge, la amenaza de la pérdida suele ser vivida con mucha ansiedad, acompañada de un fuerte sentimiento de invalidez. Además de la ansiedad y el dolor surgen casi siempre sentimientos de culpa y autorreproches. Los sentimientos de culpa pueden expresarse como formación reactiva por medio de preocupaciones exageradas, sobreprotección y, control severo, dirigidos al cónyuge moribundo; cuando la culpa es intensa paraliza.
El bienestar emocional durante la vida depende de manera significativa en las relaciones objetales, tanto del mundo real con personas reales, como del reino intrapsíquico con objetos internalizados. Estas interrelaciones reales y sus representaciones intrapsíquicas tienen un impacto continuo y poderoso en todos los aspectos de identidad, bienestar emocional, y funcionamiento psíquico.
Cuando ocurre una separación a través de la muerte de otros significativos, el impacto en la individuación es profundo, y ocurre un cambio en la representación del yo y de los objetos. En respuesta al reconocimiento de las pérdidas y el dolor del proceso de duelo el yo es redefinido como más solo y singular, aislado de objetos irremplazables. Pero paradójicamente, el apego intrapsíquico hacia, y la fusión con las representaciones intrapsíquicas del objeto perdido, se pueden intensificar ya que durante el proceso de duelo se enaltecen las representaciones del objeto con afectos y recuerdos poderosos (Colarusso, 1999).
El individuo intenta compensar la pérdida de objetos importantes tanto en el mundo real como en el intrapsíquico. En la vejez el sostén emocional es motivado por la reconexión con los afectos y recuerdos de la madre, el padre y sus sustitutos adultos como la esposa, hijos, etc. de todas las fases del desarrollo.
En el mundo real, el anciano compensa esta pérdida intensificando sus relaciones existentes con hijos, nietos, bisnietos, y amigos, y buscando nuevas amistades y a veces nuevas parejas. El proceso normal del ciclo de las pérdidas o duelo continúa en el anciano hasta la propia muerte; puede ser un indicador de salud mental. Sin embargo, aunque este proceso sea exitoso siempre ocurre con considerable dolor y conflicto. Cath (1997), citado por Krassoievitch, afirma que los ancianos a veces huyen de este reacercamiento basados en el miedo a otras pérdidas. Un reto adaptativo importante durante esta etapa es el cómo protegerse de la horrible y devastadora experiencia de investir emocionalmente a otros y experimentar su enfermedad o muerte. Pero hay algunos ancianos que no pueden forjar nuevos apegos o incrementar los ya existentes debido a limitaciones físicas o mentales o circunstancias desfavorables. Estos individuos se interiorizan, enfocándose en funciones corporales y en el pasado nostálgico; y en posesiones inanimadas de todo tipo y valor.
El suicidio como respuesta ante las pérdidas:
Del 25 al 30 % de suicidios consumados se presenta en personas mayores de 65 años de edad. La mayor tasa de suicidios ocurre en hombres, más frecuentemente en aquellos que están divorciados, seguidos por los que son viudos, y finalmente por los que nunca se casaron (Busee 1998, citado por Colarusso). Desamparados por la falta del lazo emocional de una esposa, estos hombres son incapaces de tolerar el estar solos o no pueden enfrentar la muerte sin el apoyo simbiótico de una esposa / madre. Así que terminan el dolor que les provoca la soledad olvidándose de ellos mismos, o con una fantasía de unión/fusión intencional con seres queridos o con Dios después de la vida.
De acuerdo a Colarusso (1999), se piensa que la tasa de suicidio es menor en las mujeres debido a una preparación anticipada hacia la viudez, ya que la probabilidad de que muera el esposo antes que la esposa es elevada. A lo largo de toda su vida, desde la infancia, las mujeres observan que sus abuelas, madres, familiares femeninas y amigas confrontan esta pérdida. Además, las mujeres demuestran un mayor interés en otras relaciones fuera de la conyugal, y en la etapa de viudez presentan una mayor habilidad para comprometerse con otros en relaciones emocionalmente satisfactorias.
Es menos frecuente que el viejo se suicide después de un solo suceso afectivo desafortunado; más bien es el resultado de la acumulación de sucesos y circunstancias que se han producido durante un tiempo prolongado. Según Valdés Mier (1987), citado por Krassoievitch, las posibilidades de que el anciano cuente el suicidio como una opción aumenta cuando existen factores adversos como vivir solo, perder a los contemporáneos, no contar con afectos cercanos que brinden amparo, tener limitaciones físicas, etc. El suicidio del anciano aparece más racional y menos emocional que el observado en la población joven.
El riesgo es muy elevado durante el primer año de viudez; la jubilación no deseada y el cambio de vivienda son factores que también pueden precipitar un acto suicida.
Colarusso (1999) menciona que el proceso de duelo se extiende durante meses o años en los ancianos, en parte debido al grado en que su propia identidad estaba fusionada con una pareja de muchas décadas, pero también es una forma de mantener una fuerte conexión emocional con el difunto, ante la ausencia del deseo o falta de tiempo de empezar una nueva relación.
Así, el convertirse en viuda puede tener un efecto angustiante ya que la mujer se refugia en su mundo interno de recuerdos; pero el eventual resultado de este estado provoca una individuación, pues los talentos potenciales, elecciones o inclinaciones que fueron suprimidas o reprimidas durante el matrimonio florecen en múltiples direcciones (Colarusso, 1999).
Si las representaciones internas del cónyuge muerto no son predominantemente ambivalentes, la conexión intrapsíquica con el esposo es fuerte y de apoyo, y la viuda puede sentirse sola más no sentir soledad.
El anciano en el consultorio
Mann (1985), afirma que la teoría psicoanalítica se ha enfocado principalmente en los primeros años del ciclo de vida. El adulto era visto como un producto de su dotación genética y sus experiencias tempranas interpersonales; y cualquiera que fueran las dificultades posteriores en la vida, eran trazadas de acuerdo a estas experiencias tempranas. El psicoanálisis no se interesaba en los últimos años del ciclo de vida ya que el anciano era visto como alguien rígido y por consiguiente limitado en cuanto a su potencial adaptativo.
Inicialmente Freud se había mostrado muy escéptico en cuanto a la posibilidad de empezar un tratamiento psicoanalítico en personas mayores de 40 años. En “El método psicoanalítico de Freud (1903) escribe: “También una edad próxima a los 50 años crea condiciones desfavorables para el psicoanálisis. La acumulación de material psíquico dificulta ya su manejo, el tiempo necesario para el restablecimiento resulta demasiado largo y la facultad de un nuevo curso a los procesos psíquicos comienza a paralizarse”. En su trabajo “Sobre psicoterapia” abunda diciendo: “La edad de los enfermos desempeña también un papel en su selección para el tratamiento analítico, pues, en primer lugar, las personas próximas a los 50 años suelen carecer de la plasticidad de los procesos anímicos con la cual cuenta la terapia y, en segundo término, la acumulación de material psíquico prolongaría excesivamente el análisis.
De los seguidores de Freud, Karl Abraham, mostró en 1919 su desacuerdo con respecto a este tema. En su trabajo “La aplicabilidad del tratamiento psicoanalítico a los pacientes de edad avanzada” aseveró que un número considerable de estos pacientes reacciona favorablemente al tratamiento. Y que además los casos de los ancianos en los cuales fracasó el tratamiento psicoanalítico son los mismos en los cuales fracasaría aunque fueran jóvenes. En cuanto a la técnica, Abraham insiste en considerar que se debe usar el método psicoanalítico clásico, aunque señala que en algunos casos el terapeuta debe ser más activo y guiar y estimular a los pacientes.
También se habla mucho sobre el futuro limitado de los ancianos. Citado por Bodni (1997), Liberman dice que en la vejez existía una atrofia del futuro…una alteración de la temporalidad que ponía en cuestión los objetivos del análisis. Se cuestiona si se puede hablar de objetivos cuando casi no hay futuro.
Una de las tareas del análisis puede ser el considerar en cada caso el impulso a la transmisión, prestando atención al efecto de tarea inconclusa. Tener presente la angustia de castración del anciano, interpretar su tensión por transmitir más, y ayudarlo a aceptar los límites de dicho deseo (Bodni 1997). Aceptar al sucesor como semejante. Así el anciano quizá hable de su trascendencia, del sentido de su tiempo, de no haber vivido en vano.
Por otro lado, la tarea terapéutica, según Jarast (1996), debe implicar la afirmación narcisista y la consecuente capacidad para el duelo, ya que esta capacidad es la que permitirá al individuo disponer de su potencialidad para vivir. Es necesario hablar de lo que está emocionalmente vivo, dolorosamente vigente como para que llegue a seguir un destino de representación en la corriente anímica.
Se debe ayudar al analizando, circunstancialmente senescente, a encontrar, descubrir o redescubrir una nueva significación a su proyecto vital, a una definición desde él del sentido de la vida que está llevando.
Salvarezza (1988) opina que la práctica de la psicoterapia geriátrica requiere un psicoanálisis personal y una formación técnica especializada. Los terapeutas que deseen trabajar con pacientes ancianos tienen que estar dispuestos a incrementar su conocimiento sobre la última etapa del ciclo de vida humana así como también en sus propias creencias y actitudes acerca de la vejez para evitar que ideas estereotipadas lo lleven a una práctica profesional no ética (Asill Pierucci, 1996). El análisis personal permite haber…aceptado aunque sea en parte su propio envejecimiento como algo activo e inevitable (Salvarezza, 1988). El terapeuta debe ser capaz de confrontar su miedo a envejecer y estar consciente de cómo este miedo y fantasías acerca de la vejez podrían afectar sus decisiones clínicas.
Conclusión
Resulta difícil el estudio y exposición de la Tercera Edad debido a que como se mencionó al principio cada individuo experimenta esta etapa de forma muy distinta de acuerdo a su contexto socio – cultural, a sus propias experiencias, su sistema de valores, su estado biológico, físico y psicológico. Ante esta dificultad, es muy fácil caer en generalizaciones y estereotipos acerca de los ancianos que pueden entorpecer el conocimiento real y objetivo de esta fase. A pesar de las dificultades con las que se enfrenta el estudio de esta última etapa de la vida del ser humano, considero de suma importancia el que como profesionales de la salud, psicólogos o psicoanalistas, tengamos un amplio y profundo conocimiento sobre las diversas características que se presentan en la senectud y las diversas conductas y reacciones ante éstas, ya que en cualquier momento puede llegar al consultorio un adulto mayor en busca de nuestra ayuda y guía.
Esta investigación abordó de forma general algunas de las pérdidas o duelos que vivencia la persona mayor, como el retiro laboral, la propia muerte, la muerte de contemporáneos, la enfermedad, etc.; se considera importante intentar comprender el proceso de duelo y aceptación que tiene que realizar el anciano ante estos sucesos inevitables, para así lograr una mayor empatía, tanto a nivel personal como profesional. Sin embargo, como se mencionó, no se debe limitar el estudio del adulto mayor en base a sus pérdidas y limitaciones, ya que esta etapa del ciclo humano va más allá de eso. Involucra una integración, elaboración y aceptación de la propia vida con sus logros y fracasos, donde el anciano puede reflexionar y transmitir sus experiencias, modos, y estilos de vida y no sentirse inútil o aniquilado ante la cercanía de la muerte. Si el anciano es capaz de lograr en parte lo anterior y alcanzar un cambio en el sentido de su vida frente a la vejez y la muerte, le ayudará a enfrentar de mejor forma la tristeza, impotencia y desesperación vinculadas frecuentemente con la edad avanzada. Sin embargo, éstas están presentes en la mayoría de los casos, es por eso que considero que uno de nuestros compromisos frente a los ancianos es el de concientizar a la sociedad en cuanto a un mejor trato y atención de la población mayor, y motivar y orientar tanto a los familiares y los propios adultos mayores sobre las ganancias que se podrían adquirir con un tratamiento psicoanalítico.
Referencias
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