Dr. Ricardo Carlino
El pasado 18 de Febrero, el Dr. Ricardo Carlino, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, Argentina (APdeBA) y Full Member del International Psychoanalytical Association, presentó en SPM un trabajo sobre el Contrato Analítico. Conociendo el amplio interés que puede contener, compartimos aquí el texto ampliado de dicha conferencia.
 
* Los verbos usados para nombrar acciones dentro de un proceso, en este caso el analítico, muchas veces requieren ser usados en gerundio.

Gerundio, Def.: Forma invariable del verbo… Expresa la acción verbal en su desarrollo, sin indicación de tiempo, número ni persona, y se asimila generalmente al adverbio en su funcionamiento gramatical.
DICCIONARIO PANHISPÁNICO DE DUDAS – Primera edición (octubre 2005). http://lema.rae.es/dpd/
Ambas autoras provienen del campo del Derecho.

 
La tarea analítica, para poder llevarse a cabo, requiere que se cumplan ciertos compromisos entre las partes en relación al rol que a cada uno de la dupla le corresponde jugar. Esto, tan básico y elemental, corresponde que sea enunciado explícitamente para que tanto analista como paciente queden comprometidos a basar su relación en función de dicho acuerdo. Dichas pautas de funcionamiento marcan un perímetro que rodea y diseña un área de trabajo que se constituirá como el “espacio del encuentro analítico” o “situación analítica” la que aportará una lógica en el sentir, asociar y pensar. Su reiteración en el eje longitudinal del suceder de las sesiones dará lugar al desarrollo de un proceso analítico. Este enunciado demarcador se lo denomina “encuadre” el cual diseña un “adentro” que incluye y otorga pertinencia lógica y también marca un “afuera” excluyente.
El encuadre así acordado funcionará como un eje de referencia sobre el que gira el sentido que se le dará al diálogo. Mientras no haya situaciones conflictivas su funcionamiento será mudo o implícito. Se tornará explícito al momento de alguna situación ambigua, un malentendido, alguna situación excepcional o alguna transgresión. En este momento entrará a formar parte del proceso (Bleger, 1967). Etchegoyen, (2005), con verdadero acierto plantea que lo que se tiende a respetar, más que a la letra del enunciado es al espíritu emanado del mismo, en función de las circunstancias particulares y específicas que cada momento del proceso analítico contiene y requiere.
“Al momento de estar frente a la situación de formular un contrato analítico, más de un analista siente cierta incertidumbre y hasta ambivalencia, pues a veces percibe que la persona a quien está destinado no ofrece una actitud mínima de receptividad para ello. En los tiempos actuales en que los vínculos tienden a ser laxos, ocasionales y hasta inciertos en su continuidad, el sólo hecho de pretender “contratar” un tratamiento aparece como una pretensión que a veces no concuerda con el clima creado en la entrevista. Un analista, aunque con sólida formación, se mueve en un estrecho corredor donde en un lado está la tradición de la técnica analítica y la de su propia y aquilatada experiencia y en el otro la percepción de que “ya no es como antes”, lo cual implica un proceso de duelo.
“Pero ¿Qué es lo que ya no está más? El psicoanálisis como cuerpo y doctrina viviente, por supuesto que persiste, pero alguna de sus formas de implementación clínica no siempre puede ser puesta en marcha de la manera clásica. A ésta última la han afectado otras maneras sociales de entender el vínculo con un profesional.
“…el analista puede encontrarse que su percepción clínica le informa que a quien tiene como “candidato” a paciente no es seguro que recibirá complementariamente lo que se le propone si no hace algún ajuste a la medida de ese paciente y sus circunstancias. Momento éste emocionalmente difícil para el analista pues se encuentra frente a una complejidad que le cuesta armonizar, entre lo que debería ser y lo que está siendo en ese momento. Su destreza se pone aquí a prueba. ¿Destreza para qué? para no dejar de proponer lo irrenunciable. ¿Pero acaso eso irrenunciable tiene que ser ofrecido y comprometido en forma explícita en ese primer momento fundante de un análisis, o puede irse ganando terreno de a poco? Algo puede que sí, algo no tanto y algo también podría ser revisable por estar construido en función de paradigmas que van perdiendo vigencia o que han cambiado en este Buenos Aires del 2012.” (Carlino, 2012c)
Actualmente, ¿hay acuerdo general entre los colegas de que opere en el trabajo de las sesiones en forma de acuerdo explícito un contrato analítico entre analista y paciente?
Esta pregunta tiene que ver con que en ciertos materiales de supervisión de sesiones y/o escuchado en ateneos clínicos se observa que ciertos tratamientos funcionan sin haber explicitado un contrato analítico. En función de que el encuentro analítico es una tarea a realizar entre el analista y el analizando y la estrecha y mutua relación existente entre Contrato y Encuadre resulta necesario trabajar rigiéndose por los términos de un Contrato analítico enunciado.
A este argumento se le puede anteponer otro que sostendría que el contrato entre dos o más se va estableciendo con el ajuste de la lógica emanada de la práctica misma de determinada relación, en nuestro caso sería la analítica. Este argumento contiene la idea de que cada tratamiento analítico debe ir descubriendo y construyendo su propio Contrato ad hoc, el cual regirá la lógica de su funcionamiento. Acaso ¿todas las relaciones humanas tanto sociales como privadas tienen un contrato universal y explícito?
La respuesta a esta lógica argumental es que algunos acuerdos son implícitos y provienen del patrimonio de la lógica social imperante en un lugar dado (contrato social) y otros son explícitos, algunos enunciados a priori, como condición sine qua non y otros construidos con el andar de la relación. En el terreno social multitudinario hay leyes del Estado explícitas que rigen la lógica y la legitimidad del comportamiento humano y otras que igual rigen porque se dan por sobreentendidas, es decir no necesitan ser enunciadas. En las relaciones de grupos menores como los de trabajo, de familia, de las parejas, hay leyes o acuerdos explícitos y otros implícitos. Cuando alguno de estos últimos es violado o es creído así por una de las partes, se hace explícito pero cuando no fue aclarado previamente puede dar lugar a disputas y malentendidos que pueden llevar desde una actitud de acuerdo reflexivo hasta a una ruptura del vínculo.
Esta idea de establecer acuerdos previos no es algo privativo del vínculo analítico sino de una necesidad de conocer las reglas de juego antes de jugar el partido que se intenta poner en juego. Una situación intermedia es aquella en que algunos de los acuerdos se establecen con cierta ambigüedad. Cuando supervisamos estos materiales nos encontramos con el contraste entre lo que está establecido como psicoanalíticamente correcto, lo realísticamente aceptado y aplicado por el/la analista y la lógica emanada de la realidad del material. Esta disparidad, según mi opinión, puede deberse a inexperiencia del analista, a problemas de contratransferencia o, simplemente, a que no estaba claro la delimitación del encuadre analítico. Un factor que pudiera también incidir estaría en que actualmente estamos atravesando un momento de nuevos paradigmas sociales de comportamiento contractual o también a la inadecuada transpolación de encuadres de tratamiento de otra corriente psicoanalítica que no es la que se practica en ese específico tratamiento y por lo tanto resulta incoherente. Otras veces resulta de la influencia de tratamientos psicológicos no analíticos vigentes instalados en el imaginario social de los pacientes y que es a lo que están éstos inicialmente dispuestos a aceptar.
Luego de todas estas ajustadas disquisiciones reflexivas sobre el tema, es necesario también tener en cuenta que, al igual que en la vida misma, en el transcurso de un análisis suceden experiencias entre analista y analizando que van requiriendo una adecuación lógica y coherente del encuadre enunciado en el “contrato analítico” al inicio del tratamiento. Es por ello importante tener como eje de referencia al enunciado inicial, para que cuando aparezca la oportunidad de su ampliación y/o modificación esto no sea una desviación sino un complemento o un re-contrato coherente y adecuado.
Empezar un análisis sin el enunciado comprometedor de un contrato analítico promueve una aparente o superficial sensación de distensión en el vínculo: la de no estar sujeto a normas ni a atadura alguna en el diálogo. No obstante, en una mirada más profunda, se observa que produce una desvalorización de la tarea analítica transformándola en una conversación corriente u ocasional, sin el sentido específico del diálogo analítico y sin consecuencias trascendentes que aporten al proceso analítico.
Desde el punto de vista del entrevistante, por ser él quien demanda tratamiento, lo que espera del analista es un serio compromiso hacia él aunque no siempre con la perspectiva de trabajo que debido a ello también le espera.
Es importante tener en cuenta que algunas de las especificaciones del contrato son cláusulas esenciales o imprescindibles para lograr un proceso analítico, en cambio hay otras que dependen de la cultura analítica de un determinado lugar o bien de las necesidades o pretensiones propias del analista.
El Contrato analítico, por un lado compromete profesionalmente al analista y por otro al futuro paciente. Si al momento de formularlo sólo se estipulan las obligaciones a las que debe comprometerse el futuro paciente y no se explicitan las propias del analista por considerarlas obvias, esto podría promover en algunos entrevistantes la sensación de que debe adherir a lo que le pide el analista, como si éste le pidiera que esté a su servicio cuando que, en realidad, vino a consultarlo para solicitar él un servicio al analista.
Algunos pacientes califican al contrato analítico como un “contrato de adhesión”, término proveniente de la terminología jurídico-comercial. En ese campo los Contratos de Adhesión son definidos como “convenciones en que uno de los contratantes se suma en forma incondicional al contenido preelaborado por el otro”, por oposición a los contratos cuyo “contenido y sus efectos mismos resultan de una previa discusión entre los sujetos” (Acedo Sucre, Carlos E.; 2007. En el campo jurídico se tiene en cuenta si determinado “contrato de adhesión” contiene cláusulas “abusivas, vejatorias, lesivas, desleales, leoninas”. Algo similar a esto podría llegar a ser presumido o bien sentido así por el entrevistante cuando la manera en que su contenido es enunciado no incluye explícitamente a qué se compromete el analista. Para el entrevistante el hecho de tener que aceptar los términos de un contrato sin ofrecerle la posibilidad de discutir al menos sus cláusulas no esenciales, puede hacerles sentir que tienen que aceptar un contrato de adhesión, es decir, “lo acepto o no me puedo tratar”.
Formalmente considerado, el contrato analítico al momento de ser formulado es dirigido a la parte adulta del entrevistante pues éste aún no ha aceptado ser paciente, y no sería muy adecuado ni pertinente interpretarle analíticamente su actitud frente al contenido del mismo. Si aparecieran resistencias, desconfianza o desacuerdo tampoco sería adecuado forzar su aceptación si no muestra disposición a hacerlo. Una reacción de duda o de desconfianza en el entrevistante podría provenir de su parte adulta instrumentada como un recurso yoico usado responsablemente frente a sí y al analista ante la situación de tomar un compromiso. Otra posibilidad sería que la duda o la desconfianza formen parte de su sintomatología clínica, lo que requiere cierta dosis de paciencia y de destreza hasta poder llegar a un acuerdo, lo que muchas veces éste sólo se va alcanzando a medida que va avanzando el proceso[2]. No obstante, esta postura no es tan sencilla de implementar, pues los aspectos más regresivos tienden a jugar permanentemente una escena en la que se configura una víctima sufriente y un victimario agresor. El analista pone en juego aquí su destreza profesional pues, en su proceder, no cejará en tratar de acordar las condiciones que cree necesarias para hacer posible un encuadre adecuado a los objetivos del análisis. Acaso para lograrlo ¿se requiere acordar con todo en el inicio o hay que saber cuándo es conveniente esperar el momento adecuado? La respuesta a este interrogante, según mi entender, depende de lo que el analista recoja en cada experiencia de entrevista.
Todas las personas que consultan a un analista, en principio vienen a buscar una ayuda psicológica, aunque no siempre tienen la intención de venir a buscar un tratamiento psicoanalítico en el sentido que los analistas entendemos. El término “psicoanalítico” en el uso corriente de algunas personas funciona como un adjetivo atribuido a cualquier tratamiento psicológico. Entonces, ¿es lógico que un analista apriorísticamente pretenda analizar a todo aquél que viene a consultarlo por sus síntomas? Si en esa persona el análisis está indicado, por supuesto que sí. No obstante, una cosa es tomar la sintomatología aislada del paciente y otra sería poner a ésta en concierto con toda su situación existencial incluyendo sus propias circunstancias. Uno de los problemas que puede acompañar a un entrevistante es su dificultad real o sintomática de hacerse cargo de soportar no sólo el costo económico y el tiempo semanal que conlleva analizarse sino el costo de esfuerzo que le implica su propia reestructuración narcisística y las consecuencias que le acarreará a todos sus vínculos.
Varias décadas atrás, en Buenos Aires, algunos de estos problemas no llegaban a ser percibidos con la nitidez actual. Existía en los analistas la tendencia bastante generalizada  de rehusarse a analizar a todo entrevistante que, de entrada, no mostraba disposición y/o posibilidades de aceptar las condiciones que se le requerían.  Ello era debido a varios factores. La demanda de análisis era muy alta en función de la relación entre la escasa cantidad de analistas con horas disponibles y la alta cantidad de pacientes que requerían sus servicios. En las décadas de los 60’y los 70’, había que esperar uno, dos, tres o más años para conseguir la posibilidad de analizarse con un/a analista de cierto renombre.
Plantear al entrevistante un contrato sin darle lugar a que opine y acuerde era una postura analítica concebida como justa y adecuada a situación pues con ello se aseguraba analizar a un paciente pretendiendo que reuniera las condiciones que se concebían como necesarias. Tampoco tenía consecuencias profesionales pues al no aceptar analizar a un entrevistante se sabía que había otros esperando ser aceptados como pacientes. El hecho de admitir sólo a los que estaban dispuestos y con posibilidades cercanas a lo que les era propuesto promovía una especie de selección natural. Con ello se confirmaba que lo requerido en lo propuesta contractual era ajustado a realidad. No obstante, en el devenir social de las últimas décadas el crecimiento de la población de analistas con buena formación fue creciendo en proporción inversa a la demanda de solicitantes de análisis. De alguna manera esto fue influyendo en la revisión de los requerimientos básicos e imprescindibles para iniciar un análisis. Me refiero al número de sesiones semanales, al monto de los honorarios, a cierta elasticidad respecto a la anterior fijeza de los horarios de sesión y/o a su posibilidad de hacerle lugar en otro momento de la semana cuando surge una dificultad insalvable.
Con la adolescencia actual y los adolescentes en tratamiento no sólo resultó necesario reformular muchas cláusulas del encuadre sino que éste debe ser revisado periódicamente para que continúe teniendo vigencia y eficacia analítica.
Con el análisis de niños fue necesario revisar la clásica “canasta de juegos” y los juguetes habidos en ellos. Con estos pacientes denominados por Prensky, M. (2001) “nativos digitales” es necesario que los analistas (“inmigrantes digitales) se actualicen en cuanto a entender el lenguaje y manejo de las técnicas digitales que traen los niños y adolescentes al consultorio, ya sea como tema y/o al aparato mismo, y estar también atentos y prestos a adecuar el encuadre cuando sea necesario, Mantikow de Sola, B. (2007).
Algo similar sucedió a mitad del siglo pasado, aunque en esa oportunidad, a las excepciones se les dio un respaldo teórico al incluir un nuevo concepto en teoría de la técnica. Kurt Eissler (1953) introdujo la idea de Parámetro Técnico que justifica se apliquen ciertos artificios técnicos para habilitar el psicoanálisis en pacientes que presentaban cierto déficit en el funcionamiento del Yo. De entrada fue resistido pero finalmente logró ser aceptado. Etchegoyen, R. H. (2005) señala que la idea de Parámetro Técnico se apoya en que a veces hay pacientes que en cierto momento requieren “algo más” que una interpretación.
Viene a mi mente un recuerdo, aunque anecdótico, ilustrativo de la influencia de lo social en algunas de las estipulaciones del Contrato analítico. En 1980 vino de visita a Buenos Aires Béla Grunberger, un muy destacado analista húngaro radicado en París. En una conversación entre colegas comentó que el análisis didáctico en Francia tenía una frecuencia de tres sesiones semanales. Ello me resultó impactante. Esta frecuencia semanal era increíble e inaceptable en las dos instituciones psicoanalíticas que había en Buenos Aires. Han pasado ya más de tres décadas y hoy se acepta empezar con ese número de sesiones con la perspectiva de que pueda ser aumentada a cuatro sesiones semanales. Es que acaso ¿son distintos los requerimientos porque son análisis diferentes, o es que la diferencia entre tres sesiones y cuatro no son esenciales? Frente a esto de las diferencias regionales podrían tener lugar más preguntas que más que para responderlas nos pueden servir para seguir pensando.
Actualmente se observa que la historia futura de algunos análisis se construye con otro paradigma diferente del clásico, en el que también el/la analista compromete su paciencia, sus horarios y también el nivel económico de sus honorarios para el logro del objetivo de diseñar el análisis que se piensa que es el adecuado.
Un tema nuevo a considerar y quizás a revisar en los términos del contrato es el de las sesiones que se pierden por razones estrictamente ajenas a la responsabilidad del paciente. Con los actuales problemas que existen para trasladarse en las grandes urbes se producen muchas veces insalvables dificultades inesperadas en el tránsito vehicular. ¿Qué actitud correspondería tener frente a ello para luego decidir? Una ausencia o una llegada muy tarde puede ser que haya sido accidental y ajena al paciente o, a la inversa, tal vez previsible y de su responsabilidad. Ésta es una situación no siempre fácil de dilucidar pues los pacientes muchas veces ponen en el tránsito o en una orden recibida en su trabajo una dificultad propia. No obstante una adecuada comprensión de esta situación no sólo aportaría a una apropiada dilucidación del problema que nos permitirá introducirnos en las profundidades de los mecanismos neuróticos del/la paciente. Pero suponiendo que la dificultad haya sido realmente externa a la voluntad y resolución por parte del paciente, el analista puede aducir otro tanto, es decir, que esa dificultad fue ajena también a él. Esto que planteo aquí lo dejo como tal y a la consideración de cada analista o, mejor aún si fuera posible, a la consideración de la dupla analítica en que esto se plantee.
Otra realidad nueva implica considerar el monto de tiempo en arribar al consultorio. Si para llegar y regresar de allí siempre llevara un tiempo excesivo para el tipo y la calidad de vida del paciente habría que plantearse si sería adecuado indicar un tratamiento –siempre y cuando fuese adecuado– intermediado por los actuales medios de comunicación a distancia o implementar un tratamiento que considerara la alternancia de ambas posibilidades, Hernandez-Tubert (2008).
El analista, al momento de proponer el contrato podría encontrarse emocionalmente comprometido como para instrumentar con libertad sus posibilidades de objetividad, debido a que en esta situación se juegan intereses y preferencias personales y una responsabilidad profesional y ética con el paciente y consigo mismo.
El término “contrato analítico”, debido a la alusión comercial y jurídica que conlleva, podría promover cierta superposición y/o confusión semántica. Desde mis comienzos de analista acostumbré a denominarlo “acuerdo de trabajo”. Este término implica sostener, desde el inicio mismo, una postura de diálogo y de intento de consenso en dicho “acuerdo”. El analista se pone  en situación de estar queriendo pactar con la parte (adulta) del entrevistante capaz de hacerse responsable del compromiso de esfuerzo de trabajo que implica analizarse, más allá de que en el medio del proceso el futuro paciente ponga también en juego sus partes inmaduras de las que tendrá que hacerse cargo analizándolas.
Al final de las entrevistas diagnósticas el analista se ha formado ya una idea acerca del entrevistante, del qué, del porqué y del para qué de su consulta. Simultáneamente fue tanteando qué perspectiva de trabajo analítico vislumbra con el método –en el consultorio, a distancia o alternando un método con otro según las posibilidades y las necesidades no sólo del paciente y del analista sino también del propio método psicoanalítico. A esto último, con un verdadero acierto Tubert-Oklander, (2008) dice que el análisis tiene sus propias leyes y no es el analista quien las crea sino que ellas, a la manera de un tercero, tienen vida propia e independientemente de los deseos y sentimientos de los integrantes de la dupla. Con ellas –agrega– se establece una relación de objeto y ellas juegan un papel vinculante para ambos.
Etchegoyen (2005), en su clásica obra “Los fundamentos de la técnica analítica”, cuando se refiere a las tareas que le corresponde efectuar a la dupla analítica afirma que ella consiste en explorar el inconsciente de uno de ellos con la participación técnica del otro.
Partiendo de todas estas consideraciones es que se formulan las estipulaciones del contrato o acuerdo de trabajo. Al momento de hacerlo es necesario tener en cuenta si resulta adecuado y oportuno tratar de contratar de acuerdo a un texto preconcebido. Como el acuerdo compromete, desde su rol, a cada uno de la dupla no se debería ofrecer ni solicitar al paciente algo que de entrada se sabe que no podrá ser cumplido.
Las entrevistas coronan su objetivo con el enunciado y aceptación textual o con discusión previa y acuerdo posterior o sin lograr un acuerdo pleno. Lo acordado puede ser concebido, a lo sumo, como una “carta de intención” que precede al inicio o puerta de entrada al análisis, la que debiera tener en su dintel un cartel imaginario que anunciara cierta incertidumbre que requerirá un delicado, arduo y decidido trabajo de ambos de la dupla para alcanzar el objetivo deseado. El cómo implementarlo para su logro estará básicamente a cargo de la experiencia y responsabilidad del analista al momento de instrumentar con “arte y ciencia” las demandas del paciente y que, por otro lado, éste deberá hacerse también cargo de su rol.
A continuación expondré los tres ejes centrales sobre los que pienso que debiera apoyarse la concepción de un contrato analítico.
1.    Asentir:
En el acto de asentir se admite como válido y/o conveniente lo que se recibe como propuesta. El futuro paciente parte del supuesto de que, en principio, reconoce al analista como un experto en su profesión. Con esta postura el entrevistante siente que él no puede decidir con un criterio propio en un tema en el que no está preparado. Es esperable de éste que esté en condiciones mentales adecuadas para hacerse responsable de la decisión de aceptar o no las condiciones del “contrato”. Al aceptarlas el futuro paciente asiente (Highton, E.; Wierzba, S., 1991)[3] con lo propuesto. La confianza adjudicada al analista proviene de varias fuentes. La más próxima y consciente la proporcionan las vivencias y la experiencia misma que produce la entrevista. Como trasfondo está presente la autoridad emanada del Estado que avala al analista con una matrícula profesional habilitante. Se agregan el prestigio de la Sociedad Psicoanalítica a la que el analista pertenece, el aval de la persona o la fuente que recomendó al analista y el prestigio profesional de éste.
2.    Consentir
En el campo del Derecho el acto de consentir se hace imprescindible para la existencia legal de un contrato. Etimológicamente consentir deriva del latín consensus que significa sentir junto con otro sobre un mismo tema. Se diferencia del acto de asentir en que, si bien existe una conformidad final, se arribó a ella luego de partir de posturas iniciales diferentes, las que una vez expuestas y discutidas han devenido en acuerdo contractual. Se ha consentido con los términos del contrato ahora acordados. Lo discutido y luego terminado en acuerdo no puede contradecir o disturbar a lo esencial y necesario para la implementación de un psicoanálisis.
De acuerdo a esto, en todo acuerdo contractual con el analista siempre habrá una parte que será asentida, pues su importancia es reconocida y enunciada por el conocimiento teórico técnico del analista y que, tanto él mismo como el paciente, tienen que aceptarla para que haya tratamiento psicoanalítico.
3.    Disentir
¿Se puede empezar un análisis habiendo un disenso en el contrato? Esta pregunta nos lleva a pensar acerca del posible destino que puede tener lo que no resulta posible acordar en el contrato inicial. La respuesta estará condicionada a lo que el analista vislumbre, en el sentido de si piensa que podrá o no ir abordando el disenso cada vez que se haga presente en la relación transferencial. La premisa no acordada corresponderá incluirla como variable del encuadre constituyéndose la misma como formando parte del proceso. (Bleger, J. 1967; Zac, J. 1971). Con este criterio se abren posibilidades de elaboración del disenso en el propio proceso analítico. Con esta postura, no sólo se está concediendo una oportunidad al paciente sino que simultáneamente se abre para la dupla una ocasión de enriquecimiento mutuo por el aprendizaje que su abordaje pueda aportarles.
Si los puntos que quedaron sin acordar partieran de los aspectos más regresivos del paciente, el analista evaluará la perspectiva que tiene un análisis que comienza de esa manera. Quizás haya que esperar al aflojamiento o resolución de algunos síntomas para poder acordar lo que en ese primer momento no fue posible.
En una ocasión, al momento de enunciar al paciente la Regla fundamental, me planteó que había algo muy importante que él no podía hablar y que era uno de los motivos que lo había traído a solicitar analizarse. Me pidió empezar su análisis sólo si yo le aceptaba esa condición. Yo sentí que me proponía una paradoja pragmática imposible de llevar a cabo. En ese momento pensé que lo que eso que me proponía era una muestra de sus propias imposibilidades y que por eso venía a pedir ayuda .Mi respuesta apuntó a mostrarle que, tal como lo planteaba, era más una cláusula contractual que una condición provisoria mientras durara ese impedimento. Le dije que así no lo podía aceptar pero que sí yo aceptaría empezar el análisis e ir viendo con él cómo evolucionaba esa dificultad inicial suya. El paciente estuvo de acuerdo y con ello, implícitamente aceptó que se trataba realmente de una dificultad suya.
En casos así, debe quedar explícito con el entrevistante que no hay acuerdo en todos los puntos propuestos. Que el hecho de que éste haga valer su postura ante el analista para iniciar un tratamiento ello no implica que éste haya declinado su propuesta inicial sino que el tratamiento comienza con ese o esos puntos discrepantes. El analista, como responsable técnico de la conducción del tratamiento, cada vez que lo considere conveniente, puede volver a postular lo que no pudo ser acordado en el momento inicial, aunque con el tono de continuar buscando un “acuerdo de partes” y no de imposición. Esto no implica que se tenga la esperanza de una solución inmediata. El sostenimiento por parte del paciente del desacuerdo inicial podría originarse en distintas fuentes. Una de ellas podría provenir de una transferencia preformada, Meltzer (1967), que es la que podría desencadenar un desacuerdo y/o desconfianza inicial. Otra podría deberse a un aspecto sintomático por tratarse de lo que Baranger, M., & Baranger, W. (1961) denominaran “baluarte”, al que definen como un refugio inconsciente cargado de poderosas fantasías de omnipotencia. El paciente siente que si tan solo entrega a la posibilidad de análisis el punto que en ese momento inicial se resiste a contratar, quedaría desvalido del aporte defensivo que siente que le presta lo escindido. En ocasiones no poco frecuentes el analista se encuentra que no resulta conveniente lidiar con una actitud de terquedad del entrevistante que es lo que está impidiendo avanzar en el acuerdo contractual. En estos casos, si el analista vislumbrara que puede empezar debe saber que lo hace sin garantía alguna de aflojamiento sintomático.
Cuando el disenso se apoya en una situación en la que el paciente quiere imponer al analista su encuadre sin considerar el que éste le propone estamos frente a lo que Bion (1957) desarrolló conceptualmente como “reversión de la perspectiva”, una de las formas de resistencia que trata de paralizar los aspectos dinámicos del análisis. Cuando se instala en el inicio del mismo, hace que sea muy difícil que se desarrolle el proceso analítico.
Para ciertos pacientes, por ejemplo, todo lo que huela a asimetría vincular en el contrato, lo sienten como que acordar con eso es equivalente a someterse al analista. ¿Qué actitud tomar entonces cuando nos encontramos en la entrevista con alguien que disiente en alguno o más términos del contrato propuesto y, no obstante, insiste en analizarse imponiendo ciertas condiciones con el anhelo o pretensión de querer tratarse a “su manera”? No hay una respuesta unívoca, salvo que se suponga, que ese análisis como tal, no sólo va a ser muy difícil sino imposible. En ese caso no se le puede prometer analizarlo, no sólo por razones técnicas sino también éticas. La decisión también toca a aspectos privados de la persona del analista, por el grado de interés que le despierte intentar analizar a un paciente con el que se piensa que es muy difícil llegar a lograrlo.
Hemos visto antes que algunas personas que solicitan una entrevista con un “psicoanalista” muchas veces lo hacen tomando a este término no como algo específico sino como un nombre genérico que engloba a un tratamiento de naturaleza psicológica. Tienen la creencia que vienen a entender algo de lo que les pasa pero con la esperanza de confirmar “casi todo” lo que ellos piensan de sí mismos. En casos así una forma posible de comenzar un tratamiento está en encararlo con un encuadre de psicoterapia, sin por ello dejar afuera la comprensión psicoanalítica. Se estará atento en observar la actitud frente al cuidado de las sesiones y al desempeño puesto frente a lo que va surgiendo. Se pondrá una mirada específica en observar cómo el paciente se vincula con las intervenciones del analista y cómo se comporta cuando se arriba a una situación que lo coloca frente al “tema” en el que no pudo lograrse un acuerdo contractual. Puede ser que el paciente necesite primero construir ciertos apoyos narcisistas antes de abandonar los que tiene erigido quizás como baluarte. En ocasiones los analistas nos hemos llevado más de una sorpresa en ambas direcciones, de desilusión unas veces y de descubrimiento alentador no previsto en otras.
De acuerdo a la evolución habida en la historia epistemológica del psicoanálisis, los analistas debemos dejar habilitada la posibilidad un espacio en el que quepa lo inédito para dar lugar a la producción de una experiencia propia y específica para determinado paciente que, en este caso, se presenta como disintiendo en la propuesta contractual. A veces hemos aprendido que estábamos equivocados cuando pretendíamos “contratar” tal o cual premisa en determinado/a paciente. ¿Cuándo nos dimos cuenta que habíamos aprendido algo nuevo? después de haberlo/la conocido mucho más. No hay que perder de vista que, en última instancia, cada tratamiento analítico tiene algo de único e irrepetible. El disenso inicial, en ocasiones, puede estar abriendo una ocasión de enriquecimiento mutuo por el aprendizaje que su abordaje pueda dejar. Sólo estaría contraindicado si se presume que uno o ambos de la dupla correrían el riesgo de dañarse con la puesta en marcha de un tratamiento vislumbrado como imposible.
 
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