Mariana Flores 

     

Aquel que violente el lenguaje, que desdeñe el uso práctico de las cosas y se esfuerce por ver virginalmente la realidad misma es un artista, pero también sería un psicoanalista, aunque con una diferencia, el psicoanalista se dirige únicamente a ser singular, mientras el artista se dirige a una multitud de personas para hacernos sentir emociones que, somnolientas en nuestro inconsciente, esperaban el momento de brotar” (Nasio, 2015 p.32).

     

El momento actual nos ha dejado ser testigos de fenómenos que translucen nuestra fragilidad a una potencial expresión, la vida se ha reducido a sobrevivir una lucha diaria sin pausa; por eso, en el inmenso y complejo mar de multitudes que habitan en nuestro interior, existe innegablemente la sensación oceánica de haber sido arrojados a un gran vacío, la angustia como consecuencia, nos regresa a los estados más primitivos condenados a la renuncia y a la gran desilusión.       

Reflexionar al ser humano del siglo XXl, nos lleva a pensar en un individuo cosificado, distanciado, paralizado por la angustia, abandonado de su propia existencia; significa también, la complicidad con lo instantáneo, con lo ficticio y por tanto intrascendente. En la búsqueda de respuestas, el hombre nunca ha dejado de pensarse así mismo, mientras la filosofía ha querido indagar sobre el porqué de lo que se ha dispuesto en el mundo; el psicoanálisis ha abordado la realidad sin velo y sin candidez, pues pone la atención en lo que nace dentro y no en lo que está fuera, escudriña en la caja negra que carga nuestros deseos, traumas, errores, recuerdos y sentimientos más íntimos.      

El ser humano no puede escapar de la relación con lo otro; es una capacidad que le viene dada y que es irreductible a su naturaleza. Teorías psicoanalíticas marcan el inicio relacional en cuanto hay percepción, para Fenichel (1991) la primera conciencia de un objeto tendrá que surgir de un anhelo de algo (…) que tiene la aptitud de gratificar necesidades y que en ese momento no está presente (p.51) En un sentido similar Freud (1925) en Inhibición, síntoma y angustia, habla de la relación como un acto ligado a la separación, lo cual irremediablemente deviene en la angustia de ser aniquilados.    

Con el propósito de indagar sobre una de las tantas formas en que el ser humano se relaciona, quisiera a través de este escrito focalizar la atención en el papel que juega el arte como una herramienta de potente interacción, para esto, recurriré a la teoría psicoanalítica en relación con dos conceptos: el primero es el objeto transicional de Winnicott entendiéndolo como un puente que ayuda a transitar de la subjetividad total a un mundo compartido. En segundo lugar, la sublimación como aquel mecanismo de defensa social y culturalmente aceptado que posibilita que un deseo patógeno pueda ser guiado a una meta superior. Asimismo, transitaré por dos experiencias estéticas que en su entramado nos dejarán ver la manera en que el arte suplanta la travesía del dolor.

¿Por qué el arte puede ser un objeto transicional? Winnicott (1971) expresa que el objeto transicional no es un objeto interno, es una posesión (…) es un viaje, un espacio donde el sujeto puede vivir de manera autónoma y creativa. Además, el arte tiene un propósito muy parecido al del rostro de la madre, se convierte en un espejo en el cual nos vemos a nosotros mismos. El arte cumple la función “del osito de peluche” en cuanto es un catalizador para afrontar frustraciones y angustias; comprendemos al arte como objeto transicional mientras la sublimación y la simbolización están presentes. 

La obra puede ser almácigo de quietud ante el objeto que se pierde, posee una tópica inconsciente, no conoce de pasado ni futuro, trastoca la realidad más íntima y puede dar cumplimiento a impenetrables deseos; razón por la que el artista tiene el poder peculiar de intuir el mundo existencial; aunque lo comprende pero no se entiende en él, de ahí que Freud (1911) en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico refiere que el análisis de las personas (…) de disposición artística, revela en distintas proporciones la mezcla de rendimiento, perversión y neurosis, esto significa que el trabajo de sublimación no siempre representa una liberación de las pulsiones, su lucha contra la libido puede caer en distracciones o satisfacciones sustitutivas con la misma intensidad de agresión.

Un pequeño que toca el violín, un rostro inundado de lágrimas, una mirada testigo del dolor, una expresión sufriente

Ilustración 1.  Prensa Duque de Caxias, (2010) El Violín de Diego (fotografía) recuperado de: http://arturodiazce.blogspot.com/2013/10/un-nino-que-toca-el-violin-en-el.html

“El violín de Diego” es una de las fotografías más conmovedoras de los últimos años, fue tomada en el 2010 por la prensa de Brasil. ¿Qué representa el violín? ¿Qué mundo interno no nos es dicho?

La fotografía describe el momento en que la prensa capta el dolor del pequeño cuando toca en el funeral de su mentor, el maestro era parte de la Orquesta de Cuerdas Afroreggae, y se convirtió en un símbolo de esperanza contra la leucemia. Diego poseía una gran sensibilidad, la sacó a relucir en aquella ejecución que incluyó una apelación al olvido, gracias al maestro que se encontraba dentro del ataúd Diego fue reconocido mundialmente, lo que probablemente representó para él ser salvado del aniquilamiento.

¿Por qué el violín es un objeto transicional? ¿Cómo se ha ahorrado la angustia el artista? El violín representa la exterioridad, la otredad absoluta y la ruptura con lo útil, Diego se relaciona con él no como un usuario de una herramienta sino como un creador, plasma en su materialidad códigos de sentido: la esperanza, la terneza, la vida misma. Diego toma su violín como un objeto que obra ante la soledad, su mirada descifra que vive un momento donde su inocencia es sepultada; es factible que la música se transforma en un fenómeno transicional envuelto en una actividad de caricia. Cuando observamos la fotografía nos aparece en la imagen una dosis de afecto acompañada por momentos de mutilación, que sin querer nos recuerda al bebé aferrándose a un trozo de tela. 

 El objeto transicional es un símbolo de la unión del bebé y la madre (…) se encuentra en el espacio y el tiempo en que la madre se halla en la transición de estar fusionada al niño, así como de ser experimentada como un objeto que debe ser percibido antes que concebido. El uso de un objeto simboliza la unión de dos cosas ahora separadas, bebé y madre. (Winnicott, 1971, p. 159)

Dos relojes de cocina marcan la misma hora, se encuentran juntos, casi pegados. En el segundero de ambos apenas se logra una imperceptible diferencia, probablemente irán perdiendo el ritmo simétrico conforme el tiempo vaya transcurriendo

Ilustración 2. González, F. (1987) Amantes Perfectos (Pintura) recuperada de https://www.descubrirelarte.es/2020/02/27/felix-gonzalez-torres-el-amante-perfecto.html

¿Qué vacío llena el arte? ¿Cuáles son los impulsos originales que sublima? Lacan (como se citó en Canosa et al 2019) dice: “la sublimación tiene la posibilidad de hacer algo con el vacío y en eso consiste la proeza del arte”. Toda obra logra el privilegio de construir un mundo negado, la gente mira el arte envuelta en su hechizo, impresionada, entristecida, alegre, ilusionada, conmovida. Así como en la interpretación psicoanalítica, la interpretación del arte es una co-creación, artista y espectador se funden en un mismo acto, la identificación se opone al distanciamiento, ambos imaginan las cosas no sólo como son sino como podrían ser. Artista y espectador dialogan silenciosamente, aunque queda claro que no es tarea del psicoanálisis la apreciación estética del arte.

Félix González Torres fue un pintor cubano, exótico en el underground neoyorquino, seguidor acérrimo del marxismo, quienes conocen Amantes perfectos la describen como una poesía visual, una celebración de luto por la pérdida del amor de su vida.

Amantes perfectos habla de amor y ausencia, representa dos relojes parados a la misma hora, tiempo en que murió su pareja, irremediablemente se irán desincronizando, lo que ampliará la distancia que los separa.  Para el autor el paso del tiempo escapa de su voluntad, por eso su arte le otorga una salida ante el impulso de muerte, a través de su lienzo puede expresar lo que ha perdido al perder a quien ha perdido.

¿De qué peligro se protege el artista con la obra de arte? Ross Laycock fue pareja del autor por más de ocho años, con una relación homosexual no escaparon de la discriminación y de la crítica social. El artista optó por una práctica de protesta. La pintura está creada sobre colores tenues que simulan tranquilidad, serenidad, posiblemente formación reactiva que oculta tras el azul del cielo una fuerte agresión difuminada en el pincel. Los relojes constituyen un símbolo que encierra enfermedad, mortalidad y fragilidad. Casas de Pereda (1999) dice que la simbolización siempre trabaja ante la pérdida, la ausencia es displacentera sólo mediante el atravesamiento simbólico llamamos al placer. La huida del artista es su obra, posiblemente se protege de la ira, del castigo del superyó, de la pérdida del amor y a lo cual responde.

Tanto el violín de Diego, como los relojes de Félix Rodríguez, son objetos que devuelven algo, al igual que el objeto transicional ayudan a controlar resentimientos, afectos y canalizarlos en otros soportes; en el contexto de los artistas vemos además de una pérdida fáctica, el enfrentamiento con su propio interior perturbado, el deseo enloquecido y brutal que el arte ha logrado sublimar. Pero en realidad ¿qué devuelve el violín y los relojes al artista?

Es importante mencionar que, aunque la sublimación responde a principios culturales aceptados, no necesariamente debe ser idealizada, de hecho, puede convivir con las peores versiones del malestar, baste pensar en estas obras que parecen serenas y pacíficas al espectador, pero en realidad encubren un enorme sufrimiento interno. Consideremos innumerables suicidios en consecuencia de un deseo, como el de Van Gogh, quien después de crear la idílica escena del jardín y el campo de trigos, una mañana sale a pintar y se dispara en la cabeza; o bien, el de William Godward quien deja una carta que daba testimonio que el mundo no era lo suficientemente grande para él y ni para Picasso. También podemos hablar de las profundas depresiones en poetisas como Frida Kahlo o Alfonsina Storni. Ah que tus ojos despierten, alma y hallen el mundo como cosa nueva. Ah que tus ojos despierten, alma, alma que duermes con olor a muerta (…) escribe Alfonsina Storni en su marcada melancolía.

¿Qué vacío llena el arte?  Llegados a este punto, quiero concluir citando cinco ideas finales:

  1. El arte es una imagen exaltante de nosotros mismos porque es una parte del ello llevada al mundo exterior.
  2. El arte es un refuerzo de nuestro amor narcisista y como objeto transicional simula la angustia de aniquilación de la vida y por lo tanto de la pérdida del pecho materno vivenciada a raíz del destete.
  3. El arte es un espacio complejo que se edifica en la unión de dos, pero a la vez descansa en su separación, situación que sublima a un yo que reacciona de ser abandonado.
  4. El arte es el alarido del dolor.
  5. El arte es la representación de nuestra locura interna.
  6. El arte es la reparación de lo irreparable, es la nostalgia que se mezcla entre la ausencia de lo amado y gozo del dolor.

Considero que las dos imágenes que he presentado son un buen pretexto para ser testigos de la forma tan sutil en que se vivencia la experiencia estética; tal vez recordamos, comparamos, releímos historias o simplemente dejamos pasar. Creo que esto se asemeja mucho a la forma en que nos vinculamos con el paciente, en la comunicación que establecemos más allá de las palabras, en cómo lo desciframos y cómo lo albergamos. Al igual que la obra de arte, el paciente posee un cúmulo de experiencias que están ahí para ser descubiertas; sin embargo, no nos escapamos en la contratransferencia de vivir en él aquello que nos corresponde y tan pronto llegamos a espacios seguros, nos confesamos de haber encontrado dos divanes en un mismo consultorio, parece que hemos dado un salto al reconocernos humanos tan demasiado humanos.

Bibliografía

  • Canosa, J., López. E., Mundiñano, G., y Perak, M. (2019). La sublimación en las obras de Freud y Lacan. Hipótesis preliminares acerca de la relación entre sublimación y creación. Anuario de Investigaciones, vol. XXVI, pp 225-232 recuperado de: https://www.ready.or/jatsRepo/3691/369163433023/html/index.html
  • Casas de Pereda, M. (1999) En el camino de la simbolización: Producción del sujeto psíquico.      Buenos Aires: Paidós
  • Fenichel, O. (1991) Teoría Psicoanalítica de la Neurosis. México: Editorial Paidós.
  • Freud, S. (1911) Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico. Tomo XII Obras Completas. Argentina: Editorial Amorrortu. 
  • Freud, S. (1925) Inhibición, síntoma y angustia Tomo XX Obras Completas. Argentina: Editorial Amorrortu. 
  • Nasio, J. (2015). Arte y Psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Editorial: Paidós.
  • Winnicott, D. (1971) Playing and reality. London: Tavistock Publications.