Por: Eugenia Narro
El abandono ha sido una problemática de todos los tiempos, sin embargo el estudio del mismo no ha sido particularmente estudiado. Para la comprensión psicoanalítica se han documentado un sin fin de casos clínicos en los que aparece dicho fenómeno y lógicamente influye en la psicodinamia del mismo. Sin embargo, me parece que a pesar de eso, es un tema el cual amerita mayor estudio y comprensión por parte de los estudiosos de esta disciplina.
Es un tema que abunda en nuestra sociedad y estoy segura que constantemente nos hemos encontrado con casos clínicos relacionados con el abandono. El estudio de dicha problemática en cualquier tiempo implica considerar una multiplicidad de factores como el contexto y agentes relacionados directa o indirectamente con la situación. De este modo, se asume que el abandono es un objeto de estudio bastante amplio y con varias aristas, lo cual permite que sea abordado desde distintas perspectivas y disciplinas.
Con el fin de ubicar y delimitar el fenómeno desde una perspectiva social, es importante decir, que existe un consenso respecto a considerar el abandono infantil como una de las formas o tipos en que se ejerce el maltrato infantil, dentro del cual se incluye el maltrato físico y emocional, el abuso sexual y el abandono o negligencia según la UNICEF.
Se ha definido como víctimas de maltrato y abandono a aquellos niños, niñas y adolescentes hasta 18 años que sufren ocasional o habitualmente actos de violencia física, sexual o emocional, sea en el grupo familiar o en las instituciones sociales. El abandono y la negligencia hacen referencia a la falta de protección y cuidado mínimo por parte de quienes tienen el deber de hacerlo.
De acuerdo con esto, no se estaría diferenciando abandono de negligencia. No obstante, algunos autores proponen una diferenciación entre estas nociones, que tienden a confundirse o equipararse. Para hacer una distinción, Rochet en 1998 citado por Sac Nite, & Nadxieli, comprende el abandono como aquella situación de extrema negligencia que lleva finalmente a una separación física entre los padres o cuidadores y el niño y la ruptura de todo tipo de obligación y cuidado.
En cuanto a las perspectivas o enfoques, se han podido identificar tres tendencias: una histórico-social, que aborda el abandono desde el contexto histórico y los aspectos sociales que han estado en relación con él; una tendencia que se ha centrado en el fenómeno con una mirada objetivista, en tanto que ha buscado medir los factores etiológicos y el impacto que este genera en los niños; y finalmente, un enfoque que pone el énfasis en el sujeto y en el discurso del mismo, así como en el de las instituciones. Éste último es el que sin duda más compete a los psicoanalistas y en general a los profesionales de la salud mental.
No obstante, creo que para entender más el fenómeno del abandono, es fundamental examinarlo dentro del contexto cultural y social, es decir; las condiciones por las cuales se ha dado el abandono infantil a lo largo de la historia de la humanidad como por ejemplo: los rígidos mandatos en torno al honor en la cultura que ha obligado a los padres a abandonar a sus hijos ilegítimos; la pobreza generalizada crónica y aguda en los distintos países etc.
Para mayor comprensión haré una recapitulación muy breve del contexto a lo largo de los años:
Siguiendo con las autoras Sac Nite & Nadxieli, en todas las civilizaciones antiguas se practicó el infanticidio, el cual era moralmente tolerado. Los antiguos Griegos, en Esparta, querían soldados fuertes y cuando encontraban un recién nacido con algún defecto físico lo arrojaban desde lo alto de una colina. Por otro lado, los egipcios solían deshacerse de los niños dejándolos correr en cestas en la corriente del Nilo. Los Chinos solían dejarlos abandonados en medio de los campos de arroz, especialmente a las mujeres, quienes no eran de ayuda para el sostenimiento económico de la familia.
Desde las épocas más remotas, el patriarca de las familias decidía quién podía o no pertenecer a ellas y decidía si era conveniente que un recién nacido se incorporara a la familia o fuera eliminado de ella.
Asimismo, en el antiguo Imperio Romano, los patriarcas podían abandonar a sus hijos exponiéndolos en una plaza pública (expósitos), o venderlos cuando ya eran un poco mayores como esclavos, o incluso entregarlos para pagar alguna deuda.
Todas estas prácticas se consideraban funcionales para el mantenimiento de las actividades agrícolas, pues los niños eran la principal fuerza de trabajo para la siembra y el cultivo.
Pasados los años, se situó a Francia como el país con mayor índice de niños abandonados y como solución se crearon Hospicios que en un principio eran sostenidos económicamente por las donaciones del clérigo, posteriormente se empezaron a crear leyes que protegían los derechos del infante y se estableció una declaración obligatoria de los embarazos que mantenía una cláusula la cual obligaba a las mujeres a declarar la situación, tanto del embarazo como del parto y castigar con pena de muerte a aquella que cometiera homicidio.
Sin embargo, esta declaración no funcionó para erradicar el problema, por el contrario, las mujeres temiendo ser asesinadas dejaban con más frecuencia a sus hijos, dicha ley duró hasta el año 1802 .
En México en el Siglo XVIII existía ya una casa de niños expósitos y un hospicio de pobres donde se albergaban niños recién nacidos huérfanos o en completo abandono, se les proporcionaba cuidado, educación y la posibilidad de ser adoptados, la tercera parte de los niños lograban pertenecer a una familia, pues la iglesia les daba una mensualidad de 2 a 3 pesos a los padres adoptivos para que mantuvieran a los niños expósitos, a nadie se le negaba la posibilidad de adoptar aunque pertenecieran a la clase social más desfavorecida, pero generalmente buscaban que los nuevos padres o tutores tuvieran un oficio para asegurar de alguna manera el futuro del infante (Ibid ant.)
Se les llamo niños expósitos por la referencia a la “exposición” llamada también exposición de parto, difería del “abandono” en que estaba socialmente aceptada y regulada, hasta el punto en que en todas las ciudades importantes había una casa de expósitos; y en las zonas populares, la ley mandaba que hubiese en cada distrito una de estas casas, así las mujeres tenían la libertad para dejar a su hijo sin ser vista por la persona que lo recibía.
Las casas de expósitos y hospicios han sido sustituidas hoy en día por otro género de instituciones, en donde se descarta la ocultación de la identidad de la madre, ya que en el ejercicio de la libertad sexual existe menos censura que en otras épocas y por lo tanto una de las alternativas para embarazos no deseados es el internamiento de los niños. El “abandono facultado” de los hijos ha perdurado en nuestra cultura hasta hace menos de medio siglo. Y en la época del Cristianismo, se humanizó el concepto de hijos abandonados, recogidos en hospicios y casas de expósitos; y para las madres se continuó el anonimato. Sin embargo, quedaron profundas huellas de este hábito, pues incluso al ignorarse la procedencia paterna de los niños, se les apellidaba directamente como Expósitos, lo cual revelaba su condición de abandonados.
A pesar de que las cifras no están actualizadas ni bien delimitadas, ni siquiera se cuenta con cifras reales de cuántos niños viven en albergues o casas cuna, se sabe que México ocupa el segundo lugar de América Latina en cantidad de niños huérfanos con 1.6 millones después de Brasil con 3.7 millones según cifras UNICEF. Las cifras son alarmantes y siguen incrementándose. En el año 2005, en el segundo Conteo Nacional de Población que realizó el INEGI, quedó registrado que en nuestro país 28 mil 107 niños, niñas y adolescentes por algún motivo no pueden vivir con su familia de origen y están institucionalizados en cualquiera de las 657 casas hogar. De ellos, 11 mil 75 se encuentran en situación de desamparo y si se resolviera su situación jurídica, un alto porcentaje sería entregado en adopción a alguna familia; sin embargo, el 77% de ellos tiene entre 7 y 18 años, edad poco aceptada por los posibles adoptantes. En consecuencia, el mayor problema para que estos niños sean entregados en adopción, radica en la lentitud para resolver su situación jurídica y los múltiples trámites que se deben cubrir. Diversas organizaciones sociales han promovido reformar las leyes sobre la adopción, con la finalidad de agilizar los trámites; sin embargo éstas propuestas no han tenido éxito en el Congreso.
En el 2009 la Red por los Derechos de la Infancia en México, denunció que el Gobierno Federal no tiene los registros completos de los niños que se encuentran en casas hogar, tanto públicos como privados.
Hay especialistas en salud mental que refieren que el futuro de los niños abandonados es desalentador y triste, parecen estar destinados a vivir una infancia sin familia y esperanzados día a día a que sus padres los busquen para incorporarse a la misma. Existen un sin fin de trabas burocráticas para su adopción, cambiando de un albergue a otro por saturación de cupo. (Sac Nite, S., & Nadxieli, T, 2011).
La problemática social y el reconocimiento de la incapacidad de las familias para ofrecer las condiciones suficientes para lograr el bienestar de los niños, da como resultado la concepción de infancia en peligro, noción en la que prevalece la contaminación de la infancia, al estar en contextos peligrosos e inmorales, como el vagabundeo, la orfandad, la delincuencia y la pobreza (Gómez y Zanabria, Citado en Sanín, 2013), lo que siguiendo a Sanín 2013, decanta en imaginarios que acotan la problemática del desamparo y el maltrato a condiciones socio-económicas.
La concepción de infancia en peligro aumenta la necesidad de separar a esos que, sin voz, necesitan ser aislados de aquellos contextos que malogran su desarrollo.
En vista de lo anterior, el internamiento es una condición de gran impacto, tanto para los infantes como para la familia, que trastoca de manera especial los vínculos y las relaciones entre ellos. Por esto, vivir en un centro conocido como casa-hogar, albergue u orfanato, remite a las circunstancias de una vida problemática y con mal pronóstico (Sanín, A.L. (2013).
Ahora bien, entrando en el ámbito psicoanalítio, como bien mencioné en un inicio, existe poca bibliografía acerca del abandono como tal, sin embargo, nuestro interés y estudio fundamental, recae en las fantasías y mundo interno del paciente que se siente abandonado. Un artículo que quizá esclarece mejor éste fenómeno escrito por el Dr. Roberto Gaitán intitulado: “sobre el sentimiento de soledad” habla del sentimiento de soledad como una de las consecuencias psíquicas ligada a una psicodinamia específica, en donde existe un sentimiento de abandono que sufre el sujeto y que sin duda puede ser equiparable a una situación de abandono real. Con lo anterior, no quiero decir que toda persona que es abandonada en la realidad, tendrá dicho síntoma, como le llama Gaitán en su artículo, sin embargo creo pertinente su consideración para una mayor comprensión.
Podemos imaginar a un bebé al ser abandonado por sus objetos con un sentimiento de soledad y desamparo, continuando con Gaitán, 2001; “ese sentirse solo, desprendido del mundo, ajeno de sí mismo, es decir, separado de sí, se da en cualquier raza, cultura, persona y época, y puede llegar a constituir una sensación sumamente dolorosa”.
La soledad, también puede ser en ocasiones buscada y deseada, siempre que sea transitoria y voluntariamente obtenida y abandonada, en la medida que represente un reencuentro tranquilizante con uno mismo, para comprobar la integridad del self y obtener satisfacción de dicha comprobación.
A pesar de lo anterior, la soledad se relaciona más a menudo con una experiencia desorganizadora y dolorosa. El reconocimiento del miedo a la soledad como un fenómeno generalizado, es independiente a la estructura caracterológica o psicopatológica principal de cada individuo, aunque la transformación a un sentimiento de soledad con mayor o menor intensidad, sí dependerá del tipo de organización caracterológica y conflictiva básica de cada sujeto.
Es decir, el miedo a la soledad tiene como función servir de disparador y motor para que el ser humano utilice sus aparatos de autonomía primaria, desarrolle sus potencialidades, refuerce sus sistemas defensivos y posteriormente elabore aparatos de autonomía secundaria para sobrevivir como individuo. Este miedo fomenta que el sujeto busque la cercanía con otros objetos, para lograr, de esa manera, relaciones de objeto necesarias para poder preservar la especie. Es un miedo inconsciente que no surge por la ausencia transitoria de objetos en la realidad. Sin embargo, el sentimiento de soledad, muestra que el individuo no ha logrado ese desarrollo psíquico o que por algún motivo está sufriendo una regresión a la fase del desarrollo en que el miedo a la soledad hizo indispensable acudir al apoyo del yo auxiliar de la madre para evitar la angustia y depresión que implica la soledad y su amenaza en aquel momento, vivida como real. (Gaitán, R. 2001).
Al hablar de sentimiento de soledad como un síntoma patológico, Gaitán, R, excluye aquellos casos objetivos y reales en los que los sujetos son privados de compañía externa por un tiempo prolongado, quizá aquí sería el diferencial entre una psicodinamia y la otra; en donde juega un papel importante el mundo externo y en donde lo juega el mundo interno.
Aún así, hay elementos que se comparten según mi apreciación en ambos casos; “Los pacientes que presentan el sentimiento de soledad… en la medida en que existen fijaciones orales importantes, la modalidad oral del manejo del mundo externo condiciona que su voracidad no tenga límites y por lo tanto nunca estén satisfechos” (Gaitán, R. 2001. Pp. 51).
Siguiendo con la Dra Velasco, 2001, toda pérdida objetal, está estrechamente ligada a un proceso de duelo, que puede ser manifestado como normal o como patológico. Esto último ligado a factores estructurales como el yo y el súperyo y también al tipo de relación previa con el objeto perdido, es decir, el grado de catectización que se haya tenido.
A pesar de las controversias que hay en la literatura psicoanalítica respecto al duelo infantil, difiriendo en la capacidad que tiene un infante de hacer un trabajo de duelo, concuerdo con la doctora Velasco en que es un error tomar como parámetro el duelo en el adulto, ya que las estructuras mentales de uno ya están consolidadas, mientras que en el otro no.
De ese modo, es inevitable hablar de depresión y melancolía en estos casos, puesto que sabemos que la etiología del paciente depresivo o melancólico se gesta en la infancia acompañado de datos como múltiples vivencias de pérdida y abandono, lo cual conlleva a un desarrollo de aspectos voraces y un anhelo perpetuo de los suministros que la vida les denegó; la rabia hacia el objeto que por cualquier causa haya faltado y por consecuencia una relación ambivalente hacia dichos objetos perdidos.
Todo esto me ha llevado a cuestionarme las diferencias fundamentales entre la edad del bebé o niño abandonado, es decir, el momento en que ocurre el conflicto, y su desarrollo posterior: Siguiendo con la Dra. Velasco esto dependerá de múltiples factores, entre ellos si existió la posibilidad de uno o varios objetos capaces de ejercer las funciones correspondientes a los objetos perdidos, del grado de estructuración de las instancias psíquicas del infante, así como de la fase correspondiente del desarrollo en el momento de la pérdida.
La instancia psíquica clave para el proceso de pérdida es el yo, por lo que su grado de estructuración en el niño será un factor escencial para el manejo que éste haga de la pérdida objetal.
El yo se plasma un introyecto de muerte asociado a todas las fantasías y temores correspondientes a la etapa del conflicto y al mundo interno vigente en la época en que se produjo la pérdida (Velasco, C. 2001).
Winnicott en su artículo “psicología de la separación” escrito en 1958, describe, qué es lo que sucede cuando el bebé o niño de corta edad es separado de su figura parental y ha llegado a la conclusión que existe una relación entre la tendencia antisocial y dicha deprivación. Señala que la enfermedad no deriva de la pérdida en sí, sino de que aquella pérdida haya ocurrido en una etapa del desarrollo emocional del niño o bebé en que éste no podía reaccionar con madurez; el yo inmaduro del pequeño sujeto aún es incapaz de experienciar el duelo. Sin embargo, señala Winnicott que a pesar del poco desarrollo de todas las capacidades “adultas” que tiene el niño, basta con evitar, las muy frecuentes conspiraciones de silenciamiento en torno a la muerte que ocasiona confusión y basta con brindarle información simple para posibilitarle al niño el cumplimiento del proceso de duelo. Lo mismo sucede con respecto a la información que se le da a un niño sobre su adopción.
Para Winnicott, es fundamental, punto de vista que comparto, que el asistente social desempeñe una función que el individuo es incapaz de lograr por sí mismo; es decir, debe comprender en qué etapa de su desarrollo emocional se encontraba el bebé o niño cuando ocurrió la pérdida, para así poder comprender el tipo de reacción que ella provocó. Por otro lado, cuando la pérdida activa mecanismos muy primitivos, el asistente social debe admitir que está limitada la ayuda que se le puede prestar al menor. Por mi parte extendería lo anterior a la situación analítica.
Asimismo, continúa Winnicott describiendo que existe una pérdida simultánea no sólo del objeto, sino también del aparato para utilizarlo, la boca. La pérdida puede extenderse hasta abarcar la capacidad creativa del individuo, en cuyo caso, más que una desesperanza de redescubrir el objeto perdido, habrá una desesperanza basada en la incapacidad de salir en busca de un objeto. Dentro de todo este escenario, se puede observar en la clínica toda la sintomatología de la tendencia antisocial; por ejemplo, el robo, aparece como una señal de esperanza para el individuo.
El hecho de que la madre no esté allí cuando el bebé se siente preocupado, provoca la anulación del proceso integrador, de manera tal que la vida instintiva queda inhibida o disociada de la relación general entre el niño y el cuidado que le prestan. En ese último caso, el sentido de la preocupación se pierde, de lo contrario, si la madre continuara existiendo y desempeñando su rol, el sentido de la preocupación se robustecería (Winnicott, 2009).
Para concluir, considero que el entendimiento psicoanalítico nos ha enseñado que a pesar de existir múltiples teorías que intentan entender la psique, cada caso clínico es único y por tanto se le debe tratar como tal. Debemos considerar las variantes que surgen de las experiencias únicas de cada persona y entender el significado que dichas experiencias tienen para cada individuo. Sin embargo el entendimiento teórico es fundamental para lograr dicha comprensión. El tema del abandono específicamente, es un tema muy amplio y necesita una comprensión multidisciplinaria; desafortunadamente es un tema desatendido en nuestro país que merece mayor involucramiento y atención.
Bibliografía:
- Gaitán, R. (2001). Sobre el sentimiento de soledad. Gradiva: antología. Sociedad psicoanalítica de México, A. C. México DF
- Sac Nite, S., & Nadxieli, T. (2011). Duelo por abandono infantil en niños de 5 a 10 años. Asociación Mexicana de Tanatología A.C. TESINA. Disponible en: http://www.tanatologia-amtac.com/descargas/tesinas/60%20Duelo%20por%20abandono%20infantil.pdf
- Sanín, A.L. (2013). Abandono infantil: estado de la cuestión: Child neglect: state of art. Revista textos y sentidos No. 07 enero/junio. Disponible: http://biblioteca.ucp.edu.co/ojs/index.php/textosysentidos/article/viewFile/810/770
- Velasco, C. (2001). Algunas consideraciones metapsicológicas acerca del duelo en el adulto y el niño. Gradiva: antología. Sociedad psicoanalítica de México, A. C. México DF
- Winnicott, D. (2009). Deprivación y delincuencia. Paidós: Buenos Aires
Imagen: freeimages / Tóth István
El contenido de los artículos publicados en este sitio son responsabilidad de sus autores y no representan necesariamente la postura de la Sociedad Psicoanalítica de México. Las imágenes se utilizan solamente de manera ilustrativa.