Dora, 120 años después.

Autor: Paulina Palacios 

Dora: Pero yo no quiero ser una mujer.

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Freud: ¿Por qué no, Dora?

Dora: ¿Por qué sí?

Los casos clínicos de Freud, que él mismo afirmó debían ser leídos como cuentos cortos, han fascinado no sólo a psicoanalistas durante más de un siglo.  El primer gran caso -sin contar las viñetas relatadas en colaboración con Breuer en Estudios sobre la Histeria escritos en la década de 1890- lo inaugura con la entrada del siglo XX, Dora. 

Este fragmento de caso, nos dice la historiadora Hannah Decker, “es una historia de amor, traición y de lo que pudo haber sido”. Además de representar un cuerpo de estudio teórico y técnico que todos los aprendices de psicoanálisis revisamos a lo largo y ancho del mundo -varias veces a lo largo de nuestras vidas-, historiadores, literatos, artistas, sociólogos y politólogos han quedado atrapados, desde diferentes vértices, por este caso freudiano. Dos libros captaron mi atención y los utilizo como base del presente trabajo. El primero, se llama In Dora’s case, Freud-Hysteria-Feminism, libro que reúne diferentes escritores multidisciplinarios que ya desde los sesenta del siglo pasado comenzaron a ampliar nuestra lente epistémica.  El segundo, titulado Freud, Dora and Vienna 1900, un libro fascinante -sobre todo para aquellos que nos encanta la historia del movimiento psicoanalítico- escrito por la historiadora ya antes citada. 

Estudios desde otras disciplinas sin duda han enriquecido las lecturas que podemos hacer dentro del corpus psicoanalítico. Los expertos y expertas en estudios feministas no han sido la excepción: para muchos de ellos, el caso Dora sirve para ejemplificar el sexismo inherente a la cultura occidental. 

Pensemos un poco en el caso que nos cuenta Freud: Ida Bauer a sus 18 años había sufrido ya por un tiempo, una larga lista de síntomas histéricos bastante comunes en esa época y circunstancia. Entre ellos, una tos nerviosa que iba y venía por semanas y meses, afonía, migrañas, dificultad para caminar, pérdidas de conciencia, constipación, una descarga vaginal -síntoma que compartía con su madre-, dolores gástricos y menstruales, depresión, etc. Dora llevaba ya años en distintos tratamientos médicos de la época, que incluían la hidro y electroterapia, sin ningún resultado permanente para su condición histérica. Después de que los padres encuentran una carta suicida, el padre insiste en que Dora visite a Freud para iniciar un tratamiento. Habiéndolo intentado un par de años antes, esta vez, logra que su hija acuda por 11 semanas durante el otoño de 1900, con sesiones diarias exceptuados los domingos, a tratamiento con el recién inaugurado padre del psicoanálisis.  Freud nos explicita que esto que relata, publicado en 1905, es en efecto, sólo un fragmento de caso, ya que -además de otras razones que menciona el autor- la chica abandona tratamiento justo antes de empezar el nuevo año. 

El padre de Dora conocía a Freud desde tiempo antes. Un gran amigo de la familia, el Sr. K, que resultará de valía importantísima en la historia de Dora y toda su familia, le había hablado de Freud años atrás y el mismo padre de Dora había sido su paciente médico. Él mismo era un hombre enfermo y su hija había actuado desde pequeña, como su enfermera, una ocupación frecuente para una hija en el siglo XIX. Al igual que una inmensa mayoría de hombres de la Europa finisecular había contraído sífilis antes de casarse y sufría sus estragos. Los números de personas infectadas por enfermedades venéreas en esas épocas eran alarmantes -además, no existían los antibióticos- y al igual como funcionó el VIH en las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX, y aún ahora, muchas mujeres casadas contraían estas enfermedades sexuales vía sus maridos. Tal era el caso de la madre de Dora, una madre fría y también enferma con lo que Freud llamó “una psicosis del ama de casa”, obsesionada -a un grado casi delirante – con la limpieza corporal y de su hogar. Dentro de la familia extensa de Dora, había desde luego, más “enfermos nerviosos”. Las enfermedades eran, por así decirlo, el lenguaje familiar. Dora, como dicen en mi pueblo, al no haberse hecho en la calle, “aprendió” el modo. Su familia sabía muy bien cómo expresar vías somáticas, aflicciones emocionales.

Subrayo la transmisión sexual de enfermedades, ya que el caso Dora revela mucho acerca de la situación de las mujeres en la moral sexual de la Viena victoriana y burguesa a finales del siglo XIX y principios del XX. “El esplendor imperial de la Viena finisecular era para ella un mundo hostil” que denigraba no sólo la feminidad, sino su judeidad. Como explicita la noruega Toril Moi, los síntomas de nuestra analizante, pueden ser fácilmente vinculados con su bagaje social y cultural. Cito a la autora

[Dora] tiene muy poca, si es que alguna, posibilidad de actividad independiente, está estrictamente vigilada por su familia y se siente bajo presión considerable por parte de su padre. Ella cree (y Freud cree lo mismo) que está siendo usada como peón en un juego entre su padre y el Sr. K., esposo de la amante de su padre. El padre de Dora quiere intercambiar a su hija por la Sra. K. (“si yo tengo a tu esposa, ten tú a mi hija”), para así poder continuar su aventura con la Sra. K. sin ser molestado.

Dora era un objeto de intercambio y esto no era nada nuevo. Recupero un fragmento de lo escrito para mi presentación en el congreso de IPSO-IPA el año pasado en Londres

Las mujeres han sido objetos de intercambio desde hace milenios. Engels (1976) en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado afirma que la gran derrota del sexo femenino fue cuando el hombre, para asegurar la transmisión de su riqueza a quienes sí fueran sus hijos, privatizó el quehacer sexual de la mujer y la convirtió en el primer ser humano en ser propiedad privada.

La demanda del padre de Dora hacia Freud cuando la envía a tratamiento -a dos o tres cuadras de su casa- es que la haga entrar en razón. Sin dudar que el padre de Dora en efecto quería que su hija estuviese mejor, el encargo no deja de ser una petición para que acepte las condiciones del intercambio, a lo que Dora no cedió, reclamando beligerante -y patológicamente- las condiciones de dicho trato. 

Para ahondar un poco respecto a las condiciones materiales, culturales y sociales de las mujeres en la Viena finisecular, puede ser ilustrativo comparar las opciones de vida que tenía Dora respecto a su único hermano, Otto, nacido sólo 14 meses antes que ella, así como ahondar en las condiciones de vida de los judíos de la Europa Occidental. 

En lo que sigue, tomo como base el libro de Hanna Decker: La familia Bauer era originalmente de Bohemia, provincia colindante a donde había nacido Freud que hoy pertenece a la República Checa, pero en aquel entonces, era parte del Imperio Austro-húngaro. Judíos habitaron esas tierras desde el siglo XI y hasta 1782 fueron mantenidos aparte de la población general. La población judía era tratada como hoy podemos pensar, con toda distancia guardada, a los migrantes africanos y del medio oriente en Europa, así como los centro y sudamericanos en Estados Unidos. Para 1726 se promulga una ley hecha específicamente para reducir la población judía. La ley limitaba el número de judíos que podían casarse legalmente. Sólo el hijo mayor podía hacerlo y hasta cuando el propio padre muriera. Aquellos hijos no primerizos que quisieran casarse, lo hacían fuera de la ley, condenando a su descendencia a ser considerados ilegítimos o bien, se iban a otro lado, como en efecto sucedía. Decker nos enseña: “Por siempre fuera de la ley, no podían ejercer ningún oficio ni sustento y sobrevivían pidiendo limosna.” La vida cambia en 1782, cuando el emperador José II decreta su Edicto de Tolerancia y los judíos pueden tener acceso a la misma educación que los demás. Algún tipo de integración social fue factible. Se les permitió a partir de ese momento, por ejemplo, poder salir a la calle durante festividades cristianas y se anuló el Leibmaut, una especie de impuesto sólo por existir. Tal vez lo más importante, si seguimos la idea de que la primera independencia es la económica, este edicto significó que “los judíos fueron invitados a sumarse al mundo económico cristiano”. Una de las primeras actividades económicas a las que entraron fue el mundo textil. Tanto el padre de Freud, como el de Dora, eran textileros, aunque sólo el segundo fue exitoso. “Hombres como él, crearon una nueva era en la historia occidental”. La comunidad judía originaria de Bohemia sin duda era la más rica en el Imperio. Para el siglo XIX, muchos de los judíos bohemios emigran a Viena pero es hasta 1868 -doce años después de nacido Freud- cuando finalmente dejan de ser objetos de impuestos y hostigamientos, similares a los que conocemos aplicó el régimen Nazi en los años 30 del siglo XX. Es aquí, donde colindan las historias de ambas familias, los Freud y los Bauer. Para poner en contexto lo que esto significó, Decker nos cuenta que entre 1867 y 1874 se crearon sólo en Austria 682 nuevas empresas, de las cuales 443 eran bancos: las verdaderas instituciones del capitalismo.  Además del brinco que representó pasar del campo a una ciudad, llegar a Viena significó una total aculturación germánica. Cito: “para el momento en que Dora nació en 1882, los padres no observaban ninguna otra práctica judía más que haber registrado su nacimiento en la comunidad judía vienesa.”. Judíos asimilados, cuya lengua y tradición era ahora la germánica. Tanto los Freud, como los Bauer, hasta celebraban Navidad. 

Sabemos que el clima de tolerancia duró muy poco. El antisemitismo volvió a tener impulso cuando hubo una crisis económica en la década de 1870 y se hizo de nuevo posible culpar a los judíos de todo lo que hoy Trump culpa a los mexicanos y a los árabes, y a los chinos, y seguramente un largo etcétera. Para el momento en que Dora consulta con Freud, el antisemitismo estaba de nuevo a flor de piel y el sionismo había nacido. Como ejemplo, Otto Weininger, un judío antisemita contemporáneo de Dora, y que ahora seguramente catalogaríamos como InCel, escribió un bestseller llamado Sexo y Carácter, que básicamente era una diatriba contra las mujeres y los judíos: El judaísmo es tan despreciable porque está lleno de feminidad, escribió. Los judíos son mujeres degeneradas, sentenció. Weininger se suicida en la misma casa donde había muerto Beethoven 

porque sintió que no podía vencer a la mujer y al judío en él. Sería simple descartar a Weininger como extremista y su libro como el resultado de una depresión psicótica, si no fuera por el hecho de que Sexo y Carácter fue el hit psicológico de 1903.

Consideremos entonces

el estado mental de Dora a los 18 años. Perteneció a la primera generación de judíos que nacieron con el mismo estatus legal que cualquier otro después de cientos de años de inferioridad y de irrupción en la vida familiar decretada oficialmente. […] Como mujer, escuchó los débiles comienzos de los llamados a la igualdad femenina […] pero el consenso general era que las mujeres eran inferiores. […] Así, se unieron el antifeminismo y el antisemitismo a principios del siglo XX. Una mujer judía joven como Dora, podría sentirse más llena de dudas e incluso odio a sí misma, que cualquier hombre judío de la época.

Para imaginar “cualquier” hombre judío de la época, pensemos en Otto, su hermano. Estudiante brillante, orgullo de sus padres y modelo infantil de Dora. A los 10 años, ya había escrito una obra en cinco actos titulada El fin de Napoleón. Para su juventud, en vez de salir a trabajar recién salido del Gymnasium, los padres, como muchos burgueses de la época, mandaron a su hijo varón a la Universidad. El Gymnasium, que representaría para nosotros grosso modo los años de la secundaria y la preparatoria, era sólo accesible para varones y enseñaban lo mejor del mundo académico disponible. Se desarrollaban en literatura alemana desde el Medio Alto hasta Goethe, pasando por Lutero. Estudiaban ciencias, literatura y mitología griega y latina. Para los 18 años, Otto habla además cuatro lenguas y se gradúa como el primero en su clase, tal como Freud lo había hecho algunas generaciones anteriores. A los 18 Otto decide dedicar su vida a la causa socialista, que nunca abandona -y muere durante la Segunda Guerra Mundial como político socialista refugiado en Paris con todo y funeral de Estado-. Desde joven, contó a sus amigos socialistas, y en la época en que Dora comienza a ser objeto de trueque, cae en cuenta de que la riqueza y prosperidad de su familia eran resultado de la labor de los trabajadores de la fábrica de su padre, condenados a la pobreza. 

Decker expone que la postura política e ideológica que Otto mantuvo toda su vida y que lo llevó a una vida como político de carrera, fueron el resultado de su conflicto edípico. Si bien la causa socialista del siglo XX terminó como todos sabemos, Otto fue un referente durante todos sus años de vida. La figura de Otto Bauer inspiró tanto, que es un personaje histórico biografiado. 

Pienso inmediatamente que, el resultado edípico para Dora fue, la enfermedad. Enfermedad cuyo tratamiento analítico fue un fracaso. Freud enuncia que el fracaso se debió a que, en 1900, recién inaugurado el método psicoanalítico, no supo identificar -y mucho menos trabajar- la transferencia. Basta con hacer cuentas para saber que, faltaba toda una década en la historia personal, profesional y vincular de Freud, para que escribiera sus famosos artículos técnicos, donde elabora su postura al respecto. 

Como vemos, una de las características más relevantes del caso Dora es, su repentina interrupción de tratamiento. Freud señaló como razón, la transferencia. Muchos autores, a partir de los sesenta del siglo XX, al cuestionar qué pasó con Dora, señalaron su revés: la contratransferencia. Justo una década antes es que había comenzado un estudio técnico serio por parte de Heinrich Racker en Argentina y Paula Heimann en Inglaterra. A partir de los sesenta también, comienza una nueva ola feminista que rápidamente señala que las razones que explican el fracaso freudiano son claramente sexistas: Freud fue autoritario con Dora y un participante dispuesto al juego de poder masculino entre el padre de Dora y el señor K. No olvidemos que la solución propuesta bastante insistentemente por Freud al drama de Dora fue que su padre al divorciarse de su madre, se casara con la Sra K. y que ella misma aceptara la invitación amorosa del Sr. K, casándose con él. Dicha propuesta freudiana me recuerda a la solución que Juanito, cuando es increpado por su padre respecto a qué haría él si Juanito pudiese quedarse con su madre como pareja, responde de la manera más natural, algo así como: pues tú te vas con tu mamá y todos contentos.

María Ramas, en su texto Freud’s Dora, Dora’s Hysteria, propone que la creencia inconsciente de Dora, al igual que muchas mujeres de su época, era que la feminidad, la sumisión y humillación eran sinónimos, conceptos equivalentes… y como tal, hizo síntoma ante tal orden hegemónico.  Como el mismo Freud era miembro de dicho orden y compartía esta creencia, que representaba una parte no analizada del mismo Freud, el tratamiento sólo pudo reforzar su problemática. Unos años después del tratamiento, Freud se entera que Dora se había casado y tenía un hijo varón. Final feliz para Freud. Retomo otro fragmento del trabajo ya citado presentado en Londres

Conocemos la postura freudiana. El creador del psicoanálisis escoge la masculinidad como eje para explicar el desarrollo psíquico. Las niñas nacen y crecen sus primeros años desconociendo su vagina. Para ambos sexos, el único genital que existe es el pene. Las niñas, al darse cuenta que no lo tienen, se asumen como castradas –y en desventaja- entran al complejo de Edipo buscando acercarse al padre para conseguir aquello que sienten la madre les negó. A través de una serie de equivalencias simbólicas, la niña irá pasando del deseo-de-pene al deseo-de-un-hijo, que será cumplido siempre y cuando se embarace y el producto sea varón.

Para Freud, la interpretación de Dora sería la siguiente: Dora desarrolla síntomas histéricos porque reprime su deseo sexual hacia el Sr. K que tiene la dimensión edípica de representar a su padre. Así, el tratamiento freudiano de Dora fueron intentos repetidos de que ella admitiera su deseo sexual. Dora resistió como pudo durante el tratamiento diciendo que no y siendo una analizante por demás difícil técnicamente y después yéndose de ahí casi sin avisar.  Considero que lo que Freud entendió como alternativa terapéutica representaba asumir, para Dora, vía otro hombre de mediana edad (¡!), una identidad que no deseaba, pero de la cual tampoco pudo salvarse por razones sociales, culturales y políticas, pero también personales, privadas e inconscientes en el transcurso de los años. 

Sabemos ahora que Dora murió por la misma enfermedad que su madre, en Nueva York, durante la Segunda Guerra Mundial y después de haber sufrido no sólo embates histéricos cada vez más fuertes, sino todo el caos político y económico de los treinta y cuarenta en Europa.  Felix Deutsch, el primero en escribir públicamente de Dora en 1957, habiéndose enterado de su muerte, anuncia que la conoció en 1922 y la señala, vía un informante, como “una de las histéricas más repulsivas que jamás conoció”. Hanna Decker afirma que la única identidad que pudo mantener fue la de paciente permanente. 

La histeria, para Helene Cixous y Catherine Clément es entonces, una declaración de derrota ante la enfermedad y el sistema que la alienta. Cierro con una idea de Decker: la histeria parece que ha existido a lo largo gran parte de la historia de la humanidad -hay registros de ella en papiros egipcios datados en 1,900 a.C.-. Sin embargo, sus manifestaciones han cambiado según la era. Los síntomas típicos de finales del siglo XIX eran los de Dora, una petite hysterie. Para su época, las grandes y exageradas convulsiones charcotianas de mediados del siglo XIX ya no eran comunes y en su lugar llegaron parálisis, afonías, contracturas, debilidades motoras que embonaban perfectamente con el ideal femenino de mujeres dulces, delicadas y dependientes. En nuestra época y cultura actual, Decker propone que tenemos una especie de reemplazo que corresponde al nuevo ideal femenino de finales del siglo XX y principios de este: la anorexia nerviosa. Nos dice la autora, citando a Orbach

La anorexia no es la histeria en nuevas ropas, sin embargo, ambas enfermedades representan una expresión dramática del compromiso interno forjado por mujeres occidentales… en un intento de negociación entre sus pasiones y tiempos de extrema confusión.

No dejo de pensar en nuestra actualidad: La situación de las mujeres en relación con su cuerpo y el lugar que la cultura proporciona. La misoginia se presenta aún en los discursos científicos médicos -y sus prácticas- y el control de los cuerpos de las mujeres se ve también desde el orden socioeconómico general. Sin entrar en detalle y para próximos trabajos, como ejemplos, puedo pensar en un rango de situaciones que van desde el embarazo forzoso y la imposibilidad de interrumpirlo legalmente, hasta la cultura fitness y la industria de las cirugías como representantes de las estéticas femeninas aspiracionales y sometidas a la lógica del mercado. Como padecimientos, pienso en la ansiedad desmedida que se presenta hoy como síntoma alrededor de lo corporal -y que observamos fácilmente en Bárbara de Regil – y la dismorfia corporal, muy en boga. El control del cuerpo femenino está “vivito y coleando” y las mujeres, tal como lo hizo Dora, resistimos como podemos.

Como psicoanalistas, nos conviene estar atentos a las demandas culturales, económicas, sociales y políticas a las que nuestros analizantes y nosotros mismos estamos sujetos, sobre todo en estos momentos, donde muchos podemos sentir poco control sobre nuestras vidas, que, junto con determinantes inconscientes e historias privadas, dan lugar a la enfermedad. Sólo poniendo a trabajar la propia contratransferencia es que podemos tener oportunidad creativa, aunque sea corta y momentánea, de hacer nuestro trabajo: analizar.

 

Bibliografía

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  • Palacios, P. (2019) The woman as an object of value: what we carry in our backpacks. Trabajo presentado en el 25° IPSO Conference, The Feminine, el 24 de julio de 2019. Publicación pendiente.
  • Ramas, M. (1990) Freud’s Dora, Dora’s Hysteria. En Bernheimer, C. y Kahane, C., editores.  In Dora’s case. Freud-Hysteria-Feminism. 2ª ed. Columbia University Press. Nueva York.