Regina Peon
Mucho se ha hablado ya en psicoanálisis sobre las diferencias de género. Dada la amplitud del tema, pretendo centrarme en este trabajo únicamente en las mujeres, específicamente en la identificación con la madre, ya que considero que existe un choque en la cultura mexicana entre lo que se espera actualmente de la mujer, es decir el deber ser y las identificaciones psíquicas. No está demás mencionar que elegí el título a pesar de su amplitud porque pretendo continuar con mi investigación en las diferencias en el comportamiento de hombres y mujeres.
Comenzaré por definir el género desde una postura histórica y antropológica. El género es una relación constante entre sujetos socialmente constituidos en contextos concretos. Es decir, se aprende por los mensajes ya sean conscientes o inconscientes que vamos introyectando de las instituciones sociales. De esta forma, vamos construyendo nuestra propia identidad de género. En cuanto a las mujeres, “Simone de Beauvoir afirma que: no se nace mujer, llega uno a serlo” (Butler, 1999). Con esta frase podríamos entrar en un debate ¿Qué es ser mujer?, ¿Cómo llegar a serlo? Ese, no es el tema. Lo importante es cómo nos afectan a las mujeres hoy en día los mensajes con los que nos identificamos.
Para poder profundizar en lo psicoanalítico, no podemos dejar a un lado la parte neurológica. El cerebro masculino y femenino están programados de distinta manera, lo cual, nos hace tener formas de comportamiento diferentes, la manera en la que un hombre interpreta los mensajes, es distinto al de las mujeres. Siguiendo a Brizendine, en su libro, “The Female Brain”, menciona que se creía que los hombres tenían mayor cantidad de neuronas, sin embargo, ya se comprobó que el cerebro femenino tiene la misma cantidad, pero en un espacio más reducido. No, no es un tema de falta de neuronas.
Siguiendo la línea neurológica, la amígdala, que es la parte del cerebro encargada de percibir el peligro, se activa con mayor facilidad en las mujeres. Cuando ocurre algo inesperado, evalúa inmediatamente si existe una amenaza y si es así, se prepara para pelear o escapar pero en un cerebro con algún tipo de trauma, pierde la habilidad para distinguir entre un peligro que sea real y algo cotidiano. Esta es la teoría científica que explica la razón por la cual somos consideradas unas dramáticas. Existen traumas neurológicos, por un algún daño al nacer o un accidente, sin embargo, este trauma es psíquico. Algo que quedó grabado en las huellas mnémicas, algo que ocurrió durante el desarrollo que afecta la programación de nuestro cerebro y por lo mismo, el comportamiento.
Pensando específicamente en las mujeres modernas que sufren por haber sido educadas en ambientes conservadores, considero, que el conflicto está en la contradicción entre lo que está inscrito, guardado en las huellas mnémicas y las exigencias sociales actuales. La disonancia entre la identificación con la madre, en este caso conservadora y que no permite el crecimiento de la hija, se quedan ahí, fusionados, impidiendo el paso a cumplir los deseos personales que puedan tener ya sea tener una pareja, tener relaciones sexuales satisfactorias, realizarse profesionalmente, ser madres, etc.
Por ejemplo: Ana, una paciente de 25 años me cuenta lo que le dice su madre:
“Cuando estés con tu novio y tengas ganas de tener relaciones sexuales, imagínate que tienes una pastilla entre las piernas y la tienes que apretar muy fuerte para que no se caiga, si se cae, ya perdiste”
A decir de la paciente, este discurso ha sido repetitivo y constante, con distintas frases y anécdotas relacionadas a la importancia de mantener las reglas sociales, “lo que debe de ser”. Esto es simplemente un ejemplo de las múltiples metáforas utilizadas en la cultura mexicana para que las mujeres no lleven a cabo el acto sexual antes del matrimonio. ¿A que se refiere? Más allá de ser algo completamente machista, alude a una pérdida. Si se te cae la pastilla, ya perdiste. La pregunta es: ¿que perdiste? ¿qué pierde la mujer si disfruta de su sexualidad?
Parece que, entre líneas, el mensaje es que si la mujer disfruta de su sexualidad, va a perder el amor de su pareja, pues después de las relaciones sexuales ya no la verá como una mujer “pura”, como una posible “madre” y la relación podría terminar. Pensándolo desde la perspectiva psicoanalítica, ¿no será que en realidad lo que se perdería, sería a la madre omnipotente? Ya que si la mujer disfruta de una sexualidad plena y sin culpa entonces dejará la postura infantil y tendrá que renunciar a los cuidados maternos. Esta pérdida es anterior al complejo de Edipo, pues no es un miedo a perder el amor del objeto, si no a perder al objeto; es decir a la madre, alude a la madre preedípica. Klein, menciona que si las fijaciones sádicas permanecen predominantes, este odio y su sobrecompensación afectará también esencialmente la relación de la mujer con los hombres. Por otra parte, si hay una relación más positiva con la madre, construida sobre la posición genital, no solamente estará la mujer más libre de sentimiento de culpa en relación con sus hijos, si no que su amor por su pareja será fuertemente reforzado, ya que para la mujer, él siempre ocupa el lugar de la madre quien da lo que es deseado (Klein 1974). El problema aquí es la identificación con el discurso de la madre, la paciente, vive las relaciones sexuales con culpa pues de manera inconsciente siente que traiciona a su madre, como si está fuera su pareja.
Si analizamos la teoría, vemos que existen dos momentos sumamente importantes de identificación en el desarrollo. El primer momento es el infantil, en el cual, el bebé se relaciona primero con una madre preedípica, la cual, le hace sentir al infante que no existe nadie más. En este primer tiempo, es el tiempo de la inclusión, no hay una diferenciación, el bebé y la madre son uno mismo, es el tiempo del goce materno. Madre y bebé están fusionados, indiferenciados, es una unidad llena de omnipotencia en donde no hay una individuación. Siguiendo a Melanie Klein, esta madre es absorbente, celosa, devora y atacaría al objeto. “Si la identificación con la madre tiene lugar en un estadio oral sádicos y anal-sádicos, el miedo a un super yó materno primitivo conducirá a la represión y fijación a esta fase e interferirá con el futuro desarrollo genital” (Klein, 1921)
La siguiente parte de la ecuación es dar entrada al padre. La diferencia va a estar dada por el padre, es el que interviene para mediar el goce entre la madre y el bebé. Esta madre edípica es la que deja entrar la ley del padre. La madre le enseña a la niña que no son solo ellas dos, si no que hay un tercero. Siguiendo a Klein, la niña se traslada de la posición oral a la genital; cambia su posición libidinal, pero retiene su fin, que ya la había conducido a un desengaño en relación con la madre. En esta forma, se origina en la niña la receptividad para el pene y se dirige entonces al padre como objeto de amor. El odio y la rivalidad con la madre, sin embargo, la llevan nuevamente a abandonar la identificación con el padre y acercarse a él como objeto para amar y ser amada. (Klein, 1921).
El siguiente momento es el adolescente. Según Peter Bloss, los deseos edípicos surgen nuevamente. En esta etapa se reedita el Edipo, la mujer entra en conflicto, se enoja y se separa de la madre para buscar afuera otras identificaciones. Al terminar la adolescencia, por fin se desprende de los objetos infantiles de amor. Busca identificarse con otras mujeres, se separa de la madre para encontrar su propia identidad y buscar afuera una pareja. Si en esta etapa, la madre se vuelve un obstáculo y se opone al deseo de la niña de crecer, está se queda en vínculo irresuelto con la madre, el cual genera según Deutsh, un infantilismo psíquico en las mujeres adultas (Deutsch, 1994).
Habiendo mencionado lo anterior, cuando no se logra en la adolescencia resolver la reedición del Edipo, la mujer se queda fijada a esta madre infantil. Es aquí en donde veo la ambivalencia entre el discurso internalizado de la madre y las exigencias sociales actuales. Es una conflictiva entre la madre y la niña que no se resolvió en la adolescencia, por esta razón, los reproches y las quejas que escucho en el consultorio suenan como un discurso adolescente. En la cultura mexicana hay un choque de identificaciones ya que muchas madres no permiten la posibilidad de que la niña se identifique con nadie más, que no sea la madre.
María es una paciente de 31 años recién casada. Su esposo se quedó sin trabajo al inicio de la pandemia y está en proceso de abrir su propia empresa. Los gastos los pagan entre los dos, sin embargo, María aporta un poco más de la mitad, pues ella es la que tiene ingresos. Estudió medicina y actualmente está estudiando su maestría. Trabaja atendiendo a pacientes y dando clases. La pareja llegó a un acuerdo de reducir los gastos. En el primer año de aniversario, la paciente le mencionó a la pareja que sería mejor que no se regalaran nada para no gastar. Él cumplió el trato y ella esperaba que a él “le naciera darle algo”. Como si él pudiera ser capaz de leer su mente como lo hacía su madre cuando esta era una niña y con solo llorar la madre ya identificaba cuales eran sus necesidades.
La relación de María con su madre es muy intensa, en palabras de la paciente son como “mejores amigas”. Las peleas de la pareja generalmente son porque la paciente quiere ir todos los fines de semana a comer a casa de su madre. Su esposo no está de acuerdo y no entiende porque no pueden quedarse a convivir ellos dos solos. María, como muchas mujeres mexicanas, fue educada bajo un esquema tradicional. Estudió en una escuela de legionarios y es hija única. En cuanto a la sexualidad, menciona que “le causa conflicto y que no se siente cómoda hablando del tema”. En una ocasión mencionó que su colchón es muy incómodo y que le urge comprar uno nuevo, si es así, María es la que tendría que pagarlo y esto la hace enojar. A pesar de que su madre la empujó a estudiar una licenciatura, María se queja de ser ella quien pague más de la mitad de los gastos. En repetidas ocasiones menciona que tal vez si le hubiera gustado ser mantenida como la mayoría de sus amigas. En otras ocasiones se queja de tener que sacar al perro, lavar platos y aparte trabajar.
La madre de María ocupa un lugar especial en la relación. Los padres están separados, pero viven en la misma casa. María tenía 13 años y su madre se mudó a su dormitorio. A partir de que se casó María, su madre le marca todos los días por teléfono para decirle que la extraña y María también la extraña. Por otro lado, María no puede disfrutar su relación de pareja, le exige a su esposo acompañarla a comer con su madre, le pide que consiga otro trabajo y que deje a un lado el proyecto de su empresa para que pueda cubrir los gastos de la casa. Pelean y generalmente la paciente termina gritando “como una loca dramática”.
En este ejemplo, podemos ver también cómo las exigencias de María hacia su pareja son producto de un deseo infantil. A propósito, Roberto Gaitan (1991), citado en “Sobre género y psicoanálisis”, menciona: “en nuestra sociedad, cuando la mujer se casa, generalmente llega a su nuevo hogar como niña y así permanece, pues al separarse de la madre proveedora de los suministros básicos para la sobrevivencia, provoca por la angustia de muerte y la separación, la búsqueda de un nuevo sustituto, en este caso el esposo”. Busca en su pareja la presencia de una madre omnipotente, que provee al bebé de todas sus necesidades y espera que sea el esposo el sustituto de esta madre. Al ver que el esposo no cumple las necesidades de Maria, se enoja y reprocha tener que trabajar, pues ni siquiera le da tiempo de ir a visitar a su mamá, lugar en el que ella desearía estar.
Igual que el discurso de María, es algo que escucho en la mayoría de mis pacientes. Sienten miedo de no poder lograrlo todo, les angustia no demostrarle a sus mamás que sí van a poder, ser esposas, madres, trabajar, etc.
Pareciera entonces que la relación de pareja es una relación triádica, en la cuál, la que está incluida es la madre. La presencia de la madre en la pareja es algo simbólico pues está ahí, adentro, en la psique de mis pacientes, haciéndolas sentir culpables por haberlas abandonado. Siguiendo la línea de Gaitán, muchas mujeres mexicanas buscan en la pareja una madre sustituta. Es decir, busca en la pareja a la madre preedípica. No se logra resolver la conflictiva edípica, la madre y la adolescente no se separan, se queda fusionada a una madre preedípica. Esta madre absorbente, no permite que la hija desarrolle la constancia del amor del objeto por sus propios conflictos psíquicos.
En el tiempo que llevo escuchando a mujeres, he notado quejas recurrentes hacia sus parejas, sobre el comportamiento cotidiano, que suelen ser frustrantes y angustiantes.
Tanto Ana como María, le temen a la intimidad de pareja. Temen alejarse de la madre y perder por completo la postura infantil. Los discursos internalizados de estas madres que no permiten el crecimiento de las hijas, se quedan grabados en el inconsciente de las pacientes, estando siempre presente el deseo de regresar a un todo, a la fusión con la madre. Es por esta ambivalencia entre por una parte el “deber ser”, pero por otro el “querer hacer”, que sufren.
De igual forma, las mujeres nos enfrentamos a nuevos retos y en ocasiones a mayores responsabilidades. Existe una transición entre los esquemas tradicionales y las exigencias sociales actuales. El movimiento actual de las estructuras sociales establecidas es una de las quejas recurrentes de las mujeres. Considero importante recalcar que los cambios sociales y culturales afectan las relaciones humanas y desde mi punto de vista considero importante para el trabajo psicoanalítico con mujeres que se encuentran en esta transición, entender de dónde viene el conflicto interno que las hace sufrir. Freud mencionó en el malestar en la cultura que una de las razones por las cuales sufrimos los seres humanos es por la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas.
Meler 1994, encontró que en la mujer moderna persisten los anhelos tradicionales que son contradictorios con los actuales. Es decir, quedan huellas mnémicas en las mujeres que se manifiestan en deseos infantiles. Es por esto que en la práctica psicoanalítica con mujeres que fueron educadas en un ambiente tradicional, tenemos que acompañarlas a que identifiquen esta ambivalencia y que el discurso internalizado muchas veces no es un discurso que proviene de ellas, sino que es el discurso con el que se identificaron.
Así como yo fui educada en un ambiente tradicional y tengo que cuidar la contratransferencia, todas las mujeres analistas y analistas en formación tenemos que conocer nuestra propia historia para no contaminar el material de las pacientes. Podemos fungir como medio para que hagan consciente la ambivalencia a través de la transferencia y la interpretación, para que logren así analizar cómo han ido construyendo su subjetividad. En la práctica psicoanalítica podemos cambiar la interpretación del discurso internalizado de los pacientes, podemos servir como un yo auxiliar, que fomente la identificación proyectiva para que estas mujeres que sufren inconscientemente por haber abandonado a su madre y se sienten incapaces de lograr cumplir las exigencias sociales, puedan buscar otras mujeres con las cuales identificarse y ayudarlas entender cuál es el discurso con el que deciden identificarse y cual no. Bion, menciona que “ Entre toda esta multitud de información que nuestro paciente ha recogido en el curso de su vida, hay algo que sentimos que queremos reflejarle, pero con más brillo, no pálido, no obscurecido por todo el tipo de materias extrañas” (Bion, 197).
Finalmente, quiero mencionar que esto es nada más una pequeña parte de la investigación que me gustaría realizar a lo largo de mi formación. Consideré importante hablar sobre el sufrimiento de la mujer moderna ya que así como las mujeres deseamos y estamos luchando por acabar con el machismo, también existe una lucha interna por los cambios sociales, por no saber con quien identificarse, si trabajar, no trabajar, ser mamá, no ser mamá. La observación clínica muestra que muchas mujeres están angustiadas por el trabajo que representa cumplir con los roles mencionados y por otro lado, con un sentimiento de culpa por sentir que traicionan a las figuras primarias, en este caso, a la madre. Cabe mencionar que también los hombres deben de estarse enfrentando a situaciones que sería interesante investigar, pero ya será para otro trabajo.
Bibliografía
- Blos, P. (1969). Psicoanálisis de la adolescencia. Editorial Joaquín Mortiz: México.
- Briseño, A., Bueno, R., Rodríguez, S., Rossi, L. (2019). Sobre género y psicoanálisis. Sociedad psicoanalítica de México.
- Brizendine, L. (2007). The female brain. Harmony: New York.
- Butler, J. (1999). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidos: México.
- Klein, M. (1921-1945). Amor, culpa y reparación y otros trabajos. En obras completas. México: Paidós. Tomo I.
- Freud, S. (1930) El malestar en la cultura. Alianza editorial.