Consideraciones del complejo de Castración y Género.

Autor: Froylán Avendaño

Mucho se ha hablado y escrito acerca de la sexualidad y el género. Existen muchas teorías que han intentado dotar de sentido y lógica el laberinto que comprenden conceptos como género, identidad sexual, elección de objeto, identificaciones, etc. En la actualidad, el género ha ocupado primeras planas, tendencias, encabezados. Nos encontramos en el auge de nuevas formulaciones, de una restructuración de conceptos, de la búsqueda de ideales más frescos, inclusivos, y de una igualdad que no dependa del género, de la identidad sexual ni de distinciones que marca la biología en nuestros cuerpos. Desde Freud, el psicoanálisis ha tenido mucho que decir sobre estos temas, aportando a la discusión, como teoría que todo quiere explicarlo, conceptos claves como los de identificación, ideal del yo, introyección, posición masculina y posición femenina, falo, complejo de castración, entre otros. Muchos de esos conceptos han ido evolucionando con el paso del tiempo, siendo algunos de ellos cuestionados y reinterpretados de tal forma que parecen no tener más validez o utilidad en nuestra experiencia clínica. El concepto central de la organización libidinal para la teoría psicoanalítica, el falo, ha sido reinterpretado desde varios autores, llegando a polarizar a los analistas: aquéllos que defienden la primacía fálica y sus consecuencias en la estructuración psíquica del sujeto; aquéllos que aceptan dicha primacía, pero parecieran tener la necesidad de buscar en algún lugar recóndito de un inconsciente preformado y preestablecido la reivindicación del genital real femenino y por lo tanto, de la posición femenina como tal; hasta aquéllos que desde su perspectiva consideran la teoría freudiana como machista y misógina. Para Freud, la estructuración de un sujeto encontraba uno de sus momentos cúspides durante el complejo de Edipo, ya que la salida (o deberíamos decir, sus diferentes salidas) de dicho conflicto traía consigo la constitución de la instancia Superyoica y la asunción de una elección de objeto. De la mano de la conflictiva Edípica encontramos el complejo de castración, el cual llevará a cabo una función reguladora del deseo, una función normativa que dotará al sujeto de todo lo que puede o no puede ser llevado a cabo siendo hombre o siendo mujer. Freud nos explica que la salida del Edipo positivo brindará al sujeto la capacidad de identificarse con la figura primaria del mismo sexo con la promesa de obtener, más adelante, el acceso a un hombre o una mujer diferente a la que fue prohibida por la ley del incesto. A partir de este esquema, grosso modo, de la conflictiva Edípica, Freud no sólo explica las diferentes formaciones de síntomas que se presentan en las neurosis, sino, también, las diferentes elecciones de objeto que pueden resultar al sepultamiento del complejo. Por su parte, referente al complejo de castración, Lacan nos dice: “En una regulación del desarrollo que da sus razones de primer papel, a saber, la instalación en el sujeto de una posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni siquiera responder sin graves vicisitudes a las necesidades de su partenaire en la relación sexual e incluso acoger con justeza las del niño que es procreado en ellas”. (Lacan, 1958). Ante los conceptos como falo y complejo de castración, nos surgen las preguntas, ¿el concepto de falo se encuentra exclusivamente encerrado en la figura imaginaria del genital masculino? ¿Es capaz esta imagen de desencadenar los procesos necesarios para el advenimiento de una sexualidad adulta y de una identidad? A lo largo del seminario 4 de Jacques Lacan, se desarrollan todas estas preguntas a partir del descubrimiento freudiano del Edipo, aportando, a mi parecer, una mayor complejidad y profundidad a la teoría. Este recorrido por la propuesta de Lacan nos ayuda a entender de mejor manera cómo participa el complejo de castración y el complejo de Edipo en la formación de la identidad de un ser sexuado.

Antes de abordar el tema del falo, debemos introducir el concepto de la falta. Para Lacan, la falta se encuentra en el centro gravitacional de todos los fenómenos imaginarios y simbólicos que, en conjunto, ayudarán al niño a inscribirse en una cadena de significantes, siendo él mismo uno de ellos. Dicha cadena le permitirá  en principio ser madre-hijo como un todo, para después, mediante la intervención de la función paterna tan importante en el complejo de castración, asumirse como ser deseante, independientemente del resultado dado ante la elección de objeto. Esta inscripción en la cadena de significantes no sólo dotará al sujeto con el “qué puede o no puede hacer” como hombre o como mujer, es decir, la identificación con el ideal de mujer y hombre, sino que también moldeará sustancialmente la estructura psíquica del individuo. Lacan decía: “Nunca, en nuestro ejercicio concreto de la teoría analítica, podemos prescindir de una noción de falta de objeto como carácter central. No es negativa, sino el propio motor de la relación del sujeto con el mundo” (Lacan, 1957).

Debemos entender la falta en los fenómenos psicológicos dentro del registro de lo simbólico, en lo real, no falta nada por definición, lo real es y no carece de nada en sentido estricto. Por otro lado, en el registro de lo simbólico podemos entender de manera sencilla y lógica el tema de la falta: es el más o el menos, el par complementario de la ausencia y la presencia que Freud pudo comprender en el juego de su pequeño nieto con el carrete y la privación que éste sufría al partir su madre. Es a partir del juego entre esta ausencia y presencia que en el niño se instaura la dialéctica de la falta. Y este primer juego se da con su objeto primario, la madre.

La dialéctica de la falta que mencionábamos párrafos arriba, podemos entenderla  a partir Lacan y Freud, como una línea de desarrollo. Durante la etapa que Freud llamaba de autoerotismo, el sujeto no tiene aún la capacidad de separar su Yo del no Yo, existen solamente una especie de pulsiones primitivas, que sin él saberlo, son satisfechas por un agente externo. Es aproximadamente al sexto mes de vida,   que el niño queda prendado y cautivado ante su propia imagen, lo que Lacan conceptualizaría como la fase del espejo, momento clave para el sujeto en la formación de una individualización y separación hacia el reconocimiento con el otro.

Solamente después del encuentro del sujeto con su propia imagen, de la captación incipiente que tiene él mismo sobre su propio cuerpo y motricidad, se le permitirá asumir, con gran júbilo, su propia existencia como un ser ajeno, pero dependiente, de la madre. Y es justo aquí donde podemos rastrear los primeros indicios de la falta, Lacan nos dice: “Por una parte está la experiencia de dominio, que dará al niño en relación con su propio yo un elemento de splitting esencial, de distinción respecto de sí mismo, que quedará siempre ahí. Por otra parte, está el encuentro con la realidad del amo. Como la forma del dominio la obtiene el sujeto bajo la forma de una totalidad alienada de sí mismo, pero estrechamente vinculada a él y dependiente de él, hay júbilo, pero es muy distinto cuando, una vez recibida ya esta forma, se encuentra con la realidad del amo. Así, el momento del triunfo es también el heraldo de su derrota. Cuando se encuentra en presencia de esa totalidad bajo la forma del encuentro materno, se ve obligado a constatar que ella no le obedece. Cuando entra en juego la estructura especular reflejo del estadio del espejo, la omnipotencia materna sólo se refleja entonces en posición netamente depresiva, y entonces hay en el niño un sentimiento de impotencia” (Lacan, 1957). Hay entonces, en primer término un encuentro con el júbilo de la completud imaginaria, una libidinización de lo que podemos llamar una primitiva imagen del sí mismo, y después, una herida narcisista al descubrir la omnipotencia del objeto materno, una omnipotencia que él no tiene y a la que él se ve íntimamente vinculado, y hasta cierto punto, sometido. A partir de este momento, más allá de la madre real en la relación diádica, se establece la potencia materna encargada de dar o no dar la respuesta al llamado del niño.

Lacan nos dice: “En efecto, resulta que la madre, como agente, es instituida por la función de la llamada -que la madre es tomada, ya en su forma más rudimentaria, como un objeto marcado y connotado por la posibilidad de un más o de un menos, como presencia o ausencia- que la frustración realizada por cualquier cosa relacionada con la madre es frustración de amor- que todo lo que proviene de la madre en respuesta a esta llamada, es don, es decir, algo distinto al objeto. En otros términos, hay una diferencia radical entre, por una parte, el don como signo de amor, que apunta radicalmente a algo distinto, un más allá, el amor de la madre, y por otra, el objeto, que viene a satisfacer las necesidades del niño” (Lacan, 1957). Lo que Lacan señala al introducir el concepto de don, es la prominencia de la respuesta de la potencia materna más allá de los objetos involucrados en el universo materno. Tenemos en un primer tiempo, el pecho que satisface o no la necesidad, los impulsos más básicos del infante, la base de su sobrevivencia; y, en un segundo tiempo, la respuesta favorable o no, que Lacan conceptualiza como don simbólico, como signo de amor del otro materno. Es decir, a partir de este momento todos los objetos que provenga de la potencia materna cumplirán una doble función en el sujeto: primero como objetos de satisfacción de necesidades y segundo, y he aquí la función que más nos interesa para este trabajo, el símbolo de una potencia favorable de la madre hacia el niño. El infante busca ser amado por la madre y la forma en que confirma el amor de ésta, es a través de la dialéctica del don simbólico que se ha planteado en esta relación temprana. Esta primera relación establecerá las pautas de lo que posteriormente será la relación del sujeto con el gran Otro, de esta figura fantasmática ante la cual él se pregunta ¿Qué soy yo para el gran Otro? De esta relación con el gran Otro dependerá la estructuración del sujeto como individuo, lo que se puede o no hacer para ser amado y aceptado por ese gran Otro, la posición subjetiva del mismo. Para esto, debemos dar un paso más hacia el concepto de castración, mismo que contribuirá a forjar esta relación y sobre todo, a regularla.

Siguiendo los pasos en el desarrollo del niño, existe otro hito que se anudará al concepto de falta y nos permitirá entender de una manera más amplia el concepto de falo. La relación de la madre y del niño no puede ser perfecta, la realidad se interpone, y el infante vivirá en carne propia la ausencia de la madre. No todos los llamados del niño pueden ser atendidos con la urgencia que éste demanda y la frustración hará su aparición tarde o temprano en esta relación otrora ideal. El infante, con el paso del tiempo, comprenderá que su existencia es incapaz de saciar de manera completa el deseo materno, que existe un más allá de él mismo, que la mamá desea algo más que no se encuentra contenido en la relación madre-hijo, el niño notará la falta de la madre misma. Es en este sitio donde podemos localizar el falo, concepto tan difícil de asir y que se encuentra más allá del genital masculino. Mucho hemos escuchado del falo, al ser nombrado, la mayoría de nosotros pensamos inmediatamente en el pene y es ahí  justamente donde inician los grandes malentendidos. Por otro lado, también lo reconocemos con un elemento simbólico, elemento que relacionamos normalmente con la potencia, la fuerza, la capacidad, etc. Si bien el concepto de falo puede encerrar todas las características simbólicas antes mencionadas, existe una anterior que engloba todas aquéllas y que le da una mayor coherencia al complejo de castración y al concepto de falta que veníamos desarrollando. Lo que el niño capta en la madre, es el deseo que existe fuera de él, y el valor simbólico que tendrá el falo será entonces “el significante del deseo”. Tenemos entonces un triángulo imaginario que se forma entre el niño, la madre y el falo. Esto trae ya consecuencias en el niño: en un primer tiempo, asumir la impotencia ante la potencia materna; en un segundo tiempo, descubrir la falta en la madre, punto clave para el accionar del complejo de castración. Lacan menciona este hito como el preludio imaginario al establecimiento de la relación simbólica que vendrá a normativizar y regular el actuar genital del futuro sujeto, y nos dice: “Esta relación se produce cuando reconoce -hemos dejado abierta la pregunta de cómo ocurre- no sólo que no es el objeto único de la madre, sino que a la madre le interesa, de forma más o menos acentuada según los casos, el falo. A partir de este reconocimiento, ha de reconocer en segundo lugar que la madre, precisamente, está privada, que a ella misma le falta este objeto.” (Lacan, 1957). La falta de la madre recae en el deseo que ella expresa fuera del niño y fuera de ella misma, algo le falta y niño lo percibe. ¿Cómo es que está falta termina siendo depositada en la figura imaginaria del órgano masculino? ¿Cómo es que este deseo y esta falta reconocida en la madre termina anudándose a una parte del cuerpo tan específica como el pene?

El Yo corporal o el Sí mismo es un buen ejemplo para entender cómo algo simbólico puede ser soportado por una imagen corpórea. El reconocimiento que logra niño ante su imagen, sea en el reflejo que le devuelve el espejo o una fotografía, nos muestra claramente como algo simbólico como la identificación del sí mismo, recae y es soportada por una imagen. Por otro lado, este mismo fenómeno podemos encontrarlo en el valor simbólico que terminan representando las heces en la etapa sádico-anal del desarrollo. Sobre esto, Lacan nos dice: “Todas las relaciones con el propio cuerpo establecidas a través de la relación especular, todas las pertenencias del cuerpo entran en juego y quedan transformadas por su advenimiento al significante. Que los excrementos se conviertan, durante algún tiempo, en el objeto preferente del don, no ha de sorprendernos, ya que evidentemente es en el material a su disposición en relación con su cuerpo donde el niño puede encontrar lo real adecuado para alimentar lo simbólico”. (Lacan, 1957). Por otro lado, para entender la pregunta que nos planteamos en el párrafo anterior, debemos recurrir a un descubrimiento capital que hizo Freud para entender las neurosis, esto es, las teorías sexuales que se plantean los niños al intentar entender un tema tan fuera de su alcance cognitivo. Estas teorías infantiles van más allá de equívocos ingeniosos y creativos que ayudan al niño a entender algo que por su edad aún no puede aprehender. Dichas teorías están cargadas de afectos y significan una importante red de conocimiento en la cual transita el sujeto en sus primeros años. Son verdades que estructuran su realidad y a él mismo, no debemos banalizarlas como simples fantasías. Sobre esto, Lacan opina: “Algo muy distinto es lo que está en juego en esta actividad. Es mucho más profunda, si es que podemos emplear este término. Interesa al conjunto del cuerpo. Engloba toda la actividad del sujeto y y motiva todo lo que podemos llamar sus temas afectivos, es decir, que dirige los afectos y las afecciones del sujeto de acuerdo con líneas de imágenes maestras. Podemos clasificar el conjunto de acciones o de actividades bajo un término qué tal vez no sea el mejor, ni el más global, pero lo tomo por su valor expresivo, el de actividades no sólo de ceremonia, sino de culto”. (Lacan, 1957). Podemos resumir en tres puntos el anudamiento de la falta simbólica a la figura imaginaria del órgano masculino en 3 puntos: las teorías sexuales infantiles, la diferencia anatómica entre el niño y su madre, (en caso de ser hombre y el reconocimiento de la similitud anatómica con la madre en caso de ser niña) y finalmente la prominencia imaginaria del órgano masculino. Finalmente, durante la conflictiva Edípica y dependiendo del resultado de la misma, ocurre lo que ya conocemos, el hombre abandona la relación dual con la madre ante la amenaza ( y la habilitación paterna) de la castración y la mujer a partir del reconocimiento de la falta entra al Edipo. Sobe la unión de lo genital con el significante fálico y la simbólica del don, Lacan decía: “La simbólica del don y la maduración genital, que son cosas distintas, están vinculadas sin embargo por una situación incluida en la relación  humana real, a saber, en las reglas instauradas por la ley con respecto al ejercicio de las funciones genitales, en medida en que intervienen efectivamente en el intercambio interhumano. Pero esto no tiene para el humano ninguna coherencia interna, biológica, individual. Por el contrario, comprueba que el fantasma del falo, en el nivel genital, adquiere su valor en el interior de la simbólica del don”. (Lacan 1957). El complejo de castración, como decíamos en el trabajo, termina introduciendo al sujeto en una relación simbólica con sus semejantes, relación tipificada y normatizadas por las reglas y la moralidad que le permitirán identificarse con un ideal de su género; por otro lado, habilita al sujeto como un ser deseante, un ser en falta. Existen dos tiempos en esta conflictiva, el primero, del falo imaginario, como el tiempo de cobertura, como el velo que busca cubrir esa primera falta de la madre; y en segundo tiempo, el falo simbólico, aquél que pone en pie la lógica de la incompletud en la que el neurótico participa. Sobre este punto, es importante señalar que hombre y mujer quedan inscritos en esto que podemos llamar el discurso fálico, en su búsqueda como ausencia o en el constante temor de perderlo, ante su supuesta posesión. A mí entender, es esto precisamente a lo que se refería Freud cuando decía que ningún análisis está completado hasta no abordar el complejo de castración y la envidia al pene. Es decir, la comprensión y resolución final del temor del hombre de sentir que deja de serlo si no lo demuestra a cada instante y el temor de la insuficiencia que pueda existir en la mujer al asumir una diferencia que en realidad no determina su ser.

El poder entender que hombre y mujer son diferentes, no en una manera neurótica, vertical y de competencia; sino en una forma madura, horizontal y de una realidad que no determina, ni limita, ni exige, solamente habilita. Y es justo ahí donde el psicoanálisis entra. Más allá del género, hombres y mujeres se encuentra encerrados en esta búsqueda fálica que busca resarcir en primer término su propia falta y en segundo punto la falta de la madre. Discurso fálico en el que se juega la valía, el amor de los objetos y el amor propio. No cabe duda que los discursos han cambiado y han evolucionado con el paso del tiempo, ser hombre, mujer, heterosexual u homosexual, no tiene el mismo significado que tenía años atrás; sin embargo, me parece que junto a estas nuevas identidades, las voces de la búsqueda fálica no se han dejado de escuchar, pues si algo nos ha dejado claro el psicoanálisis es que cuesta, y cuesta mucho, aceptar y reconocer la falta misma. Los significantes han mudado, el ideal de hombre y mujer se han ampliado y hoy en día reconocen un sin fin de características que en otros días hubiesen sido inimaginables e incompatibles. El discurso sobre el género es simplemente algo nuevo. Sin embargo, a mí parecer, el concepto fálico continúa presente en el discurso del paciente, más allá del género, de la elección de objeto, de la identidad sexual: la lucha en aceptar que no hay todo, que todo es incompleto.

Bibliografía

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  • Lacan, Jacques (2013). Seminario IV. Clase 3. El significante y el Espíritu Santo. Argentina. Editorial Paidós.
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  • Lacan, Jacques (2013). Seminario IV. Clase 11. El falo y la madre insaciable. Argentina. Editorial Paidós.
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  • Lacan, Jacques (2013). Seminario IV. Clase 15. Para qué sirve el mito. Argentina. Editorial Paidós.
  • Lacan, Jacques (2013). Seminario IV. Clase 16. Cómo analizar el mito. Argentina. Editorial Paidós.