Título: Bang Gang

Directora: Eva Husson

Año: 2016

Bang-Gang

 
Por: Luis Fernando Alcántara
 
¿Un cuento con final feliz?

Permítanme, antes de entrar en materia, hacer una breve digresión teórica.
Cuando tratamos de hacer psicoanálisis aplicado a los objetos culturales, específicamente en el caso del cine y de la literatura, nos enfrentamos siempre, sea que lo reconozcamos o no, a una especie de dilema metodológico.
¿A quién tenemos que analizar? ¿Tenemos que analizar a alguien? Esta duda no aparece, casi nunca, cuando estamos frente a un paciente.
Nosotros, los psicoanalistas, tenemos en nuestro consultorio y la intimidad que implica, nuestro hogar: contamos con una serie de parámetros, reglas, costumbres y hábitos, que nos permiten, las más de las veces, no desviarnos del hecho de que es el paciente quien debe ser el centro de nuestra acción y nuestra escucha a pesar de la riqueza, la complejidad y la dificultad de nuestra tarea. En ningún lugar estamos, pues, más cómodos, dadas nuestra tradición y nuestro entrenamiento.
En el psicoanálisis del arte y de la cultura, esto no es tan claro. Hay, al menos, dos opciones. La primera y más jugosa es intentar un análisis de los personajes y de su psicología. La segunda, que al menos a mí me despierta más sospechas es inferir, a partir de la obra de arte, algunos rasgos, motivaciones e inclusive patologías, en el autor, en el artista. Digo que desconfío de este abordaje, que no deja de ser interesante como ejercicio, en la medida en que no contamos con los mismos medios de corroboración sobre la verdad o utilidad de nuestras interpretaciones: no hay paciente en quien podamos observar ningún cambio, mejoría o su ausencia.
Sin embargo, es el tercer camino el que les quiero proponer para que pensemos juntos la película que acabamos de ver. Se trata de la convicción según la cual el objeto de nuestra observación y, por lo tanto, de esta charla, debe ser la manera en que se da una relación muy particular entre la obra de arte y su espectador. En este caso, por lo tanto, el eje que nos guía será el efecto de BangGang en los que la atestiguamos, en nosotros y en nuestras subjetividades. Aclaro, no significa que hablemos de los personajes o de la directora. Este punto de vista solo nos recuerda que todo lo que podamos pensar, sentir o decir sobre BangGang es resultado del efecto que tiene en cada uno de nosotros.
Para dar más claridad a esta exposición, la he dividido en siete puntos, ciertamente no exhaustivos, que reúnen, en mi opinión, algunas de las ideas más interesantes o sugerentes sobre las cuales podemos, en unos momentos más, conversar. Habré de intercalar algunos fragmentos de los Tres ensayos de teoría sexual de 1905 de Sigmund Freud.
 

  1. “Prefiero mirar”

La primera frase de la película que se imprimió en mi memoria con mucha fuerza, que supongo ustedes también habrán notado, es “Je prefère regarder”, “Prefiero mirar”. Esto lo dice Laetitia durante la primera escena de sexo de la película, entre George y Alex. Es una especie de pausa que nos muestra un proceso: no se trata, en el caso de estos dos, de adolescentes que obedezcan al primer impulso sino que suspenden la acción, quizás solo en ese instante, para mirar. Esta frase me inquietó porque me parece un gesto dirigido a los espectadores. Mientras que Laetitia y Nikita se unen muy pronto a las prácticas corporales que son el centro de la trama de BangGang, nosotros nos tenemos que conformar con esta postura que solo provisionalmente ocupan estos dos. Freud nos dice, sobre el placer de mirar, lo siguiente:
La impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente por el cual se despierta la excitación libidinosa. Y sobre la transitabilidad de este camino se apoya – si es que está permitido este abordaje teleológico – la selección natural, en la medida en que hace desarrollarse al objeto sexual en el sentido de la belleza. La ocultación del cuerpo, que progresa junto con la cultura humana, mantiene despierta la curiosidad sexual, que aspira a completar el objeto sexual mediante el desnudamiento de las partes ocultas. Empero, puede ser desviada («sublimada») en el ámbito del arte, si uno puede partir su interés de los genitales para dirigirlo a la forma del cuerpo como un todo. La mayoría de las personas normales se demoran en cierto grado en esa meta intermediaria que es el mirar teñido sexualmente. Y esto les da aun la posibilidad de dirigir cierto monto de su libido a metas artísticas más elevadas. Por el contrario, el placer de ver se convierte en perversión cuando: a) se circunscribe con exclusividad a los genitales, b) se une a la superación del asco (voyeur: el que mira a otro en sus funciones excretorias), o c) suplanta a la meta sexual normal, en lugar de servirle de preliminar. Este último caso es, marcadamente, el de los exhibicionistas, quienes, si me es lícito inferirlo tras numerosos análisis, enseñan sus genitales para que la otra parte les muestre los suyos como contraprestación[1].
Tengamos esto en mente al pensar nuestra posición frente a la sexualidad adolescente que se despliega enfrente de nosotros y también al pensar a estos jóvenes. El final de las fiestas está anticipado en el momento en que no les basta a los participantes la experiencia inmediata de lo que está frente a ellos. Necesitan vivirlo con un intermediario tecnológico. Habrá que discutir el valor que tiene, más allá de un cierto toque pedagógico, la aparición de las redes sociales en la película. Sin embargo, queda claro que la ambición de los jóvenes, de no solamente vivir lo puesto enfrente a ellos sino querer un registro informático, hace que se desborden o se fuguen las pulsiones y se muestre lo insostenible de estas fiestas. Digamos que les permite tomar una cierta distancia bajo la que se confirma el fenómeno del chivo expiatorio: todos ven a George comportarse como “puta” y en ella descargan, desplazan y proyectan las acusaciones ese un superyó sádico que les permite quedar, al menos provisionalmente, inmunes a las consecuencias de dichas prácticas. Quizás lo mismo nos pase a nosotros: señalaremos en esta charla las relaciones parciales, los abusos, las perversiones y, en suma, la falta de amor, quizás también con el propósito de sentirnos libres de toda dificultad sexual y plenamente maduros y sanos.
 

  1. Hay algo a punto de pasar

Me llama mucho la atención la musicalización de nuestra película. Más allá de intentar una crítica formal sobre ésta, tengo la impresión de que nos lleva, poco a poco, a esperar un clímax que anticipadamente nos deja ver. Es decir: me parece que no se trata de un film con una trama sorprendente. Salvo algunos eventos que suceden al final (quizás la relación que sí dura, o el aborto, o la sífilis), sabemos de qué va la película muy pronto. Y, sin embargo, hay una especie de tensión que se difiere hacia el cumplimiento del clímax que simultáneamente conocemos pero que esperamos ansiosos. El beat de la música me hace pensar en un riesgo continuo, en algo a punto de pasar, en, quizás, una sexualidad teñida por lo siniestro.
No me parece poco importante la escena donde Laetitia decide darle play, jouer la música a pesar de la advertencia de que no está lista. Parece que en esto hay un colapso de la espera entre la sexualidad infantil y la acción sexual genital. No hay, propiamente, una acción preparatoria. Dicho de otro modo: en la adolescencia plasmada en esta película el mismo pene que en un momento sirve para jugar como un rehilete, a pesar de no estar listo para otra cosa, se usa o se pone en juego muy pronto en una sexualidad a la que se le manifiestan todas las complicaciones de la adultez.
 
Cito a Freud:
Del mecanismo en que es incluido el placer previo deriva, evidentemente un peligro para el logro de la meta sexual normal: ese peligro se presenta cuando, en cualquier punto de los procesos sexuales preparatorios, el placer previo demuestra ser demasiado grande, y demasiado estas su contribución a la tensión. Falta entonces la fuerza pulsional para que el proceso sexual siga adelante; todo el camino se abrevia, y la acción preparatoria correspondiente remplaza a la meta sexual normal[2].
La perversión es un peligro, pues, para ellos y para nosotros.
 

  1. Adolescencia, nostalgia y estética

Hay una cierta nostalgia que nos produce esta película. Aunque temporalmente, debido a todas las referencias a las redes sociales, podemos decir sin temor a equivocarnos, que la película es actual (del 2015), en realidad la referencia más clara es lo primero que escuchamos en voz de un personaje: es la época del calor y del invierno, igualmente terribles. ¿Quién no recuerda haber vivido, en su adolescencia, su propia canícula? La directora no nos presenta una adolescencia simplemente detestable, ni simplemente envidiable. Me parece, y espero compartan mi punto de vista, que hay un juego sumamente interesante entre una atracción casi irresistible por este mundo de libertad y exceso, donde (solo aparentemente) el sexo es solo sexo y una repulsión por el modo desencarnado en que el amor es hecho a un lado. Pienso que este mismo conjunto peculiar de emociones es el que las más de las veces he podido atestiguar en mis analizandos al tratar de pensar su propia adolescencia y pubertad. Y, sin embargo, nos recuerda la teoría psicoanalítica, el progreso pulsional y la madurez nunca se superan del todo. Las configuraciones pulsionales previas están acechándonos continuamente y me parece que la película se vale de ese hecho para forzarnos, en la medida que nuestra propia subjetividad y neurosis nos lo permita, a vivir, 90 minutos, como los adolescentes que fuimos.
Sólo una nota más sobre este punto. Les pregunto: ¿no será que la nostalgia que sentimos tiene que ver con la posibilidad que estos jóvenes tienen para ir y venir en un vaivén continuo de un objeto efectivamente hallado, adulto y genital, a una retracción a una configuración libidinal narcisista, imposible para la mayoría de nosotros una vez adultos?
A este respecto, Freud nos dice:
Además, podemos conocer, en cuanto a los destinos de la libido de objeto, que es quitada de los objetos, se mantiene fluctuante en particulares estados de tensión y, por último, es recogida en el interior del yo, con lo cual se convierte de nuevo en libido yoica. A esta última, por oposición a la libido de objeto, la llamamos también libido narcisista. (…) La libido narcisista o libido yoica se nos aparece como el gran repertorio desde el cual son emitidas las investiduras de objeto y al cual vuelven a replegarse; y la investidura libidinal narcisista del yo con el estado originario realizado en la primera infancia, que es sólo ocultado por los envíos posteriores de la libido, pero se conserva en el fondo tras ellos[3].
Pensemos, además, si acaso esta película nos hace trampa. ¿No será que nos presenta, en buena medida, una juventud idealizada? El sufrimiento es real, ¿lo será también el placer?
Envidiamos, en cierta medida, lo que ellos sí hacen y nosotros no hicimos.
 

  1. Los padres: discapacitados o ausentes

Una obviedad es decir que los padres están ausentes, pues el punto de partida de la trama. La casa vacía es una metáfora muy efectiva del mundo interno de los personajes que participan en las fiestas. Los padres que sí aparecen lo hacen de manera bastante incompleta. El que lo hace más frecuentemente es el padre discapacitado y es, al mismo tiempo, el único que se hace cargo de lo ocurrido.
Freud, otra vez, sale a nuestro auxilio. Es indispensable que los padres de los adolescentes sean vividos justamente como incapaces. El aflojar los lazos familiares y el separarnos de la autoridad parental abre un mundo de objetos libidinales, no incestuosos, que permiten que el hallazgo de objeto se dé de modo que permita la unión, dificilísima de lo sensual y lo tierno en un otro a una distancia suficiente del núcleo familiar. Así viven, pues, los adolescentes: en una casa vacía donde los padres, discapacitados, no pueden súbitamente querer incidir, pienso yo, en lo que ellos mismos formaron durante la infancia. Freud nos dice:
El respeto de esta barrera (el incesto) es sobre todo una exigencia cultural de la sociedad: tren que impedir que la familia absorba unos intereses que le hacen falta para establece unidades sociales superiores, u por eso en todos los individuos, pero especialmente en los muchachos adolescentes, echa mano a todos los recuerdos para aflojar los lazos que mantienen con su familia, los únicos decisivos en la infancia[4].
Más adelante, continua:
Contemporáno al doblamiento y la desestimación de estas fantasías claramente incestuosas, se consuma uno de los logros psíquicos más importante, pero también más dolorosos, del periodo de pubertad: el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores, el único que crea la oposición, tan importante para el progreso de la cultura, entre la nueva generación y la antigua[5].
La pregunta que me queda, y que les comparto, es la siguiente: ¿no será el riesgo en el que inmediatamente pensamos frente a la adolescencia (por las drogas, el sexo, las enfermedades, etc.) el componente fundamental que mueve a los jóvenes, en su resolución, a su posterior independencia, autonomía y madurez? Dicho de otra forma, ¿a qué distancia deben o hubieran debido colocarse los padres de estos jóvenes que acabamos de conocer?
 

  1. Mar, lluvia, espuma: lo genésico y el origen de la pulsión

Biarritz es una ciudad costera: esto nos da el pretexto para presentarnos imágenes, sobre todo al inicio de la película, donde aparece el mar y, en particular, la espuma. Algunos minutos más tarde, esto resuena con la lluvia, que también aparece en cierto momento. Cito, esta vez, al filósofo:
Nos dice Aristóteles:
En cuanto al número y a la especie de tal principio, no dicen todos lo mismo, sino que Tales, el iniciador de tal filosofía, afirma que es el agua (por lo que también declaró que la tierra está sobre el agua); llegando, tal vez, a formar dicha opinión por ver que el elemento de todas las cosas es húmedo y que el calor mismo surge de la humedad y que de ella vive (el principio de todas las cosas es aquello de donde nacen); de ahí vino a formar esa opinión, y del hecho de que las semillas de todas las cosas tienen la naturaleza húmeda, y el agua es el principio natural de las cosas húmedas[6].
Quizás, por lo tanto, no sea exagerado decir que en la película hay vida por doquier. Y, sin embargo, estos adolescentes habrán de experimentar que las pulsiones contarías cohabitan el deseo y que, como diría Hölderlin, “donde crece el peligro, crece también lo que salva”.
Negar el potencial de reproducción es, por lo tanto, propio aun de una sexualidad genital. Winnicott decía, en este mismo sentido, que solo un encuentro sexual fecundo lo era plenamente. Habrá que preguntarnos qué clase de fecundidad habita en la sexualidad adolescente y adulta. Podemos, entonces, asociar: el Big Bang, de donde viene el título de la película y el nombre de las fiestas, no es solo una explosión: es una explosión genésica donde lo que se celebra, aun quizás negándolo (y por eso podemos tacharlos de maniacos) es la posibilidad vital de reproducción que habita ya en todos ellos.
 

  1. Cuerpos disociados y afectos disociados

Dos ejemplos, solamente. Más bien, dos frases: “No te quería triste”, le dice un personaje a otro. “Si no me gustaras, por qué tendría una erección”, le dice un personaje a otro. Me parece, creo yo, que vemos con mucha claridad una disociación o separación de los afectos y del cuerpo con la psique. Justo la integración es, para Freud y un sinfín de analistas, la señal casi indiscutible de madurez. Ya hace un momento hice alusión, sin explicarlo demasiado, al vínculo entre ternura y sensualidad. Dicho brevemente, la ausencia de amor en estas relaciones que acabamos de ver denuncia su inmadurez.
A este respecto, Freud nos dice:
Pero de estos vínculos sexuales (los de la lactancia) (…) resta, aun luego de que la actividad sexual se divorció de la nutrición, una parte considerable, que ayuda a preparar la elección de objeto y, así, a restaurar dicha pérdida. A lo largo de todo el periodo de latencia, el niño aprende a amar a otras personas que remedian su desvalimiento y satisfacen sus necesidades. (…) Tal vez no se quiera identificar con el amor sexual los sentimiento se ternura y el aprecio que el niño alienta hacia las personas que lo cuidan; pero yo opino que una indagación psicológica más precisa establecerá esa identidad por encima de cualquier duda. (…) Lo que llamamos ternura infaliblemente ejercerá su efecto un día también sobre las zonas genitales[7].
 

  1. Adolescencia idealizada

Ya mencioné, hace unas líneas, la idea de que quizás la película nos presenta una adolescencia idealizada. Haré, ahora, una referencia al subtítulo de la película y al final de la misma. “Una historia de amor moderna”, “Un cuento de hadas moderno”. Este juego, que los adolescentes se enseñan a sí mismos, como nos lo recuerda un personaje, colinda con la fantasía que muchos jóvenes tienen efectivamente y que en la mediada en que no la actúan los mantiene a salvo, al menos provisionalmente. La representación – y la película es SÓLO UNA REPRESENTACIÓN – es la esfera donde podemos experimentar configuraciones pulsionales distintas sin invertir en ellas más que lo que nuestro aparato psíquico tolera.
 
A este respecto, Freud nos dice:
Pero la elección de objeto se consuma primero en la esfera de la representación; y es difícil que la vida sexual del joven que madura puede desplegarse en otro espacio de juego que el de las fantasías, o sea, representaciones no destinadas a ejecutarse[8].
Las metas de los adolescentes, todas ellas por principio irreales, son dichas por la protagonista durante la película: estar súper vivos, súper libres, hacernos sentir bien por siempre. Pienso, y es algo que habremos de discutir, que el hecho de que el final de la película nos presente un problema que casi no es un problema, tiene que ver con el hecho de que este film parezca una anti-tragedia. El destino que prevemos no es inevitable. Nadie muere, nadie contrae VIH, nadie queda irreparablemente destruido. El tiempo pasa, y todo pasa. La nota final, sobre la realidad de la inspiración de esta historia, me parece irrelevante. Digamos así: cualquier adolescencia, al menos en la fantasía, sirve como inspiración para BangGang.
 
Bibliografía
[1] Sigmund Freud. “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) en Obras completas: Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora), Tres ensayos de teoría sexual y otras obras (1901-1905). T. VII (tr. José Luis Etcheverry). Buenos Aires: Amorrortu, 1ª edición, 2007, pp. 142-143.
[2] Idem, p. 193.
[3] Idem, p. 199.
[4] Idem, p. 205.
[5] Idem, p. 207.
[6] Aristóteles. Metafísica. Fragmento recuperado de: http://www.webdianoia.com/presocrat/tales.htm
[7] Idem, p. 203.
[8] Idem, p. 206.
El contenido de los artículos publicados en este sitio son responsabilidad de sus autores y no representan necesariamente la postura de la Sociedad Psicoanalítica de México. Las imágenes se utilizan solamente de manera ilustrativa.