Celos delirantes y posesivos
Autor: Sharon Arakindji
 
En ‘Fragmentos de un discurso amoroso’, dice: “El celoso sufre cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter por una nadería. Sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser normal.”   Roland Barthes
 
En la psicopatología psicoanalítica, con el término celos, la clínica exige segmentaciones. Y así aparecen, en el deseo de dar cuenta de los hechos, diferentes clasificaciones. Freud, por ejemplo, necesita particularizar y clasificar hablando de tres tipos de celos. Los celos de competencia o normales; los proyectados que son usuales en las personas que tienen ideas y deseos de infidelidad y que los proyectan en el otro asumiéndose como traicionados; y por fin los celos delirantes, por pulsiones homosexuales reprimidas. En este caso la mecánica que utilizaba el celoso, para ocultar su homosexualidad, era la famosa fórmula “yo no lo amo, ella es la que lo ama, yo lo odio”.
Melanie Klein también trata de aclarar y de discriminar envidia de celos, hablando de la envidia como bipersonal y altamente destructiva y los celos como tripersonales, más fáciles de comprender y menos dañinos. Reconocer que se pueden “sentir” celos, habla de la implicación del sujeto en lo que le pasa, dice de un grado de salud, más difícil aún es reconocer que se siente envidioso. Y ambos: celos y envidia son vertientes de cuestiones sociales por un lado y psíquicas por otro. Posibles de ser analizadas.
El celoso es más social que el envidioso, ya que el celoso, se siente excluido de una escena en la que le gustaría participar. El celoso, desea lo que otro está mirando, desea un deseo de otro; mientras que el envidioso, no desea lo que el otro consiguió, sino que solo quiere romperlo. El envidioso no quiere el coche del vecino, solo rayarlo. El celoso reconoce la existencia de otro semejante con el que algo quiere, el envidioso quiere que el otro no tenga. En los celos siempre hay tres personajes como mínimo, en la envidia sólo hay uno (por ello es más primitiva y anterior que los celos)
Los celos y la envidia, señalan la doble carencia constitutiva del sujeto, esa imperfección que lo constituye como humano por nacer de padre y madre, seres sexuados (es decir celulares) por ende mortales como él, con lo cual también morirá.
Y llegar a la vida (cuando ya había vida para otros) es decir nacer anticipado por algo que permitió no solo que naciera y creciera, también apropiarme de lo que otros humanos antes de “uno” hicieron, llegar a la vida y aceptar ser un privilegiado que puede heredar no es fácil de aceptar. Los abogados lo ven en las dificultades que existen para resolver muchas herencias.
El gran problema de los celos, no es “sentirlos” sino pensar que se pueden “tener”, es decir que se puede tener al “otro”, al semejante, al conyugue, al compañero. Y conviene saber que lo que despierta los celos, no son las personas, son frases, son palabras pronunciadas que señalan lugares de los cuales nos sentimos excluidos y en los que nos gustaría participar.
Todo conocimiento humano tiene su fuente en la dialéctica de los celos, es decir se constituye el yo del sujeto a la vez que el otro semejante. Mientras va descubriendo su propio cuerpo, la imagen del otro le anticipa. De modo que decimos que los humanos nacemos perdiendo doblemente: frente a las imágenes y frente a las palabras. Cuando crecemos iremos construyendo con el lenguaje, a través de las palabras, nuestras propias imágenes, que son en todos los casos lo privado.
Meltzer, entre los kleinianos, nos habla de los celos como emociones complejas e intenta una primera segmentación, interesante, entre los que denomina celos delirantes y posesivos, ambos ligados a la fantaseada figura de los bebés en el interior de la madre.
Los celos logran la aquiescencia de la razón más fácilmente que la envidia. Incluso los celos, para la visión romántica de la “doxa”, pueden ser vistos como el inevitable acompañante del amor
Repasando los términos de Meltzer, vemos que él propone dos fantasías celosas básicas, donde los objetos celados son bebés en el interior de la madre y que estas fantasías, y esto es lo más importante, tienen la particularidad de convertirse fácilmente en mitos sociales.
De los celos delirantes nos dice que son una fantasía basada en una identificación proyectiva vehiculizada por un voyeurismo omnipotente. El aspecto infantil de la personalidad tiene la convicción delirante de que hay múltiples bebés que parasitan el interior cuerpo femenino.
Existe una  íntima relación de los celos por posesión con el denominado narcisismo de las pequeñas diferencias, por el cual mi peor enemigo es mi vecino, mi consorcista, el del país de al lado, con los cuales no sólo temo ser confundido sino además que se apropien de lo mío. Es necesario, entonces, devaluarlo, depreciarlo y eventualmente destruirlo.
La resolución de los celos y de la envidia corren distintos destinos dependiendo de su elaboración, Klein ha descrito magistralmente que la elaboración de la envidia lleva, en la posición depresiva, a la gratitud. Mientras que tenemos que plantear aquí otras culminaciones en la posición depresiva y decimos, entonces, que la elaboración de los celos delirantes lleva a la generosidad y la de los celos posesivos al desprendimiento, es decir, a la desapropiación generosa que no responda al “quid pro quo” ligado a la mera devolución.
 
¿Pero cuál es el método que va generando a este mundo interno? “La construcción del mundo interno depende del movimiento de marea de introyecciones y proyecciones, cuyo prototipo es la relación con el pecho. Por introyección, el objeto irá ocupando un lugar dentro de la mente. Del mismo modo, el self infantil siente que ocupa un espacio en la mente de la madre. La fantasía inconciente tiene un carácter muy concreto, ya que a partir de ella habitamos en el mundo interno junto a nuestros objetos. Este mundo interno tiene una espacialidad que es equiparable a la del mundo externo y por lo tanto vivimos simultáneamente en más de un mundo; es como si cediéramos un territorio en nuestro espacio mental al objeto para que habite dentro nuestro”(Meltzer, 1973 ) Si en esa convivencia prevalecen los afectos ligados a la posición depresiva, el objeto tendrá libertad para moverse en el mundo interno y entre el self y el objeto se produce un intercambio enriquecedor. En cambio, si la invitación a habitar el mundo interno se hace bajo la dominancia de los celos posesivos, el objeto es un prisionero e importa más tenerlo que usarlo.
 
La diferenciación entre bueno y malo, que comienza con la escisión e idealización, progresa en su balance desde la posición esquizoparanoide a la depresiva. En la posición depresiva el sujeto es más capaz de reconocer y reintegrar aquellos aspectos de su self que habían sido forzados por la proyección dentro de los objetos y de sentir la culpa por el daño que hubiera ocasionado. A partir de esta reintroyección de los aspectos que habían sido escindidos y proyectados, se redefine una nueva frontera entre el sujeto y el objeto que había quedado desdibujada por el accionar de la identificación proyectiva. Como consecuencia de esta mayor discriminación, se hace posible la aceptación de la existencia de objetos separados del self y de las relaciones que los objetos entablan entre sí en la configuración edípica. Este proceso no es lineal sino complejo. La posibilidad de escindir y fragmentar la vida emocional y la capacidad de pensar continúan vigentes a lo largo de la vida. En Estados Sexuales de la Mente (1973) Meltzer describe detalladamente cómo los aspectos destructivos de la mente promueven una regresión a través de la creación de estados confusionales que habían sido laboriosamente atravesados a lo largo del desarrollo. Se comienza por agravar tanto las consecuencias de las ansiedades depresivas, hasta que los celos no se pueden distinguir de la persecución, hasta llegar a la total confusión de bueno y malo, el self infantil pierde el contacto con el objeto bueno necesario para su desarrollo.
 
Si el objeto intenta resolver el enigma del objeto, se promueve curiosidad por descubrir un secreto en el que el sujeto infantil quiere estar incluido ya que siente esta inclusión como un derecho, dictado en realidad por sus celos.
El misterio se caracteriza justamente por no ser un secreto. Implica un reconocimiento de la privacidad del objeto y promueve la capacidad de tolerar lo desconocido sin apresurar interpretaciones prematuras de sentido y motivaciones. Implica la capacidad de tolerar la belleza del mundo, del cual la madre es el representante inicial, a pesar de los aspectos desconocidos, incomprensibles y hasta terroríficos involucrados.
 
 
Bibliografía:

  • Dobbs, C. Los Celos, Una Clasificación Psicoanalítica Provisional. México D.F.
  • Fernandez, C (2009)  Los Celos y la Envidia. Buenos Aires
  • Meltzer, D. (1973) Los Estados Sexuales de la Mente. Buenos Aires, Ediciones Kargeiman
  • Ríos, C. El sufrimiento por Celos Posesivos.. Psicoanálisis APdeBA – Vol. XXIV – No 3  2002
Imagen:Morguefile/Alvimann