Por Alejandro Radchik
 
La terapia psicoanalítica se vale de una herramienta básica: la empatía. Esto es, la habilidad de escuchar al otro, de “ponerse en los zapatos del paciente”, es decir comprender lo que el individuo está tratando de comunicarle al analista, lograr estar en sintonía con el sujeto (es como cuando estamos tratando de captar lo que se transmite en una estación de radio); de lo contrario, para el analizando resultaría como estarle “hablando a la pared”.
En realidad, uno de los objetivos del tratamiento psicoanalítico es que el paciente se sienta comprendido y obtenga contención para sus emociones e inquietudes.
Al tratar de comunicar algo subjetivo, no siempre es fácil transmitir cómo es que estamos “viviendo y resintiendo” los hechos que nos acontecen; si a esta dificultad de transmisión se suma la sensación de que nuestro interlocutor nos “dio el avión”, lejos de tranquilizarnos y sentirnos acompañados la experiencia del relato nos provoca mayor inquietud. Así, en vez de lograr un desahogo o una confesión, el sentimiento catártico no será suficiente; la empatía por parte del analista va a servir como una base, contenedor, cimiento o sostén, es decir: un lugar un “piso” sobre el cual apoyarnos y ponernos de pie.
Para lograr ser empáticos, los psicoanalistas habremos aprendido a escuchar a nuestros pacientes; tuvimos que desarrollar la habilidad de buscar equivalencias en nuestras vidas; es decir que si el individuo está tratando de comunicar un sentimiento, intentaremos colocarnos en su lugar por ejemplo: ¿cómo es que que me he sentido cuando he estado en una situación de máxima alegría o el nivel más alto de dolor o desesperanza, parecido al que me está tratando de transmitir mi paciente?
De ahí, que el psicoanalista tenga que abstenerse de platicarle a su paciente anécdotas o dar consejos, pues entonces rebotarían sobre el paciente; sería como cuando una persona trata de expresar una terrible depresión o sentimientos de desolación, y se encuentra con que le dicen: “tú tienes todo para ser feliz, deberías disfrutar…” si le dicen eso, pues lo harán sentir todavía más incomprendido y desolado.
Algunas terapias que sugieren narrarle al paciente vivencias personales o consejos, navegan con la bandera de que están siendo empáticos con los pacientes, pero lo que hacen es servir de acompañantes, y por tanto, se ven impedidos de ayudar profundamente a sus pacientes.
Pensemos en que esté ocurriendo un desastre natural, por ejemplo: un terremoto o huracán. Naturalmente, eso que pudiese estar sucediendo nos va a producir miedo o terror; si al expresar nuestro temor nos encontráramos con una respuesta como: “no te preocupes, no pasa nada”, lejos de tranquilizarnos nos alteraríamos más. Esa reacción por parte del receptor, no habría conseguido la resonancia que estaríamos requiriendo para sentirnos comprendidos en nuestra angustia.
 
Nota:
Algunas veces nos encontramos con ciertas personas que albergan fantasías pesimistas que activan pensamientos de tipo delirante, alimentados por núcleos sado-masoquistas inconscientes. En estos casos puede resultar difícil contratransferencialmente para el analista conseguir la empatía, resultando en un riesgo de que, en caso de hacerse real, se desarrolle el sentimiento de engrandecimiento del self, como si la desgracia que le ocurriera al individuo fuera “haber triunfado” sobre quien no le creía (pensemos en aquel chiste sobre el epitafio del hipocondríaco que dice:” les dije que me sentía mal”). El paciente triunfa maniacamente al demostrar que nadie lo entiende, ya que de haberse sentido comprendido, no habría triunfado con su desgracia.
 
 
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