Aspectos psicoanalíticos en niños institucionalizados y en proceso de adopción.

Autora: Anette Worthalter.

 

“—¿Qué quieres ser cuando crezcas? – preguntó la educadora a un niño de cuatro años de una casa hogar.
—Hijo—respondió con seguridad y firmeza” (Rodríguez, 2016, p. 2).

En México se carece de información exacta acerca de la cantidad de niños y niñas que se encuentran albergados en instituciones del DIF o casas hogar. “Ni siquiera tenemos definido con toda certeza cuántos niños institucionalizados hay en Jalisco”, mencionó Felipe de Jesús Álvarez Cibrián (titular de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco en el 2012) (Rodríguez, 2016, p. 2).
En el 2011 el DIF reportó 18 mil 533 menores viviendo en centros asistenciales, mientras que Norma Mendoza especialista en el tema de la adopción estimó que existen 34 mil 650 niños viviendo en distintos albergues en el Estado de México (Rodríguez, 2016, p. 2). La estimación más precisa con la que se cuenta al día de hoy es proporcionada por la Red Latinoamericana de Acogimiento familiar (2010) quien estima que en México existen más de 412 mil niños, niñas y adolescentes que viven sin el cuidado de sus padres (Rodríguez, 2016, p.6).
Debido a esta incongruencia con las cantidades registradas no se puede especificar una cifra confiable sobre el número de niños y niñas que se encuentran institucionalizados en la actualidad, sin embargo se conoce que son muchas las situaciones en las que los niños son separados de su familia e ingresados a centros del DIF por diversos motivos, los principales son: abuso, maltrato o abandono de los menores.
La pregunta más importante es: ¿Qué pasa con estos niños y niñas que son ingresados al DIF después de haber sido víctimas de abuso, maltrato o abandono? En grandes rasgos en México se tienen tres alternativas, la primera opción que se considera es la reintegración con la familia de origen (sí, los mismos padres que maltrataron o abusaron del menor son la primera opción de reintegración), también existe la posibilidad de buscar un familiar extenso que desee hacerse cargo del menor. La segunda alternativa para estos niños y niñas es iniciar un proceso de adopción, siempre y cuando se tenga la situación jurídica resuelta. Por último, si no se logra reintegrarse con un familiar y no es adoptado, se tiene la última alternativa y la más común; el menor permanece institucionalizado, ya sea en centros del DIF o en casas hogar privadas.
En el caso de la reintegración con la familia de origen se ha observado que a pesar de la aplicación de distintas evaluaciones psicológicas a los padres de los niños, si no se trabaja con la rehabilitación de las habilidades parentales y si los padres no cuentan con herramientas para vincularse con sus hijos, los resultados son adversos y ponen en riesgo la seguridad integral de los menores. “Es por estas deficiencias en las intervenciones que el estudio de la Secretaría de Seguridad Pública Federal Maltrato y Abuso Infantil en México (2010) (…) encontró que debido a que la mayoría de los niños maltratados son devueltos a sus progenitores, muchos casos terminan con la muerte del menor por las lesiones infringidas” (Rodríguez, 2016, p.6). Es por eso que en varios casos (después de ciertos procesos legales) se les retira la patria potestad a los padres (deberes y derechos en relación con los hijos) y se considera que el niño tiene su situación jurídica resuelta por lo que mientras permanece en una institución del DIF tiene la posibilidad de ser adoptado.
En muchos casos los niños son institucionalizados en centros del DIF sin tener su situación jurídica resuelta, por lo que en caso de existir una posible adopción se entorpece el proceso legal, estos niños van creciendo y la posibilidad de ser adoptados se dificulta, ya que la mayoría de padres adoptantes tienen el deseo de adoptar bebés o niños pequeños. Lo que da como resultado la permanencia de estos niños en instituciones hasta los 18 años, cuando cumplen la mayoría de edad y el estado ya no tiene la responsabilidad legal de cuidar de ellos.
Cuando los niños son institucionalizados se crea una discontinuidad en su historia. De un momento a otro se encuentran separados de su vida cotidiana, de sus vínculos significativos, e inmersos en un nuevo entorno que los posiciona en un lugar de marginación. En las instituciones los cuidados y las relaciones personales se dan en grupo por lo que quedan descuidadas las demandas individuales, sin embargo en estas instituciones se reúnen niños y niñas con diferentes historias de abandono, maltrato o abuso, por lo que muchas veces estar internos en estos centros gubernamentales es la medida necesaria para la protección de cada uno de estos menores (Fernandez, 2016).
De acuerdo con González y Leopold (2011) aunque la institución sea manejada con una adecuada estructura y organización, no podrá ocupar el lugar de la familia. Estos autores cuestionan la posibilidad de que los hogares institucionalizados puedan cumplir con los soportes necesarios y las bases sólidas que cada niño necesita, como también la factibilidad de crear un ambiente en donde se le facilite a cada niño obtener las herramientas que se proporcionan en los núcleos familiares, tales como seguridad y confianza. Fregtman (2015) realizó distintos trabajos en donde continuó con los estudios de Spitz quien describió el síndrome de hospitalismo (síndrome que se produce cuando los bebés son separados de sus madres por un periodo mayor a tres meses). A lo largo de distintas investigaciones Spitz afirmó que el desarrollo en los niños criados en instituciones es notoriamente diferente al desarrollo de los niños que han sido criados en un entorno familiar. En estas investigaciones notaron que cuando en las instituciones se dan condiciones desfavorables en el primer año de vida, se puede llegar a producir un daño psicosomático irremediable (como se cita en Fernández, 2016).
Calzetta (2004) explica que cuando los niños residen en instituciones que silencian sus discursos y masifican sus demandas, pueden llegar a percibir la carencia de vínculos significativos. Los resultados en estos casos podrían ser la creación de una fragilidad psíquica en la que el Yo se ve amenazado por la aniquilación. Provocaría la pérdida de investiduras lo que ocasionaría que el Yo utilice mecanismos de defensa primitivos, ocasionando una “deprivación simbólica”. Explicada por Calzetta (2004) de la siguiente manera:
La “deprivación simbólica”, más sutil, provoca desvalimiento psíquico y el intento obligado, a posteriori, de estrategias de elaboración que terminan dañando al sujeto mismo o al medio. Se trata, en definitiva, de la exclusión de una franja de sujetos de los bienes simbólicos propios de su cultura, huérfanos entonces en ese sentido y obligados a inventarse una forma de autosostén que, a menudo, no puede orientarse sino en el sentido de la destructividad (pp.124-125).
Una mejor alternativa para prevenir las consecuencias de la institucionalización sería que los proceso de adopción fueran más sencillos y debidamente llevados, sin embargo la adopción muchas veces suena más fácil de lo que realmente es, tiende a idealizarse y a pensarse como algo simple. La realidad es que es mucho más complejo que solo el deseo de un padre de adoptar o de un niño de ser adoptado. La adopción no solo involucra el aspecto psicológico, sino que también se debe tomar en cuenta la perspectiva legal y la social. No obstante si estos procesos son llevados correctamente pueden ser la solución más sana para el cuidado de estos niños que han sido víctimas de maltrato, abuso y abandono.
Winnicott tuvo la oportunidad de pertenecer a lo que él llamó “hospital de voluntarios” en su texto “Dos niños adoptados” (1953), en este sitio trabajó con varios padres que habían tenido la experiencia de adoptar. Después de trabajar en distintos casos de adopción, Winnicott (1998) señala que una gran proporción de veces la adopción fracasa, y las sociedades de adopción, frente a esos fracasos, a menudo pueden afirmar, con distintos motivos que se podía haber prevenido ese fracaso.
Un estudio social bien hecho, no sólo previene desastres, sino que también permite efectuar adopciones que de otro modo no hubieran sido posibles; debe recordarse que una adopción fracasada suele ser desastrosa para el niño, a tal punto que habría sido mejor para él que el intento ni siquiera se hiciera (Winnicott, 1998).
Así como también Gelman (1996) menciona que los profesionales al trabajar con futuros adoptantes, se enfrentan a “…personas jaqueadas en su narcisismo y autoestima, dado que se frustraron ciertos ideales” (p.106). Por lo que el trabajo con estos padres debe de ser profundo para que pueda ser exitoso, se tendrá que analizar cuáles son esos ideales y expectativas que se tienen con respecto al hijo adoptivo, cuales expectativas pueden llegar a ser realizables y cuáles no, trabajar con las heridas narcisistas de los padres y acompañarlos de la mano en el proceso antes y después de la adopción, con el objetivo de lograr una mejor vinculación con el futuro hijo adoptivo.
Existe un debate acerca de la posibilidad de pensar la maternidad o paternidad adoptiva de igual manera que la biológica. Algunos teóricos dirán que aunque muchos padres creen que el adoptar podría llegar a ser lo mismo que tener un hijo biológico, se juegan un sin fin de factores diferentes en cada situación por lo que se dificultará la tarea de pensar que un hijo biológico representa lo mismo que un hijo por adopción. No quiere decir que uno sea mejor que el otro, o que a uno se le querrá más, a los dos se les puede amar con la misma intensidad pero difícilmente podrán simbolizar lo mismo. Como dice Winnicott (1998, p.154) “por más que una adopción tenga éxito, siempre habrá (y creo que siempre debe haber) algo distinto de lo habitual tanto para los padres como para el niño”. También menciona que a los niños adoptados la adolescencia les plantea más tensiones que a los otros niños. Esto se debe a la ignorancia sobre su origen personal por lo que es absolutamente necesario que se les diga a los niños adoptivos cuáles fueron los hechos de su vida. Por otro lado Gelman (1996) considera que en ocasiones los padres adoptantes, apoyados por profesionales de la salud, pueden llegar a igualar la maternidad adoptiva con la biológica, tomando en cuenta únicamente las diferencias evidentes.
Cuando una pareja está en el proceso de convertirse en papás, esperan la llegada de su hijo, construyen simbólicamente un espacio que es propio de este nuevo bebé, este lugar puede ser comparado con un nido. Este sitio es el refugio que se prepara para lograr crear un ambiente en donde se establezca la relación del bebé con sus cuidadores primarios, quienes serán los que le proveerán lo necesario para que pueda sobrevivir, también en este espacio ese pequeño comenzará a formarse como sujeto (Avondet, Alonso, Leus, & Potrie, 2012). A través del lugar que reserve cada padre para su bebé le estará dando un lugar en el mundo. Sin embargo, es cierto también que no todos los padres construyen este espacio para sus hijos biológicos, por lo que se podría decir que “no siempre cuando se está gestando un niño se le puede construir ese nido que lo espera: el gestar no es indefectiblemente sinónimo de disposición a maternar” (Avondet, Alonso, Leus, & Potrie, 2012, p. 72). Es por esto que el hecho de ser un hijo biológico no necesariamente indica una garantía en la vinculación de los padres con los hijos. Existen padres adoptivos que tendrán la capacidad de preparar este nido para sus futuros hijo por adopción, podrán desearlo, imaginarlo y se harán representaciones mentales de este nuevo integrante de la familia, deberán considerar también que este hijo tiene una historia previa por lo que se deberá trabajar con las fantasías que se tienen tanto de los padres como de los futuros hijos.
El abandono es un tema esencial en la vida de los niños adoptados. Como mencionan Grinberg y Valcarce (2003) estos niños no solo tendrán que trabajar los problemas inherentes al desarrollo normal, sino que también tendrán que elaborar las experiencias y fantasías de haber sido rechazados o abandonados. Al vivir un primer abandono tienden a pensar que ese abandono se podrá repetir con sus padres adoptivos. Cuando los niños van creciendo su curiosidad va aumentado por lo que se comienzan a preguntar acerca de sus orígenes y esto los lleva a cuestionarse los motivos por los cuales fueron dados en adopción y las razones por las que no tuvieron la posibilidad de quedarse con sus padres biológicos. Viven la separación con su “madre de la panza”, como resultado de no haber sido lo suficientemente deseados, por lo que se comienzan a crear afectos de hostilidad y desvalorización en el niño (Abadi, 1989).
Con mucha frecuencia durante el desarrollo los niños llegan a tener la fantasía de haber sido adoptados por sus padres biológicos, por lo que en el caso de los niños que si han sido adoptados realmente, esto “parece interferir con la función constructiva y reguladora de las fantasías. El haber sido realmente objeto de abandono mantiene en lo actual ese peligro y hace sentir la ansiedad de que toda fantasía pueda realizarse” (Ávila, 2005, p. 196). Abadi (1989) menciona que el temor al abandono, ligado con los sentimientos de hostilidad provocarán la necesidad de poner a prueba a sus figuras paternas, para comprobar si estas figuras los quieren y los aceptan o serán figuras abandonadoras. Constantemente buscarán repetir aquella situación que les resulta angustiante y traumática, repetirán estos escenarios que les recuerda su primer abandono.
Grinberg y Valcarce (2003) explican que el reto con estos niños no solo será trabajar con el dolor, la vergüenza y la rabia producidas por la perdida, lo que va a predominar mayormente será la angustia de que esta pérdida pueda repetirse. Esta situación es lo que producirá un aumento de ansiedad de separación, la cual se podrá observar en forma de idealización y dependencia hacia la madre adoptiva “salvadora” o también como un rechazo de esta madre para vengarse o anticiparse al abandono.
Como se mencionó anteriormente el trabajo tanto con los padres como con los niños adoptivos debe de ser profundo para lograr un vínculo sano entre ambas partes. Lo ideal sería realizar un acompañamiento desde antes de la adopción y poder llevar de la mano a toda la familia en el proceso de la adopción. Con los niños se deberá trabajar ampliamente su sentido de identidad y la percepción que tienen de vacío, muchas veces reflejan sentir que les falta parte de su historia, sienten que están rotos o descompuestos por lo que les cuesta trabajo pensar que pueden ser amados y se sienten divididos en dos diferentes realidades. Como dice Montano (2014, p.42):
“Parte de nuestra tarea como terapeutas será intentar una restauración del
narcisismo dañado, ayudar a procesar la compleja fantasmática en torno a los orígenes, aliviar el conflicto que podría generar sentir que debería elegir entre el amor hacia los padres de origen o el amor hacia los padres adoptivos; ayudar a integrar las dos historias –la previa y post adopción– porque su identidad se construye en la conjunción de todo esto”.
Montano (2014) habla acerca de una segunda oportunidad que tienen los niños adoptados para reparar sus duelos. Al no tener la posibilidad de contar con padres amorosos que les permitieran sentirse deseados, pueden encontrar por medio de la adopción la oportunidad de tener unos padres que los acepten con todo y su historia previa. Con esta aceptación se estaría reparando también todas aquellas experiencias desfavorables de abandono que les provocaron tanta angustia. Es la posibilidad de construir nuevos vínculos saludables en donde estén presentes el amor y la aceptación.
Esta segunda oportunidad que se ofrece por medio de la adopción puede ser la respuesta necesaria para los niños que han sido víctimas de abuso, maltrato, abandono y han pasado por un proceso de institucionalización. Cuando el sufrimiento de los niños es ocasionado por sus padres, esas mismas figuras que deberían de ser los principales en proporcionarles seguridad, el daño es tan profundo que se puede percibir una ruptura en el interior de estos niños. Por lo que necesitarán de un otro que les otorgue lo necesario para arraigarse a la vida y poder sobrevivir ante tal sufrimiento. Es por eso que por medio de la adopción podrán encontrar nuevas figuras amorosas que están dispuestas a ofrecerles un lugar seguro en el mundo.
Si la adopción es llevada correctamente, los niños podrán aprender a amar y a permitirse ser amados, llegarán a desarrollar la confianza de que estos nuevos padres no los abandonarán y de esta manera aprenderán a vincularse sanamente con otras figuras, podrán adquirir las herramientas necesarias para poder tener apego seguro y relacionarse con objetos totales, posiblemente llegarán a tener una pareja con quien relacionarse y conseguirán crear su propia familia en un futuro. Lograrán detener el patrón de abandono con el que habían estado cargando a lo largo de su historia de vida.
Bibliografía

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• Ávila, A. (2005). La función parental en la adopción. Revista Iberoamericana de Diagnóstico y Evaluación , 191-204.
• Abadi, D. (1989). Adopción: del abandono al encuentro. Buenos Aires: Ediciones Kargieman.
• Avondet, S., Alonso, B., Leus, I., & Potrie, J. (2012). Desvínculo Adopción Una mirada integradora. Mintevideo: Inicitivas Sanitarias.
• Fernandez, J. (2016). Institución Psíquica: Procesos Subjetivos en Niños Institucionalizados. Una mirada desde el Psicoanálisis. Universidad de la Republica .
• Gonzáles, C., & Leopold, S. (2011). Discurso del riesgo y prácticas diagnósticas con niños y adolescentes en el ámbito socio-judicial. Montevideo: Ediciones Universitarias.
• Grinberg, R., & Valcarce, M. (2003). Reflexiones acerca de la adopción: un caso clínico. Intersubjetivo: Revista de psicoterapia psicoanalítica y salud , 5-14.
• Montano, G. (2014). Actualizando algunos conceptos sobre adopción. Revista de psicoterapia psicoanalítica , 33-44.
• Peréz, E. (2015). Padres adoptantes- hijos adoptivos Un vínculo en construcción. Universidad de la República .
• Rodríguez, G. (2016). Situación de los niños, niñas y adolescentes privados de cuidados parentales en México. Entre textos .
• Winnicott, D. (1998). Acerca de los niños. Barcelona: Paidos.