Alejandra Vargas 

“La creación artística es una forma de conocimiento y conocer implica acercarse a fondo al objeto, penetrar la realidad libremente, sin resistencias. La elaboración de esa resistencia, la sublimación de las ansiedades a que da origen, desencadena la obra de arte” -Pichón Rivière

La temática del presente trabajo fue motivada por un recuerdo de mis primeros semestres de la carrera. En esos tiempos, en una de las entradas de la Universidad Iberoamericana, había una pequeña exposición sobre arte realizado por los internos del CEVAREPSI. La mayoría, con fuertes componentes sexuales, expresiones de sufrimiento y sobretodo, una estética admirable. Me pregunté, entonces, si había algo en la psicosis que hiciera de las personas particularmente artísticas y qué pasaba con los creadores neuróticos, cómo entender lo que subyace al proceso creativo no solamente desde la patología.

La historia y la influencia del Psicoanálisis nos demuestran que éste nunca se ha limitado al diván. Desde sus inicios, se ha servido de los pensamientos y los conceptos de diversas ciencias como la física y la medicina, pero también, de otros modos de explicar y entender al mundo, como la filosofía y la literatura. A pesar o tal vez, a raíz del impacto de las teorías Freudianas en la Europa del siglo XX, el Psicoanálisis fue permeando a la cultura y hoy en día, no es poco común que personas ajenas a la formación psicoanalítica o a la Psicología misma, sepan quien es Sigmund Freud o usen palabras o frases como “proyección”, “inconsciente” o el famoso “¿me vas a analizar?”

Un ejemplo de esto, lo expone Turkle (1978), quien habla de cómo, en 1968, Francia adoptó una “Cultura Psicoanalítica” que hizo presencia en la política, las matemáticas, la economía, la literatura y la filosofía, así como en la lingüística y en el estilo de vida social del país. ¿Dónde entra la influencia del Psicoanálisis en el arte? El Museum of Modern Art (s/f), explica que antes de que Freud publicara en 1899 La interpretación de los sueños, los artistas eran contratados por instituciones económicamente prósperas como la Iglesia para recrear mitología y escenas religiosas que debían fungir como maneras de ser o actuar. Sin embargo, gracias a los escritos de Freud, el arte comenzó a retratar la subjetividad del artista moderno, sus sueños, simbolismos y maneras de relacionarse con el concepto “inconsciente” a través de técnicas nuevas e inusuales. Ejemplo de esto, fue el surrealismo del escritor André Bretón con artistas como Miró, Magritte, Dalí, Duchamp y Picasso. Por supuesto, también mujeres como Dorothea Tanning, Mereth Oppenheim, Remedios Varo y posteriormente, Leonora Carrington.

Podemos ver como Bretón (citado por Foster, Bois, Buchloh y Krauss, 2006), en 1924 tomó elementos del Psicoanálisis para describir al surrealismo como “un automatismo psíquico, una inscripción liberadora de impulsos inconscientes sin la intervención reguladora de la razón” (p.16). Irónicamente, Freud mostró descontento y un rechazo al surrealismo por temor a que tergiversara sus teorías. Era mucho más a fin al Renacimiento y a la literatura que al arte visual como lo eran los intelectuales y burgueses de su contexto social (Foster et al. 2006).

Sin embargo, el psicoanálisis de Freud ya había sido permeado por el arte. En 1910 publicó Un Recuerdo Infantil de Leonardo Da Vinci donde realizó una interpretación del artista a partir de su biografía. Posteriormente, en 1914 publicó El Moisés de Miguel Ángel. En este texto, intentó dar una explicación de los motivos por los cuales nos “mueve” una obra:

“Lo que tan poderosamente nos impresiona no puede ser, a mi juicio, más que la intención del artista en tanto él mismo ha logrado expresarla en la obra y hacérnosla aprehensible (…) la de ser suscitada también nuevamente en nosotros aquella situación afectiva, aquella constelación psíquica que engendró en el artista la energía impulsora de la creación” (Freud, 1914, pp. 94 y 95).

La obra, entonces, es capaz de mostrarnos el impulso y la intención artística y para comprenderla, debe ser analizada e interpretada. En el mismo escrito, Freud confesó tener principal interés por el contenido de una obra y no tanto por la cuestión estética. Sobre esto, Palencia (2008), postula que, probablemente, Freud se basó en Goethe para dar prioridad al contenido espiritual representado en el arte y así, lo veía como un síntoma que permitiría adentrarse al inconsciente del artista proyectado en su obra.

Después de Freud, varios psicoanalistas quisieron estudiar más a fondo la creatividad, el arte y su estética, así como su relación con la psique humana. Comenzaré hablando sobre la creatividad ya que, en lo personal, pienso que es la precursora del arte.

Primero, es pertinente mencionar que para Winnicott (1996) la creatividad es universal y no se limita a la creación exitosa. Aunque separa la creatividad de la creación artística, su cualidad universal vuelve a la creación artística una posibilidad dentro de la creatividad.

Ahora, para que la creatividad se desarrolle, el ambiente es de suma importancia en las primeras experiencias de vida. Para desarrollar un Self verdadero, una madre suficientemente buena debe estar presente; se trata de aquella que es consistente con sus cuidados maternos y que genera, en el niño, la capacidad de confiar. Así, el espacio potencial entre el mundo interno y la realidad externa deviene en la experiencia cultural manifestada por medio del juego (Winnicott, 1996). Al respecto, Winnicott cita al analista Praut (1966):

“La capacidad para formar imágenes y usarlas de manera constructiva, por recombinación en nuevas figuras, depende —a diferencia de los sueños y fantasías— de la capacidad del individuo para confiar” (Winnicott, 1996, p.89).¿No podría, entonces, la creación artística fungir como esta zona intermedia creativa y cultural donde el sujeto puede relacionar y al mismo tiempo separar su mundo interno de la realidad externa? Del mismo modo que Winnicott nos habla sobre el juego, le antecede la teoría de Melanie Klein (1955) quien nos habla de éste como un medio de expresión simbólico que da significados particulares relacionados a los deseos, las fantasías y las experiencias del niño. Dicho lenguaje es similar al de los sueños y da acceso al inconsciente infantil permitiendo la asociación libre. El niño puede elaborar la culpa y ansiedades hacia sus objetos desplazándolos a cosas con las que juega (Klein, 1955).

Así como el juego permite la asociación libre, Di Benedetto (2000, citado por Pazzagli y Rossi, 2010) menciona cómo las obras artísticas pueden favorecerla:

“Las visiones instantáneas del mundo interno que éstas proporcionan pueden prefigurar una formulación mental o verbal. En este sentido, el arte ofrece a todos estructuras pre- lógicas para desarrollar habilidades simbólicas y lingüísticas con las cuales comunicar experiencias internas” (Pazzagli y Rossi, 2010, párr. 8)

Aunado a esto, Rank (1914, citado por Pazzagli y Rossi, 2010), postula que una obra de arte puede abrir caminos mediante los cuales algunos contenidos psíquicos pueden surgir a la consciencia o incluso desarrollarse.

Así, vemos que el arte puede fungir un rol lúdico similar o igual al del juego y por medio de su propio lenguaje simbólico y subjetivo, puede favorecer la asociación libre. El analista, a su vez, podría utilizar la facultad creativa del arte y la propia para generar nuevos caminos que faciliten la comunicación del material inconsciente.

Por otro lado, la sublimación tenía un papel importante para Freud y una de sus manifestaciones, era el arte. Hanna Segal (1981) la explica como el resultado de la renuncia exitosa de un meta pulsional. Ella piensa que para que esta renuncia sea exitosa, se necesita pasar por un proceso de duelo; que la pulsión renuncie a una meta o a un objeto es la repetición y el alivio simultáneo de la renuncia al pecho materno. El objeto es, entonces, asimilado por el Yo a través de la pérdida y la restauración del objeto convirtiéndose en un símbolo; siendo que, la elaboración simbólica de un tema, es la esencia del arte y al ser creado por el self, puede ser utilizado con libertad por el mismo (Segal, 1981).

Entonces, el artista repara sus objetos internos y al mundo externo adentrándose en un mundo de fantasía que es capaz de comunicar y compartir. El espectador de la obra la encuentra placentera gracias a su identificación con ésta como un todo que representa el mundo interno del artista (Segal, 1981).

Pichón Rivière vincula al arte con lo siniestro. Al elaborar en consciencia el material siniestro inconsciente, un artista transmite una realidad unificada y armonizada. Esto, cuando no se trata del arte patológico. El arte le es útil al creador para combatir el miedo a la locura y a la muerte; repara objetos, resuelve conflictos y trasciende la soledad; obra y artista entablan una comunicación profunda. Dicho psicoanalista considera que el objetivo del arte es investigar a profundidad y de este modo, lo compara con la ciencia y una vez más, también con el juego.

He hablado ya de la creatividad, el juego y la asociación libre, así como del rol del arte en el aparato psíquico. Aunque, en lo personal, la teoría de Winnicott basta para postular que la capacidad creativa y su facultad universal son suficientes para poder denominar “arte” a cualquier obra artística, la delimitación del concepto sigue siendo tema controversial para los expertos. Ya que el propósito de este trabajo es principalmente psicoanalítico, tomaré la definición de Pichón-Rivière.

Para el pionero del Psicoanálisis en Argentina (1976, citado por Zito, 1993), el objeto artístico en un contexto social determinado es aquello que recrea la vida, lo estético y lo bello. Aquello que de fondo tiene elementos de angustia y temor. Una obra de arte ocurre gracias a un proceso que reconstruye y unifica a un objeto anteriormente separado, similar a un rompecabezas. El arte se introduce a profundidad en la realidad y expresa un aprendizaje generador de una emoción al haber contactado con la muerte y regresado a la vida.

Similar a Segal y bajo un pensamiento kleiniano, el analista postula entonces que, para crear una obra de arte, es necesario tener una vivencia de muerte o pérdida de cualquier tipo, pero ligada a las figuras primarias o bien, a las experiencias individuales ya que lo “muerto” es recreado a través de la obra con el fin de reparar al objeto e integrarlo internamente (Zito, 1993). Es decir que el duelo puede elaborarse por medio de la creación artística.

El mismo autor explica que, si bien se busca reparar al objeto, surge un miedo de que éste ataque. Se genera después una culpa, una resistencia al cambio, a una nueva realidad. No obstante, al entrar al proceso creativo, el artista transforma su realidad y se modifica también a sí mismo, reparando finalmente al objeto. Esto no quiere decir que lo inconsciente no se resista a ser manifestado durante el proceso (Zito, 1993).

Segal (1981) complementa con la visión de la obra de arte como una procreación psíquica en la cual es necesaria la genitalidad en la que exista una buena identificación con un padre dador y una madre que recibe al hijo-arte. Sin embargo, la condición para la madurez artística y genital, es poder lidiar con la posición depresiva.

Sobre la estética, menciona que, el artista creativo, a diferencia del imitador o de quien solo produce obras “bonitas”, es que éste es capaz de crear un mundo propio; una nueva realidad, incluso si es un reflejo del realismo exterior (Segal,1981). Sus requisitos para ser un artista exitoso, es poder salir de la fantasía y evaluar las necesidades, limitaciones, posibilidades y la naturaleza de su trabajo; utilizar todos estos componentes en sus materiales para expresar su mundo interno además de tener una mayor capacidad para tolerar la angustia y la depresión y expresarlas (Segal,1981).

He hablado ya de lo que es arte para diferentes psicoanalistas y lo que se necesita para realizarlo, pero ¿qué pasa con el arte psicótico? Ciertamente, una persona con psicosis puede carecer de una madre suficientemente buena o de una capacidad para sostener la posición depresiva y aun así, generar contenido artístico bastante estético y conmovedor. ¿No podemos entonces denominarlo arte? Si no conozco el estado mental del artista, ¿podría distinguir el arte psicótico del neurótico?

A finales del siglo XIX y principios del XX, los psiquiatras Emile Kraepelin y Hanz Prinzhorn se dedicaron a recopilar más de 5000 creaciones artísticas de psicóticos para estudiar qué impulsos psíquicos motivaban las composiciones de estos pacientes y cuál era la causa de ello.

Así, Prinzhorn se percató de que las imágenes estudiadas tenían 6 aspectos en común: el juego, la copia obsesiva, la expresión, el orden compulsivo de sus elementos, la creación de sistemas simbólicos y el adorno (Sánchez y Ramos, 2006). No obstante, rechazaba la capacidad creativa de sus pacientes y con ello, el término “arte” para denominar la producción de imágenes; para él, las creaciones eran producto de la patología y debían juzgarse desde lo clínico (Sánchez y Ramos, 2006).

Vemos, entonces, que la cualidad de arte era negada para el paciente psiquiátrico a pesar de los componentes estéticos importantes, del juego y del simbolismo presente en sus producciones. Algo que no podemos perder de vista, es el proceso por medio del cual se da lugar a una creación artística. Pienso que éste debe también ser sujeto a análisis puesto que, quizá, es igual o mucho más trascendente que el resultado mismo en tanto asociaciones, recuerdos encubridores, sublimación y motivaciones.

Para Pichón-Rivière (Zito, 1993), lo subyacente a una obra artística siempre es una conciencia alterada, pero el nivel de dicha alteración depende del estado psíquico de quien la crea.

El psicoanalista nos explica que una diferencia entre el artista psicótico y el artista neurótico, es que el artista psicótico genera obras a partir del pensamiento mágico, de manera automática y permanente con el fin inconsciente de modificar la realidad externa que vive, pero que, a la vez, es la realidad interna debido a la falla para separar al Yo-no yo. Estos artistas no logran unidad, pero si placer en la creación y una sensación de libertad emocional que puede hablar sobre su estado y conducta; paradójicamente, un rasgo característico de su crear, es lo estático (Zito, 1993).

También nos dice que, su producción, puede estar cargada de contenido onírico interpretable. El arte, entonces, puede ser un medio terapéutico para este tipo de pacientes-artistas quienes, en ocasiones, acuden a él como un intento de conectar con el exterior y crear vínculos. Su persistencia en dicho esfuerzo es lo que vuelve prominente su capacidad creadora (Zito, 1993).

Pichón-Rivière (Zito, 1993), elabora que, por el contrario, para el artista neurótico, el proceso de crear ocurre con control y de manera temporal, para describir el mundo externo o las vivencias internas de manera consciente. El arte le permite a la persona reflejarse y ver su mundo interno, crear identidad; en la creación hay un interjuego de 2 cosas: la vida intrapsíquica del artista y su subjetividad ideológica (Zito, 1993).

Yo añadiría que, bajo el factor socio-cultural en el cual se da lugar a una obra de arte, ésta es portadora de una ideología que hace ruido, expresa la realidad externa vivida desde lo interno y viceversa. El arte puede incomodar y así, conmover al punto de fomentar una reflexión importante que lleve a la transformación social. Ejemplo de esto, es el COVID Art Museum que se puede encontrar en Instagram y que retrata la decadencia social, los dilemas morales, el consumismo y las malas prácticas, así como los nuevos hábitos de vida a partir de la pandemia por SARS-CoV-2 en el 2020.

En resumen, Kris (1952, citado por Pazzagli y Rossi, 2010) explica concretamente que el Psicoanálisis ha aportado al arte 3 elementos: el estudio analítico de la biografía del artista en relación con su trabajo, la presencia de la fantasía en su arte y el análisis de la imaginación y la capacidad creativa.

En lo personal, pienso que ha aportado mucho más y gracias a él, la evolución del arte tomó un camino más flexible hacia lo que permitimos llamar obra artística y quien la puede realizar. Esto, a su vez, amplía la aceptación que se tiene de la producción del paciente psiquiátrico y le quita una porción de la “condena” patológica del tabú y la invisibilidad ante la cultura.

Concuerdo con Andrés Gaitán (FEPAL, 2020, párr. 10) cuando dice que el Psicoanálisis ofrece una “explicación a las motivaciones del quehacer humano” y creo firmemente que, aunque en diferente medida, el Psicoanálisis y el arte tienen este objetivo en común, así como el de reducir el sufrimiento y generar mayor autoconocimiento. Para concluir pienso que una generalización que sí distingue al psicoanalista es que tiene mayor inclinación por conocer sobre los componentes literarios, históricos y artísticos de la cultura y la sociedad; no podría ser de otra manera considerando las raíces mismas del Psicoanálisis. Por ello, es importante no encerrarnos en el ámbito clínico y continuar fomentando el interés por las artes en todas sus formas. Estar realmente receptivos al impacto que podrían tener en nuestros analizandos, ya sea como componentes de su personalidad o como material que llevan a sesión como lo harían con un sueño.

Bibliografía

  • Sánchez, I. y Ramos, N. (2006). La colección de Prinzhorn: Una relación falaz entre el arte y la locura. Arte, individuo y sociedad. Vol. 18, 131-150.
  • Segal, H. (1981). The Work of Hanna Segal. A Kleinian Approach to Clinical Practice. USA: Jason Aronson Inc.
  • Turkle, S. (1978). Psychoanalytic Politics. Freud’s French Revolution. USA: Basic Books Inc.
  • Winnicott, D. (1996). Realidad y juego. España: Gedisa
  • Zito, V. (1992). Conversaciones con Enrique Pichón-Rivière sobre el arte y la locura. Argentina: Ediciones Cinco.